Paso ligero lleva un subtítulo: “La tradición de la
brevedad en castellano (siglos XX y XXI)”. Al abrir el libro nos
encontramos con un ensayo de casi 200 páginas que desemboca en una antología.
El conjunto es muy recomendable si se quiere tener una idea general sobre los
antecedentes y el desarrollo del género aforístico y, al mismo tiempo, tener
acceso a una selección de la obra de veintisiete autores, con presencias tan
relevantes como Machado, Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna, Carlos Edmundo
de Ory, Ramón J. Sender, Max Aub, Rafael Pérez Estrada, Dionisia García y entre
los contemporáneos, Manuel Neila y Ramón Eder… por citar algunos, sin menoscabo
de ninguno de los demás, hasta llegar a los veintisiete.
Cabría preguntarse por qué el género aforístico que parte, en
algún sentido, de la tradición oral y la literatura sapiencial, ha encontrado
tan amplio acomodo en los siglos XX y XXI. Al margen de la evolución de las
formas de comunicación, que se prestan especialmente a lo breve, debemos
reconocer que esas chispas de ingenio, esas luciérnagas del pensamiento que nos
iluminan durante segundos, tienen un encanto difícil de superar. El
inconveniente de toda síntesis es que se pueden perder algunos matices, pero, a
cambio, nos deslumbran. De hecho, dice Morante que el aforismo se ha convertido
en una presencia esencial del discurso literario.
Pongamos un ejemplo, José Bergamín escribe: “El hombre es cruel
cuando se apasiona. La mujer no es cruel más que cuando es indiferente” y quizá
no sea toda la verdad, pero la parte de verdad que queda iluminada, nos hace
pensar.
No quiero quitar tiempo al protagonista de la tarde, pero sí me gustaría aludir al segundo libro Fuera de guion. Si el ensayo que abre “Paso ligero”, era de casi 200 páginas, Fuera de guion recoge casi cien microrrelatos. Muchos de ellos, como nos indica el autor, han ido apareciendo en “Puentes de papel”, un blog que mantiene y ahora cito: “un apetito omnívoro de poemas, reseñas, cuentos y aforismos”. Como no podía ser de otra forma, los microrrelatos se acercan a algunas de las ideas recurrentes en la obra de José Luis Morante: me refiero a los laberintos del yo, a todo aquello que el mundo tiene de ambiguo, a la amenaza que albergan algunos espejos o la radical indefensión en la que a veces nos movemos.
Creo que algo de eso se resume en uno de ellos titulado “Jornada
laboral”: “Nunca hay excepciones. Cuando habla consigo miente a cada
instante. Eso le obliga a un inacabable fingimiento para demostrar que se cree
a sí mismo. Su edificio corporal sobrelleva el gravoso cansancio. Desempeña a
diario una doble jornada laboral.”
Desde luego una jornada de ocho horas no basta para el enorme
trabajo lector y para la ingente producción que devoran sus “Puentes de papel”.
Creo que es el momento de cederle la palabra al guardián de esos puentes, que
pueden ser frágiles, pero frágiles o no, lo que importa es que nos permiten
cruzar a la otra orilla.
GLORIA DÍEZ
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