La escritura del Gremlin Federico Irizarry Natal Editorial Isla Negra San Juan, Puerto Rico, 2020 |
ANTIPOESÍA Y MINIMALISMO EN
PUERTO RICO
Poeta, ensayista, director de la revista Ceiba y profesor en el Departamento de Español de la Universidad de
Puerto Rico, Federico Irizarry Natal aborda en La escritura del Gremlin un análisis de calado en torno al registro
escritural de tres poetas puertorriqueños: Salvador Villanueva, Edgardo Nieves
Mieles y Jorge David Capiello. Aporta un subtítulo de semántica orientadora,
vertebrado en dos vértices estéticos que ya conforman tradición en el
dinamismo dialógico de la poesía contemporánea latinoamericana de la
postmodernidad: laconismo minimalista y fluir antipoético.
Antes de afrontar esta metafísica conceptual, es necesario precisar el carácter simbólico que adquiere el gremlin como criatura mitológica y malévola, capaz de diluir la calmada quietud de la rutina con sostenidos sabotajes operativos. No cuesta establecer un parangón entre las fechorías de la criatura y los proyectos literarios configurados desde el disentimiento y la experimentación. Se trata de oír los pasos en la sombra de un lenguaje radical, premonitorio y dispuesto a erosionar conformismos y posiciones estéticas, cultivando la desestabilización sísmica y las grietas aleatorias de la deconstrucción.
Con gran sentido orgánico, Federico Irizarry Natal integra su panorámica de conjunto en cinco tramos de fuerte autonomía reflexiva, pero complementarios entre sí. Los capítulos parten desde el marco teórico alzado en torno a la antipoesía y el minimalismo y, una vez asentado el sustrato conceptual, se explora la persistencia de ambos idearios estéticos en el ámbito puertorriqueño. Por último se focaliza en plano corto el legado poético de la terna elegida mediante el análisis de cuatro libros: Poema en alta tensión, de Salvador Villanueva; Con las peores intenciones y La esperanza es verde como el mugir de las vacas, de Edgardo Nieves Mieles; y Casquillos, de José David Capiello-Ortiz.
Desde una perspectiva teórica, la antipoesía tiene como núcleo germinal el trayecto lírico de Nicanor Parra y su espíritu desestabilizador y subversivo que entrelaza elementos poco convencionales como la dicción prosaica, el cinismo o la ironía. El concepto genera una recepción disonante con aplausos afines en autores como Raúl Zurita, Bolaños, Piglia o Benedetti y negaciones extremas que anatemizan la antipoesía como oquedad estética y vacío, como un decorado de cartón piedra dispuesto al rodaje de una parodia. Alto interés encontramos en la definición de Mario Rodríguez para quien la antipoesía es la puesta en escena de la crisis de la poesía occidental a mediados del siglo XX. Es sabido que la base conceptual del minimalismo, válida también para el cultivo de formas breves como el aforismo, el epitafio o el haiku, es la fragmentación, el laconismo y el ejercicio de condensación establecido por su economía configuradora. Desde los ejes de simetría de ambos polos operativos, es el momento de abordar lo que Federico Irizarry Natal entiende por “escritura del gremlin”: “una práctica de alteridad discursiva organizada en torno de un ágil ingenio perturbador que se caracteriza por un espíritu revisionista y transformativo”. (P. 59).
Al enlazar los términos antipoesía y minimalismo con el cauce canónico puertorriqueño se percibe el vacío, como si fueran conceptos disonantes y ajenos a la práctica escritural. La tradición del país se ha centrado con obsesivo empeño en la búsqueda de la identidad nacional, y no será hasta mediados de los años setenta cuando la fragmentariedad minimalista y el ideario antipoético abran el canon con su impulso de renovación literaria. Así ambas actitudes creadoras comienzan a integrase en una tradición casi fantasmal, como perspectivas alternas y estigmatizadas, por más que el ensayista recuerde obras y escritos concebidos desde la disonancia vanguardista.
Corresponde a los últimos tramos del ensayo la exploración minuciosa del trayecto creador de Salvador Villanueva, Edgardo Nieves Mieles y Jorge David Capiello y el estudio rizomático de sus libros más perseverantes en las coordenadas sustanciales del minimalismo y la antipoesía. Irizarry Natal despliega un conocimiento preciso y una documentada información. Al sondear Poema en alta tensión, primer poemario de Salvador Villanueva, acuña una expresión de fértil lucidez: la experiencia del límite. Así enmarca una estética transgresora cuyo afán expresivo evoluciona “hacia un registro descarnado cuya violencia aspira a la concienciación de una realidad desfundamentada en el contexto del despertar sombrío” (P. 118).
El minimalismo antipoético de Edgardo Nieves Mieles impulsa un proceso reflexivo en torno a las entregas Con las peores intenciones y La esperanza es verde como el mugir de las vacas; ambas propuestas acogen una densa imaginería surrealista, intensa intertextualidad y un sustrato temático centrado en el absurdo existencial. Su tendencia al cambio de dirección y a la rehabilitación, frente al nihilismo y al escepticismo de Villanueva resulta iluminadora en la construcción de una realidad más habitable.
El sondeo en el registro de Jorge David Capiello se hace desde el libro Casquillos porque concreta “un quehacer contratextual, transgresor y lúcido”, una enunciación marginal elaborada con textos vinculados a la estética cubista y la reescritura paródica, que deja espacio a un continuo cuestionamiento de la tradición mediante creaciones híbridas, originando un ideario estético transgresor y una alteridad discursiva perturbadora.
La escritura del gremlin perfila su contenido con el trazo firme de un ensayo brillante. Constituye el empeño exploratorio de líneas de fuga que cuestionan la estética unitaria y orgánica del canon. Recupera posturas conexionadas con la heterodoxia y la visión rupturista del arte poética. Hace de la diferencia un espacio verbal hospitalario en el vuelo libre de la creación.
Antes de afrontar esta metafísica conceptual, es necesario precisar el carácter simbólico que adquiere el gremlin como criatura mitológica y malévola, capaz de diluir la calmada quietud de la rutina con sostenidos sabotajes operativos. No cuesta establecer un parangón entre las fechorías de la criatura y los proyectos literarios configurados desde el disentimiento y la experimentación. Se trata de oír los pasos en la sombra de un lenguaje radical, premonitorio y dispuesto a erosionar conformismos y posiciones estéticas, cultivando la desestabilización sísmica y las grietas aleatorias de la deconstrucción.
Con gran sentido orgánico, Federico Irizarry Natal integra su panorámica de conjunto en cinco tramos de fuerte autonomía reflexiva, pero complementarios entre sí. Los capítulos parten desde el marco teórico alzado en torno a la antipoesía y el minimalismo y, una vez asentado el sustrato conceptual, se explora la persistencia de ambos idearios estéticos en el ámbito puertorriqueño. Por último se focaliza en plano corto el legado poético de la terna elegida mediante el análisis de cuatro libros: Poema en alta tensión, de Salvador Villanueva; Con las peores intenciones y La esperanza es verde como el mugir de las vacas, de Edgardo Nieves Mieles; y Casquillos, de José David Capiello-Ortiz.
Desde una perspectiva teórica, la antipoesía tiene como núcleo germinal el trayecto lírico de Nicanor Parra y su espíritu desestabilizador y subversivo que entrelaza elementos poco convencionales como la dicción prosaica, el cinismo o la ironía. El concepto genera una recepción disonante con aplausos afines en autores como Raúl Zurita, Bolaños, Piglia o Benedetti y negaciones extremas que anatemizan la antipoesía como oquedad estética y vacío, como un decorado de cartón piedra dispuesto al rodaje de una parodia. Alto interés encontramos en la definición de Mario Rodríguez para quien la antipoesía es la puesta en escena de la crisis de la poesía occidental a mediados del siglo XX. Es sabido que la base conceptual del minimalismo, válida también para el cultivo de formas breves como el aforismo, el epitafio o el haiku, es la fragmentación, el laconismo y el ejercicio de condensación establecido por su economía configuradora. Desde los ejes de simetría de ambos polos operativos, es el momento de abordar lo que Federico Irizarry Natal entiende por “escritura del gremlin”: “una práctica de alteridad discursiva organizada en torno de un ágil ingenio perturbador que se caracteriza por un espíritu revisionista y transformativo”. (P. 59).
Al enlazar los términos antipoesía y minimalismo con el cauce canónico puertorriqueño se percibe el vacío, como si fueran conceptos disonantes y ajenos a la práctica escritural. La tradición del país se ha centrado con obsesivo empeño en la búsqueda de la identidad nacional, y no será hasta mediados de los años setenta cuando la fragmentariedad minimalista y el ideario antipoético abran el canon con su impulso de renovación literaria. Así ambas actitudes creadoras comienzan a integrase en una tradición casi fantasmal, como perspectivas alternas y estigmatizadas, por más que el ensayista recuerde obras y escritos concebidos desde la disonancia vanguardista.
Corresponde a los últimos tramos del ensayo la exploración minuciosa del trayecto creador de Salvador Villanueva, Edgardo Nieves Mieles y Jorge David Capiello y el estudio rizomático de sus libros más perseverantes en las coordenadas sustanciales del minimalismo y la antipoesía. Irizarry Natal despliega un conocimiento preciso y una documentada información. Al sondear Poema en alta tensión, primer poemario de Salvador Villanueva, acuña una expresión de fértil lucidez: la experiencia del límite. Así enmarca una estética transgresora cuyo afán expresivo evoluciona “hacia un registro descarnado cuya violencia aspira a la concienciación de una realidad desfundamentada en el contexto del despertar sombrío” (P. 118).
El minimalismo antipoético de Edgardo Nieves Mieles impulsa un proceso reflexivo en torno a las entregas Con las peores intenciones y La esperanza es verde como el mugir de las vacas; ambas propuestas acogen una densa imaginería surrealista, intensa intertextualidad y un sustrato temático centrado en el absurdo existencial. Su tendencia al cambio de dirección y a la rehabilitación, frente al nihilismo y al escepticismo de Villanueva resulta iluminadora en la construcción de una realidad más habitable.
El sondeo en el registro de Jorge David Capiello se hace desde el libro Casquillos porque concreta “un quehacer contratextual, transgresor y lúcido”, una enunciación marginal elaborada con textos vinculados a la estética cubista y la reescritura paródica, que deja espacio a un continuo cuestionamiento de la tradición mediante creaciones híbridas, originando un ideario estético transgresor y una alteridad discursiva perturbadora.
La escritura del gremlin perfila su contenido con el trazo firme de un ensayo brillante. Constituye el empeño exploratorio de líneas de fuga que cuestionan la estética unitaria y orgánica del canon. Recupera posturas conexionadas con la heterodoxia y la visión rupturista del arte poética. Hace de la diferencia un espacio verbal hospitalario en el vuelo libre de la creación.
JOSÉ LUIS MORANTE
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