La infancia de Jesús J. M. Coetzee traducción de Miguel Temprano García Mondadori, Barcelona, 2013 |
DESARRAIGO
Nacido en 1940 en Ciudad del Cabo
(Sudáfrica), J. M. Coetzee, en largo interludio, alumbró una narrativa que
se hace crónica descarnada de la segregación racial. En sus argumentos ponía
ante los ojos comportamientos humanos conflictivos, con
grietas y fisuras. Así sucedía en su título más celebrado, Desgracia. Pero su significativo legado, reconocido en 2003 con el
Premio Nobel de Literatura, aglutina también autobiografía, ensayos,
traducciones y artículos de prensa que trazan un perfil intelectual que no se
siente ajeno a la fragilidad de certezas del presente y se hace cargo de una
realidad diversa. Ahora retorna a la narrativa con
La infancia de Jesús, una novela que
emplea como idea central el desarraigo y cuyo título admite una
aparente ambigüedad. En un escenario que no se concreta, el libro se asoma a
los flujos migratorios que copan titulares y postulan esas
contradicciones de la sociedad occidental que muestra rostros enfrentados, de bienestar
y miseria.Un hombre maduro y un niño de
poco más de cinco años llegan a un país desconocido. Buscan en un centro de
acogida mejores condiciones vitales y hallar a la madre biológica del menor
para que ambos puedan tener una relación natural. No son parientes, sólo se
conocieron en el barco durante el viaje, aunque el pretendido tutor ha hecho de la búsqueda un deber de
conciencia. Los dos protagonizan un laborioso trajinar entre días insulsos,
mientras se proporcionan refugio y seguridad. En la tierra de acogida, sólo la
caridad escueta de algunos foráneos permite la supervivencia. Las paupérrimas
condiciones existenciales se mantienen sin que la esperanza encuentre sitio. En
el lugar denominado Novilla, los que están se limitan a proporcionar
elementales ejercicios de ayuda social en los que se refleja una resignada
conciencia cívica. Y los que llegan borran cualquier huella del pasado, como si
sometiesen su identidad a una drástica mutación que hiciese del exilio y del olvido
las claves de un impulso regenerativo que no desea repetir las antiguas
vivencias. Así, los dos recién llegados comparten
destino y van aprendiendo, poco a poco,
a sobrellevar carencias y a reemplazar sus ilusiones por una mansa resignación.
Concentran sus energías en el ahora, envueltos en el tejido áspero de lo
inmediato. Esperan que la voluntad de cualquier desconocido aliente una mejora,
un mínimo logro, o se abra un tramo
temporal de felicidad. Incluso confían que una mujer, Inés, escuche al corazón y acoja, sin preguntas, al pequeño
como si fuese un hijo propio. Pero el acontecer diario no crea ni siquiera el
espejismo del hogar, ni proporciona soluciones durables. En cada aurora siguen
la inseguridad y la certeza de estar en un umbral que no franqueará ninguna
entrada. El tiempo se ha atascado; el extranjero es
una mácula que condena a ser marginado y excluido. Los ojos miran alrededor con
una turbación honda, nunca encuentran la implicación emocional de quien está al
lado. Las marcas fronterizas y los prejuicios no desaparecen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.