Mostrando entradas con la etiqueta Editorial Isla Negra. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Editorial Isla Negra. Mostrar todas las entradas

jueves, 24 de noviembre de 2022

NADAR EN SECO (PRESENTACIÓN EN LIBROS PROHIBIDOS, ÚBEDA)

Recital y lectura en Úbeda, Jaén
Cartelería y diseño
Javier Gallego Dueñas

 

NADAR EN SECO
 
El tiempo que no tuve nada en seco.
En él cada brazada recolecta
los secretos acordes de la profundidad.
De cuando en cuando
rasgan la superficie huecos húmedos
de cuyo fondo emergen
estelas de luciérnagas.
Mas un sudor salobre
desdice la quietud,
impulsa cercanía
hacia el contorno exacto del trascielo.
 
No dejo que el cansancio me carcoma.
Sacudo el agua ausente.
En los brazos maltrechos
hay jirones de mí.
 
     (Del libro Nadar en seco, 2022)
 
                             

viernes, 21 de octubre de 2022

MÓNICA MANRIQUE DE LARA. LA LEÑA

La leña
Mónica Manrique de Lara
Prólogo de Óscar González Palencia
Editorial Isla Negra
Coedición Centro de Arte Moderno de Madrid
San Juan, Puerto Rico, Madrid

 

COMBUSTIÓN

 
   Mónica Manrique de Lara (Granada, 1974) Licenciada en Traducción e Interpretación y profesora de un instituto público andaluz, inicia trayecto con la entrega Devoción de las olas, una densa reflexión poética en torno al amor y la naturaleza que convertía el mar, como espacio físico y territorio onírico, en una sugestiva propuesta simbólica, capaz de transcender las limitaciones contingentes del entorno. Aquel primer libro, impulsado en común por las editoriales Isla Negra y Crátera, implicaba al pensamiento en un incansable caminar cognitivo, en un estar en vela sustentado en descubrir bifurcaciones entre razón y destino con la naturaleza como territorio conjetural.
   El nuevo libro La leña elige como aserto definidor un título fuerte y matérico y antepone a los poemas una parada crítica, “Hacia la perpetuidad”, sobre la semántica y caracterización del poemario, firmada por el poeta Óscar González Palencia. El prólogo concede a estas composiciones una condición fronteriza entre pensamiento y poesía, entre la ontología del ser y la definición de la identidad a partir de sus nervaduras interiores. De este carácter reflexivo de la entrega nace una escritura a contracorriente, alejada del ámbito experiencial y urbano, que vislumbra el discurrir como una percepción transversal y aglutina disertaciones en su fragmentaria captación del entorno. La observación del sujeto poético se caracteriza por su carácter subjetivo y por la fragmentación enunciativa de su discurso. Son cualidades  muy presentes en el enfoque de la primera sección “Sol en el corazón” que impulsa un horizonte temático desplegado. Ahí están los poemas que sondean el sentido del mundo y que convierten el verso en un trayecto intelectivo ligado a la búsqueda de respuestas ontológicas y actitudes morales. Tras el epitelio de las apariencias está lo que se adivina, lo que fluye invisible por las arterias de la temporalidad.
   Tras la mirada indagatoria de María Zambrano y la complicidad lírica de Miguel Veyrat, uno de los magisterios orbitales de la poeta, el tramo “Sol al corazón” supone un encuentro entre paisaje y memoria; pero también la sensación nocturna de finitud y vacío. El sujeto es barro y leña caída, conciencia que percibe las grietas de lo ideal. Desde el deambular del ser se siente cómo el calor y combustión de la esperanza languidecen. Cerca la noche, la indecisión, lo oscuro, en el aire de la madrugada esperando, tal vez, la conformada senda del nuevo día.
  En el apartado central “Cruzar paisajes” nuevamente es la claridad reflexiva de María Zambrano quien abre el pensamiento para deletrear los signos del entorno, mientras el fluir del recuerdo se desplaza en su viaje interior. Todo parece abocado a una germinación inadvertida cuyo último sentido se desconoce. Como una semilla que se lanza al vacío y debe encontrar en el silencio su fuerza embrionaria para ser raíz y fruto, el ser es entrega continua, voluntad para sortear la niebla del tiempo y fijar pasos más allá de la intemperie: “¿Hay alguna luz / por la que caminar desnudo sin ser leña”?
   El apartado “Los espejos” asienta en el marco del poema la presencia del yo desdoblado, la imagen que se teje con los hilos de luz y que habla de soledad y ausencia. El sujeto contempla su desnudez como si solo cubriera su carne un epitelio de sueños en el que adquiere forma el rostro de la aurora.
   La coda final “cartas de amor y duda”, la poeta recurre al poema en prosa para dialogar con la escritura de María Zambrano. El verbo aspira a despojarse de imágenes para propiciar un encuentro con la nada y el vacío que aspira a convertirse en viaje ensimismado; al cabo, la palabra se repliega en dirección a sí misma para comenzar a ser solo poesía.
   Escribía en su texto de arranque Óscar González Palencia que “la poesía es camino hacia sí mismo" porque en su deambular cobran voz las cuestiones que aglutina el pensamiento: la fragilidad de la razón para captar relaciones, las inquietudes de la conciencia y las conexiones del yo con el entorno natural. Desde la palabra, la razón metalingüística sostiene esa pretensión de la escritura de sortear la temporalidad, junto a la necesidad de mantener un pensamiento crítico desvelado que encuentra en la parquedad formal del poema breve una amplia cosecha reflexiva. En la práctica escritural de Mónica Manrique de Lara se percibe una orientación metafísica que concede a La leña  un espacio propio y singularizado, en algunos momentos oscuro y con vectores surrealistas que abre campo al discurso intimista, pero alejado del realismo coloquial, donde se exploran las cuestiones centrales de la existencia con una exigente voluntad de rastreo. Con la levedad de quien contempla sombras en el jardín.

JOSÉ LUIS MORANTE


martes, 18 de octubre de 2022

CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS. INVENTARIO

Inventario
Carlos Roberto Gómez Beras
Isla Negra Editores
Colección Filo de Juego
San Juan, Santo Domingo, 2022


 

SIGNOS DE VIDA

 

 
   Creo necesario recordar, para comprender mejor el largo camino literario de Carlos Roberto Gómez Beras, su nomadismo biográfico. Desde los primeros años de la infancia se introduce en la extrañeza y la perplejidad de dos espacios geográficos del Caribe: República Dominicana, país donde nació en 1959, y Puerto Rico, patria de acogida donde se instaló la residencia familiar desde 1964. Allí completa estudios, se vincula a la universidad como catedrático y docente y realiza una intensa tarea cultural, con la fundación e impulso de la Editorial Isla Negra, que refuerza y nunca impide el ejercicio de su viaje central: la poesía. El trayecto poético ha sido reconocido hasta en cinco ocasiones con el Premio Nacional de Poesía y ha fortalecido su traducción a otros idiomas y la ineludible presencia en excelentes muestrarios y compilaciones antológicas latinoamericanas.
   No pasa inadvertido el subtítuto de Inventario en el que el poeta aglutina el contenido orgánico del poemario bajo la consideración de Libro póstumo; la escritura hace balance del después, como si la estela vivencial hubiera concluido y fuera necesario alzar en el pensamiento una estructura cerrada de la devastación, la intensidad de todo lo vivido. La identidad del yo se somete a una reclusión introspectiva y se empeña en descubrir todos los sedimentos de lo perdido. La senda interior comparte la intensidad final de aquellos versos de César Vallejo: “En suma no poseo para expresar mi vida sino mi muerte”.
  El escritor comienza su mirada interior argumentando sus relaciones con la realidad diaria, ese diálogo imprevisible, de contención y evocación serena, en el que se pone en juego intuición, inteligencia y voluntad. Desde esa observación se establece un pequeño inventario de logros y carencias; se mira a un cielo “hecho de intentos, vuelos y caídas”, un sujeto que trata de encontrarse con las esperanzas y decepciones.
 Lo vivido aparece en el transitar del tiempo como una escueta sucesión de migajas, dispuesta a ser materia prima del olvido. Solo queda la conciencia de que el yo camina por un recorrido insondable, casi diluido entre la niebla. Se nombra lo contingente en sus múltiples manifestaciones, desde las voces en el tiempo de la historia colectiva, hasta la memoria del cuerpo y esa textura que marca en lo sentimental el aprendizaje de la vida al paso.
  El peso que adquieren en los días las paradojas de lo cotidiano sirve de contrapunto al afán del quehacer laboral. La vida laborable del poeta inspira muchas composiciones que acercan la realidad y el sedentario declinar que anula el escapismo de los sueños. El sentir conforma una intensa experiencia cognitiva, y el tiempo deposita asperezas sobre la piel mudable de lo cotidiano. La labor del editor deja en su desempeño decepción y extravíos, esa queja de quien percibe que muchos consideran ese trabajo una tarea secundaria, que no alcanza ningún reconocimiento generoso.  En la aridez de esa tarea oscura, queda la compensación de quien une en el espejo su condición de poeta, una voluntad de indagación y búsqueda que busca respuestas en la amanecida.  
   La poesía se convierte en pretexto central y núcleo germinativo de abundantes composiciones, como si la labor de la escritura fuera yuxtaponiendo en el tiempo evocaciones y vivencias dormidas en la estela biográfica. Quien escribe toma el pulso al poeta, al poeta joven, a la palabra crepuscular y a la armonía de las palabras que da sentido, con su densidad de estratos, a las sacudidas del pensamiento. Lo pasado se viste con un cálido simbolismo y las viejas secuencias vitales se empeñan en una lenta navegación por los sentimientos hasta completar en el presente un cálido viaje circular. En él se refugia la introspección de quien rememora la complicidad de la escritura: LA POESÍA: “La poesía es un cuerpo resucitado / que habla en silencios y metáforas. / La poesía es un gesto ebrio / en medio de la noche más clara. / La poesía es un camino no tomado / porque en el deseo está la ruta y su alba. /La poesía es un caerse entre las cosas / para luego, sin las alas, levantarse. / La poesía no existe, como existe el poema que nace, estalla, alumbra y muere para darle vida a otras palabras. / La poesía no muere, porque es la fe / de una herida que inaugura la mirada.”
   Los poemas buscan la herida abierta de la amanecida, nombran las cosas y llenan las manos de signos, deudas y reflejos, tercos materiales que ponen lentitud en lo vivido y transforman el abrazo entre onirismo y realidad en un único poema, ese texto que encierra el destino de cada identidad “como un castillo que se deshace sin que logremos habitarlo”.
  En el último tramo de Inventario, de Carlos Roberto Gómez Beras, conviven textos reflexivos y estados de ánimo que abordan exploraciones sobre la tristeza, el sueño, la fe o los sentimientos con la evocación de presencias referenciales como la hija, la amante, la madre o esas identidades transitorias y efímeras que ponen voz a la soledad y al encuentro. Así concluye esta exploración poética de lo vivido, en la que el tiempo cobra una dimensión que enlaza vida y muerte, el círculo de arena que da sentido a nuestros pasos.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 
 

  

     

domingo, 26 de diciembre de 2021

MARÍA TERESA MACHADO. DUELO Y UTOPÍA

 Duelo y utopía
Poemas para Federico
María Teresa Machado
Editorial Isla Negra
Colección Filo de Fuego
San Juan, Puerto Rico, 2021

 

MEMORIA Y SUEÑO
 

 
   El discurso lírico de María Teresa Machado, Doctora en Literatura Hispanoamericana y catedrática auxiliar en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico en Cayey, tiene como fecha de amanecida 2017, cuando se publicó en el catálogo de Isla Negra su carta de presentación Gruta de sal. Esta segunda salida, Duelo y utopía, muestra de inmediato su fluir agradecido en la incuestionable claridad del subtítulo “Poemas para Federico” y en la sentida dedicatoria del poemario: “A Federico García Lorca, el poeta. A Federico (Fede), el músico. Sin ellos, estos poemas no existirían”. Se añade, además como umbral de Duelo y utopía, un estremecido soneto del poeta de Granada. 
   Generosas y próximas al legado vivo del poema, las palabras dejan sus frutos al sol, su nube en vuelo de memoria y sueño. Así nos llega el contenido homenaje de Duelo y utopía en el que María Teresa Machado recorre el espejo sosegado de la identidad literaria de Lorca para ofrecer un emotivo retrato atemporal. La evocación recorre un espacio intimista, donde se recupera la inquietud del silencio y la ausencia para rescatar la pervivencia intacta de lo que nunca se ha perdido. Desde el primer poema “La inquietud, el duelo y las palabras”, retorna con claridad diáfana la memoria truncada por la finitud: “Es primavera / y la puta muerte se pasea hambrienta por las calles / estirándose, prolongándose, difuminándose, / silenciando el ruido que brota / de todas y de ninguna parte como un oxímoron…”.
 La copiosa lluvia del dolor refuerza la semántica emotiva del poemario y ese desdoblamiento personal entre el recuerdo del poeta y la presencia afectiva del homónimo, Fede,  el músico. Las composiciones resaltan el nítido periplo de las escalas musicales y su manera natural de conformar armonía y belleza en el discurrir de lo cotidiano, conformando un entrelazado de sentimientos  y emociones. Funciona como antídoto contra los sueños erosionados y la incertidumbre: “Tu música sostiene mis hilos de cordura. / Iluminas cada cuarto y cada esquina desde la cual sobrevivo”. Esos vínculos tendidos construyen un refugio sentimental fuerte, capaz de soportar la intemperie: “Eres un latido que rompe la noche en sus cimientos. / Eres el rezo a una deidad recuperada. / Con ella pactamos la inexistencia del olvido”.
   El contenido argumental caligrafía en el homenaje la condición temporalista de la existencia. Todavía queda mucho por decir y a ello se aplica el yo poético en medio de un entorno distópico, de calles vaciadas y restos de ceniza bajo los párpados. Se enlaza el recuerdo del pasado con la geografía sentimental de ahora; si el poeta ya no está, sí resulta presencia singular el músico -Fede- como destinatario del deseo. La relación con el yo poético muestra la importancia esencial de la música, generadora de sentimientos y amparo. Las partituras son capaces de construir un refugio vital que es continuo soporte en el tránsito existencial de luces y sombras. Los acordes abren el corazón y dejan la mirada limpia y luminosa para que sea el amor un un latido coral que manifiesta el sentir de la conciencia: “Tu partitura recuerda a mi corazón / que las combinaciones musicales son infinitas. / En medio de este caos de urnas vacías y ataúdes sin despedidas / mi mirada quiere abrazarte en un adagio. / Y mi cuerpo es una sinfonía total para quererte. “
  La escritura de  “Nacer de nuevo” y “Ni brújulas ni almanaques” hace del verso una celebración de erotismo y deseo. Del estar compartido germina una nueva mirada ante la realidad vivida, que siempre se conforma efímera y transitoria: “Mi sed de ti se empeña en la búsqueda / de un poema musical que te exprese. / Insisto en encontrarte en las palabras / pero te me escapas en todos los bemoles”
  Pero también la ausencia habita entre los pliegues de la memoria y queda la sospecha de que todo fuera un sueño, una utopía desvelada en el insomnio que se apagara en solo un instante. La presencia del ser amado acrecienta sensaciones de incertidumbre y enigma. De nuevo el recuerdo de Federico y su temprana muerte dicta los latidos del poema final que busca en sus versos la caligrafía tanteante del regreso y la quemazón del deseo cumplido.
   María Teresa Machado establece en Duelo y utopía  un cálido homenaje al poeta de Granada. Más que la rememoración del entorno biográfico, nos deja la cadencia de una complicidad lectora en la que la música se convierte en territorio compartido. Esta visión de la poesía nos muestra el diario íntimo de amor, cuyas anotaciones componen un pentagrama de sensaciones y vivencias, de imágenes que simbolizan el discurso  vibrante de la vida que fluye, que abre camino al núcleo sentimental del ser humano en su viaje por la intimidad.

JOSÉ LUIS MORANTE




jueves, 1 de julio de 2021

ARCHIPIÉLAGO INVEROSÍMIL. ANTOLOGÍA DE POETAS DOMINICANOS EN EUROPA

Archipiélago inverosímil
Antología de poetas dominicanos en Europa
Prólogo: Alberto Martínez Márquez
Compilación: Fausto A. Leonardo Henríquez
Mayobanex Pérez, Daniel Tejada 
Editorial Isla Negra, Colección Los Nuevos Caníbales
San Juan, Santo Domingo, 2021


 POSTALES CON LUZ

                                                       

   Una circunstancia común en casi todos los países de las Antillas caribeñas es el continuo flujo migratorio. Es debido esencialmente a la crisis económica de la zona, pero también a una causalidad múltiple que engloba la política, los valores sociales y la formación cultural. Esta perenne diáspora provoca puntuales análisis desde perspectivas económicas o de mercado porque las remesas tienen una presencia fuerte en el producto interior bruto. Tampoco falta la mirada preventiva al envejecimiento demográfico porque los que se van son, con frecuencia, los jóvenes. Pocas veces en cambio, se hacen sondeos literarios, capaces de medir la aportación creativa del nomadismo hacia Estados Unidos y Europa. Esa clave es el eje argumental del prólogo de Archipiélago inverosímil, escrito por Alberto Martínez Márquez, catedrático de la Universidad de Puerto Rico en Aguadilla.
   El balance compila postales con luz de la diáspora hacia Europa. Conforma un mosaico marcado por la diversidad; en palabras del profesor Martínez Márquez: “Esta antología poética explana el mapa de la media isla para ofrecernos algo más que un testimonio de la presencia dominicana en el Viejo Mundo. Se trata de una propuesta polifónica de diecisiete voces, en las que la diversidad de formas y dicciones demuestra la necesidad de poetizar como una forma efectiva de cifrar las experiencias del proceso migratorio y transcenderlo”.
   En suma, nos hallamos ante un legado múltiple que ha conocido en el último tramo finisecular y en las primeras décadas del siglo XXI un insólito despunte. El compendio de nombres recurre al orden alfabético para organizar la muestra integrada por una mínima representación de textos y una biografía informativa. En ese mapa poético cohabitan nombres de varias generaciones: a la del cincuenta pertenecen Ana María Céspedes Calderón, Nelson Ricart Guerrero y José Sirís; más numerosa resulta la nómina de los años sesenta que da cobijo a Sol Lora, Fausto A. Leonardo Henríquez, Mayobanex Pérez, Altagracia Pérez Pitel, Bernardo Silfa Bor y Daniel Tejada; representantes de la promoción del setenta son Roberto García, Farah Halall y Rosa Silverio; y son los benjamines de la antología Karlina Veras Read, Alejandro González Luna, Leonardo Reyes Jiménez y Marielys Duluc.
   Amanece en Archipiélago inverosimil un cruce de itinerarios donde resulta muy complejo agrupar a los representados bajo la sombrilla de grupos, etiquetas generacionales o idearios estéticos. Lejos del quehacer colectivo, cada trayecto completa, tras su epifanía, un largo recorrido por la singularidad poética. La presentación del mínimo acopio de cada poeta no puede ser sino umbral para una estación lectora más plena y demorada, en la que se justifiquen las apresuradas impresiones, los recursos expresivos habituales, las similitudes estilísticas y las variantes argumentales.
   En cada autor destaca un norte. En Simeón Arredondo Natera el tono paradójico y la mirada social, junto a una lírica reflexiva y evocadora, poco dada a la gratuidad experimentalista. Persiste en el léxico de agua clara de Ana María Céspedes Calderón un intenso cauce confesional en torno al amor, el cuerpo y el deseo como plenitud, erosión y desgaste; pero también toma la palabra un resolutivo compromiso ecológico. En los poemas de Marielys Duluc amanece el gen feminista para airear la violencia machista en lo doméstico o la asunción de roles que hacen de la mujer presencia diluida y secundaria; también aflora la herencia africana y el rumor fuerte de un pretérito que persiste en el tiempo, frente al globalismo igualatorio colectivo. Roberto García, con poemas en prosa, muestra evocativos relatos líricos que siembran en la percepción del lector sensaciones llenas de vida, vértices de caligrafía afectiva.
   El trasfondo expresivo de Farah Hallal  acumula abundantes imágenes y confía en el aporte simbólico de las palabras. Frente al enunciado conclusivo, sus poemas preservan el misterio de la sugerencia y la estela personal de lo intuitivo; pero también la carga crítica que emana de la condición de mujer y de la conciencia de un estar social proclive a la disonancia y a la marginación de muchos colectivos.
   En el trayecto creador de  Fausto A.  Leonardo Henríquez el tiempo existencial se convierte en inmersión en la esencia del ser. El poema trasciende la contingencia biográfica para que la memoria adquiera relieve a través de alusiones a una inocencia germinal en la que se cobijan los ancestros, esa llama telúrica de una sabiduría pretérita que recuerda un lejano paraíso perdido y recrea un modo de existir.
   La voz comunicativa de Sol Lora enaltece la claridad figurativa; el poema enuncia el discurrir vital en lo cotidiano, donde acecha siempre entre la sombra la siniestra presencia de la muerte. A partir de ese ámbito germinal de finitud y hastío, nacen los versos para enaltecer la fuerza de lo sentimental o para hacer de un vestido pretexto argumental en el que se define una sensibilidad en vigilia.
   En las composiciones de Mayobanex Pérez el poema emite un verbo apelativo que llega al otro, como si la segunda persona fuera un yo desdoblado que debe resolver las labores diarias del existir. El trasiego temático explora estados de ánimo, elementos naturales, el perfil cívico del ciudadano en la calle o la música como expresión cultural que traspasa la textura emotiva.
   Altagracia Pérez Pitel define una mirada introspectiva, hecha evocación y onirismo. Su léxico, escueto y directo, rechaza el oropel metafórico para desplazarse por las líneas existenciales que buscan, en su fragmentarismo, la razón de ser en la orfandad diaria.
   También Leonardo Reyes Jiménez prefiere la expresión incisiva para cuestionarse las interrogantes que expande la conciencia; el referente cultural sirve de hilo conductor a un buen número de composiciones. En ese enfoque de la voz poemática hay un renacido lector que glosa a Zagajewski, Cortázar o Roberto Bolaño, y que hace del poema una mano abierta a las diluidas esperanzas del presente.  
   Los motivos centrales de Nelson Ricart Guerrero son el hurgar metaliterario en torno al texto; el otro como eje gravitatorio del yo sentimental, y el precario enraizamiento del devenir. Con lúcida precisión y palabra coloquial el lenguaje es refugio de asombro, una grieta que esconde el callado secreto de lo temporal.
   Está presente en la poesía de Bernardo Silfa Bor la huella múltiple del cuerpo, como deseo y celebración. Su avance lírico remite a magisterios como Whitman o Baudelaire para dejar en sus poemas un verso expandido, que percibe el entorno como un espacio hermético proclive a lo fragmentario y la paradoja.
   Rosa Silverio relativiza el marco aparente de lo real para definir la textura exacta del viaje interior y sus vaivenes anímicos. En su poesía hay una implícita asunción del legado de César Vallejo; las palabras reverdecen para adquirir nuevos matices capaces de descifrar la cosmogonía del mundo. Poesía intimista, intensa en la que la gastada emoción se repone y adquiere vuelos altos.
    Una veta argumental significativa de José Sirís es la meditación sobre lo transitorio. En el recorrido verbal del entorno explora enlaces entre sus elementos y vislumbra una realidad mudable, que se abre también a los velados mensajes del subconsciente. Su expresión refuerza magisterios del humanismo, trastoca la frase y expande imágenes que logran secuencias expresivas inesperadas.
    El hilo poético de Daniel Tejada desovilla una nítida preocupación social. Refleja una convivencia en el tiempo que amanece con todas sus aristas y donde son reconocibles gestos convertidos en abstracciones. La voz celebratoria del yo femenino alumbra la textura sentimental de otras composiciones que hacen del amor su amanecida primigenia.
   Karlina Beras Read personifica la coda final de la antología con una poesía narrativa que expone una reflexión abierta de lo biográfico. Los poemas  insisten en la idea del tiempo como un continuum que vincula identidades y viajes, itinerarios que son siempre estelas de conocimiento y sirven de umbral a los versos que enlazan las pulsaciones de la memoria.
  Con frecuencia, el localismo de una compilación antológica se asocia con una forma de sentir el poema ceñida a un espacio autónomo e insular, con mínimos contactos con realidades exteriores ajenas. Sin embargo, los poemas de Archipiélago inverosímil amplían el sustrato del legado dominicano con la experiencia sensible de otros ámbitos; por eso irrumpen, emotivos e intensos, en la intimidad del lector, plantean las incertidumbres de un yo de frontera, que debe redefinir su identidad en la intemperie del estar a solas, en medio del recuerdo de una isla lejana que en la vigilia y el sueño promete amanecidas y regresos. 
 
 
                                                                                         JOSÉ LUIS MORANTE

jueves, 25 de febrero de 2021

FEDERICO IRIZARRY NATAL. LA ESCRITURA DEL GREMLIN

La escritura del Gremlin
Federico Irizarry Natal
Editorial Isla Negra
San Juan, Puerto Rico, 2020

 

ANTIPOESÍA Y MINIMALISMO EN PUERTO RICO

  

   Poeta, ensayista, director de la revista Ceiba y profesor en el Departamento de Español de la Universidad de Puerto Rico, Federico Irizarry Natal aborda en La escritura del Gremlin un análisis de calado en torno al registro escritural de tres poetas puertorriqueños: Salvador Villanueva, Edgardo Nieves Mieles y Jorge David Capiello. Aporta un subtítulo de semántica orientadora, vertebrado en dos vértices estéticos que ya conforman tradición en el dinamismo dialógico de la poesía contemporánea latinoamericana de la postmodernidad: laconismo minimalista y fluir antipoético.
  Antes de afrontar esta metafísica conceptual, es necesario precisar el carácter simbólico que adquiere el gremlin como criatura mitológica y malévola, capaz de diluir la calmada quietud de la rutina con sostenidos sabotajes operativos. No cuesta establecer un parangón entre las fechorías de la criatura y los proyectos literarios configurados desde el disentimiento y la experimentación. Se trata de oír los pasos en la sombra de un lenguaje radical, premonitorio y dispuesto a erosionar conformismos y posiciones estéticas, cultivando la desestabilización sísmica y las grietas aleatorias de la deconstrucción.
   Con gran sentido orgánico, Federico Irizarry Natal integra su panorámica de conjunto en cinco tramos de fuerte autonomía reflexiva, pero complementarios entre sí. Los capítulos parten desde el marco teórico alzado en torno a la antipoesía y el minimalismo y, una vez asentado el sustrato conceptual, se explora la persistencia de ambos idearios estéticos en el ámbito puertorriqueño. Por último se focaliza en plano corto el legado poético de la terna elegida mediante el análisis de cuatro libros: Poema en alta tensión, de Salvador Villanueva; Con las peores intenciones y La esperanza es verde como el mugir de las vacas, de Edgardo Nieves Mieles; y Casquillos, de José David Capiello-Ortiz. 
   Desde una perspectiva teórica, la antipoesía tiene como núcleo germinal el trayecto lírico de Nicanor Parra y su espíritu desestabilizador y subversivo que entrelaza elementos poco convencionales como la dicción prosaica, el cinismo o la ironía. El concepto genera una recepción disonante con aplausos afines en autores como Raúl Zurita, Bolaños, Piglia o Benedetti y negaciones extremas que anatemizan la antipoesía como oquedad estética y vacío, como un decorado de cartón piedra dispuesto al rodaje de una parodia. Alto interés encontramos en la definición de  Mario Rodríguez para quien la antipoesía es la puesta en escena de la crisis de la poesía occidental a mediados del siglo XX.  Es sabido que la base conceptual del minimalismo, válida también para el cultivo de formas breves como el aforismo, el epitafio o el haiku, es la fragmentación, el laconismo y el ejercicio de condensación establecido por su economía configuradora. Desde los ejes de simetría de ambos polos operativos, es el momento de abordar lo que Federico Irizarry Natal entiende por “escritura del gremlin”: “una práctica de alteridad discursiva organizada en torno de un ágil ingenio perturbador que se caracteriza por un espíritu revisionista y transformativo”. (P. 59).
   Al enlazar los términos antipoesía y minimalismo con el cauce canónico puertorriqueño se percibe el vacío, como si fueran conceptos disonantes y ajenos a la práctica escritural. La tradición del país se ha centrado con obsesivo empeño en la búsqueda de la identidad nacional, y no será hasta mediados de los años setenta cuando la fragmentariedad minimalista y el ideario antipoético abran el canon con su impulso de renovación literaria. Así ambas actitudes creadoras comienzan a integrase en una tradición casi fantasmal, como perspectivas alternas y estigmatizadas, por más que el ensayista recuerde obras y escritos concebidos desde la disonancia vanguardista.
   Corresponde a los últimos tramos del ensayo la exploración minuciosa del trayecto creador de Salvador Villanueva, Edgardo Nieves Mieles y Jorge David Capiello y el estudio rizomático de sus libros más perseverantes en las coordenadas sustanciales del minimalismo y la antipoesía. Irizarry Natal despliega un conocimiento preciso y  una documentada información. Al sondear Poema en alta tensión, primer poemario de Salvador Villanueva, acuña una expresión de fértil lucidez: la experiencia del límite. Así enmarca una estética transgresora cuyo afán expresivo evoluciona “hacia un registro descarnado cuya violencia aspira a la concienciación de una realidad desfundamentada en el contexto del despertar sombrío” (P. 118).
   El minimalismo antipoético de Edgardo Nieves Mieles impulsa un proceso reflexivo en torno a las entregas Con las peores intenciones y La esperanza es verde como el mugir de las vacas; ambas propuestas acogen una densa imaginería surrealista, intensa intertextualidad y un sustrato temático centrado en el absurdo existencial. Su tendencia al cambio de dirección y a la rehabilitación, frente al nihilismo y al escepticismo de Villanueva resulta iluminadora en la construcción de una realidad más habitable.   
  El sondeo en el registro de Jorge David Capiello se hace desde el libro Casquillos porque concreta  “un quehacer contratextual, transgresor y lúcido”, una enunciación marginal elaborada con textos vinculados a la estética cubista y la reescritura paródica, que deja espacio a un continuo cuestionamiento de la tradición mediante creaciones híbridas, originando un ideario estético transgresor y una alteridad discursiva perturbadora.
    La escritura del gremlin perfila su contenido con el trazo firme de un ensayo brillante. Constituye el empeño exploratorio de líneas de fuga que cuestionan la estética unitaria y orgánica del canon. Recupera posturas conexionadas con la heterodoxia y la visión rupturista del arte poética. Hace de la diferencia un espacio verbal hospitalario en el vuelo libre de la creación.
 

JOSÉ LUIS MORANTE


 

 


viernes, 17 de agosto de 2018

CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS. ÁRBOL

Árbol
Carlos Roberto Gómez Beras
Imágenes de interior y cubierta
de
José María Seibó
Editorial Isla Negra, 2ª edición
San Juan, Puerto Rico, 2018
REFLEJOS



   Los itinerarios biográficos se empeñan en moldear bifurcaciones y propuestas de nuevos recorridos; así sucede con el primer tramo biográfico de Carlos Roberto Gómez Beras, nacido en República Dominicana en 1959. Desde 1964 su familia se instala en Puerto Rico y es allí donde sus raíces se despliegan hasta formar una geografía referencial. En ella conviven el profesor universitario, el editor y el poeta, con otras miradas culturales complementarias como la dirección de la revista Cuadrivium y el activo impulso de las colecciones de editorial Isla Negra.
  En ese sello se reimprime por segunda vez Árbol, una muestra poética subtitulada Treinta y cinco textos y sus reflejos con imágenes interiores y de cubierta de José María Seibó. Los esquejes germinan bajo la fronda conceptual de Octavio Paz, de quien surge el aliento germinal de la travesía verbal: “Creció en mi frente un árbol. / Creció hacia dentro”. La obra amanece como un mínimo cancionero amoroso, que renuncia a cualquier púlpito grandilocuente. Establece un aporte evocativo que convierte a la destinataria afectiva en refugio habitable. Comienza así una larga senda sentimental compuesta por mínimos fragmentos. En ellos se cobijan reflexiones amorosas, propuestas sensoriales, destellos y las incertidumbres fluctuantes del estado de ánimo de quien carece de sólidas respuestas.
  Germina en el lenguaje una cálida utillería en la que las imágenes enlazan el espacio personal de cada identidad: “El pájaro lento de mi mano / hace su nido de sombra sobre tu vientre”. A veces, genera una introspección en la que sentimientos y reflexiones dialogan en la paradoja, dando al poema un sentido nuevo: “Sobre las aguas del Danubio / veo pasar un pez, un error y otro pez. / ¿Me sostiene un puente o una parábola? “.
  Si es cierto que “la poesía debe aspirar a decir sin los accesorios del lenguaje”, como  se sugiere en el texto de contracubierta, algunos de los fragmentos líricos de Carlos Roberto Gómez Beras recuerdan en su desarrollo al despojamiento del haiku, naturalmente, sin el esquema verbal impuesto por la tradición japonesa. El poema deja esa captura de lo temporal que hace de cualquier instante un fotograma transitorio, una estela que busca en las palabras su epitafio: “Mi hija conversa íntimamente en el teléfono. / En el patio levanto una pirámide de hojas. ¿A quién le dicta ella mi epitafio?”. La percepción del entorno no clarifica elementos sensoriales, acumula un orden interior inadvertido que da pie a la pregunta: “En el árbol de invierno, tres pájaros / duermen cada uno en su horizonte. / ¿Hay otro pentagrama tan escaso? “. O esta variante del pensamiento de Heráclito de que todo es mutación y cambio: “”Luego de mojar mis pies en la tristeza, / el río y yo nunca fuimos los mismos. / ¿Cómo no ahogarnos en el deseo?”.
    Es sabido que el amor como estado afectivo genera un abanico de posibilidades, desde la plenitud gozosa del deseo a la evocación y la carencia que abre, desde el vacío, una arquitectura de soledad y recuerdos. Este hermoso micropoema despliega un tacto repleto de ternura: “En un rincón de la memoria / mi mano se encuentra con tu mano. / ¿Hacia dónde emigra este pájaro tierno?”.  
   La voz lírica es consciente de su estar transitorio, tiene en la claridad inesperada del lenguaje los signos escritos del epílogo, esa despedida que hace de la última costa un mínimo puente entre el estar y la nada. Es el retorno hacia el origen, la fusión definitiva entre la palabra y el silencio: “perdida en el bosque de signos / encuentras la puerta que conduce a tu origen. / ¿Qué puerta se abre cuando tus ojos se cierran?”.