sábado, 3 de junio de 2023

DAVID ACEBES / JOSÉ ANTONIO OLMEDO. EL MONSTRUO EN EL CAMERINO

El monstruo en el camerino
David Acebes / José Antonio Olmedo
Consideraciones previas de los dos autores
Ediciones Trea, Aforismos
Gijón, Asturias, 2023


 

ARSOFISMOS


  Las entregas aforísticas se caracterizan por su singularidad. Definen el perfil literario de un yo pensante que aborda las paradojas del espacio mudable; recorren a solas ese lugar difuso marcado por la existencia diaria y la contingencia social del momento. Así que el pensamiento lacónico duplicado, como el que nos muestra El monstruo en el camerino, es una excepción. Está escrito a cuatro manos por David Acebes (Valladolid, 1976) y José Antonio Olmedo (Valencia, 1977), cuyos itinerarios alumbran un trayecto continuo y polivalente en el uso de estrategias expresivas.
  La publicación conjunta de El monstruo en el camerino refrenda la necesidad de unas consideraciones previas. El carácter meditativo de sus breves impone activos criterios transgresores. El liminar nace con vocación de paratexto y sondea “el carácter desautomatizador y transgresor” del conjunto, desbaratando convenciones genéricas. El material indagatorio del aforismo muestra una persistente “necesidad de experimentación y aspiración de búsqueda”. Nace así el “Arsofismo”, neologismo nacido en el entrelazado de ars, sofisma y aforismo. Con su pulso creador, el decir hiperbreve adquiere una etimología que acrecienta la pulsión transformadora del lenguaje y la ampliación del territorio conceptual conciso, manteniendo un propósito provocador y ecléctico.
  El texto clarifica también la semántica del título: el camerino no es sino una víscera interior, un habitáculo en el que se resguarda el monstruo que nos habita; por último, el manual de convicciones del prólogo reflexiona sobre los tramos de esta obra fragmentaria y su meditada arquitectura expresiva. Dado el poder argumentativo del prólogo y su dilatado trayecto reflexivo, se entiende perfectamente que la mirada ajena introduciendo el deambular del libro era completamente innecesaria; las manos de tierra del crítico siempre deben conocer sus límites.
  La vertebración estructural de El monstruo en el camerino se compone de once tramos que amplían trayectos por el humor, la greguería, las teselas meditativas sobre el estar vital o el pensamiento crítico sobre un tiempo de certezas aleatorias y divagaciones tendentes a lo etéreo. Todo en una saludable mezcolanza experimental que potencia y estimula la creatividad. Cada capítulo muestra la hibridez de un espacio expresivo despoblado de límites, sin moldes de confinamiento, que nunca renuncia a investigar. Toca superar la fugacidad instantánea de las circunstancias y convertir el aforismo en espacio de encuentro con el funambulismo verbal. Equilibrio e hilo tenso para que cada uno de los apartados se despegue del suelo y coja  aire la cosmovisión concisa dual.
  En el primer paso de la entrega “Humor vacui“ cristaliza un sorprendente paratexto que sondea relaciones expresivas entre identidades sin conexión como Séneca, Margaret Thatcher, Wenceslao Fernández Flores o Jesulín de Ubrique. En todo el apartado conviven ángulos relevantes del humor en sentido amplio. Se impone la heterodoxia, la naturaleza inquieta de un laconismo sin moldes que se hace chiste, juego verbal, diálogo confidencial o mera ocurrencia.
  El volumen descree de la línea recta en el trazado argumental. La senda cambia en cada sección de itinerario para evitar codificaciones previsibles. Hay, sin embargo, momentos expresivos que tienen un mayor aspecto canónico, como el segundo tramo, donde la filosofía impulsa reflexiones de calado sobre la realidad: “Los astros son símbolo de lo absoluto”, “Del onanismo intelectual griego, del “conócete a ti mismo” el hombre ha evolucionado a un simple “ignórate a ti mismo”; “Todo lo que justifica el orden, deriva de nuestro libre albedrío: el caos”.
   La configuración del aforismo está marcada por la exploración. Desde la duda recorre las grandes cuestiones del transitar en el tiempo para asentarse más allá de la incertidumbre, pero también cobija el baúl ingenuo de los sueños, las aspiraciones que hacen de cada yo una zona de sombras habitando el limbo del pensamiento. El aforismo se hace caja de resonancia de la naturaleza del ser humano y de su estar azaroso. No se trata de alumbrar dogmas desde el convulso cielo de las ideas sino de captar los matices cambiantes del pensar: “Palpé ceniza y me estremeció saberme polvo”, “Los pies, desnudos al nacer. Al morir, desnuda el alma”, “En una ecuación, cuyas variables son tiempo y espacio, el resultado es siempre erróneo: la vida”.
 La realidad textual de El monstruo en el camerino es poliédrica y hay que recorrerla con paso sosegado para disfrutar de su condición de paisaje abierto. El apartado “Es pasmo” reivindica la fogosidad metafórica de Ramón Gómez de la Serna y celebra la aportación de la greguería como género singular que enlaza humor y metáfora. Los autores dejan un amplio rastro de aciertos expresivos: “Al cangrejo se le va mucho la pinza”, “Los osos hacen panda”, “Miel de gallina, piel de abeja”, “El viento va a su aire”, “La coma es un punto con el pelo suelto”. Pero el libro cambia el paso de inmediato para hacer de “Apolocríticas” un inventario de referentes culturales y titulares gruesos de la actualidad política; mientras que “Alterofobia” condensa paradojas y juegos verbales, también  presentes en la sección “Veneno de broma”, junto a la ironía y el comentario crítico.
   David Acebes y José Antonio Olmedo firman una propuesta aforística original y distinta, que muestra propósitos de ampliar la cosmogonía expresiva del esqueje mínimo desde la heterodoxia y el desconcierto. Suponen que el transitar del lenguaje requiere una necesaria libertad emergente que deje sitio al contraste, que busque lo distinto y lo transformado, que haga de las formas discursivas del aforismo un tratado con múltiples enfoques, que sea reflejo especular de una laguna seca, del poder expresivo de la contradicción.

JOSÉ LUIS MORANTE



  

 

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