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lunes, 2 de junio de 2025

MIGUEL ÁNGEL GÓMEZ. LAVADO DE CEREBRO

Lavado de cerebro
Miguel Ángel Gómez
BajAmar Editores
Gijón Asturias, 2023

 

POSIBILIDADES DEL YO

 

  Hablar de la escritura de Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980) es adentrarse en un territorio creativo plural, que aglutina itinerarios en diversas estrategias expresivas, desde la prosa ficcional al aforismo, desde la poesía y la autobiografía al comentario crítico. Son teselas singularizadas que conforman un recinto estético unitario, donde resulta evidente el compromiso con las posibilidades del lenguaje y su empeño en buscar el espacio abierto de la iluminación, desde una dicción subjetiva y personal, donde lo gregario queda fuera y la caligrafía biográfica se hace inaudible.
  El empeño poético de Miguel Ángel Gómez acumula hasta la fecha las entregas Monelle, los pájaros (2016), La polilla oblicua (2017), Lesbia, etc (2017), Las lentes de Bolaño (2020), o Lavado de cerebro (223), entrega publicada en la inagotable casa abierta de BajAmar ediciones, que impulsa el inagotable optimismo  del editor César García Santiago. Sin duda, un legado de fertilidad abrumadora, que muestra una clara vocación inconformista y el deseo de recorrer un camino expresivo a trasmano, ajeno a cualquier consigna de grupo generacional.
  En Lavado de cerebro la cita inicial elegida es de Georges Perec y crea de inmediato una perspectiva, un enfoque revelador sobre la mirada del poeta. La enumeración realista se diluye para que afloren, entre la geografía de lo figurativo, la invención y el onirismo. Son ventanas especulativas de una  claridad interior que permiten salir al pensamiento del sujeto y el fluir de la conciencia, como si fueran inquilinos  que ocuparan la pieza de al lado. Cada poema pide calma en la lectura; no hay una línea continua en el suelo argumental; las imágenes van y vienen, conforman un sedimento heterogéneo que aglutina exploraciones verbales, aparentemente inconexas: “Muévete por mi visión, / apóyate en mi luz roja, / utiliza mi suspiro catapultado, / presta atención a mi sombrero entusiasta, / porta mi pato abstraído”.
  El significado comunicativo crea sustratos magmáticos; dibuja un entorno cerrado, donde las ideas conforman vislumbres, pero nunca todos orgánicos. Los poemas se sostienen desde la perplejidad del azar, tantean, parecen divagaciones de un estado mental caótico, que recuerda con frecuencia la escritura de autores singulares como  Roberto Bolaño, Allen Ginsberg, Georges Perec, Ricardo Piglia, John Cheever, E. Hardwick, Bob Dylan, F. Kafka y Borges. Son magisterios con los que Miguel Ángel Gómez mantiene una indeclinable proximidad afectiva, una auroral sensación de cercanía.
   El quehacer mental recuerda un estado de ánimo caótico, pero la efusión sentimental actúa como anclaje existencial: “La ciudad es una vibración de sentimientos que se entrecruzan”. Abundan en el libro los poemas de hondura emocional, con metáforas definitorias de la identidad del otro: “tú eres mi roca”. En estas composiciones la claridad expresiva retorna y convoca a protagonistas más cercanos, deambulando entre las contingencias y recuerdos que se dispersan en las manos del tiempo para encadenar pasos perdidos en cualquier dirección.
   El poeta elige como molde poético el poema corto y el verso libre; pero salpica el formato con otros acentos estróficos como el haiku, aunque alejado de su filosofía tradicional y su condición estacional, como se percibe en estos ejemplos: “Como un caballo / que va a respingar / el tren parado”, “Miro las nubes; / encantadora casa / sin pintar, blanca.”
    Se alzan, además, en el marco de representación algunos escenarios del habitual laberinto urbano. Son entornos también con textura ilusoria, descritos como apuntes enunciativos de un relato. Así se percibe en poemas como “Alma en vigor”, donde se crea un clima que renueva el despertar sensorial de la amanecida. La realidad está ahí, esperando que el pensamiento ensanche el campo de experiencias, mientras el lenguaje deshilvana ovillos semánticos. En el ideario de Miguel Ángel Gómez se define una sensibilidad de búsqueda y espera: “Mi pesadilla es notar una vaga ansiedad  “, una inquietud en crecida que convierte el cerebro en cataclismo interior, en un misterio que amalgama sombras y hendiduras, una hondura inasible que tiene la apariencia frágil de un cristal.
 

JOSÉ LUIS MORANTE




domingo, 14 de marzo de 2021

MIGUEL ÁNGEL GÓMEZ. LAS LENTES DE BOLAÑO

Las lentes de Bolaño
Miguel Ángel Gómez
Ediciones Buenos Aires Poetry
Colección Pippa Passes
Buenos Aires, 2020


LAS MANOS DIESTRAS

 

   El escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003) es nítido ejemplo de un tanteante nomadismo biográfico y escritural. Personaliza una voz inusual, ajena a convenciones, que entiende la creación, cimentada sobre el fragmento y la intertextualidad, como un prometeico quehacer de la voluntad, como un ejercicio de manos diestras que busca conexiones continuas entre el ser literario y el yo biográfico. Desde ese magisterio vertical nace el poemario Las lentes de Bolaño de Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980), Licenciado en Filología Hispánica, docente en un instituto de Educación Secundaria y autor de un extenso corpus, que abarca varios géneros y mantiene un sostenido afán indagatorio. Miguel Ángel Gómez ha publicado casi una decena de poemarios, reconocidos con algunos premios, y ha cultivado el aforismo y la escritura miscelánea. En él, es norma, el rechazo de lo figurativo y del intimismo, la libertad formal y una visión del mundo a trasmano, que confía más en la lente cóncaba del subjetivismo que en los espejos planos.
   Desde esta estética llegan las claves poéticas de Las lentes de Bolaño, una obra que organiza el proceso dialógico de su discurrir en tres apartados. que mantienen el gesto disidente de la uniformidad. Establece la primera parte como pasos de salida un texto escrito desde el desdoblamiento del yo; “En el otro tiene ojos fotográficos”. Surge así, extraña y cercana al mismo tiempo, una presencia paradójica, abierta al cauce fluido de la imaginación y proclive a caminar por un territorio introspectivo. Camina por las composiciones esa libertad semántica de quien acepta la ausencia de certidumbres y es tolerante con las lecturas en claves del entorno. Así va sumando hilos temáticos, aparentemente inconexos, como si cada elemento del paisaje propiciara una lectura yuxtapuesta, una caligrafía sin rumbo fijo, aleatoria y dispersa.
   Miguel Ángel Gómez convoca en su libro referencias culturales básicas para entender el discurrir de su poesía, como Diego Maquieira, poeta chileno inserto en la categoría estética del neobarroco, y Pablo de Rokha, o como el deslumbrante versículo de W. Whitman.  El poema “Una lectura de Mark Strand” entrelaza la naturaleza común del yo verbal y el sujeto ficcional. Ambos comparten similares preguntas sin respuesta, ambos son efímeros y contienen un sistema nervioso lleno de miedos. Los temas se proyectan desde una escritura apelativa en la que el sujeto verbal pone cerco a su incertidumbre, como si necesitase ubicar su itinerario personal en ese mapa desplegado del horizonte existencial: “Perder las batallas / de ego falso y afectado. / Captar la esencia / que nace en torno a tu cara. Tener confianza en ti mismo”. 
  El eje argumentativo central comienza con una cita de Arthur Rimbaud, el poeta vidente y eterno cuestionador de la identidad del yo. El horizonte textual varía entre el laconismo de tonalidad aforística y el tantear indagatorio por la línea de sombras que marca la existencia. El apartado mantiene las mutaciones temáticas que envuelven: exploraciones del hecho literario, lecturas y pavesas del legado cultural, viajes, obsesiones y no pocas manías freudianas. Ejemplos de onirismo y carácter simbólico del poema, se hace palpables en la larga composición “Las víboras”, que en la seca dureza de sus versos, cuajados de intertextualidad, se palpa el estar en ebullición del pensamiento. Las ideas son liebres, viajan como un tren de largo recorrido que nunca repite itinerarios para nombrar la realidad, sin descubrir su esencia. Como si el lugar del poema –el castillo kafkiano- tuviese la constitución arquitectónica del laberinto: “La Realidad es enderezar las piernas y ver nubes / con poderes desconocidos”. 
   Con un cita de otro visionario, William Blake, se abren las composiciones evocativas de la última sección. Algunas tienen un fuerte componente visual, porque cobijan imágenes germinadas desde una mirada plástica. La palabra también se hace crónica realista de la soledad y el ensimismamiento; los escenarios personifican solitarias balizas en medio del paisaje, que retienen las miradas del observador.
  Las lentes de Bolaño muestra una escritura obstinada en la búsqueda del lugar propio, como una sombra terca a contratiempo.  El discurso poético de Miguel Ángel Gómez apuesta por la heterodoxia. Se hace introspección desbocada a través de elementos personales y culturales que otorgan a su poesía un pulso nuevo. Los versos tantean la inquietud de quien viaja sin ruta previa, sobre una frágil geografía de una intuición visionaria, que deja el sentido del poema a merced del tiempo.
 
                                                     José Luis Morante

 

martes, 28 de julio de 2020

MIGUEL ÁNGEL GÓMEZ. EL ARO DE LATÓN



MISCELÁNEA

 

El aro de latón

Miguel Ángel Gómez

Ediciones Cypress Cultura

Colección Quaderna Vía

Sevilla, 2020

 

   El quehacer creador de Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980) ha crecido muy deprisa, casi con la fuerza de una floración tropical. El frondoso sotobosque aglutina poesía, aforismos, geografía autobiográfica, ficción en prosa y artículos en medios escritos. Todo en poco más de quince años de taller literario, si integramos en el trayecto los aportes sueltos que aparecieron en las compilaciones colectivas Soledades juntas (2005), Perro sin dueño (2007) y El triunfo de la muerte (2011). El afán literario de este asturiano, licenciado en Filología Hispánica y docente de Enseñanza Secundaria, suma ahora, en el intervalo pandémico que ha confinado actos culturales y vida social,  una introspección anfibia: El aro de latón. El propio escritor la define, en nota de apertura, como una madeja multicolor que invita a tirar del hilo para degustar un trabajo poco dado a la hojarasca verbal que ha ido sumando páginas misceláneas en el demorado avance del tiempo. Hay que tener muy cerca el ideario poético de Miguel Ángel Gómez para aceptar de inmediato que el sustrato metaliterario es uno de los cauces fuertes de El aro de latón, título que emana de unos versos de Raymond Carver que aluden a aquel artilugio de los días de infancia. Propone el libro un tanteo en libertad; asume una pluralidad de sensaciones acogida por la estrategia enunciativa. La poesía se personifica para convertirse en inquisitiva interlocutora, interesada por las actitudes de la vida diaria y por la forma de afrontar la relación con los objetos al paso del sujeto poético. De este modo, los escuetos apuntes del fragmento ocultan el instante sucediendo del haiku: “Ladera blanca. Es como nuestras vidas. Tonos oscuros”.  En las páginas de El aro de latón se multiplican los referentes culturales: Charles Chaplin, Celan, Chamfort, Cheever. El escritor confía en las imágenes de un legado amplio de lecturas, repleto de símbolos y caminos de conocimiento. El resultado de tantas horas de biblioteca expande interpretaciones. Enseña a mirar de un modo personal, hermético y con amplia libertad para dar cauce a los contenidos de un tiempo complejo e impulsor de contradicciones y paradojas: “vivo siempre en el absurdo de la tiniebla que pinta mi época. Tengo que admitirlo. Cuando me siento a la buena máquina sé que el pasado ya tiene un aire ceniciento”. Pero en esa realidad desajustada sobrevive inalterable un mundo individual en el que el amor y los afectos sentimentales son núcleos gravitatorios. Conceden al yo un refugio de intimidad, una soledad que contrae lo racional en un estado de luminosa introspección y se distancia de onirismos y expectativas. A ese refugio también llega el rumor aleatorio de la calle, como si ese apresurado deambular necesitara el sosiego pautado de la escritura, un apunte perdurable que le conceda un poco de vida: “Lo que amo observar desde el café es el hormigueo constante, la gente que pasa con su rutina a cuestas”.  La percepción del entorno que deja la escritura de El aro de latón es fragmentaria. Los textos adquieren un molde maleable. A veces aparecen como poemas en prosa cuajados de imágenes, otras con la cálida y precisa dicción de un aforismo, o con el desarrollo argumental de un microrrelato que atiende al pautado discurso de lo racional para buscar los pasos firmes de un argumento completo lleno de recuerdos. Pero siempre, la voz del escritor completa una singular polifonía en la que se escucha el paso de las horas, un entrelazado de confabulaciones imaginarias y paisajes que construye con afanosa tenacidad un baúl en sus manos, para guardar dentro, como escribió Pessoa, todos los sueños del mundo.



lunes, 15 de julio de 2019

MIGUEL ÁNGEL GÓMEZ. VERSOS Y PROSAS

Caída libre
Miguel Ángel Gómez
Libros Al Albur, Apeadero de Aforistas
Sevilla, 2019 



MIGUEL ÁNGEL GÓMEZ: VERSOS Y PROSAS


   Aunque algunos poemas sueltos se publicaron en proyectos colectivos anteriores como las antologías Soledades juntas (2005), Perro sin dueño (2007) y El triunfo de la muerte (2011) el quehacer literario de Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980), Licenciado en Filología Hispánica y docente de Enseñanza Secundaria, protagoniza en los últimos años un insólito crecimiento en verso y prosa.
   Hace apenas un año, ediciones Camelot, publicaba Sombra, sexto poemario del autor y muestra clara de un ideario que hace del surrealismo, más que del culturalismo, uno de sus veneros centrales. A pesar de que el poeta alude a magisterios como Allen Ginsberg, Gary Snyder o Sharon Olds, voces en las que el pacto realista se convierte en estrategia enunciativa, la poesía de Miguel Ángel Gómez confía en la imagen y vela con frecuencia los significados con una notable arquitectura de símbolos. El resultado es un decir que expande temas de un modo personal, hermético y con amplia libertad para dar cauce a los contenidos sentimentales. Sombra es un poemario amoroso que deja al yo verbal en ese estado de intimidad desbordada que contrae lo racional y vaporiza el onirismo.
   Frente al pautado discurso de lo racional, la voz poética del escritor completa un decálogo que hace de la norma un entrelazado de confabulaciones imaginarias, de fantasmas en libertad, de especulaciones sobre lo real: “Escribir es lo que te permite decirle que se quede cuando ya se ha ido”.
   Su séptimo aporte, Canciones acusadoras (Baile del Sol, 2018), con prólogo entusiasta de Marcelo García, está centrado en la actitud poética y en su cultivo del asombro y echa a volar sus composiciones con similar impulso amoroso. Para el sujeto enamorado el deambular diario es un entorno sentimental y habitable que justifica cada gesto. De cuando en cuando, habitan los poemas presencias rescatadas que rompen la verosimilitud intimista para dar a las composiciones el evanescente aspecto de algún sueño o el recorrido sosegado por las calles tranquilas de la imaginación. 
  Miguel Ángel Gómez bifurca su taller literario; cultiva la narrativa, el relato breve y la crítica, géneros que ahora dejan sitio a su primera salida aforística, Caída libre (Libros al Albur, 2019). El escritor se suma así al cauce de lo fragmentario en Apeadero de Aforistas, con una entrega abierta con dos textos casi programáticos de Leopoldo María Panero: “Qué vana es la caída, digo el verso” y Max Aub: “esta minúscula caída”.
   En la codificación habitual del aforismo filosofía y senda poética mantienen un trazado casi equidistante: “El poeta y el filósofo permiten que nos despojemos de todo menos de la mente”. El pensamiento busca materiales de uso en la introspección y manifiesta sus incursiones en el yo desde una expresión esencial, donde nada sobra, con esa convicción de que cada palabra es necesaria porque capta la esencia, especula, busca el asombro, sin miedo a caminar por el laberinto porque “Equivocarse con precisión es brillar con una llama nueva”.
   El aforismo es también un estado de ánimo: “Felicidad”. Qué palabra. Todos sabemos que empieza por “Fe”; la manera de embocar una perspectiva sobre el trayecto existencial sin que los pasos adquieran el peso alevoso del cansancio para renovar el vigor y la espera.
   La identidad de la escritura busca un espejo para la reflexión: “El poeta es un sastre con voz sonora que hace ropa para fantasmas”, “Escribir es que un millar de perfumes choquen entre sí”; “Un poema debe abrir la puerta con fuerza y lanzarse a través de ella”; “Es posible que la lógica sea incompatible con la inspiración y el caos sea un fogoso caballo de carreras”. Y un enunciado que sirve también para perderse de nuevo entre los poemas de Sombra y Canciones acusadoras: “Los que no entienden mi poesía están en el callejón sin salida del análisis de las causas y los efectos”.
   Fiel a sí mismo en cada género, Miguel Ángel Gómez escribe sus aforismos con la tinta colmada del poeta –“Los mejores aforismos alcanzan un esplendor tan rebosante que el alma se derrama”- para que la realidad se expanda en nuevos espacios reflexivos. Lúcido para abrir con cautela  los abismos del tiempo y explorar contraluces y trayectos, nos deja en Caída libre la mirada abierta de quien desea convertir el aforismo en un viajero, una conciencia en marcha que guarde sobresaltos y sentir.




lunes, 20 de noviembre de 2017

MIGUEL ÁNGEL GÓMEZ. TRILOGÍA DEL DESEO

Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980)
Fotografía de
Lara Sánchez

TRILOGÍA DEL DESEO

   La poblada salida de emergencia de la poesía asturiana más joven está representada en sumas como Siete mundos. Selección de nueva poesía, coordinada por Carlos Iglesias Díez y Pablo Núnez, y Mucho por venir, una muestra consultada de la lírica norteña entre 2008 y 2017, alentada desde la revista “Maremágnum”. Aunque son recuentos parciales y no siempre acogen a las propuestas de mayor interés, las amanecidas literarias poco a poco se abren paso en editoriales de escasa difusión que sin embargo cumplen un eficaz papel de estreno, junto a revistas que anticipan poemas de obras en curso.
  A este devenir incansable se suma Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980), Licenciado en Filología Hispánica y Máster en Formación del Profesorado, quien publicó muestras de su incipiente trayectoria poética en las páginas de Anáfora, Clarín, Maremágnum o en la revista digital mexicana Círculo de poesía. El escritor además ha conseguido varios premios en certámenes literarios de poesía y prosa.
  Cultivador de formas breves, como el haiku y el aforismo, y autor de trabajos críticos, Miguel Ángel Gómez impulsa su carta de presentación Monelle, los pájaros (Los Libros del Gato Negro, 2016) y en muy poco tiempo suma otros dos títulos, Lesbia, etc, y La polilla oblicua. Las obras aportan tramas temáticas similares, componiendo de este modo una trilogía. El título auroral induce a pensar en un claro homenaje al simbolista francés Marcel Schowb. Los poemas muestran los primeros rasgos estéticos al buscar en la cartografía de la memoria una indagación evocativa que hace del pasado un tiempo de pérdida y finitud, pero también raíz fortalecida del ahora. En la voz autoral, la protagonista directa, Monelle, es “una nínfula de bosque que ilustra pájaros y toca el piano clausurado y tránsfuga de su propio estudio”; una identidad imaginaria hecha de obsesiones y sueños.
  Presentado en Gijón, tras ganar el Premio Cálamo de Poesía erótica, Lesbia, etc (Cuadernos Cálamo, 2017) difunde una voz lírica directa, que hace del paso natural del verso un diálogo asentado entre conciencia y deseo. El pensamiento  busca en sus repliegues los trazos de una muchacha atemporal, acaso una reencarnación de Lesbia, arquetipo clásico de belleza y libertad sexual, cuya capacidad de seducción enamoró a Catulo y a otros tantos amantes de la antigua Roma, provocando los prejuicios sociales de su tiempo.
  Miguel Ángel Gómez deja ante los ojos de las palabras una sombra que aleja la belleza invernal para poner rescoldos en la noche, para abrir una herida que no cierra hecha de desnudez y miradas.
  El trabajo de cierre, La polilla oblicua, (Bajamar Editores, 2017) contiene un título simbólico que incita a la digresión semántica. La polilla define a distintos insectos, sobre todo a esas mariposas nocturnas que buscan en su vuelo los puntos de luz; pero también denomina al poder destructivo y la invisible capacidad de erosión que sufren maderas, tejidos y otros materiales de textura blanda. El sugerente sustantivo podría asociarse al deseo que busca disolverse en una suerte de devastación interior. Los poemas aluden a un erotismo cerebral que aflora y da voz a la conciencia. El sujeto verbal expande su fluir interior en un ensimismado soliloquio que lo define como un personaje narrativo.
  En los poemas sobrevuelan abundantes referencias culturales, como si fueran indicios de magisterios literarios, o simples restos de algún sueño, o incluso habitantes lejanos en la coreografía visual de la memoria. Un aspecto a destacar de este libro es la convivencia formal del haiku, los poemas en prosa y las composiciones en verso libre; son formatos que se integran en un discurrir verbal siempre abierto a la variedad de motivos.
  La estética que difunde esta trilogía hace del proceso versal una búsqueda continua de sustratos reflexivos. Entrelaza magisterios dispares -Bukosski, Alejandra Pizarnik, Chantal Maillard, o Leopoldo María Panero- para dar cauce a un decir visceral, de clara proximidad al prosaísmo, a veces enigmático en su significado, pero siempre comprometido con la realidad, una realidad umbría y gris que necesita coordenadas imaginarias y amanecidas sin horarios, para que la razón no permita el bostezo.