Licencia de apertura Alejandro Garmón Izquierdo prólogo de Miguel Ángel Gómez Bajamar Ediciones Gijón, Asturias, 2019 |
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Al teorizar sobre la verdad poética, en un curso celebrado en la
Universidad de Alcalá de henares, Claudio Rodríguez, uno de los referentes
esenciales del medio siglo, hablaba de que el poeta amasa y late a partir de su
propia experiencia y de la intuición objetiva. Esa forma de acercarse a la
página se percibe de manera especial en la epifanía literaria, cuando la
escritura despliega sin velos su sensibilidad, como una nervadura que busca su
expresión en el tiempo. Alejandro Garmón Izquierdo (Bilbao, 1981) comienza su
mañana con un poemario acogido en el entusiasta catálogo de Pascual Ortiz,
Bajamar Ediciones, y deja en el umbral de sus poemas un prólogo del poeta y
aforista Miguel Ángel Gómez. El breve acercamiento se postula como un inciso
original, pletórico de imágenes, y proclive a la solemne definición aforística:
“El poema nace en la sombra y tiene una función muy concreta que desempeñar:
ser el fuego y la antorcha estival”; un texto en línea con la tarea de
alborotar el lenguaje para que no bostece y para que haga del asombro una
salida natural.
Como si aglutinara ciclos estacionales de escritura, el poemario Licencia de apertura, yuxtapone cinco
apartados, de los que el primero “El territorio del lince”, precedido por un
haiku sobresale por su coherencia argumental. Las secuencias rastrean actitudes
naturales del animal, como si el narrador omnisciente asistiese a un hábito
existencial cuyo sentido último debe descubrir porque tras el aparente
enunciado el gesto descubre un aporte simbólico: “Es la palabra / una suerte de
engaño, / marcado territorio / felino, el sendero que surca / su mirada una y otra vez”. De
este modo el objetivismo de la escena descubre un espacio velado que se asienta
más allá de los sentidos. Los elementos
del paisaje consuman un ejercicio de supervivencia, un hábitat relacional que
conexiona, interpreta la vida como un juego y convierte la espera en un
ejercicio de conocimiento.
El haiku de nuevo cierra la sección, como un intermedio expresivo, que
sosegara el fluir argumental y permitiese la transición hacia otros veneros
argumentales: “Äbrego dulce / doy gracias por volar / aquí contigo. se
mantienen las sensaciones visuales del entorno, pero las imágenes abandonan el
mundo natural para visualizar enclaves locales, como el puerto de Gijón, o el
referente cultural que mana desde las páginas de un libro – la piel del tambor, de Arturo Pérez
Reverte-, por lo que los apuntes poéticos adquieren el tacto cercano del
intimismo. Desde el recuerdo llegan los días infantiles en el que las
presencias familiares cobraban un cálido relieve, proclive a la mitificación.
También el presente se define con sus mínimos mensajes marcados por lo
transitorio, como esas olas que se levantan contra el muro de la playa de San
Lorenzo, o como el quehacer doméstico de doblar la ropa y colocarla en el orden
difuso del cesto de mimbre.
En ese fundido entre pasado y presente se van apagando los contornos de
la infancia para acercar a la mirada la periferia urbana del presente; la
realidad impone su perfil. Ese suelo industrial que dispersa los últimos
perfiles de la ciudad hasta un campo cercano como si esperase en cualquier
instante una transformación, otro uso, una simple licencia de apertura para
empezar de nuevo a estar de otra manera. La vida muestra otras facetas que se
van desplegando como los colores de un tatuaje que se adquiere a la piel. Al
lector le sorprenderá la variedad temática, como si los poemas optaran por
entremezclar asuntos autónomos que convierten el discurrir existencial en una
lectura fragmentaria, hecha a destellos e impulsos sin aparente conexión entre
sí. Esa sensación se expresa con nítido acierto en estos versos de “City”: “El
armario está lleno de camisas / que no se pondrá, cubren un viajero / corazón
de naftalina impregnado / de latitudes…”, o en los topónimos dispersos en
“Mimbres de otro mundo” que ubican en los mapas los nombres de la injusticia o
la desolación, que hacen del presente un teletipo de agencia vomitando la
desaforada actualidad de un estar desapacible y lastrado por un pesimismo
agónico.
Licencia de apertura en su
heterogeneidad temática completa la trayectoria de un largo viaje, cuyo trazado
aleatorio abre ventanas al sentido. Sabe que las palabras solo rozan, pero no
clarifican, como si los pensamientos quedaran a resguardo tras una última piel
que sigue inalterable en el rumor del tiempo. Poesía como exploración, como
viaje hacia un fondo de soledad que se empeña en tantear la sombra.
Aquí te dejo un recuerdo de mi agradecimiento, José Luis. Anudar las livianas referencias, que hasta uno mismo había olvidado, es el arte del buen lector y crítico:
ResponderEliminar"Ya dio el aire a los muertos
este gorrión, que pudo
volar, pero aquí sigue"
(Claudio Rodríguez)
Un abrazo largo, como mereces.
Un abrazo entrañable, poeta, y larga senda futura para la amistad común y la poesía. Felicidades por tu hermoso libro.
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