Lugares comunes Manuel Jesús Pacheco Alvarado Cuadranta Editorial Valencia, 2023 |
AZAR CONTINUO
La senda de cada autor es un trayecto azaroso, siempre condicionado por las
contingencias editoriales. Pone a prueba la voluntad de seguir y el empeño
de búsqueda de una voz singularizada que libre a las entregas de mimetismos, reiteraciones
y disparates vanguardistas. Así surge el tono justo, la caligrafía reconocible
que invita a la lectura y concede sentido a tantas horas de soledad e
incertidumbre. Manuel Jesús Pacheco Alvarado presenta su tercera salida
poética Lugares comunes- tras las
estaciones Juego de versos (2020), Viejos ecos (2022) y el proyecto escénico en verso Fama fatal (2021). El poeta
y profesor roteño, que actualmente reside en Jerez de la Frontera donde imparte
clases de inglés en un instituto de Secundaria y Bachillerato, persiste en el despojamiento expresivo y en el cultivo de una dicción figurativa y dialogal.
El umbral de dedicatorias que abre las páginas de Lugares
comunes cita algunos referentes del poeta, como sus paisanos Ángel García
López y Felipe Benítez Reyes, dos voces imprescindibles del mapa poético
contemporáneo. Y añade en el paratexto la conocida cita de Miguel Hernández:
“Llegó con tres heridas: / la del amor / la de la muerte / la de la vida”. Son
claves que nos pueden orientar sobre la visión estética del poeta y su empeño por comprender el decurso existencial a través del poema. De este modo, el
primer tramo del libro se titula “La vida” y construye un personaje poético que
emplea la voz directa de la confidencia para expandir luces y sombras de lo
cotidiano. Las contradicciones del entorno avasallan, dejan la sensación de
que el espacio habitual de nuestros pasos “No es país para cuerdos”. Pero
conviene ser testigo y sacar a flote la condición del superviviente: transitar es el único patrimonio que nos deja nuestra condición transitoria.
Somos , según comenta el hablante lírico, “Hijos de la prisa”. Todo es urgencia y casi
todos los propósitos a largo plazo resultan vanas especulaciones que apenas florecen. Se mantiene la
sensación de habitar a solas un páramo insular, lejos de cualquier paraíso. Sin embargo, tras la
máscara del desconcierto, está el yo y su obligación de persistir y no
renunciar. El camino se hace paso a paso, como agua que fluye.
Manuel Jesús
Pacheco Alvarado opta por el verso libre y el poema breve para construir sus
textos sobre las vibraciones del ahora. Surge así una tesela lírica, narrativa,
que habla de una
forma de mirar y de entender el mundo. La rutina nos convierte en blanco
perfecto de la indigencia. Habitamos un estar sedentario y remansado que deja poco
sitio al asombro. El entorno solo muestra su epidermis, su rostro cambiante y
transitorio en el que la identidad del yo se multiplica: “… soy el que es, / de
un modo diferente, tan semejante a ti. / Esta es la ciudad en la que se edifica
/ este yo, universal, este es el escenario / que compartes también tú, que eres
el hombre / que es todos los hombres y vive en la ciudad / que es, que fue y
que será todas las ciudades.”
La sección “El amor” figura como tramo
central del volumen. Pero aclaro de inmediato que no hay un tono hímnico de canto
y celebración, de comunión con el otro; el tiempo y sus efectos deja ventanas
al desamor y herrumbre. Tras los ecos de seducción y esperanza,
llega el vacío, el aura gris del recuerdo que advierte de un amor breve e
intenso. Los sentimientos son azar continuo donde los ciclos emocionales buscan
continuidad en los rincones del tiempo. Los latidos de la belleza tejen de
nuevo redes de esperanza. Veamos un fragmento del poema “Amor y luna”: “El
amor, como la luna, / a veces, parece haberse / ido; a veces, estar / blanco:
claro y puro, diáfano; / y no menos veces, rojo: /apasionada acuarela”.
Sorprende al lector, en el desarrollo del libro, la presencia de algunos poemas en prosa. Funcionan
como intervalos que relatan experiencias de viajes y el silencioso andar, como
ese luminoso poema de enamoramiento urgente de “The hairy pig restaurant (Lilla Nygatan)” que elige como marco de representación en la ciudad vieja de
Estocolmo.
El tercer apartado es muy breve y se
titula “La muerte”, un título conclusivo y crepuscular que postula una intensa
reflexión sobre la naturaleza humana y su dimensión transcendente. La inercia de vivir como autómatas también
sugiere al poeta composiciones de hondo calado en las que asoma la mirada
crítica. Cuesta desperdiciar ese tiempo de gotas contadas que corresponde a cada
identidad. Como escribiera Sartre en cita recogida por el poeta: “No tenían
ganas de existir, pero no podían evitarlo. Eso es todo”.
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