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El delirio de la palabra Juan Antonio Mora Prólogo de Alberto García-Teresa Fotografías de Adela Sánchez Santana Editorial Corona del Sur Málaga, 2025 |
MIRADAS INTERIORES
El delirio de la palabra aspira a dibujar ese proceso en el que el sentimiento se hace pensamiento. Desde la experiencia de un lenguaje conciso, y con clara tendencia al decir lacónico del aforismo, quiere iluminar los claroscuros de una realidad que intensifica oquedades y contradicciones. Si nos atenemos a su semántica, el delirio de la palabra explora las obsesiones de la escritura para desplegar interpretaciones sobre lo visto y lo intuido. Los elementos y formas cercanas dejan en nuestros sentidos la inestabilidad frágil de la vida; las dimensiones de un entorno que rebosa incertidumbre. Al filo de esta actitud indagatoria del sujeto, convertido en observador y testigo del discurrir existencial, ha ido naciendo buena parte de la obra de madurez de Juan Antonio Mora. Un conjunto de entregas, muy próximas en el tiempo, que en su totalidad comparte una sencilla cimentación formal y un nítido esfuerzo personal por hacer de la confidencia subjetiva una superación de carencias y una reflexión humanista. Quedan en manos del lector los síntomas de un paisaje verbal, ajeno a cualquier vestimenta retórica; los renglones marcados de un ideario estético de rehumanización y compromiso, de oposición frontal a cualquier apariencia literaria, disfrazada de oportunismo y grandilocuencia.
Juan Antonio Mora en la fertilidad incansable de su madurez literaria, redobla su confianza en la palabra. Nunca se doblega al silencio. Apela a enlazar puentes entre escritura y vida, como revelan los títulos Nubes (2021), La silla vacía (2022), Las flores me llaman (2022), Las ruinas del cielo (2023), El corazón del mundo (2023) y Los sitios del dolor (2024) y La ciudad y yo (2024). Un despliegue poético donde se comparte la metafísica del ser y las preocupaciones latentes del pensamiento libre y comprometido.
Los breves poemas de El delirio de la palabra dialogan con las emociones. El afuera cercano forma parte esencial del sujeto literario, del mismo modo que los numerosos referentes culturales entretejen una cálida fraternidad con los versos e ideas del poeta. Como en entregas anteriores, hay un colmado abanico de citas iniciales que acerca el amplio venero de la tradición filosófica y literaria. Su diversidad encierra una filosofía de urgencia, una sugerente propuesta de establecer razones fronterizas entre el yo solitario que acepta límites como condiciones de su libertad para que no se pierda lo esencial y las mudanzas del entorno.
Agradezco públicamente la dedicatoria. Concisa y esencial, “A José Luis y Adela” deja claro la relevancia de una amistad que trasciende lo literario para integrar lo emotivo en el discurso poético. Valoro muchísimo la amistad de Juan en mi senda vital desde hace décadas. De Adela Sánchez Santana son las fotografías de cubierta e interiores. Las imágenes tienen el misterio de la extrañeza. Son representaciones visuales de los elementos más humildes del entorno rural. El pueblo, casi deshabitado y solitario, en la captación de detalles parece un organismo vivo, un material de interrogantes que se hospeda en la mirada interior.
El poeta abre el itinerario de versos con una reflexión justificatoria del enfoque de taller: “Mi poesía es llanto, pena, una lágrima, / una angustia del alma…”. La voz que habita el verso está llena de sombras e intemperie. Sale a la amanecida en un estado de soledad que solo se llena de luz cuando siente la presencia del amor y la compañía de quien comparte incertidumbres. Desubicado entre los inconvenientes de lo doméstico, el pensamiento se agita, sin encontrar respuestas, frente al vacío y la nada. Solo la escritura se hace mediodía permite un refugio interior, una pasión que parece contradecirse a sí misma. La herida encuentra su verdad en el dolor y es generosa con el conocimiento y solidaria con las cicatrices abiertas y sin suturar de los que no tienen nada.
La mansedumbre del reloj emana tristeza y aturde. En sus caóticos laberintos se encuentra la memoria del niño perdido, el deambular del hombre entre las cosas sencillas y el poeta que apenas sosiega emociones, sueños y pensamientos en la alta noche. En la vigilia de los sueños resuenan gritos agónicos; la impotencia ante la pena y el dolor que parecen señales ineludibles de la condición humana; a cada paso encontramos los fragmentos de la ilusión desgarrada de quienes perdieron la inocencia y llegan tarde a los sueños.
Solo duerme
la angustia en el interior del yo más íntimo, ese lugar donde algunos recuerdos
resisten todavía y donde la voluntad no pierde nunca su invitación a la
esperanza, su despertar de luz y de alegría.
JOSÉ LUIS MORANTE
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