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Manual para sacar un conejo de la chistera Juan Ramón Mansilla Prólogo de Rafael Escobar Sánchez Mahalta Ediciones Colección Adivinos Ciudad Real, 2025 |
MÁS ALLÁ DEL YO
La travesía poética de Juan Ramón Mansilla (Tribaldos, Cuenca,1964) sale a cielo abierto en el despertar del siglo, dentro de la recordada colección de El Toro de Barro, con la
entrega Los días rotos. Aquella carta
de presentación impulsó pronto nuevos títulos del autor, que extendía su
escritura a otros géneros como el relato o las colaboraciones en prensa. Pero
la obra lírica abrió un largo intervalo de silencio que ahora se quiebra con
la entrega Manual para sacar un conejo de
la chistera.
Rafael Escobar Sánchez se hace primer lector del poemario y firma el
prólogo “Los huéspedes de la chistera”. La apertura, como no podía ser menos,
deja una explicación del sugerente aserto que da título al libro. Su evidente
carga paródica aspira a descubrir esa materia intacta del asombro que cobija el
poema. La ironía y el humor son estratos necesarios que no restan nada al
clasicismo formal y a la aspiración del poema de buscar un interlocutor
dispuesto a compartir la textura emotiva o las confidencias de la autobiografía
lírica. Al cabo, todo libro de poemas invita a la reflexión y descubre el
interés luminoso del sujeto interior.
Con el hermoso pórtico de Rafael Escolar
Sánchez arranca un poemario que integra el poema umbral “Tono, vestimenta,
calzado”. Es una invitación a escuchar el abrazo entre lenguaje y sentimientos
para que se defina la identidad del yo; las palabras no son inocentes, marcan
la piel del aire. Sin la dicción clara de lo emotivo, el sujeto se deshabita,
vive a solas, confinado en un paisaje de aspereza que recuerda un túnel, una
oscuridad densa, buscando a lo lejos una angostura, un lejano punto de luz.
Juan Ramón Mansilla organiza su poemario en tres tramos en torno a
núcleos expresivos referenciales. El primero “la casa de los rostros de ayer” enuncia
el recordar de la evocación. El poema es testigo, en el cuajado bosque de los
días, de una interminable estela de vidas, casi suspendida en el tiempo. No se
trata de visiones fugaces sino de raíces de la identidad en un entorno rural,
hecho de cercanía con la naturaleza. Lo cotidiano responde a las preguntas del niño
con la percepción de lugares, horizontes livianos y una nutrida existencia
animal que convulsiona la sensibilidad y se queda en los sentidos.
La dormida silueta del fluir
vital se hace mapa de reflexión en la vigilia del pensamiento y símbolo fuerte de
mutaciones y cambios. La existencia se fragmenta y son necesarios signos y
collages para conceder al contraluz de los relojes un latido unitario, una
razón de peso que justifique las pequeñas historias.
El hilo de la segunda sección, “Música recercada”, enriquece su avance
con alusiones culturales. Así sucede en poemas como “Lo real”, “Job”, “Ángeles”
o “Lectura de Hamlet”; pero sus contenidos alumbran una gran variedad de
asuntos. En los versos van emergiendo hasta la superficie del poema: viajes,
lugares, fotografías, la vida concentrada en un instante. Asi se forma la
desgajada esencia de una poética: “Quizá el poema sea este fumar discontinuo /
la mecánica repetida del humo / lejos de la meta y de cualquier fin loable”.
El transitar del apartado final, que se
abre con la solemnidad de tres citas clásicas, muestra una realidad que va
dejando rastros en el devenir, en ese solitario empeño de Penélope de tejer y destejer.
La calle de lo cotidiano se perfila en los trazos del poema como un diario de
retorno al ahora. La palabra es reflejo de la respiración acompasada del tiempo:
“Podría escribir sobre la bondad de la sombra / pero es tan intensa la luz que
nada es visible. / Días de cielos sucios embarrados de polvo. / Días en que no
es posible el milagro / ni modo alguno de redención”.
En el transitar intimista de Manual
para sacar un conejo de la chistera la palabra poética acerca los virajes
de la memoria y la grieta abierta de lo cotidiano. Se multiplican las instantáneas sobre las que estalla el desapacible goteo de indicios, que apunta lo que va a suceder. Si el pasado aflora, carga en sus brazos extrañeza y olvido, un desfile de ausencias que pone frío en la casa del tiempo. Queda la chistera como símbolo para recuperar el temblor vivido, las vibraciones de rostros y voces que se apagan. Ausencias que requieren un cálido ejercicio introspectivo, la mirada poética de quien retorna en busca de los tejidos más profundos del yo. Aquellos donde suena intacto la voz estremecida del silencio, su vacío.
JOSÉ LUIS MORANTE
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