La isla del padre
Fernando Marías
Seix Barral, Barcelona, 2015
MIEDOS MUTUOS
La vocación narrativa de
Fernando Marías (Bilbao, 1958) comienza en 1991 con La luz prodigiosa, ficción llevada al
cine –una de las grandes pasiones del novelista que todavía mantiene intacta-
por el director Miguel Hermoso. Aquel debut inaugura un quehacer que integra Esta noche moriré, El niño de los coroneles, La mujer de alas grises, Invasor, El mundo se acaba todos los días, Todo el amor y casi toda la muerte, novelas reconocidas con
importantes galardones a los que ahora se suma el Premio Biblioteca Breve
logrado con La isla del padre.
En las tramas habituales del escritor conviven como rasgos propios el dramatismo frío, la violencia
explícita y el empleo de marcos urbanos sombríos por los que se mueven figurantes
sin épica, con el saldo repleto de fracasos, soledad y derrotas. Aquí se gesta
un evidente cambio de registro; en La
isla del padre sorprende el intimismo y el tono autobiográfico. El libro es
casi un soliloquio en el que la figura paterna se recupera tras la muerte
para convertirse en una identidad decisiva y enternecedora, cuya visión de la
existencia se refleja en los que le rodean. Mitificado en los días de infancia,
el progenitor es una isla en medio del temporal de la inexistencia que
permanece sólida entre las marejadas del recuerdo.
El pulso accional tiene como
detonante una sola palabra, una palabra que no se pronunció en el último
instante, cuando el frío imprevisto de la muerte cortó el hilo del pensamiento.
Y es el hijo escritor quien intuyó la misteriosa palabra, el que debe hilvanar
la madeja de los recuerdos en una continua trasposición temporal que amplifica
y depura las secuencias para construir, de paso, un minucioso autorretrato
desde el niño al adulto.
Nadie olvida la condición de
testigo en esa contingencia esencial que separa la vida de la muerte; de ahí emana
el sustrato sentimental que conlleva el relato, esa sensación de elegía en
prosa en la que se refugian silencios interiores y los miedos mutuos. La
evocación no es un azaroso coleccionismo de pormenores familiares sino la ruta
por un cauce relacional de dos orillas; padre e hijo deben superar una
distancia que nace en los años lejanos de la infancia y se extiende en el
tiempo hasta el ahora. Una travesía hecha de silencios y sobreentendidos, de
aceptaciones y secretas renuncias. El miedo mutuo alarga la distancia recelosa
entre dos identidades que aprenden a conocerse, sin que sepan desde qué punto
de vista se explora el interior de cada cual. La presencia del padre es
intermitente por su profesión de marino mercante y el niño no acaba de aceptar
el no lugar de quien solo por temporadas permanece en casa. Por eso la voz
narrativa emplea esa expresión “miedos mutuos” para resumir en un único aserto
todo el proceso evocativo de un modo conciso y exacto.
La isla
del padre propone un largo paseo biográfico por el mapa del tiempo. Es un
homenaje formado por una eclosión de reflejos fugaces en el inconsistente
espacio de la memoria, allí donde perdura a espaldas del olvido el
aliento tenaz de lo que se compartió.
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