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lunes, 2 de junio de 2025

MIGUEL ÁNGEL GÓMEZ. LAVADO DE CEREBRO

Lavado de cerebro
Miguel Ángel Gómez
BajAmar Editores
Gijón Asturias, 2023

 

POSIBILIDADES DEL YO

 

  Hablar de la escritura de Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980) es adentrarse en un territorio creativo plural, que aglutina itinerarios en diversas estrategias expresivas, desde la prosa ficcional al aforismo, desde la poesía y la autobiografía al comentario crítico. Son teselas singularizadas que conforman un recinto estético unitario, donde resulta evidente el compromiso con las posibilidades del lenguaje y su empeño en buscar el espacio abierto de la iluminación, desde una dicción subjetiva y personal, donde lo gregario queda fuera y la caligrafía biográfica se hace inaudible.
  El empeño poético de Miguel Ángel Gómez acumula hasta la fecha las entregas Monelle, los pájaros (2016), La polilla oblicua (2017), Lesbia, etc (2017), Las lentes de Bolaño (2020), o Lavado de cerebro (223), entrega publicada en la inagotable casa abierta de BajAmar ediciones, que impulsa el inagotable optimismo  del editor César García Santiago. Sin duda, un legado de fertilidad abrumadora, que muestra una clara vocación inconformista y el deseo de recorrer un camino expresivo a trasmano, ajeno a cualquier consigna de grupo generacional.
  En Lavado de cerebro la cita inicial elegida es de Georges Perec y crea de inmediato una perspectiva, un enfoque revelador sobre la mirada del poeta. La enumeración realista se diluye para que afloren, entre la geografía de lo figurativo, la invención y el onirismo. Son ventanas especulativas de una  claridad interior que permiten salir al pensamiento del sujeto y el fluir de la conciencia, como si fueran inquilinos  que ocuparan la pieza de al lado. Cada poema pide calma en la lectura; no hay una línea continua en el suelo argumental; las imágenes van y vienen, conforman un sedimento heterogéneo que aglutina exploraciones verbales, aparentemente inconexas: “Muévete por mi visión, / apóyate en mi luz roja, / utiliza mi suspiro catapultado, / presta atención a mi sombrero entusiasta, / porta mi pato abstraído”.
  El significado comunicativo crea sustratos magmáticos; dibuja un entorno cerrado, donde las ideas conforman vislumbres, pero nunca todos orgánicos. Los poemas se sostienen desde la perplejidad del azar, tantean, parecen divagaciones de un estado mental caótico, que recuerda con frecuencia la escritura de autores singulares como  Roberto Bolaño, Allen Ginsberg, Georges Perec, Ricardo Piglia, John Cheever, E. Hardwick, Bob Dylan, F. Kafka y Borges. Son magisterios con los que Miguel Ángel Gómez mantiene una indeclinable proximidad afectiva, una auroral sensación de cercanía.
   El quehacer mental recuerda un estado de ánimo caótico, pero la efusión sentimental actúa como anclaje existencial: “La ciudad es una vibración de sentimientos que se entrecruzan”. Abundan en el libro los poemas de hondura emocional, con metáforas definitorias de la identidad del otro: “tú eres mi roca”. En estas composiciones la claridad expresiva retorna y convoca a protagonistas más cercanos, deambulando entre las contingencias y recuerdos que se dispersan en las manos del tiempo para encadenar pasos perdidos en cualquier dirección.
   El poeta elige como molde poético el poema corto y el verso libre; pero salpica el formato con otros acentos estróficos como el haiku, aunque alejado de su filosofía tradicional y su condición estacional, como se percibe en estos ejemplos: “Como un caballo / que va a respingar / el tren parado”, “Miro las nubes; / encantadora casa / sin pintar, blanca.”
    Se alzan, además, en el marco de representación algunos escenarios del habitual laberinto urbano. Son entornos también con textura ilusoria, descritos como apuntes enunciativos de un relato. Así se percibe en poemas como “Alma en vigor”, donde se crea un clima que renueva el despertar sensorial de la amanecida. La realidad está ahí, esperando que el pensamiento ensanche el campo de experiencias, mientras el lenguaje deshilvana ovillos semánticos. En el ideario de Miguel Ángel Gómez se define una sensibilidad de búsqueda y espera: “Mi pesadilla es notar una vaga ansiedad  “, una inquietud en crecida que convierte el cerebro en cataclismo interior, en un misterio que amalgama sombras y hendiduras, una hondura inasible que tiene la apariencia frágil de un cristal.
 

JOSÉ LUIS MORANTE




domingo, 19 de enero de 2025

ELIZABETH ROSNER. GRAVEDAD

Gravedad
Elizabeth Rosner
Traducción de Laura Miñano Mañero
BajAmar Editores
Colección Mar de Babel, Edición Bilingüe
Gijón, Asturias, 2024

 

CRÓNICA DEL ABISMO

 
   El lector habitual de poesía coincidirá conmigo que, en los últimos años y hasta la fecha, el más completo acercamiento poético abierto a la conciencia de la barbarie nazi es In nomine Auschwitz, una propuesta literaria, alentada por el poeta, traductor y editor Carlos Morales del Coso (Tarancón, Cuenca, 1959), que ocupó los estantes de bibliotecas y librerías en 2022. Las vértebras de aquella compilación poética, que atraviesa con fuerza el sufrimiento y los estragos de millones de víctimas, alzan intacta la memoria del apocalipsis auspiciado por el III Reich, en la Alemania de Adolf Hitler, durante la II Guerra Mundial. Con enfoque mucho más subjetivo y concreto, pero con ejemplar conciencia moral, la novelista, ensayista y poeta estadounidense Elizabeth Rosner sondea su identidad y reconstruye la condición de hija de supervivientes del genocidio, máxima degradación del poder totalitario, en la compleja convivencia familiar.
   Gravedad, publicado por primera vez en inglés, en 2014, se abre con una atinada aproximación de la traductora Laura Miñano Manero a las circunstancias biográficas de la escritora, nacida en Nueva York a principios de los años sesenta, y al intenso rastreo de un intervalo temporal que es memoria del abismo, oscuridad repleta de orfandad y terror. No hay olvido. Es imposible vislumbrar un paisaje de quietud que dormite bajo el sol de mediodía. El padre de Elizabeth Rosner estuvo confinado en el inmenso campo de concentración de Buchenwald, en el noroeste de Weimar, y la madre, de origen polaco, huyó del gueto y sobrevivió en el sótano de unos campesinos que la ocultaron durante mucho tiempo. Ya liberados, se encontrarían en Suecia y allí comenzarían una existencia común que hizo del pasado silencio por la necesidad de superar la condición de fugitivos y una indeclinable sensación de culpa.
   La conciencia de ser es rehén de una herida abierta también en la segunda generación; los hijos sienten en carne propia el impacto de la ignominia, la cercanía de esos miles de rostros borrosos que se fueron diluyendo entre las tinieblas de los campos de concentración. El traumático ayer es un lastre que obliga a formularse de continuo la cortante reflexión del filósofo T. Adorno: “¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz?”. La pregunta cuestionaba de forma total la exploración estética como sondeo en el lenguaje y la existencia del género poético, tras el exterminio. La duda y su exigencia histórica anunciaban, con esa concisa densidad semántica, que, desde la subjetividad racional, solo es posible la máxima “Que Auschwitz no se repita”. Era la conclusión explícita con la que el pensador reflejaba la esencia de la moral en el sujeto libre y su solidaridad con las víctimas. Pero Adorno no supo medir el profundo impacto de la cicatriz, la magra ración de dolor esparciendo migas sobre el mantel manchado de lo cotidiano. Adentrarse en la herida abierta da continuidad a la voz de los ausentes. Se rompe la idea del ser individual hecho estancia cerrada, incapaz de concebir al otro en su latir autónomo.
   El propósito nuclear de Rosner se formula con convicción; la historia no termina allí, serpentea hasta hacerse visible en el presente: “Exponer / sacar a la luz, revelar / cada lugar roto, fisura, grieta”. Quien mira detrás descubre que los años de entonces se filtran y están ahí. Condicionan, siembran indicios, provocan itinerarios complejos y fragmentarios que el pensamiento de los descendientes recorre, anudado a la percepción del dolor existencial y, acaso, también a la búsqueda de equilibrio en la reconciliación.
   El ejercicio introspectivo de Gravedad ubica juntas dos estrategias expresivas, poesía y prosa. El poema se despoja de hermetismos para exponer con fluidez las reflexiones de una voz narrativa que profundiza en la memoria heredada. La discontinuidad del recuerdo obliga a reconstruir. Enlaza la secreta arquitectura de la imaginación con la verdad emocional de quien escribe. Pero el yo poético , aunque convulsionado, es solo un testigo indirecto cuya palabra difiere de la oquedad profunda de los padres, de los que sufrieron en cada instante la presencia de la muerte, y el azar de un destino, hecho de incertidumbres, donde encontraron una grieta de luz, la fuerza de seguir, superando la adversidad más absoluta.
   La publicación de Gravedad en los dos idiomas, inglés y castellano, permite convertir la lectura en íntimo acercamiento a la voz original y añadir los matices del español convertido en ejercicio de reanimación de los recuerdos y la posmemoria. La versión es de Laura Miñano Mañero, doctora en Lenguas, Literaturas y Culturas, en el departamento de Filología Inglesa y Alemana de la Universidad de Valencia. Allí centra sus investigaciones en la interacción entre campos idiomáticos sobre entornos complejos de la memoria histórica intergeneracional, en familiares directos y supervivientes.
   El volumen incorpora grabados y dibujos de la artista hispanoamericana Lola Fraknoi, artista peruana que también tiene una relación directa con el Holocausto como hija de supervivientes rumanos, por lo que sus trazos visuales añaden un nuevo enfoque a la interpretación del legado afectivo.   
   Gravedad es una crónica profunda y emotiva, una perspectiva ética, que trasmite el vulnerado persistir de la memoria. Recuerda, como vivencia propia, el tenebroso legado nazi y hace de la palabra una terapia, una posibilidad de esperanza balsámica. Una forma de resistencia ante la extrema deshumanización empeñada en convertir cada identidad en un cadáver viviente. Poesía y prosa que buscan el sentido transcendente del lenguaje para abordar la palabra como evocación. Escritura que alza muros firmes frente a la muerte, capaces de borrar la sensación de desvalimiento y fragilidad. Los textos reunidos despliegan una biografía ficcional; son antídoto y fuerza para seguir preservando las vivencias de todos los ausentes, la descarnada  envergadura de un pasado que sobrecoge y anula cualquier olvido.
 

 JOSÉ LUIS MORANTE




lunes, 2 de diciembre de 2024

MERCEDES MÁRQUEZ BERNAL. HUMANO INVENTO

Humano invento
Mercedes Márquez Bernal
BajAmar Editores
Gijón, Asturias, 2024

 

BORBOTONES

  
   Una vez más, la poesía deja una nueva voz en la mirada para ofrecer el sello de una vocación polifacética. Mercedes Márquez Bernal (Rota, Cádiz, 1959) teje en su activismo cultural una encrucijada de registros que aglutina arte visual y literatura. Poeta, articulista y escritora de relatos impulsó con Javier Gallego Dueñas el itinerario de la revista Voladas y ha participado en algunas antologías y proyectos interdisciplinares.
   Humano invento, con cita prologal de Pedro Salinas, marca el asentamiento de la escritora en el presente cultural. Desde el poema de apertura la voz poética dibuja un entorno intimista y afectivo, un espacio conceptual inspirado en la razón del poema, convertido en semillero de voz de la sensibilidad creadora: “Tengo palabras para romper / y deshacer corazones, / palabras para unir pensamientos, / susurros de deseo, / gritos de desamparo… /. La introspección busca en el viaje interior del lenguaje las cicatrices esenciales de la existencia, frente a la balanza del tiempo. La travesía vital es una senda dimensional de amplios efectos. La calma cotidiana abre grietas en donde se cobija el sabor del sufrimiento y los enigmas del logos, aquellos que perciben certezas de que la realidad y el ideal de los sueños habitan en distintas orillas, o que es imposible ignorar las sombras colectivas de nuestro tiempo, como la inacabable estela de pateras que llegan a las costas de Cádiz, empujadas por la mentiras y espejismos de mensajes vestidos de falsas esperanzas, que invitan a comenzar de nuevo.
  De las palabras, ese patrimonio de los humanos que propicia los mensajes de la lógica cotidiana, emanan flujos de pensamiento. Se comparten las convulsiones anímicas de un existir, zarandeado por sueños y miedos. Se muestran los repliegues de la memoria íntima o el pesado cansancio de pérdidas y decepciones. Son estratos de la experiencia del yo que acumula la sabiduría gastada de la edad. Formas de la condición de ser que se perciben a través de la voz emergente del sujeto poético. El lenguaje configura un discurso de amanecida y claridad: “Calor y claridad en la razón y en el sentir, / alegría en los sentimientos / sean alimento para el corazón, / alas para el alma. / Solo así se iluminará la mirada / y cambiará el rostro del mundo”.
   Para Mercedes Márquez Bernal el lenguaje contiene en sí una función terapéutica, capaz de difuminar sombras y decepciones; capaz también de poner voz a la materia viva o inerte. De las palabras emerge la voluntad de alejar el olvido y convertirse en memoria para reafirmar el heterogéneo legado del tiempo. Los asuntos interiores son señales de vida que pueblan un territorio desapacible, un espacio silente en el que brota el agua cristalina de los sentimientos. Quien escribe abre imaginación y lógica con el propósito de verbalizar el discurrir. Escucha las vibraciones de un mundo en pie, donde se conecta la subjetividad del yo con la dirección del viento, esa brisa fresca en la que susurra el vaivén cercano de los otros: “Con las palabras sellamos / la memoria / de un yo y del prójimo. / Entre las voces se dibuja / el sentir de uno / sintiendo al otro”.
   Esta continua meditación sobre el lenguaje de Humano invento reflexiona también sobre el propio ideario estético de la poeta. Las composiciones eligen el formato del poema breve, una concisión expresiva que no busca la originalidad argumental sino el calado de la desnudez. De un pensamiento poético que bascula entre el lenguaje y el tiempo fluye el agua clara del verso, emerge esa armoniosa melodía capaz de percibir la belleza en calma de un paisaje, o el sutil susurro de los sueños, capaz también de contener la esencia de quien escribe, ese eco repleto de memoria y olvido que exige la contemplación, el desvelo tenaz de quien pronuncia.

                                               JOSÉ LUIS MORANTE




jueves, 3 de octubre de 2024

MARÍA ROSA SERDIO. ESCARCHA AL SOL

Escarcha al sol
María Rosa Serdio
Prólogo de David Fueyo
Bajamar Editores
Gijón, Asturias, 2022

 

SENSACIONES

 

   En la marejada incontinente de las formas breves –aforismos, haikus, microrrelatos o epitafios- que define el ahora literario y su pluralidad formal, hace mucho tiempo que la estrofa japonesa perdió su carácter pintoresco y exótico, por su lejana procedencia, para integrarse en el taller de autor como una posibilidad estética más, como un texto lacónico dispuesto a convertirse en senda habitable y cercana para ideas y palabras. María Rosa Serdio (Langreo, Asturias, 1953) maestra en su desempeño laboral, investigadora del folklore escolar infantil y poeta, retorna al cultivo del trébol verbal japonés con Escarcha al sol, un balance de ciento un haikus, publicado de nuevo en Bajamar, el sello editorial que capitanea con envidiable entusiasmo Pascual Ortiz (O lo que es lo mismo, el editor César García Santiago).
   David Fueyo convierte el liminar introductorio en una propuesta didáctica y rigurosa, en la que analizan las claves más definitorias del quehacer creativo de María Rosa Serdio. El aware, o la emoción del poeta, lleva al conciso esquema formal la sensibilidad desplegada de la escritora, una delicada tarea, exacta y fragmentaria, unas gotas de poesía que dejan en la mirada un sustrato delicado y espiritual; dice David Fueyo: “Escarcha al sol es un poemario elegante y sublime (…);  María Rosa Serdio representa en sus versos el enlace entre naturaleza y libertad”.
   El título Escarcha al sol es un bellísimo aserto que define lo perecedero. La gelidez quieta de la escarcha, que abre la mañana de invierno, se desmorona de inmediato, en cuanto aparece la primera transparencia solar. También podría apuntar una lectura simbólica sobre la fugacidad de la belleza, o sobre el renacer de los ciclos estacionales que secuencian, ante la pausa reflexiva del yo poético, cambios y sensaciones del discurrir temporal en su aparente calma.
   Es sabido que el haiku tiene una capacidad argumental omnívora; por tanto la organización estructural del libro suele establecerse por la semántica de sus temas. En el comienzo, el conjunto de “Portal”, en su manera más clásica, convierte el haiku en una poesía de estaciones. Quien mira en torno percibe los matices del otoño, busca los efectos de un intervalo temporal crepuscular que huele a leña quemada, a espera y soledad: “El ojo sabe, / a la puerta del tiempo, / ver lo profundo”.
   Todos los haikus de esta sección muestran la perfecta sencillez del esquema clásico, prosiguen la senda de las voces mayores que sedimentaron la estrofa en la urna breve del cómputo silábico 5-7-5, sin ninguna variación o torpeza; también en su tejido argumental hallamos el tejido ajustado de la lírica estacional, aunque los últimos textos indaguen más en la presencia de un sujeto pensativo que camina despacio para percibir el asombro limpio de la naturaleza.
   El segundo apartado “Sala de espera” traslada el escenario accional. Ya no es el marco natural quien propone instantáneas al paseante sino un ámbito cerrado, un espacio limitado por la espera, cuando la luz se apaga, y la posibilidad que se contrapone al estar quieto de la naturaleza y su quietud abierta. Los sentidos parecen cerrarse para que el yo pensativo emprenda un viaje interior a la conciencia: “En esta espera / los hilos de la voz / están cortados”. Otros ejemplos: “Mientras espero / doy fe de que la vida / es si respiras”, “Sala de espera: / Un sonido susurra. / La vida calla”. El hablante verbal percibe el junco frágil de la vida, siente que la urdimbre de la materia se hace con hilos de finitud y ocaso y el latido cotidiano se estremece con la llegada del frío y la escarcha: “Afuera llueve, / adentro es tiempo gris. / Huele a canela.”
 El tono melancólico y crepuscular de “Sala de espera” retorna a la luz en “Sigue el aliento”. De nuevo la esperanza camina con pie firme, como si otra vez la naturaleza se vistiera de celebración y canto. La devanadera del tiempo restablece vínculos, el entorno natural otra vez muestra su madeja de asombros ante las ventanas; la alegría es una forma de embellecer lo mínimo: “Cosas sencillas: / un papel, una brizna, / respiración…”, “Ha amanecido. / Hay un rumor de vida. / ¡Atenta al día ¡”.
 En los haikus de Maria Rosa Serdio está el aroma de la buena poesía. Quien escribe conoce el magisterio solar de los maestros y presta atención al latido del tiempo, a ese fluir existencial hecho de contraluces y esperanzas, de escarcha derretida y mediodía. Palabra florecida que ve a lo lejos y conecta con las precisas sensaciones que definen un instante de luz.

JOSÉ LUIS MORANTE



miércoles, 19 de junio de 2024

YASMINA ÁLVAREZ MENÉNDEZ. CANCELACIÓN DEL RUIDO

Cancelación del ruido
Yasmina Álvarez Menéndez
prólogo de teresa Soto
BajAmar Editores
Gijón, Asturias, 2024

 

 A SOLAS

 
   Retorno a la escritura poética de Yasmina Álvarez Menéndez (Tineo, Asturias, 1978), profesora universitaria de Didáctica de la Lengua y la Literatura, ocasional locutora de publicidad y actriz de la Compañía de teatro Pausa, con el convencimiento de que el intimismo reflexivo que abriera en su amanecida, Los versos que nunca os dije (2018), constituye un continuo afán de enlazar puentes entre el yo biográfico y el hablante poético. Temporal y perecedera, la existencia sirve de manantial a la claridad deslumbradora del poema. El estar en lo cotidiano se convierte en sedimento de reflexión y conocimiento. La voz hace girar al pensamiento para capturar emociones y recuerdos con la eficacia confidencial de un lenguaje figurativo y realista, capaz de alumbrar las zonas de penumbra de lo afectivo. La escritura deja destellos de un ideario asentado en la línea clara y en el magisterio de poetas como Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Nacho González o Aurelio González Ovies. Los versos palpan impacientes lo cercano, escuchan el fluir de la conciencia y definen una sensibilidad que explora con frecuencia las tramas laberínticas del yo pensante, pero que también hace sitio a la otredad de un mundo inacabado, que hace de la incertidumbre el discurso, el ruido epidérmico que se adhiere sin pausa a la cronología de la memoria.
   La nota introductoria de Teresa Soto recuerda la cita germinal de Chantal Maillard y los dos itinerarios indagatorios que abren cancelación del ruido. Las cicatrices y erosiones del deambular vital convierten la cronología del ahora en un punto de cruce de cenizas y vacío. El manso transitar de la escritura es la única manera de curar de quien siente alrededor un extenso espacio de melancolía. La realidad es desapacible y está llena de cosas oscuras y sin sentido. Solo la palabra poética confía en su capacidad de recuperación de lo perdido. Más allá del silencio sobrevuela una sensación de desvalimiento ante la falta de respuestas. Seguir caminando implica tantear nuevas rutas entre los pliegues por un entorno carencial, con frecuencia marcado por la ausencia y por el ruido de fondo de lo contingente.
   La poeta organiza Cancelación del ruido en dos tramos escriturales de longitud asimétrica. En el primero, “Morfología de la nieve” se remansa una voz crepuscular, que asocia el itinerario vital con la finitud: “Yo lo noto: cómo me voy volviendo / cada vez más triste, / más ajena, / más callada.”. El transitar convierte la presencia de la muerte en una presencia sedentaria y próxima que ennegrece la tarde y desnuda el otoño. El sujeto muestra en su soledad como se van quedando en la mirada trazos de fatiga y ausencia. Quien observa, reflexiona y recorre una íntima historia personal; sabe que los versos nacen al calor del silencio, son terapia y necesidad de vuelo, una manera de subsistir. Son también la huella firme de los que no están, de aquellos que abrieron los ojos y las manos para compartir la emoción del abrazo o sembraron la tierra fértil de los sentimientos, aunque un día se agostara hecha soledad y silencio, incapaz de afrontar la última mudanza.
   Empujado por su brevedad, el apartado de cierre “Diciembre o el aullido” incorpora una cita del poeta y pensador Miguel de Unamuno: “¿No  volveré a encontrarte, manso amigo?”, en la que se hace fuerte el tono elegíaco. El poema de apertura alza un escenario con la valiosa precisión de los sentidos: “Aún no ha amanecido. / La luz de la farola / amarillea los árboles. / Les adelanta el otoño. “.En él se remarca la soledad del yo poético que cubre su orfandad con el lomo cercano del animal doméstico, capaz de soportar cualquier tristeza. La memoria une evocación y ausencia, pero también por la estrecha angostura del tiempo se percibe el futuro, un itinerario que invita a sumar más preguntas que nadie puede responder ahora: “Quién heredará todo lo mío, / que es tan poco? / Qué estantes albergarán / cuando yo falte / mis libros más queridos, / aquellos que resistieron, / sin discusión posible, / a mercadillos y mudanzas…”
   Cancelación del ruido desanda la quietud de las horas para mostrar con voz confidencial un sujeto lírico cercano y sostenido por la gravidez de la palabra. Frente a lo que desvanece, la mirada serena del poema ha creado un lenguaje propio, una dicción que habla de lo invisible y de espacios de luz que alumbra la memoria. Más allá del vivir, desde la profunda incertidumbre de un tiempo escurrido, está el alba lejano de la esperanza, ese rumor que a tientas va llenando el insomnio con la claridad de un nuevo día.
 

JOSÉ LUIS MORANTE



miércoles, 8 de junio de 2022

ROSARIO TRONCOSO. TAPAR LOS ESPEJOS

Tapar los espejos
Rosario Troncoso
Prólogo de Eduardo Cruz Acillona
Bajamar Editores
Gijón, Asturias, 2021

FUNDIDO EN NEGRO
 
 
   Duerme en mi biblioteca toda la poesía escrita hasta la fecha por Rosario Troncoso (Cádiz, 1978), profesora de Lengua y Literatura en un instituto público gaditano, poeta de intensa producción con una decena de entregas, columnista semanal de prensa e impulsora de la colección de poesía Wasabi. Durante muchos años he sido lector frecuente de una escritura profunda y vital, que crece al amparo de un humanismo sacudido por el zarandeo existencial. Como escribiera Jaime Gil de Biedma uno descubre que la vida iba en serio siempre después del naufragio, cuando flotan cerca unas cuantas decepciones mojadas y otros tantos fardos de ilusiones que hallaron pronto su fecha de caducidad.
 El cauce lírico de la escritora renueva su tejido verbal con la entrega Tapar los espejos en el catálogo asturiano que emprende vuelo impulsado por el incansable impulso de César García Santiago. Su contenida riqueza emocional comienza con el prólogo “Contra los espejos” de Eduardo Cruz Acillona, un texto que opta por el soliloquio poético frente al incisivo apunte crítico. En sus párrafos conviven las sensaciones que depara la certeza de asistir a un viaje interior marcado por los recuerdos; quien habla sobrelleva la soledad manteniendo intacto el ansia de querer y la plenitud sensorial de los sentimientos: “El amor no reside en los espejos, ni son estos quienes tienen las respuestas a las preguntas que nos nacen de dentro “.
   Queda claro que en el quehacer poético de Rosario Troncoso la palabra es continua introspección, conocimiento y búsqueda del sentido vital. El esquema versal del haiku da cuerpo a una meditación sobre el amor y la soledad como impulsos vitales esenciales del discurrir diario: “Ámame ahora. / En este andén oscuro / termina el mundo.”; “En poco tiempo / se nos abrieron grietas. / Dolor de fondo”. El quehacer de los relojes afronta el discurrir con la aspereza de las erosiones; el deseo y aquella fuerza pasional que enlazaba los cuerpos se han desvanecido, como una hoguera que consume los últimos indicios para ser depurativa ceniza; certeza de desvalimiento y fragilidad: “Y ya eres bruma. / Me desanclé tu ausencia / del pensamiento.”
   El apartado “Tapar los espejos” explora otras estrategias expresivas como el poema en prosa, con una dicción de textura simbólica, hecha de imágenes sensoriales. La soledad entraña un viaje circular por las mismas obsesiones. El estar se hace resurgimiento de la evocación y ejercita una implacable resistencia frente al olvido. Las ásperas grietas de lo diario sugieren un fundido en negro, una toma de conciencia de una persistente deriva que yuxtapone sombras en el camino. Este itinerario de carencias y espera nunca pierde el soplo fresco de la esperanza: “A lo mejor, si lo pido con vehemencia, esa mujer a la que amo, a la que me niego a escuchar, y que arrojé al fondo de mi infierno, regresa y me abraza. La mujer que sangra por mí, que desaparece adrede, y que soy yo.”
  El poema  “De la poesía” reivindica el contenido plenamente existencial de la escritura, su carga terapéutica para mostrar, con voz confidencial, las grietas ensimismadas del yo; no se trata de hilvanar meros ejercicios lingüísticos, sino de dar voz a una crónica del naufragio. Quien protagoniza el escueto desarrollo argumental comparte estados anímicos, muestra sus heridas abiertas, deja una estela de instantáneas vivenciales, donde van aflorando cicatrices y sombras. Los poemas retratan también un tiempo de aislamiento y soledad marcado por la pandemia, en el que se borraron abrazos y sonrisas para convertirnos en solitarios habitantes de la inquietud. Ese aislamiento desemboca en un existir sin nadie, salvo el propio yo que fija su desconcierto en los espejos: Es la sensación que deja el laconismo de “Autoayuda” que subraya la aceptación de la propia fragilidad y la terca disolución de la identidad: “Y los demás no tienen por qué entenderte. / Ama. Perdona. Siente. Vive. / Nadie hablará de ti cuando no existas”
  El poemario Tapar los espejos cierra los ojos ante una realidad desapacible para impulsar una mirada interior, un viaje de vuelta al yo poético, varado en una extrema soledad, donde se hace costumbre sentir la orfandad manifiesta de la nada. Hay que ahuyentar sombras y frío, buscar el curso subterráneo de un verano con sol, que haga posible el vuelo y la presencia en el azul con luz del mediodía. Me gusta la poesía de Rosario Troncoso, sacude el tímpano con un pentagrama de tristeza, estremece.

JOSÉ LUIS MORANTE



 

martes, 15 de febrero de 2022

MARINA CASADO. LOS OJOS FRÍOS DEL VALS

Los ojos fríos del vals
Marina Casado
Prólogo de Andrés París
BajAmar Editores
Gijón, Asturias, 2022

 

OLAS Y ADELFAS
 

 
   En el fecundo activismo de Marina Casado (Madrid, 1989), profesora de Lengua Castellana y Literatura en un instituto público, Licenciada en Periodismo y Doctora en Literatura Española, siempre es posible lo inesperado, ese esfuerzo por habitar la calle del aire del lenguaje con pasos que caminan a solas, lejos de modas y etiquetas críticas transitorias. La escritora combina en su taller páginas en prosa de recuperaciones literarias y viajes en el tiempo, en el prestigioso diario El País o en la revista 142; trabajos de investigación, con ensayos en torno a los referentes literarias del pop-rock y a la intimidad creadora de Rafael Alberti; ficción narrativa, cristalizada en relatos y en la novela Los doce reinos del tiempo, y una obra poética cuyo conjunto engloba Los despertares, Mi nombre de agua, De las horas sin sol, y Este mar al final de los espejos.
   Como sucediera en De las horas sin sol, el liminar lo firma el poeta Andrés París, uno de los lectores que mejor conocen el trayecto creador de la poeta. El título ”Orgullo modernista” focaliza un ideario canónico que, por inclinación natural, remite a Rubén Darío. No viene mal recordar que el cuerpo troncal del modernismo, gestado a finales del siglo XIX, impulsa una vigorosa renovación literaria. Nace en su seno una conciencia del arte vinculada a la exaltación de la creatividad y la belleza, al refinamiento de la forma artística y al cultivo de la percepción singular y subjetiva, capaz de traducir desde el ensueño y la fantasía la esencia de la naturaleza y el íntimo paisaje del sujeto interior. El análisis de Andrés París recuerda los orígenes del movimiento y la crecida conservadora ubicada al otro lado de la trinchera. Desde esta situación histórica, que ya es página de manual, entronca con la apuesta de Marina Casado concebida como un gesto de hondura filosófica; augura una estela de continuidad, un neomodernismo capaz de integrar refugios oníricos para la evocación introspectiva y el destello esperanzado de quien contempla la aurora con ojos de cisne; es decir, sin prejuicios de fundamentos filosóficos, dejándose arrastrar por el simple discurrir de la belleza.
  La sensación de habitar el margen justifica la hermosa concisión lacónica de André Gide: “Aquello que te critiquen, cultívalo, porque eso eres tú”, y dicta también los enunciados de “Una confesión previa”, empeñados en resucitar al cisne, devolverlo a la vida para olvidar el ensimismamiento y la orfandad de la noche. De este modo, Marina Casado abre la voz a un sujeto verbal que hace recuento del discurrir de la memoria y que somete al cauce expresivo de las composiciones a una persistente acumulación metafórica, como constatan los versos de “Deus ex machina”: “la libertad nace en los ojos de las adelfas. / El mar, en cambio, es una lenta sucesión / de ataúdes vacíos”. El presente contamina el legado inmarchitable de los sueños y es preciso habitar un corazón de niña, impulsar la arquitectura de mundos imposibles, capaces de burlar un tiempo, prisionero del tedio.
   Los intereses del poema se multiplican, no hilvanan una línea recta sino que entrelazan diversidad: los recuerdos del sur, la prístina claridad de los cuentos, el territorio umbrío de la historia, tan presente en el poema “1936” o el cúmulo de sensaciones de esa vigilia en “Museo del Prado”.
  En el conjunto central “Estampas para Odile” la poeta recurre a los personajes de “El lago de los cisnes” para abordar la dualidad entre el bien y el mal, el cisne negro Odile, frente a la inocencia de Odette; ese conflicto entre luz y sombra trastoca lo real y convulsiona la marcha inerte del lenguaje. La poeta busca la verdad del personaje, tantea los relieves de su identidad y trasciende la máscara de Odile para asumir las dermis aparienciales que cubren nuestras contradicciones; al cabo “Odile viaje por debajo de todas las pupilas”. Otros poemas testifican la soledad diaria, la fuerza del cine, en la imaginación de Billy Wilder o el espacio compartido con los gatos, esas presencias cálidas hechas de ternura y silencio.
   En el apartado final “Historia de la noche” sobresale la textura escénica; la escritura introduce un subtítulo orientador “Poema representable en cuatro actos” que estructura los movimientos enunciativos en el marco de representación temporal. Como un proceso marcado por el tiempo, se vislumbra la existencia como un viaje onírico, un movimiento de piezas en el mundo de la laguna que permite al sujeto recuperar protagonistas y materiales del sueño. La muerte del cisne, el ocaso de la noche y el canto de las aves son elementos simbólicos que trastocan el sentido del tiempo y dejan en escena otros personajes como el dragón, también anclado en ese escenario atemporal de lo ficticio que, poco a poco, se va diluyendo, como si aquel entorno borrara sus formas para siempre, encerrado en un mundo secreto, sin regreso. 
   Los ojos fríos del vals supone un entreacto en el espacio lírico de Marina Casado por su rescate de una estética a trasmano. Las composiciones alientan una dicción que engarza con los espejismos de la imaginación, como si la realidad estuviese sumida en una larga noche, donde todavía es posible habitar el otro lado del espejo. Mirar el día con el hilo de luz de la inocencia.
 
JOSÉ LUIS MORANTE



viernes, 9 de julio de 2021

ÍTACA (revista de Poesía)

Ítaca
Poesía para ti
Nº 4, verano 2021
Dirección: Isabel Marina
Edita: BajAmar editores
Asturias, 2021

 

EN EL CAMINO

 

   Fundada y dirigida por la poeta y periodista Isabel Marina, Ítaca es una revista cuatrimestral, enfocada a la poesía. Sus expectativas configuran una entrelazado de secciones, “un mapa de caminos” que guarda sitio al ensayo breve, la creación y la crítica.
   Este cuarto número se abre paso con un editorial de Isabel Marina en torno a la poesía como estrategia terapéutica de la identidad, como habitable paraíso sin efectos secundarios, una idea nacida de la colaboración del psicólogo Andrés Calvo Kalch, quien aporta una sosegada reflexión sobre las afinidades entre psicoterapia y poesía  como vías de conocimiento de la naturaleza última y singular del sujeto.
   La profesora universitaria, poeta y ensayista Beatriz Villacañas recrea una excelente panorámica sobre el legado poético irlandés, cuyos nombres esenciales han ejercido un perdurable magisterio en el tiempo, traduciendo algunos poemas de Thomas Moore, James Clarence Mangan, William Butler Yeats y Michael Smith.
   El número recoge, con el recuerdo como vértice sustentador, la evocación de Marián Suárez, Joan Margarit y Ana de Valle, cuya labor poética sigue siendo presente a partir de dos cualidades básicas: el sustrato lírico de su obra y la trayectoria biográfica de fuerte compromiso cultural. Firman este regreso al ahora poético José Luis García Martín, José Luis Morante y Javier Muñiz.  
   Entre los nombres propios del presente, en este número se integran composiciones de Juan Manuel Benítez Ariza, Brigitte Bermann-Navaei, Ana Lamela, Hasier Larretxea, Martín López-Vega y Luis Ramos, entre otros.
   Se incluye como coda final una selección de reseñas, con las miradas críticas de Yasmina Álvarez Menéndez, Carmen Cabeza, Jesús Cárdenas, Javier Gallego e Isabel Marina.
   Como un compendio múltiple y luminoso, ve la luz este cuarto número de Itaca para recordar que la poesía es lugar de encuentro y rincón de asombro, geografías habitables que muestran siempre el epitelio de su transparencia.
 

domingo, 4 de julio de 2021

FRANCISCO JAVIER GALLEGO DUEÑAS. SOMOS GRIETA

Somos grieta
Francisco Javier Gallego Dueñas
Prólogo: Hilario Barrero
BajAmar Editores
Gijón, Asturias, 2021


 SENTIR LA GRIETA

 
 
   Fue en 2017 cuando llegó a mis manos Las Gramáticas del tiempo, primera estación poética de Francisco Javier Gallego Dueñas (Rota, Cádiz, 1968). Desde entonces el poeta ha tenido una activa presencia literaria en su blog de crítica y lecturas, en la dirección y coordinación de la revista Voladas y en la publicación de ensayos breves y poemas en distintas publicaciones digitales y en papel. Con prólogo del profesor universitario, poeta, editor y autor de dietarios Hilario Barrero amanece su segunda entrega Somos grieta, cuyo título alumbra una pesimista reflexión existencial que tampoco pasa inadvertida al autor del prólogo: “Somos grieta- el título nos lo advierte-es un perro rabioso que muerde las entrañas, un bosque con farolas o árboles, da lo mismo, un discurso envuelto en una filosofía fatalista, poemas negros, esquelas de la melancolía”. Como en el acervo lírico más clásico, la poesía intimista es búsqueda incesante del sentido existencial, que dé cuerpo e impulso al discurrir. Que mantenga el carácter catártico y depurativo de la razón poética porque como escribe Hilario Barrero “un poema no es tan solo un mundo donde la razón es el centro, un poema es un mundo y está hecho de palabras, un lenguaje donde la imaginación y las pasiones son parte de ese mundo. Un mundo sin grietas”.
   Por tanto, la poesía de Somos grieta propone un viaje confidencial, cuyo afán introspectivo no pasa por alto la ecuación de la propia identidad: “Ante el continuo  del paisaje / y de la masa, / entre la muralla del pasado / y el horizonte del futuro / somos la grieta”. Esa aceptación de las sombras que nos habitan permite un desdoblamiento inquisitorial que se empeña en anular cualquier más cara que vele los rasgos más profundos del sujeto. El itinerario a completar es una suma de pasos efímeros, es confirmar que la evocación del pasado, tan dispuesta siempre a la idealización de la infancia como un paraíso perdido, “es sentir un vacío que nunca estuvo lleno”. El trayecto también es lucidez y conocimiento, adivinar que el vuelo de Ícaro es, al mismo tiempo, ascensión y caída y que resulta conveniente cuidar los propios demonios, porque el discurrir es efímero y crepuscular y ellos son la estela que permite recomponer el quehacer en el tiempo.
  Francisco Javier Gallego Dueñas titula la sección central del poemario “El óxido nunca duerme”. En ella explora un verso narrativo, que da al texto la apariencia de una secuencia biográfica reconstruida. Como si el yo verbal dejara sitio a un narrador omnisciente, van aflorando las menudencias que componen una existencia marchita, la desnuda silueta de un solitario que  suele desembocar en la plaza estrecha del desencanto: “Nos acostumbramos a ir vagando entre sombras, / a no titubear cuando nuestros ojos dudan, / a caminar entre fantasmas”. Es necesaria una higiene sentimental que ponga al sol derrotas y decepciones y que abra y limpie cajones con los restos mohosos de la angustia y la melancolía.
   El poemario se cierra con “Criaturitas”, que trastoca el presente desde la ironía. La realidad camina por direcciones contradictorias. En tiempo de pragmatismo y deshumanización, hay que desenmascarar al soñador que practica una épica en zapatillas y guarda los sueños corrompidos. El largo poema “Acabad con el sujeto” tiene la dureza de la condena y el ajusticiamiento. En idéntico registro están otras composiciones como “El hogar del cobarde” y “Sala de espera”, que dejan una estela hiriente de nihilismo aterido y desolación. El sentido crítico nunca justifica la debilidad de la conciencia, pasa facturas, construye trayectos que anulan rincones a la esperanza. Al cabo, como escribiera Jaime Gil de Biedma “envejecer, morir, es el único argumento de la obra”.
 El marco poético de Somos grieta aparece contaminado por un pesimismo atroz, como si la realidad fuese un artesonado de ficción, proclive a desmantelarse en cualquier momento. Como Alejandra Pizarnik, Elizabeth Bishop o Sylvia Plath, Francisco Javier Gallego Dueñas muestra la herida abierta, el pus, la cristalización del pesimismo: “Si viniste a comerte el mundo / es justo que acabes derrotado. / No somos  quizás más / que gusanos maniatados por la conciencia de la muerte”. Pero, aún así, nos queda la palabra y, en su abrazo más frágil, el empeño de salir al día.

JOSÉ LUIS MORANTE

 
 
   


sábado, 12 de junio de 2021

YASMINA ÁLVAREZ MENÉNDEZ. VIVIR EN TUS ORILLAS

Vivir en tus orillas
(versos desde Null Island)
Yasmina Álvarez Menéndez
BajAmar Editores
Gijón, 2021


 

EL YO, CONTIGO

 
  
   La labor poética de Yasmina Álvarez Menéndez (Tineo, Asturias, 1978), profesora de Didactica de la Lengua y la Literatura en la Facultad Padre Ossó, locutora de publicidad y actriz de la Compañía de teatro Pausa, protagoniza una luminosa amanecida que comienza en 2018, cuando entrega en BajAmar su carta de presentación Los versos que nunca os dije. El libro, estructurado como una obra teatral con entreacto, acogía una voz replegada en sí misma que compartía un discurso intimista, con el espejo literario de nombres como Ángel González y Aurelio González Ovies. El protagonista verbal hace de la nostalgia una tentativa de recuperación de lo perdido; sobre los poemas sobrevuela una sensación de desvalimiento, de tanteo entre los pliegues por un entorno carencial, con frecuencia marcado por la ausencia.
   La poeta da cauce en su nueva entrega Versos en tus orillas al itinerario vital remansando en el sentimiento amoroso. Sobre ese motivo argumental escribe Isabel Ruiz Lara una breve anotación, cuajada de citas y razones celebratorias: el cuerpo es orilla abierta, frescura natural para la sed del otro. Desde ese umbral, con citas de dos poetas esenciales, Joan Margarit y Eloy Sánchez Rosillo, la autora organiza los nuevos versos en tres tramos, “Orilla Norte”, “AMARas y “Orilla Sur” en los que se aloja un sujeto que observa, reflexiona y recorre una historia marcada por lo cotidiano y sus filtros.
   El tono elegíaco palpa a diario los límites del tiempo y las coordenadas situacionales del trayecto personal. El poema inicial “A media vida” aporta al retrato autobiográfico la valiosa precisión de la madurez. Ese eje de simetría cronológico se inclina al abandono de futilidades y remarca el despojamiento con emotiva caligrafía: “Nada más que amor será mi herencia”. Esta certeza se hace brújula para el avance de incisioness en torno a la memoria, la textura azarosa del presente o el deshielo de certezas y esperanzas. Desandar las horas es una suma de repliegues, una forma de alimentar el vacío en un extraño viaje hacia la incertidumbre.
   Como subrayando la ambigüedad semántica de la palabra,  en el tramo central AMARras se ratifica el esfuerzo regenerativo del amor y, al mismo tiempo, su condición de atadura de la voluntad. Todos los poemas recurren al formato estrófico del haiku para construir una excelente arquitectura en torno al deseo y la celebración del cuerpo: “Bajo mi vientre, / donde todo comienza: / besos, espuma." La fuerza de la imagen suena con voz natural, sencilla, estremecida: “Siento la sed. / Atravieso un desierto: / en ti la fuente”.
  En “Orilla sur” el cuerpo se convierte en exploración indagatoria. Transitar la geografía corporal es descubrir un mundo que multiplica latitudes al deseo. Todo se hace dominio sensorial impregnado por el erotismo, como leemos en el cálido poema “La gota que te colma” o en “Longitud y latitud”, cuyo umbral recuerda un conocido verso de Luis García Montero. También la poesía de Juan Ignacio González contagia su brizna de luz en el poema “Cartografía de un mapa para perderse”. La eficacia estética del apartado procede de una dicción sugerente, que se acerca al nosotros con la cadencia de intimismo explícito o mitigado, de la palabra enamorada. Leemos en el comienzo de la composición  Avant”: “Ven. / Dame la mano. / Déjame traerte hasta mi vida. / Toma la llave. / Entra sin llamar y sin miedo. / No eres turista. / Soy tu casa: habítame.” Como un inventario de lugares propicios al abrazo, los poemas de “Orilla Sur” delimitan esa exigua distancia que separa los cuerpos que se aman. Solo es posible, sin más explicación, tensar el hilo de lo vivido, mantener el destello de luz de quien desea, ser el sedentario habitante de Null Island, ese lugar sin geografía hecho memoria y sueño, hecho voz también bajo las nubes densas de dudas y silencios.
   Yasmina Álvarez Menéndez incorpora su voz a la tradición amorosa; conforma en Vivir en tus orillas una llanada que hace de emociones y sentimientos las tierras altas del poema. Sigue profundizando en líneas de fuerza de una escritura que nunca oculta su sentido y su horizonte afectivo. Su poesía es un íntimo coloquio con las claves del yo. Moldea formas de perseverar en lo diario con una intacta sed de vida, con palabras que interpretan el silencio y buscan en Null Island costa abierta. 
 
JOSÉ LUIS MORANTE


   
 
 
  
 

martes, 1 de junio de 2021

FRANCISCO JOSÉ MARTÍNEZ MORÁN. LOS CUADERNOS DEL FRÍO

Los cuadernos del frío
Francisco José Martínez Morán
Bajamar Editores
Gijón, Asturias, 2021

 

LA LUZ AL PASO


   Aunque el trayecto literario de Francisco José Martínez Morán (Madrid, 1981), Doctor en Literatura Comparada, Licenciado en Filología, investigador literario, gestor cultural y docente en ejercicio, ha alcanzado un extenso desarrollo desde aquel primer paso, en 2006, Variadas posiciones del amante, reconocido con el Premio Nacional de poesía Félix Grande, no fue hasta la preparación de la antología Re-Generación (Valparaíso, 2016) cuando tuve la oportunidad de explorar sus itinerarios creativos e incluso de presentar dos años después su anterior poemario, Tacha, en la programación cultural de Rivas. No me cuesta nada revivir las gratas sensaciones lectoras que me dejó aquel libro ni las conversaciones del escritor en torno a la escritura de su primera novela Amistades comunes (Baile del Sol, 2018).
   Ahora entrega un nuevo eslabón Los cuadernos del frío en la hermosa colección de BajAmar editores, impulsada por el rigor editorial y el incansable activismo lírico de Pascual Ortiz. En nota de contracubierta Federico Ocaña define el tejido textual del poemario con palabras precisas que invitan al lector: ”Los versos que Francisco José Martínez Morán nos ofrece en estas páginas (…) se leen como el código preciso de esta intemperie del idioma. ¿En qué otro lugar, en qué otro giro o danza del lenguaje, sino en esta concisa, casi inexistente memoria fuera de toda disputa que se arriesga a errar, que no es ni de unos ni de otros, en qué otro lugar que no fuera esta memoria de la lengua se podría escribir el frío”.
   El tramo de arranque “Raíces y atestados”, título cuya semántica es un tanto oscura, impone a la expresión verbal una senda de despojamiento y extrema desnudez. De este modo, el poema de entrada es monoversal y muestra la solemnidad lacónica del aforismo: “Tan solo cuando duele es luz la luz”; ese afán de mantener el tono del poema con mínimos elementos es continuo; la voz es lenta, premiosa, deshace nudos y significados, se diría que soporta una amanecida creada por la contingencia del dolor, única brújula en la que las cosas adquieren sentido. El despertar supone aceptar la pérdida y el error de no elegir el verdadero camino: “Te obcecas en el cuerpo que dejaste / atrás; en los espejos ves la ruina / de una estación sin nombre ni raíles. / terco frío de enero: la mañana / viste espinas, abrojo de relente”. Existir es sumar las grietas abiertas de la erosión, ser solidario con el desconsuelo y esperar en la oquedad dormida de la piedra porque “Usemos las metáforas que usemos / el muro sigue siendo solo un muro. / Nos sangran los nudillos / se nos rasga la piel al golpearnos” 
   El tono nocturnal de los poemas del segundo apartado encuentra un apoyo cultural en la Misa de Réquiem en re menor, K 626, de W. A. Mozart. Los textos moldean el marco final de la despedida, ordenado con algunas partes del réquiem: Introitus, Kirie y las secciones Dies Irae y Tuba Mirum. Llega el descanso, la asunción de ser luz y solo luz liberada de sombras que busca consuelo para no ser olvido y desengaño, víctima frágil de una voluntad omnipotente que barre la existencia.
   Solo dos poemas contiene el apartado “Concreto”, como si fuera un mínimo intervalo para recuperar la sensación de proximidad del entorno, la invitación al viaje y al poema que es también la presencia gozosa de dos cuerpos que comparten a solas el tiempo del hastío, la plenitud callada de lo frágil. También los apartados “Un frío de otro tiempo” y “Hablar de poesía” optan por la brevedad, más testimonial y objetiva en el primero, predispuesta a mirar lo cotidiano, o a moldear el poema con el tono solemne de un comentario de texto. Mientras, “Hablar de poesía” es casi una tesela reflexiva más que una incisión metaliteraria breve e íntima.   
   Cobra fuerza enunciativa el apartado “El cuaderno negro” otra vez como presencia firme del desconcierto y el dolor. Caminar es oír la orfandad del propio paso, acumular sensaciones de soledad y cansancio: “pero tu especie es solo diluirse / en un lento y apenas percibido / goteo de cristal y periferia. / Igual que en el cemento, la memoria: / una añoranza solo, destinada, a ser la grieta y todos sus derrumbes”. 
  Francisco José Martínez Morán vislumbra en sus poemas la ficción de la vida alcontraluz. Sabe que caminar es extravío en el tiempo y que todo lo que pasa es abrir puertas al hueco inacabable del vacío, “de lo perecedero y lo banal”; pero también así percibe cerca el peso firme del alba en el comienzo, esa canción de ausencia cierta que borra la penumbra y muda el frío en caricia impagable. Las palabras sonríen, son encuentro; por fin llega la luz.

José Luis Morante



 

domingo, 18 de octubre de 2020

JUAN IGNACIO GONZÁLEZ. EN TIERRAS COMO ESTAS.

En tierras como estas
(Poesía reunida, 1985-2020)
Juan Ignacio González
Prólogo: José Carlos Díaz 
Epílogo: José Luis Morante

  

TESELAS DEL CAMINO

 
   En la genealogía del poema se mantiene como verdad normalizada que nunca es solo una estrategia expresiva, abierta a modulaciones y matices, sino una forma de realización personal y de asumir, hasta las últimas consecuencias, el propio destino. Desde ese ámbito de compromiso con la condición de ser amanece, desde el impulso de BajAmar Editores, la producción total de Juan Ignacio González (Mieres, 1960), profesor universitario, integrante y fundador del grupo Cálamo y editor de varias colecciones poéticas. En tierras como estas reúne un intervalo creador de treinta y cinco años, desglosado en once entregas. Permite, por tanto recrear el trayecto completo de una voz que mantiene en el tiempo un fértil ritmo de trabajo y una lealtad de fondo al ideario realista. Los sucesivos andenes alumbran influencias y magisterios y así lo manifiesta, con cercana lucidez, la apertura de José Carlos Díez, que indaga en el recorrido desde su amanecida y en los elementos biográficos que han impulsado algunas entregas. Con enfoque similar, el epílogo insiste en la unidad orgánica del trabajo, la paulatina evolución y la importancia que tienen en la arquitectura literaria los significados y experiencias de la intersección entre sujeto y tejido social; ambos se definen desde un tiempo histórico concreto que moldea arquetipos sentimentales, ideológicos y éticos.
     El amanecer literario usa como umbral  Cuaderno de aves para un príncipe (2004-2011). El escueto principio de un solo poema emplea el monólogo dramático para dar luz a una identidad desgajada. El procedimiento, como se recordará, fue muy utilizado en el despegue culturalista de los años setenta, cuando alcanza su máxima expresión la caligrafía veneciana. El recurso está presente también en composiciones de El libro de las horas, lo que propicia en la expresión directa un sesgo enunciativo, donde adquieren rango la objetivación testimonial y el sustrato anecdótico. Léase, por ejemplo, el emotivo poema “Sobre la tolerancia, 1966”, marco evocador sobre el yo autobiográfico.
   El tema amoroso se aúpa en Otros labios, acaso, donde los acordes pensados del deseo evidencian el bálsamo de luz de la belleza y el intenso erotismo de los juegos carnales. Pero el nudo argumental sugiere otras perspectivas como el inciso reflexivo del solitario o la personificación y rescate de voces del canon como J. Milton, Rimbaud, Leopardi o G. Lorca que expanden otra sensibilidad vivencial del legado emocional del sujeto. Distinto es el contexto creado en El cuaderno de la ceniza donde la idea de temporalidad y acabamiento, evocada en la voz introspectiva de Seferis, de Andrade y Valente, percibe en el fluir cúmulos de pérdida y ceniza. La culminación del estar es el despojamiento de cualquier plenitud que tantea un tiempo de memoria y olvido. Esa percepción de finitud y melancolía sobrevuela también en Cuando enero fue pasto de las llamas; en su desarrollo toma forma una rebeldía amansada por el terco latido de los días, que aleja del protagonista lírico el vuelo de los sueños. Alrededor crece la ausencia, el denso respirar de sombras y certezas que acabarán tendidas en el barro de la decepción. El tejido sentimental y las palabras salvan, sostienen con cimientos humildes un canto renacido de esperanza.
   En el puzle de J. I. González Los nombres de la herida es tesela central. Rescribe un largo paseo interior en el que afloran las cicatrices marcadas en la piel del tránsito; la veta argumental trasciende la realidad concreta del sujeto para asomarse a las grietas de un ahora convulso que atestigua en su rostro plural las marcas del camino. En esta entrega ocupa sitio el poema homónimo “En tierras como estas” que contiene las coordenadas definitorias del existir: salir al día es trazar la estala de un nomadismo que depara un contradictorio aprendizaje vivencial, y un afán de sosiego que busca sitio y raíz para quedarse. Otras anotaciones acentúan el sedimento indagatorio. Conforman percepciones crepusculares que acercan a un paisaje otoñal, hecho de soledad y dolor, en el que se van disolviendo inadvertidas las líneas que marcaron el mediodía luminoso de la infancia.
  La fortaleza expresiva del título El cuaderno de la guerra (y algunas notas sobre la paz) perfila la dimensión social de la entrega y los supuestos escenarios bélicos; pero también el tejido épico del vivir al paso, sabiendo de antemano que la realidad fuerza la previsible derrota. Queda entonces el peso del poema, su capacidad para dar voz a los desheredados o para poner nombre a las cosas, buscando sus aristas de verdad y belleza. Los versos construyen refugios de esperanza donde preservar maltrecho el intimismo; como alentara el eco fuerte de Joan Margarit: la poesía es la última casa de misericordia, una terapia para apaciguar los surcos de la herida.
  La senda renueva energías en el último tramo del camino y suma Los jardines en ruinas, un espacio verbal del romanticismo por el carácter simbólico que conecta la erosión exterior de la belleza con el ánimo interno del yo frente al paisaje. Quien escribe interroga la razón del poema; la palabra es imán que congrega emociones y pautas sensoriales, pensamientos, olvidos y regresos. El poema es también un eco fuerte de un legado cuyos versos reescriben la fuerza del amor, las crónicas del héroe o el frío entre las manos del invierno vital.
  El balance incorpora la pulpa metaliteraria en el libro Decir lo que no importa. Si los límites del lenguaje son los límites del yo, los vocablos alientan el latido de ser, miden la estatura del hombre, formulan un epitafio largo de preguntas que no buscan respuestas. Y queda como cierre del códice verbal Cuaderno del confinamiento donde un ahora de incertidumbre y miedo que constata la fragilidad y la clausura del sujeto en el envés del sueño. El silencio llama a la puerta, recuerda otros silencios de la historia que reencuentran su sitio en las palabras, y en un rincón oscuro del ocaso preserva la esperanza del regreso.
   En tierras como estas de José Ignacio González es una casa de poemas grande y espaciosa en la que se acomoda la existencia y anida la incertidumbre de ser. El diario de un viaje, sin héroes ni épica, que registra en sus versos la voz de un personaje cercano y humanista, compartiendo memoria y sueños. El afán de escritura nunca se distancia del muro frágil de lo colectivo, ese espacio que sigue buscando amanecida y abrazo, que proclama en silencio que la palabra será siempre audible melodía, la sombra en vela de algún sueño.


martes, 29 de enero de 2019

ISABEL MARINA. UN PIANO ENTRE LA NIEVE

Un piano entre la nieve
Isabel Marina
Prólogo de Marcos Tramón
BajAmar Editores
Gijón, Asturias, 2018


RESCOLDOS


   Hay expresiones cuya semántica propicia la evocación y la elegía, como si buscasen esa otra voz desde dentro que suena inadvertida en lo diario. Un piano entre la nieve, por ejemplo, que da título a la segunda entrega poética de Isabel Marina (Avilés, 1968), Licenciada en Periodismo por la Universidad de Navarra y colaboradora en revistas como Anáfora y Areté. Marcos Tramón comenta el entramado poético de Isabel Marina en “Una insólita música feliz”, argumentado que esta compilación de poemas no es un libro fácil porque su urdimbre se mueve entre el simbolismo y la fantasía. El poeta asturiano despliega en su liminar un demorado análisis en el que la existencia es un escenario incierto y movedizo. En su espacio de representación se configuran los estados emocionales con su envolvente fantasmagoría de esperanza y derrotas. Se abre un mundo interior por donde el sujeto camina hacia el difuminado paisaje de la inexistencia. Concluye con una afortunada síntesis que define esta salida de Isabel Marina como un “elaborado tiovivo emocional”.
   Nos hallamos ante un libro orgánico, concebido como un camino fragmentado en tramos y precedido por una nota escrita en prosa poética que recrea la imagen de una casa. Diluida en el devenir, esa cartografía intimista se convierte en un núcleo introspectivo. Aloja un presentimiento primigenio que recupera sensaciones y sueños, que conforma un espacio sentimental de enlace con otras presencias.
   El primer fragmento, “Origen” mantiene el pasado como cronología vivencial, a partir de un tejido de citas de Antonio Gamoneda, Javier Lostalé y  Edith Sodërgran. Arranca con una exhortación para recuperar aquel estado adánico de pureza y mirar esperanzado común. Recobrar ese tiempo auroral conlleva sentir en el entorno un estado de vigilia y lucidez que pone en las emociones una evidente cercanía entre sueños y realidad; la felicidad parecía posible, tenía la forma humilde una muñeca, o de cualquier regalo que convertía la infancia en un espacio de posesión y gozo. Pero acecha el tránsito. La senda vital se va gestando como un proceso erosivo de despojamiento y pérdida, que obliga un día a pronunciar una palabra extraña –Rosebud- como aleph final de lo que nos queda inadvertido entre las manos. Esa voz contiene la añoranza del regreso, ese capturar de nuevo los recuerdos más íntimos, la marea interior que recrea las tardes que ya no existen sino en el mapa frágil del ayer. La evocación pone un fondo de melancolía, como una música que sonara en el frío de un presente lleno de incógnitas.
   El poema se hace vivencia y recreación, deja al yo en el camino como si la propia identidad también hubiese sufrido un proceso de mutación. Lo vivido es un tiempo que ya no pertenece a quien lo recuerda, que obliga a sentir que nos vamos convirtiendo en extraños que cada día se desvelan en el espejo, empeñados en nombrar lo imposible. De ahí que crezca a cada paso la sensación de irrealidad, y que las palabras sean necesarias como un consuelo que pone entre las manos las semillas estériles de lo vivido. 
  Cada mirada es una revelación contenida, un clamor de luz que amarillea los rincones deshabitados del ayer, esas imágenes que nos hacen soportar un deambular azaroso, como si estuviéramos huyendo hacia una incertidumbre que humedece las manos y los ojos. Es un tiempo de búsqueda y nostalgia, de avivar los rescoldos para que nazcan firmes las huellas del pasado., como si el futuro fuese solo un espejismo que no necesita ninguna senda de grava en su reducto. Solo el pasado tiene la carga sensorial de un paisaje que propicia una contemplación demorada, capaz de abrazar las extrañas sugestiones de la memoria.
  En Un piano entre la nieve la poesía de Isabel Marina mantiene el tono justo de la reflexión. Busca vanos abiertos donde alguna vez fuimos leales a los propios sueños. Las palabras otean el horizonte para reconocer entre las sombras “los inexplorados territorios del yo”, “ese mundo del inconsciente y la imaginación que forma parte de todos”. Sin certezas ni imposiciones, convencido de que el sujeto lírico tiene un destino subrayado por la deriva sentimental que marcan encuentros y ausencias, la palabra invita a reflexionar sobre los signos de lo  mudable,  a guarecerse bajo el cielo abierto, detrás del cansado rescoldo del poema.







viernes, 11 de mayo de 2018

CARLOS IGLESIAS DÍEZ. PAJARO HERIDO

Pájaro herido
Carlos Iglesias Díez
BajAmar Editores
Asturias, 2018



VUELOS


  También las editoriales de poesía, como los creadores, buscan la voz singular, ese catálogo compuesto de entregas al paso que se convierte, con el tiempo, en un andén de visita obligada, que alumbra voluntades lectoras. Así sucede con BajAmar Editores que, en su breve paréntesis vital y con la incansable coordinación de Pascual Ortiz, ha sacado más de una docena de poemarios de nombres propios como María Rosa Serdio, Miguel Ángel García, Aurelio González Ovies, Sara R. Cabezas, Vicente García o Carlos Iglesias Díez, quien firma en esta colección su segunda entrega, Pájaro herido.
  Coautor de la antología Siete mundos, firma habitual de la revista Anáfora y profesor de lengua Castellana y Literatura, Carlos Iglesias Díez dejaba en 2012 su primer paso, El niño de arena, una entrega de línea clara, de textura sentimental. Así lo expresaba, en el proemio, Fernando Beltrán: “Los poemas resumen el pulso y los latidos de un ser que siente con el corazón en el abismo y se entrega y escribe con un corazón en la mano”
   Sorprende el entrelazado de citas iniciales. Su diversidad postula que el discurso lírico es una gavilla que unifica recursos y sentimientos, ya explorados, que necesitan nuevos matices y puntos de inflexión para seguir avanzando. Late fuerte el fragmento poético de Jordi Doce, que se convierte en un indicio del hilo argumental: “Has detenido el tiempo al ignorarlo / y solo  yo lo advierto, / parado en el umbral que te destaca”.
   De inmediato, Carlos Iglesias Díez deja ante el lector la identidad amorosa del libro y la búsqueda de puentes hacia la otredad, con la convicción de que el amor es posibilidad y plenitud, donde la ternura solo es “ese pájaro herido que tiembla entre las manos”. La poesía adquiere así una claridad en su enunciado que conlleva una identificación inmediata con el hablante. Si la existencia diaria obedece a un principio de incertidumbre, los sentimientos van creando estratos que otorgan solidez al estar en el ahora. Las palabras dan cauce a una sinceridad intimista en la que encuentran formulación los estados de ánimo: “La caricia del sol / te recorre la piel / como la de un amante fugitivo”. Se opta por la concisión expresiva del haiku para formular también la brevedad de lo transitorio y ese constante devenir de los ciclos estacionales, aunque con un esquema versal aleatorio.
   Algún poema se inspira en referentes culturales. Así en “El sueño del jinete” aflora un breve homenaje a la narrativa ficcional de Antonio Muñoz Molina, a ese ámbito claroscuro de El invierno en Lisboa. Otros pretenden regresar a la afectiva senda de la infancia, cuando las preguntas de la incertidumbre todavía no se formulaban y el discurrir alentaba recreos y juegos de niños. Son secuencias vitales que van mudando la realidad en recuerdos.
   Cierra esta cartografía amorosa un epílogo de Guillermo Fernández Ortiz. Su enfoque alienta el diálogo personal, expandido hacia la reconstrucción de paréntesis vitales compartidos. Descubre también la demorada maceración de un libro en apariencia muy leve, que comienza a escribirse en 2003 y que opta por la sugerencia y la evocación empleando mínimos recursos: “el secreto de escribir está en callar”.
   La poesía figurativa requiere precisión e intensidad. Pájaro herido deposita en las palabras la pulsión de una sensibilidad que se va gestando en el camino, entre vivencias emotivas e impresiones. De esta implicación directa del sujeto verbal nace una poesía cercana, un diario confesional exento de hermetismos discordantes, que ofrece en el poema anclaje y compañía, la levedad área de un vuelo inadvertido.