jueves, 6 de junio de 2019

PASCUAL IZQUIERDO. HISTORIA DE ESTE INSTANTE

Historia de este instante
Pascual Izquierdo
Editorial Ars Poética
Colección Carpe Diem
Oviedo, 2019


LA MIRADA DEL TIEMPO 

 Nacido en el municipio burgalés de Sotillo de la Ribera, en 1951, Pascual Izquierdo entiende la escritura como una exploración continua del lenguaje y sus posibilidades. Su periplo creador es prolijo: ha cultivado la poesía, la crítica literaria, el apunte viajero dedicado a la observación directa de entornos y lugares y la literatura infantil y juvenil.
 Historia de un instante consolida una vocación poética que comienza en 1974 con La exactitud de las catedrales. La obra amanece en un momento definido por el aporte culturalista, pero Pascual Izquierdo emprende un trayecto singular, a trasmano de modas eventuales y alejado de eventos promocionales colectivos. Por tanto, los ingredientes de sus entregas buscan desde aquel primer paso un tono singular que halla cobijo en las salidas Retrospección y apocalipsis en la tierra castellana (1980), Cisne y telaraña (1985), Versos de luna y polen (1992), Pasillo para aguas, aves y vientos (1993), Del otoño tardío (2005), Alba y ocaso de la luz y los pétalos (2014) y Figuras de retablo (2015), un extenso recorrido que ahora ensancha el poemario Historia de este instante. Un mínimo preludio da fe de vida de esta escritura al paso: “Historia de este instante trata de reflejar cómo se contemplan los grandes temas de siempre (el amor, la belleza y el paso del tiempo) desde un punto concreto de la trayectoria vital del escritor”. Además, conviene recordar algunas constantes del taller poético: la meditada estructura de cada entrega y los abundantes elementos autobiográficos que se integran en el dispositivo argumental.
  La sección inicial “Alrededor de mí” focaliza la presencia del yo como entidad abierta a la confidencia. Los poemas se enuncian en primera persona, con el lenguaje “llano y contundente” de quien es testigo de la experiencia y cuenta su pliego de confesiones, no desde la exaltación nostálgica del sentimentalismo, y sin el efectismo de sus argumentos. Ese paisaje, no exento de una zona umbría de desencanto, adquiere una caracterización muy emotiva en  el apartado “Prosa de la experiencia”. En el deambular por el sendero de la identidad alumbra un diario íntimo, capaz de cobijar lo doméstico como un ajustado mecanismo de hábitos. Marca los días una ajustada jornada laboral, cuajada de abrumadora circularidad, donde se van agostando las ansias de belleza y la erosión se contempla en primer plano. Pero también ahí, en las aceras de lo diario se produce, casi inadvertido, el íntimo milagro de la luz, el renacer esperanzado que transforma la desaliñada prosa laborable en plenitud y poesía.
   El registro perceptivo del protagonista lírico no elude su condición temporal. Se siente inmerso en un entorno efímero. Del mismo da cuenta la sección “Aquí, ahora mismo, ahora” en cuyos poemas se define el conflicto entre ser y estar, la derrota de la resignación o la claridad del amanecer para despertar la voluntad y el ánimo, como ese caracol hacendoso que deja su rastro en el pavimento, o la oculta pavesa que entre la ceniza alumbra el fuego. Queda la voluntad de la escritura, su fuerza para sembrar indicios y lluvias que concedan un nuevo tiempo a la esperanza.
   Los textos de “Presente de indicativo” despliegan el ruido y la furia de un presente en el que se muestra una arquitectura convivencial en derrumbe. La estridencia de los titulares de prensa y los grumos indigestos del telediario gritan sus disonancias ante la fragilidad del tallo humano, de ese junto pensante siempre crecido en el desamparo y la intemperie: “En este momento de la historia / sólo triunfa / el silencio de la inteligencia / y el crepitar de la barbarie”. Así nace la necesidad de huir, esa presencia coral del dolor, el pánico y la angustia.
   De esas pinceladas líricas que, como destellos, dispersan lo real están hechos los poemas de “La savia en los frutales”. La cronología vital encuentra en la contemplación sosegada sazón y plenitud; un tiempo que permite reconstruir lo vivido con la brújula de la memoria o con la captación de formas de elementos dispersos que hablan de la caligrafía plural de la belleza. Pero es el amor, como espacio básico de la emoción y el pensamiento un incansable venero argumental. El final del libro integra en “Del amor y sus sintagmas” el ciclo amoroso completo, desde la torrentera del comienzo hasta el estiaje de la soledad final, cuando la nada nubla los ojos: “Todo dura un instante. Luego / los labios se llenan de ceniza, de sílabas gastadas, / de hojas ya marchitas, / y un día, vencidos / por el gélido frío del invierno, / enmudecen los cuerpos”.
    A modo de balance final, el poema “Confesión general” clausura el tránsito. Las palabras propician la rememoración, ese nerudiano ejercicio de confesar lo vivido, de dibujar la historia de ese instante que define su vuelo en el tiempo. Detrás de cada identidad resisten los contornos, esa mancha fugaz de los rastrojos, el temblor apagado de lo que fue algún día.   



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