Aprendiz Antonio Luis Ginés Ediciones de la Isla de Siltolá Sevilla, 2013 |
REGRESOS
Son títulos que sitúan a Antonio Luis Ginés en una senda singularizada, que parte del realismo meditativo y que postula en su recorrido una estética indagatoria. El poema en su aparente estar denotativo trasciende situaciones cotidianas, dota a lo transitorio de un sentido nuevo a través de la palabra.
Su fruto más reciente, Aprendiz es un conjunto de poemas que optan por la reflexión
intimista para recuperar las huellas del pasado, con el habla confidente de lo
autobiográfico. Es sabido que las conexiones entre la biografía real y los
pormenores del sujeto textual son campo abonado para la digresión, pero a quien
esto escribe el asunto le parece un problema menor porque lo que realmente
importa es la verosimilitud de la puesta en escena y la emoción creada en el
lector; realidad o ficción siempre comparten lindes.
El libro, con un tono sostenido que concede a
los poemas la idea de una línea argumental unitaria reconstruye un tiempo de
crecimiento cognitivo y aprendizaje sentimental en el que la casa del padre copa el
horizonte de escritura. Con una cita de Roberto Juarroz que unifica pérdida y
hallazgo arranca la primera sección del libro, “Raíz”, con un poema situacional,
“Familia”, que marca el tono del poemario. Lo vivencial socaba el patrimonio
afectivo, se hace de pérdidas y erosiones, deja las propias raíces a
descubierto. Pero esas raíces están arraigadas en la zona más honda de la
memoria y su intensidad conmueve a quien las descubre. La voz de la elegía, como escribiera Antonio Machado,
sirve para cantar lo que se pierde y sobre todo para preservan en un ahora de
soledad e incertidumbre el necesario reguero de esperanza: “En la foto mi padre
y mi madre. / Mi hermano y yo debajo. / Mi
única religión es mi familia, / y ahora faltan ellos dos, nos queda / todo
el trayecto a solas.”
El autor de Aprendiz elige el transparente discurrir de la confidencia para describir,
con un estilo sobrio y evocativo, con trabajada sencillez, la historia personal reflejada en el azogue
de la memoria. Ese testimonio del pasado no pretende trazar ninguna crónica
objetiva sino el poso ético de secuencias con protagonistas cercanos que
fijan las coordenadas sentimentales de la conciencia. Somos lo que
perdimos.
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