miércoles, 24 de abril de 2019

RAFAEL SOLER. LEER DESPUÉS DE QUEMAR

Leer después de quemar
Rafael Soler
Olé Libros, Colección Vuelta de Tuerca
Ciempozuelos, Madrid, 2019


LEER DESPUÉS DE QUEMAR


   Nace “Vuelta de tuerca”, una nueva colección de poesía que pretende ser un escaparate de calidad sobre itinerarios creadores de interés. En ella se integran antologías de Ricardo Bellveser, Jaime Siles y Rafael Soler, que tendrán continuidad en el tiempo con selecciones de Francisca Aguirre y Pedro J. de la Peña. Es, por tanto un muestrario amplio de estéticas al que deseamos atinada navegación y acierto.
  La antología Leer después de quemar de Rafael Soler (Valencia, 1947) se bautiza con un aserto sorprendente que a cinéfilos como quien escribe recuerda de inmediato a una película de humor negro de los hermanos Coen . Trastoca el orden lógico del enunciado para airear la capacidad expansiva del lenguaje, su fuerza para generar moldes aleatorios nuevos. También el autoprólogo comparte desafección por lo rutinario. Con una mezcla de lenguaje notarial y verbo irónico, Rafael Soler comparte un mínimo propósito argumental que aventura, desde la requerida precisión y brevedad, la fuerza del poema como acto de legítima defensa. Una individualidad que sale al día con las convincentes e indefinidas argumentaciones de la palabra. La entrada hace una breve síntesis de un trayecto que arranca en 1979 con Los sitios interiores y que, tras un notable intervalo de mudez, prosigue en 2009 con Maneras de volver. La entrega abre una etapa que tiene como jalones creativos Las cartas que debía, Ácido almíbar y No eres nadie hasta que te disparan. Todas estas salidas, que han dado cimentación a antologías como La vida en un puño y Pie de página, aportan textos a las páginas de Leer después de quemar, donde se ubica una amplia selección realizada por Lucía Comba.
   El volumen rechaza la linealidad cronológica para integrar las composiciones en media docena de apartados, limitados entre si por la afinidad argumental. El de amanecida “Basta callar para que todo empiece” tiene una semántica auroral. El sujeto testimonial contempla un tú apelativo que se precipita al vacío del existir, desde una contradictoria claridad que guarda sombras. Con fuerza admonitoria el lenguaje tiene la solemne cadencia del mensaje; el peso del discurso toma posesión de la incertidumbre. Todo empieza, aunque en ese estar germinal sea el silencio la única respuesta de un destino azaroso, proclive a conseguir la extraña dimensión de la derrota. Es el tiempo de la ingenuidad. La mirada del niño todavía –en ese zarandeo de escuelas y pupitres- busca el sol en los vidrios desteñidos de lo diario y hace de la evocación y el yo interior un reducto seguro en el que se cobijaban las vivencias del despertar afectivo.
   En estos poemas resalta la complicidad de un lenguaje que adopta una ortografía peculiar para contraponer la innata rebeldía del niño y el epitelio de ceniza de lo cotidiano, en un tiempo signado por las obligaciones y la jerarquía. El amor trastoca cualquier orden gregario. Abre grietas. Suscita itinerarios escondidos por donde la imaginación expande lindes, pone a resguardo de cualquier intemperie.
   Los versos clarifican la existencia del yo como un largo viaje que acaba en el vacío; pero en ese recorrido hay que seguir la brújula del corazón y hacer de cada paso un gesto de coherencia, un indicio de ser que guarda la memoria.
   El amor y la convivencia se hacen coordenadas reflexivas en el largo apartado “Perdidos en la misma cama” que postula un largo trayecto interior. Desde ese viaje de seducción que percibe la belleza aparente y expuesta como una acotación en las aceras de lo cotidiano, la voz femenina refuerza el desamparo, esa soledad sin cauce que yuxtapone tedios e inofensivos juegos del cuerpo. En la evocación se anticipa un final desprovisto de ternura, como quien se aloja en un gélido portal de alguna casa de misericordia. Callado protagonista del cincuenta por ciento de la almohada, el ser femenino sabe que la idealización es el vuelo de Ícaro hacia el sol, un desplegar de alas derretidas que antes o después asumirán  “toda flagelación en su disculpa / toda muerte en su envés / toda paz en su derrota / y todo abrazo pendiente en la palabra nunca”. La otra mitad sabe que la belleza es transitoria, que se posa un instante en los rasgos de alguna identidad desconocida y que parte de nuevo para no volver nunca. Desde esa percepción, siempre bajo la lluvia del tiempo, se concreta el estar, ese golpe de dados que celebra el cuerpo y que hace de su redención carnal un destino tangible.   La reflexión existencial se acentúa en el apartado “Nadie dijo que esto iba a ser fácil”. En el largo tránsito vivencial el tiempo se hace deriva. Se acumulan las pérdidas. La percepción se esmera en rescatar indicios y preservar en la memoria “la falsa pulcritud de los escombros” como un patrimonio más del solitario: “No dejarás en nada huella / ni quedará tu voz entre las ramas / nadie hablará de ti después de tu silencio / ni tu nombre viajará de boca en boca / nadie vestirá ese traje al musgo parecido / de abotonada angustia “. El apartado no clausura la mirada interior. Permanece intacta en los poemas de la siguiente sección, “El principio del fin es amarillo”, como si las variaciones y reincidencias del pensamiento abordaran regresos a las indagaciones habituales: como si el viaje culminase en la estación final, los pasos muestran el principio del fin, dejan en la distancia una sensación de tedio y de silencio. Son poemas donde la escritura abre una veta de irónica resignación en la que el testigo de cargo da fe de vida con la discreta caligrafía del acta que dicta las últimas disposiciones testamentarias “para una ausencia bien plantada”. Los poemas adquieren la textura de una secuencia de cine negro, parecen rescatar el callejón, el asesino y la víctima, y las incidentales circunstancias de una trama urdida por el tiempo que descubre un cuaderno de rodaje.
   También en las breves secciones finales, el lenguaje transcribe esa sostenida crisis del pensamiento mediante la concatenación de imágenes y el uso peculiar de la sintaxis; se parodia un fragmentado soliloquio con dios. Pero no hay una temática religiosa sino una indagación en el conflicto existencial, aunque el poema muestre una abundante utillería religiosa de amplio vuelo poético.
   Leer después de quemar conforma una atinada caracterización del legado de Rafael Soler, en cuya geografía encuentran sitio también la novela y el relato. Toma pulso a una voz que se caracteriza por un fuerte componente sentimental, nacida en los distintos ámbitos de la experiencia, que vela su subjetividad con la ironía y el rechazo de cualquier impostura trascendente. Impulsa una escritura dada a la sugerencia, que exhibe en sus versos un rico instrumental lingüístico al abordar la escenificación de lo existencial. La palabra clausura esa guerra civil del yo consigo mismo, firma y fecha y atados los zapatos sale al día para seguir en pie.  

JOSÉ LUIS MORANTE



2 comentarios:

  1. Querido José Luis,
    Veo y leo tu interpretación de Leer después de quemar de RS, y ya desde la interpretación del título calas en la decisión de provocar a través del uso del lenguaje que tiene el poeta. Su conflicto entre él y vida, lo solventa con un desafío al lenguaje en el que no halla sosiego. Ni derrota ni es derrotado en esa pelea que a veces desconcierta al lector. Pero es su firma. Has atendido y comprendido bien los paisajes de provocación que mueven su decisión de escribir. La infancia, la seducción, el distanciamiento, los otros y su medida, la muerte y su tras/intrascendencia, los monólogos interiores, su tentación cinematográfica, que le tiñe. Buena reseña vas al centro del conflicto de un poeta de primera magnitud, que además es mi amigo.

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  2. Querido Francisco, llego ahora mismo a Rivas tras unos días en Ávila y agradezco de inmediato tu generoso comentario que no había visto hasta ahora; y es una delicia para mi escritura que no te decepcione porque conoces con enorme precisión la obra poética de Rafael Soler. Así que un fuerte abrazo agradecido y la esperanza de vernos de nuevo muy pronto para poder disfrutar de tu escritura y siempre de tu amistad. Feliz día.

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