jueves, 20 de marzo de 2025

JUAN ANTONIO MORA. EL DELIRIO DE LA PALABRA

El delirio de la palabra
Juan Antonio Mora
Prólogo de Alberto García-Teresa
Fotografías de Adela Sánchez Santana
Editorial Corona del Sur
Málaga, 2025
 

MIRADAS INTERIORES 

 
   El autor de la antología La alegría del aire (2019), el poeta, crítico y antólogo Alberto García-Teresa es el encargado de escribir el prólogo de El delirio de la palabra, nueva entrega de Juan Antonio Mora (Andújar, Jaén, 1950). Nadie mejor; el relevante crítico y doctor en Filología Hispánica, que ha dejado ensayos fundamentales para la comprensión del presente poético como el estudio Para no ceder a la hipnosis. Crítica y revelación en la poesía de Jorge Riechmann (Lastura, 2025) ha recorrido con dedicación la escritura transparente de Juan Antonio Mora y su poética de la claridad, a través de un conjunto de motivos recurrentes como la memoria, la mirada crítica ante los desajustes sociales y el desasosiego existencial. La poética de Juan Antonio Mora es una lumbre encendida en la noche, donde el sujeto verbal hace de su transitar en el tiempo un caminar de vigilia y búsqueda. Refrenda el crítico madrileño: “Este poemario, siguiendo la línea de sus últimos libros, continúa explorando las posibilidades de la síntesis, la potencia de la contención y el fulgor de la idea esbozada”.
    El delirio de la palabra aspira a dibujar ese proceso en el que el sentimiento se hace pensamiento. Desde la experiencia de un lenguaje conciso, y con clara tendencia al decir lacónico del aforismo, quiere iluminar los claroscuros de una realidad que intensifica oquedades y contradicciones. Si nos atenemos a su semántica, el delirio de la palabra explora las obsesiones de la escritura para desplegar interpretaciones sobre lo visto y lo intuido. Los elementos y formas cercanas dejan en nuestros sentidos la inestabilidad frágil de la vida; las dimensiones de un entorno que rebosa incertidumbre. Al filo de esta actitud indagatoria del sujeto, convertido en observador y testigo del discurrir existencial, ha ido naciendo buena parte de la obra de madurez de Juan Antonio Mora. Un conjunto de entregas, muy próximas en el tiempo, que en su totalidad comparte una sencilla cimentación formal y un nítido esfuerzo personal por hacer de la confidencia subjetiva una superación de carencias y una reflexión humanista. Quedan en manos del lector los síntomas de un paisaje verbal, ajeno a cualquier vestimenta retórica; los renglones marcados de un ideario estético de rehumanización y compromiso, de oposición frontal a cualquier apariencia literaria, disfrazada de oportunismo y grandilocuencia.
   Juan Antonio Mora en la fertilidad incansable de su madurez literaria, redobla su confianza en la palabra. Nunca se doblega al silencio. Apela a enlazar puentes entre escritura y vida, como revelan los títulos Nubes (2021), La silla vacía (2022), Las flores me llaman (2022), Las ruinas del cielo (2023), El corazón del mundo (2023) y Los sitios del dolor (2024) y La ciudad y yo (2024). Un despliegue poético donde se comparte la metafísica del ser y las preocupaciones latentes del pensamiento libre y comprometido.
  Los breves poemas de El delirio de la palabra dialogan con las emociones. El afuera cercano forma parte esencial del sujeto literario, del mismo modo que los numerosos referentes culturales entretejen una cálida fraternidad con los versos e ideas del poeta. Como en entregas anteriores, hay un colmado abanico de citas iniciales que acerca el amplio venero de la tradición filosófica y literaria. Su diversidad encierra una filosofía de urgencia, una sugerente propuesta de establecer razones fronterizas entre el yo solitario que acepta límites como condiciones de su libertad para que no se pierda lo esencial y las mudanzas del entorno.
  Agradezco públicamente la dedicatoria. Concisa y esencial, “A José Luis y Adela” deja claro la relevancia de una amistad que trasciende lo literario para integrar lo emotivo en el discurso poético. Valoro muchísimo la amistad de Juan en mi senda vital desde hace décadas. De Adela Sánchez Santana son las fotografías de cubierta e interiores.  Las imágenes tienen el misterio de la extrañeza. Son representaciones visuales de los elementos más humildes del entorno rural. El pueblo, casi deshabitado y solitario, en la captación de detalles parece un organismo vivo, un material de interrogantes que se hospeda en la mirada interior.
   El poeta abre el itinerario de versos con una reflexión justificatoria del enfoque de taller: “Mi poesía es llanto, pena, una lágrima, / una angustia del alma…”. La voz que habita el verso está llena de sombras e intemperie. Sale a la amanecida en un estado de soledad que solo se llena de luz cuando siente la presencia del amor y la compañía de quien comparte incertidumbres. Desubicado entre los inconvenientes de lo doméstico, el pensamiento se agita, sin encontrar respuestas, frente al vacío y la nada. Solo la escritura se hace mediodía permite un refugio interior, una pasión que parece contradecirse a sí misma. La herida encuentra su verdad en el dolor y es generosa con el conocimiento y solidaria con las cicatrices abiertas y sin suturar de los que no tienen nada.
  La mansedumbre del reloj emana tristeza y aturde. En sus caóticos laberintos se encuentra la memoria del niño perdido, el deambular del hombre entre las cosas sencillas y el poeta que apenas sosiega emociones, sueños y pensamientos en la alta noche. En la vigilia de los sueños resuenan gritos agónicos; la impotencia ante la pena y el dolor que parecen señales ineludibles de la condición humana; a cada paso encontramos los fragmentos de la ilusión desgarrada de quienes perdieron la inocencia y llegan tarde a los sueños.
  Solo duerme la angustia en el interior del yo más íntimo, ese lugar donde algunos recuerdos resisten todavía y donde la voluntad no pierde nunca su invitación a la esperanza, su despertar de luz y de alegría.

JOSÉ LUIS MORANTE




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