lunes, 24 de octubre de 2022

ABEL SANTOS. ALGO TE QUEDA

Algo te queda
Abel Santos
Ediciones Vitruvio
Colección Baños del Carmen
Madrid, 2022



 LA VIDA A SECAS


    En poesía no hay dogmas. Cada escritor elige su propio modelo compositivo y moldea con palabras el hablante propicio que protagoniza los estratos argumentales. Quien escribe escenifica un proceso en el transitar, un camino por donde dibuja itinerarios la vida a secas. Nace así una apuesta lírica de lo contingente. En ella se van asentando las pisadas disueltas en las aceras de la realidad, con la firme voluntad de compartir experiencia e incertidumbre, la cera derretida que alumbra lo diario. Abel Santos (Barcelona, 1976), desde la amanecida de su escritura, allá por el cierre de los años noventa con el libro Esencia, en el colmado trayecto que componen las entregas El lado opuesto del viento, Todo descansa sobre la superficie, Jass y otros títulos representados en Antología poética 1998-2014, reflexiona sobre la relación entre discurso lírico y las secuencias biográficas. Y logra en cada libro una expresión sencilla y natural, asentada en el borde de la prosa. Allí, las diversas hendiduras del discurrir afloran y reclaman un banco propio en el sedentario parque del poema.
   El amor ha sido uno de los temas centrales del poeta y así queda constancia en  El camino de Angi (2020), una entrega con prólogo de Ángi Expósito, poeta y compañera sentimental de Abel, que conoce mejor que nadie este diario amoroso. Aquí se describen los momentos de una historia de piel y pensamiento, desde el primer encuentro y la deslumbrante cercanía hasta la plenitud del amor, cuando aquella dulce muchacha se convierte en la presencia firme que da sentido a la existencia. Juntos toman asiento en el tren del futuro, comparten con intensidad y romanticismo los abrazos y decepciones y viven la mejor versión de la convivencia con la llegada del hijo. El amor anda entre la rutina y la nostalgia, mira la luz de una canción nupcial y las sombras de los malos momentos. Todo cabe en ese diario fiel que componen los poemas de El camino de Angi. Desde la aurora hasta los días cansados, porque en cada línea del libro solo suena una voz: la del enamorado que mantiene a resguardo el primer borrador de un sueño. 
   En la salida Algo te queda Abel Santos asume la condición temporalista de los sentimientos y ratifica un hermoso aserto de Blanca Varela: cada pensamiento se asoma a diario a “la detestable condición de lo efímero”. Con esa certeza, da cuerpo a una lírica narrativa que tiene como brújula la ruptura de la convivencia de pareja. El dolor se asienta en el patio interior de la identidad porque el ventanal del tiempo muestra un copioso inventario de pérdidas: el amor, un hogar, el trabajo, la ternura del hijo, la fiel presencia del perro… Cosas casi inadvertidas, en apariencia de poco valor, pero que llenaban el ambiente con la hondura y extrañeza de una rutina volandera. Todo de pronto se arrincona y se pierde en el desaliñado trastero de la memoria.  
   En los poemas de Algo te queda la soledad bifurca sus itinerarios, mientras el yo poético, como un náufrago que nada a solas al vaivén feroz de la corriente, se empeña en salir de la nada, en construir y crear con las pocas fuerzas que quedan todavía. Las palabras animan a seguir, buscan los sitios donde hay luz y esperanza; así sucede con la presencia del hijo, condenado a perder demasiado pronto el ambiente apacible de la casa común y a sentir el despojamiento. Los versos dan cauce a reflexiones y apuntes de diario con un lenguaje que jamás confunde emoción y léxico pretencioso, hondura y divagación ensayística. La esperanza vuelve los ojos al pasado para saber dónde se asienta ahora el mediodía y qué ilusiones consiguieron encontrar meta y camino. Se trata de sobrevivir, como aquellos viejos existencialistas que buscaban la felicidad y la coherencia de ser fieles a sí mismo bajo los adoquines. Hay que mirar hacia atrás solo lo justo, para sentir que muchas veces un estar sereno y cómplice estuvo al alcance de la mano.
   La selección compendia poemas que añaden al lenguaje de la confidencia los habituales compañeros de viaje que han puesto su escasa luz entre las manos de lo diario. Entre ellos dos camaradas indeclinables: la poesía y la música. La poesía estuvo allí como una forma de felicidad que preserva lo vivido: el despertar del amor, los recuerdos familiares, los paréntesis callados de una dicha habitable y la posibilidad de una salida de emergencia capaz de superar la decepción. La otra pared fuerte del poeta es la música: el jazz y el blues, géneros que aglutinan composiciones y acordes que dejan en la soledad un pentagrama de vida y compañía.
   La intimidad es la textura que mejor explica que el arte es vida y la escritura es el trazo leve de un pulso autobiográfico; el viaje interior del pensamiento muestra un misterio velado que habita en las paredes del yo: Se trata de “Escuchar, / preguntar, y volver / a escuchar. / Y luego, naturalmente escribes”.  Es la mejor manera de caminar solo por la ciudad, recordando los andenes que ocuparon el amor y el deseo, la belleza y la complicidad del abrazo. Nace así un arte poética que deja en lo vivido una vocación de permanencia, de épica sin héroes, que acepta con entereza esos tonos diversos que dibujan en el ánimo el patetismo y la desolación, las erosiones de la soledad. En los poemas de Algo te queda escribe con caligrafía estoica la actitud reflexiva de una voz hipersensible. En ella habita la certeza de que en el espacio en ruinas del amor algo queda; y es necesario cerrar las cicatrices, buscar los mismos pasos del regreso en medio del invierno. Sembrar en las entrañas del recuerdo una manera de empezar de nuevo.

JOSÉ LUIS MORANTE


                               
 

 

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