Ínsula nº 870 (Revista de Letras y Ciencias Humanas) Junio, 2019 EL HAIKU ENTRE DOS ORILLAS Editora: Arantxa Gómez Sancho EDITORIAL PLANETA S. A. U. Coordinador del monográfico: JOSEP M. RODRÍGUEZ |
EN TORNO AL HAIKU
Con el libro Un día...(poemas sintéticos) (1919) José Juan Tablada introducía la forma
poética del haiku en la lengua española. Aquel gesto precursor se recalca con
fuerza en los ensayos de Octavio Paz, quien también cultivó la estrofa. Con Tablada
amanece la trayectoria en el tiempo de un aporte singular que hizo dogma la reducción del verso a su esencia más pura. Cien años después, Ínsula impulsa el
monográfico “El haiku, entre dos orillas”, coordinado por el poeta y ensayista
Josep M. Rodríguez. El número aglutina a destacados especialistas y practicantes para reconstruir
la larga travesía del mínimo poema y su experiencia estética en el
tiempo.
Josep M. Rodríguez abre página con el documentado umbral “La
luna en Lilliput”. Indaga sobre el descubrimiento geográfico del archipiélago
japonés a partir de las expediciones portuguesas del jesuíta Fernao Mendes
Pinto. El posterior cierre del sogunato Tokugawa neutralizó la influencia
extranjera y sumió al país en una autarquía que no concluye hasta 1853, cuando se
restablece el comercio exterior. La apertura anima un intervalo de plena
expansión que facilita el conocimiento de la sensibilidad nipona y la
irrupción en el gusto occidental del espíritu japonés. Esta moda se vuelca en
la literatura con una ambientación inspirada en el atrezzo del sol naciente y en historias y personajes nacidos tras
el exotismo de la lejanía. Allí llega José Juan Tablada con otros corresponsales de periódicos y revistas. Ellos construirán la imagen literaria del país,
muchas veces lastrada por un exotismo colorista. Los telegramas poéticos
comienzan a traducirse y no tardarán en publicarse en francés. En 1920 se edita
en Francia la primera antología de haikus y la expansión amanece también en
España, propiciando un cruce de tradiciones en el que el haiku se afianza como aporte expresivo. Aglutina de modo natural una tradición y un
conjunto de rasgos renovados.
Fernando Rodríguez-Izquierdo aborda el panorama histórico del haiku
japonés. Recuerda los cuatro periodos fundamentales de su evolución:
los precedentes de la Edad Media; el papel nuclear de Bashô, como cima de
intuición y madurez, sedimentado por su escuela; el tramo áureo desde el siglo
XVIII, donde sobresalen las obras de Buson, Taigi, Chiyo e Isa; y la
refundación del molde clásico con el haiku contemporáneo.
Vicente Haya y Manuel Pérez Feria analizan la diversidad
estrófica del poema breve, focalizando junto al haiku tradicional, al
dodoîtsu, una poesía del pueblo que obedece al esquema 7-7-7-5. Concebido
para ser cantado, el dodoîtsu mantiene una atención concentrada en la
existencia como sedimento argumental. El ser es capaz de percibir con claridad
el lenguaje del asombro y el despliegue incontinente de la vida natural, donde
lo perecedero invita a la transcendencia. Es la conciencia del estar, la fuerza
frágil del canto rodado que se desplaza entre la corriente del río.
Frutos Soriano, ensayista y antólogo, recuerda el breve vocabulario procedimental. Así nos recuerda la semántica del “Haibun” o texto en prosa que inserta
en su despliegue algunos haikus. El lector recordará de inmediato el libro Sendas de Oku, el mejor ejemplo del
haibun. El número de términos comentados es muy amplio: haiga, haijín, haimi,
haiku, kire, zappai… Soriano deja en su ensayo breve un selecto diccionario
lacónico.
Sobre el haiku en el devenir histórico de
nuestro país versan los comentarios de Ricardo Virtanen, Susana Benet y José
Luis Morante. El poeta, músico y profesor madrileño estudia el entorno
modernista y la época de las vanguardias. Descubre los ecos de la estrofa en
los Machado, Juan Ramón Jiménez y en el activo ultraísta. Cita algunos
nombres de las vanguardias como Adriano del Valle, Antonio Espina, Mariano
Gómez Fernández o Rogelio Buendía… El ámbito de la generación del 27 exhibió
afinidades estéticas con el japonesismo de la mano de Lorca, Alberti,
Aleixandre o Gerardo Diego.
También con sentido diacrónico, Susana Benet recuerda los factores que
facilitaron la introducción del molde poético y su capacidad para trasmitir
sensaciones o plasmar lo instantáneo. Benet recorre fragmentos temporales en
los que el patrón silábico se afianza hasta que en los años setenta, donde con la
generación novísima se implanta como un elemento más de nuestra realidad
cotidiana.
José Luis Morante incide en algunas poéticas actuales del haiku como
Jesús Munárriz, Susana Benet, Aurora Luque y Antonio Cabrera; se citan también
otros coetáneos que hacen del esquema una herramienta habitual de su taller.
Entre ellos destacan José Cereijo, Verónica Aranda, Aitor Francos o Manuel Lara Cantizani.
El monográfico no descuida aspectos solo en apariencia tangenciales como
los problemas de traducción, estudiados por José María Bermejo, la
espiritualidad y el espíritu del zen a cargo de María Salvador, el relato
normativo del esquema verbal con sus integrados y heterodoxos, según el enfoque
de Javier Sancho, y la mirada de cada yo
poético a su espejo creador, que expande impresiones subjetivas de Jesús
Munárriz, José Cereijo, Lara Cantizani, Aitor Francos y José Corredor-Matheos.
Cierra la revista un equilibrado muestrario de haikus. El conjunto
certifica la pujanza de la estrofa en el presente y la diversidad de
planteamientos estéticos de un esquema expresivo que ya forma parte esencial
del contexto poético foráneo.
Concluyo. Es verdad que los monográficos de Ínsula adquieren una entidad atemporal que los convierte en materia
de conocimiento. Una vez más, sus contextos críticos son atinadas ventanas
didácticas para la investigación y el estudio. “El Haiku entre dos orillas”,
con el norte marcado por Josep M. Rodríguez, es un acierto pleno. Sin más, una
entrega oportuna e imprescindible que subraya el centenario de la estrofa en
nuestro idioma, que abre futuro a otros destellos.
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