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lunes, 30 de diciembre de 2024

NOCIONES DE GEOGRAFÍA

Antílope Cañón
Arizona, USA
Fotografía
de
Adela Sánchez Santana

NOCIONES DE GEOGRAFÍA
 
Mientras la noche se abre en las esquinas
 
FRANCISCA AGUIRRE
 
 
  Los más reputados cartógrafos de A ubicaron el paraíso en B. Mientras, afamados estudiosos de B precisaban en A la ubicación exacta del edén. En C nunca hubo nociones geográficas unánimes: unos se inclinaban por ubicarlo en A, no faltaban los que insistían en señalar las coordenadas en B y ganaba adeptos un tercer grupo que prefería no decantarse porque alimentaban la sospecha de que el paraíso no estaba en ninguna parte.
 
(De Fuera de guion, Lastura, 2024)


 
  

viernes, 24 de mayo de 2024

FELIX GRANDE. MEMORIA DE POETA CON LUZ

Félix Grande
(Mérida, 1937-Madrid, 2014)

                                     

FÉLIX GRANDE 

   No es accidental que el lúcido intelecto de Ernesto Sábato, en las páginas autobiográficas de España en los diarios de mi vejez – Círculo de Lectores, 2004- anote este emotivo comentario: ”Siempre que llego a España, lo primero es llamar a Félix. Si escribo sobre la amistad, es en él en quien pienso, es él a quien estoy evocando”. Desde el comienzo de la década del noventa, cuando daba los primeros pasos la revista Prima Littera, que yo coordinaba, puedo dar testimonio personal de que la siembra de enlaces con los demás es un rasgo definidor del carácter de Félix Grande. Al hablar de Fernando Pessoa, el poeta portugués, convicto creador de máscaras, argumentaba Octavio Paz que el poeta no tiene biografía. Félix Grande contradice este juicio; su escritura está marcada por el latido vital, un impulso constante y perenne motivo de reflexión. Un poema de Taranto rescata su nacimiento en Mérida, el 4 de febrero de 1937. Eran días de cielos encapotados y brumoso porvenir, con un padre soldado, una madre afanándose en lavar ropas y curar desgarros en el hospital de San Juan de Dios, y un país inmerso en una desgarradora contienda fratricida.  
   Para afrontar carencias la familia se traslada al municipio manchego de Tomelloso. Es el pueblo natal de los padres. Allí nacieron siete hijos, de los cuales mueren cuatro, y allí vivirá el poeta días infantiles, adolescencia y juventud. El ambiente rural de aquel entorno se plasma con destreza y un epitelio de idealización en La balada del abuelo Palancas, una novela concebida como crónica familiar que entrevera el recorrido de tres generaciones. En ella se expande una periferia cuajada de personajes de gran fuerza moral, frente a la deshumanización perdida en las esquinas de la urbe.
   La pobreza se mitiga con una pequeña tienda de ultramarinos y algunos animales domésticos; los contados ingresos y las estrecheces obligan al padre a emigrar y a los hijos a ejercer diferentes oficios. Félix Grande será pastor, dependiente, oficinista; resuenan las dificultades para conseguir el sustento diario; la necesidad es una forma de aprendizaje.
    En Tomelloso despierta el interés por los libros. Comienza con avidez la formación literaria del muchacho, alentada por el criterio de Eladio Cabañero, quien le  orienta hacia los poetas del 27 y le descubre a Antonio Machado y Miguel Hernández, lecturas alejadas de los modelos inmediatos del garcilasismo oficial.
    En 1957 se traslada a Madrid; cifra ilusiones en la escritura, pero subsistir exige puestos temporales, como administrativo o vendedor ambulante, hasta que en 1961 es contratado como corrector de pruebas en Cuadernos Hispanoamericanos. Trabajaría con Luis Rosales y con José Antonio Maravall, a quien sustituye, años más tarde, como director de la revista, comenzando un largo periodo al frente de la publicación que abarca desde 1983 a 1996.  
   En 1963 contrae matrimonio con Francisca Aguirre, hija del pintor republicano Lorenzo Aguirre, fusilado en la guerra civil. Se conocieron en el Ateneo de Madrid donde el poeta José Hierro coordinaba un ciclo de recitales en el que intervendrá un inédito Félix Grande. Al año siguiente amanece su primer libro, Las piedras, aunque sean anteriores los poemas de Taranto
   Quedan para otro momento sus incursiones en la ficción, la práctica del columnismo en prensa escrita y el ensayo para explorar, como único objetivo de este acercamiento  al itinerario creador, las cualidades vectoriales de su obra poética.
   Taranto prologa la lírica completa de Félix Grande que la editorial Anthropos presentó en Biografía, título que reúne siete entregas. Es un homenaje a César Vallejo, fechado en 1961, que enraíza con la voz torrencial del peruano. Debe a Carlos Sahagún la admiración por el autor latinoamericano: el poeta del cincuenta se sabe de memoria  composiciones deslumbrantes; algunas semejanzas biográficas, –familia numerosa, ambiente rural- y el carácter apasionado de un muchacho seducido por una estética y un lenguaje en el que cada palabra es semilla, han fomentado el magisterio de César Vallejo. En Taranto están la travesía existencial del yo y los pilares de la casa paterna, clavados con ternura y cansancio para aguantar el rigor de la pobreza.
   Con un título henchido de simbolismo, Las piedras, formado por compasiones fechadas entre 1958 y 1962, fue carta de presentación. La piedra es símbolo de mansedumbre y estar, una manera de soportar el paso de los días. Las voces que resuenan en estas composiciones inciden en la meditación temporal: Quevedo, Rilke o Antonio Machado nutren el enfoque de quien sabe que el tiempo es una larga dolencia que arrastra hacia la noche tibia del olvido.
   Las piedras  aborda la intimidad del hablante verbal. Mantiene una cuidada expresión poética y un tono uniforme. Consiguió en 1963 el Premio Adonais. Su publicación, al año siguiente, en Rialp significó la incorporación de facto al horizonte poético nacional. La voluntad unificadora de la crítica lo adscribió en la nómina del sesenta –junto a Miguel Fernández, Ángel García López, Rafael Soto Vergés Diego Jesús Jiménez, Antonio Hernández o Manuel Ríos…- cuyos rasgos fundacionales de grupo serían: atención formal, rechazo de la comunicación denotativa, vuelta al irracionalismo y tendencia a lo real trascendido.
   Félix Grande se considera un músico frustrado. Durante años aprendió guitarra, aunque nunca fue instrumentista profesional; sin embargo, su melomanía es constante en la titulación de sus entregas, en las tramas, en su tarea ensayística y en las relaciones personales con destacadas figuras de la música. El poemario que más subraya esta pasión por las estructuras sonoras es Música amenazada, libro que obtuvo el premio Guipúzcoa en 1965.
   Sobrevuela un tiempo de tristeza en el ambiente inhóspito de la gran ciudad. Hay alusiones a los días de infancia y a ocupaciones humildes que se rememoran con temblor inocente. El sujeto poético parece instalado en la desgana y en la decepción. Consume en el insomnio sus recuerdos, rescata hábitos y sombras. En esta angustia, la música es sosiego. La partitura resulta un antídoto contra el principio de realidad, donde cada sujeto es un superviviente a la deriva.
   Blanco Spiritual  (1967) es un poemario innovador en lo formal que prosigue la línea de la mirada crítica del yo poético ante la cotidianidad. El lenguaje se hace creativo, se convulsiona la norma ortográfica, se resquebraja lo discursivo para introducir en el argumento materiales de acarreo que entrelazan sintaxis coloquial con resonancias literarias, términos cultos y versos remozados buscando una mayor intensidad comunicativa.
   El avance del libro integra alusiones a narradores como Faulkner o Cortázar y a poetas como Cesare Pavese, CésarVallejo y Rubén Darío. Como el canto primigenio y dramático del negro espiritual, el poemario entona una queja honda y colectiva en el que el yo forma parte de una derrota que adviene de una miseria tentacular. La palabra da voz a los oprimidos; la mirada contempla con el ceño fruncido los rasgos de un espacio y un tiempo en el que llueve sobre mojado. Una conciencia social vigilante se implica en lo cotidiano.
   Publicado en 1979 en Nueva estafeta, el breve poemario Film, escrito en 1967, se incorpora a la quinta edición de Biografía. La génesis del poema fue una circunstancia familiar cuyos efectos se fueron diluyendo al cabo del tiempo. El lenguaje cinematográfico presenta una historia amorosa cuya emotividad sufre la lógica de la reflexión. El acontecimiento sacude los sentidos hasta convertirse en material meditativo donde el yo se siente un Ulises que vuelve a la Itaca del ámbito doméstico, con la intención de recuperar los fragmentos de una rutina rota. La historia compartida se ha transformado en una elegía, en una parte de la memoria en la que se cobijan el miedo, la culpa y el conflicto de mirar hacia el mañana.
 
   El entrañable verso de Pablo Neruda “Puedo escribir los versos más tristes…” sirve de título a un poemario cuyas composiciones abarcan un lapso temporal entre 1967 y 1969. En él la lucidez se demora en los rincones del yo; los poemas sondean la propia intimidad con ternura incisiva. Está el remordimiento de la claudicación y la certeza de una existencia maltrecha, sólo redimida por los sentimientos y por la fortaleza de las palabras cuya persuasión permite alejar los fantasmas de la soledad.
  Es el único libro de Félix Grande escrito en prosa poética. La forma da un tono discursivo, como si cada texto encauzara un pensamiento. La composición final vuelve al verso libre y dirime el paso del reloj, manso e inadvertido que va acumulando vivencias, desde aquella primera luz de 1937 cuando el poeta viene al mundo, bajo el cielo encapotado de la guerra civil.
   Horacio Martín es el otro, un sujeto escindido y diferente, con una entidad alucinatoria. Él será el protagonista de Las rubáiyátas de Horacio Martín en una zona existencial en conflicto que acoge huellas de la experiencia vital. Algunos de sus poemas se adelantaron en revistas antes de confluir en la edición definitiva de 1978 que añadiría el conjunto Cuaderno de Lovaina y, posteriormente, los textos de Aparición. El yo lírico traza un itinerario biográfico. Es pariente lejano del complementario machadiano Abel Martín. Pone fin a su vida, según relata Félix Grande en el liminar Sobre el amor y la separación, en 1991.
  Carnalidad y erotismo son sustratos temáticos de un corpus que añade a los antecedentes culturales del poeta el legado oriental. La rubáiyáta es un poema conciso que celebra el gozo sensorial y fue cultivado con notable acierto por el poeta persa Omar Kheyyam, en el siglo XI.
   Frente a la servidumbre de lo establecido, Horacio Martín opta por la trasgresión, rechaza el ensimismamiento y desafía los valores al uso alentando una moral libre en la que da cauce a la libertad del corazón.   
    Félix Grande justifica el devenir imaginario de Horacio Martín en una carta prólogo que incide en lecturas, hastíos, heterónimos ajenos y esa personalidad escindida en la que se yuxtaponen  perfiles desconocidos. La prosa descubre los singulares rasgos de un carácter desconcertante, alude a las inquietudes de Horacio y a ese constante diálogo con la carne que se plasmará en los poemas. Los versos de la sección “Cuaderno de Lovaina” hablan de huida, angustia y soledad porque el esfuerzo de olvidar resulta baldío. En la nostalgia de los cuerpos amados hay una sensación de frío; sobre la piel se siente el abandono de la felicidad.
   Otra carta, fechada en Madrid, en julio de 1976, cierra el periplo de Horacio Martín. La destinataria es Doina, esposa del heterónomo, bautizada con un sustantivo que define una música popular rumana. El añadido de “Aparición” quiebra el sosiego de Horacio que vuelve a encuadrarse en el gremio de amantes desvelados que buscan una fuerza motriz para dar cumplimiento a su destino.
   La noria clausura, en apariencia, la producción poética de Félix Grande. Es una colección que resalta la diversidad de motivos por el dilatado tiempo de escritura. Está el intimismo, la veta amorosa y un florilegio de homenajes.
   Figura como preludio una poética; el asunto metaliterario utiliza una prosa discursiva que permite un alejamiento de las vicisitudes del yo biográfico y un tono ensayístico de objetividad. “Mágico abuelo” rescata la sombra de Antonio Machado, arquetipo de sabiduría moldeado por el pasar de los años; el roce de su palabra se convierte en voz de compañía y remedio contra la soledad.
   Se mencionan artistas plásticos, como el pintor figurativo Antonio López, junto a cantaores flamencos y poetas. En el recuerdo están Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Carlos Edmundo de Ory, o la innominada presencia de Luis Rosales en el trasfondo de “Nocturno”.
   La progresiva depuración de ornatos y el tono coloquial de la nana o la canción se emparentan con algunos poemas escritos con un lenguaje preciso y directo.
   El cauce expresivo es polimorfo y hay composiciones que nacen como ejercicios miméticos: “Las nanas de la cebolla” de Miguel Hernández inspira “Las nanas de la metralla” y una situación semejante se produce respecto a las odas elementales de Pablo Neruda. Otra poética, esta vez en verso, más existencial que lingüística.
   Tras más de tres décadas de silencio poético, ha sido una sorpresa que la obra reunida en Biografía se prolongara, en la edición auspiciada por Galaxia/Gutenberg, con el poemario de casi mil versos La cabellera de la Shoá. El largo aliento de la composición tiene como detonante concreto la visita del poeta al campo de exterminio nazi de Auschwitz. Allí descubre horrorizado casi dos toneladas de pelo de mujer que son la prueba tétrica del más repulsivo horror y la barbarie. Esa percepción convulsiona la quietud de las palabras que vuelven a aflorar, integradas en una cadencia de letanía solemne y versicular.
   Un año después cierra la obra lírica del escritor Libro de familia. En él toma cuerpo la voz evocativa. Con insoportable claridad, regresan desde el pasado las cicatrices frescas de los días, esas fotografías en blanco y negro del desamparo que pueblan los corredores de los días de infancia, que nunca fue ese espacio áureo de la inocencia ilusa  sino el cauce en estiaje de vivir a la contra. La poesía de Félix Grande alienta un protagonista poemático implicado en las circunstancias históricas. Su palabra se torna rebeldía contra la condición de ser, impregnada de temporalidad. En su poesía está la palabra necesaria, la trama de vivencias, fracasos y logros que teje la existencia, una existencia que el 30 de enero de 2014 cumplía el brusco abatimiento del final.

JOSÉ LUIS MORANTE


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

jueves, 11 de enero de 2024

NOCIONES DE GEOGRAFÍA

Cartografía del corazón

 

NOCIONES DE GEOGRAFÍA

 

Mientras la noche se abre en las esquinas 

FRANCISCA AGUIRRE

 

   Los más reputados cartógrafos de A ubicaron el paraíso en B. Mientras, afamados estudiosos de B precisaban en A la ubicación exacta del paraíso. En C nunca hubo nociones geográficas unánimes: unos se inclinaban por ubicarlo en A, no faltaban los que insistían en señalar las coordenadas en B y ganaba adeptos un tercer grupo que prefería no decantarse porque alimentaba la sospecha de que el paraíso no estaba en ninguna parte.

 

(De Cuentos diminutos)

 

 

domingo, 1 de octubre de 2023

GEOGRAFÍA ELEMENTAL

Cartografía antigua
Yucatán, 1500 d.c.


 

NOCIONES DE GEOGRAFÍA 

Mientras la noche se abre en las esquinas 

FRANCISCA AGUIRRE 

 

   Los más reputados cartógrafos de A ubicaron el paraíso en B. Mientras los afamados estudiosos de B precisaban en A la ubicación exacta del paraíso. En C nunca hubo nociones geográficas unánimes: unos se inclinaban por ubicarlo en A, no faltaban los que insistían en señalar las coordenadas en B y ganaba adeptos un tercer grupo que prefería no decantarse porque alimentaba la sospecha de que el paraíso no estaba en ninguna parte.

 

(De Cuentos diminutos)

 

 

miércoles, 24 de mayo de 2023

ROSANA ACQUARONI. 18 CIERVAS

18 ciervas
Rosana Acquaroni
Bartleby Editores / Poesía
Madrid, 2023

MÁS ALLÁ DEL REGRESO

 

   El largo recorrido poético de Rosana Acquaroni (Madrid, 1964), licenciada en Filología Hispánica y doctora en Lingüística Aplicada, ha ido sembrando hitos esenciales, desde aquella temprana carta de presentación Del mar bajo los puentes que consiguiera un accésit del Premio Adonáis en 1987. En 2018 publicaba en Bartleby La casa grande, un poemario con nítido sustrato autobiográfico, en el que la reflexión proponía un viaje interior que amplificaba su textura emotiva. Con idéntico timbre amanece 18 ciervas, cuya presentación en la biblioteca madrileña Eugenio Trías del Parque del Retiro, con aforo completo y una nutrida muestra de la poesía actual, ratificaba el interés luminoso que han despertado las nuevas composiciones.
  Citas de Francisca Aguirre y Angelina Gatell conforman una mínima invitación a escuchar el lenguaje de los sentimientos para que se defina la identidad del yo; sin la dicción clara de lo emotivo, el sujeto se deshabita, vive a solas confinado en su gélida caverna temporal.
   Rosana Acquaroni abre su poemario enunciando una aparición. El yo poético es testigo en el bosque de la hermosa presencia de una cierva, casi suspendida en el tiempo; no se trata de una visión fugaz sino de una percepción que convulsiona la sensibilidad y se queda –qué excelente plenitud expresiva- “atrapada en el ámbar del instante”. La dormida silueta de la cierva abre la evocación y la memoria, se hace mapa de reflexión y espera, un refugio abierto para la vigilia del pensamiento como símbolo fuerte de plenitud amorosa. 
   El hilo argumental enriquece su avance desde referentes culturales que expanden el campo de visión con aseveraciones complementarias. Así sucede con los versos en cursiva que pertenecen a la película En cuerpo y alma (2017) de la cineasta húngara Ildikó Enyedi. Su semántica alumbra una historia de amor que va emergiendo hasta la superficie del poema, cambiando toda la vida en un instante. Poco a poco se deshace la sensación de cansancio y soledad, la desgajada esencia de una prematura vejez que ensombrecía los espejos en una espera inútil que, de pronto, renace en otro marco: “Y entonces /      me preguntas: / a qué lugar exacto del olvido / lo arrojaste de ti / en qué arista tu cuerpo / en qué intersticio /     tallaste de la nada / un nuevo amor.”. Es otra amanecida que marca en el reloj un transitar distinto.
   Pero la realidad persiste fuerte, como las dieciocho ciervas pintadas en la cueva prehistórica de Covalanas (Ramales de la Victoria, Cantabria) que dan título al libro y cuyo rastro en el tiempo confirma que hay pasos, también en el amor, para el regreso. La pared se perfila en los trazos en rojo de los animales como un diario de retorno al ahora, la pintura es reflejo de la respiración acompasada del encuentro amoroso. Nace con fuerza el reincidente latido del deseo, la llama viva que anida en cada célula y desata el placer: “SAGRADA EPIFANÍA / leche que se derrama / matérica / en la noche. / Déjala entrar, amor.”
  En el transitar intimista del poemario sorprende la contundencia expresiva del título “Anatomía del primer disparo” que reúne las composiciones del segundo apartado. También la cita de Chantal Maillard refuerza la idea de un viraje nocturnal en la palabra poética. El desamor abre una grieta densa en lo diario, una hemorragia de sombras que empaña el suelo triste de la convivencia. Se multiplican las instantáneas que marcan la frialdad desapacible: la cierva cercada en el incendio, el pájaro que choca contra el cristal o el aire teñido de muerte venidera son voces premonitorias de la herida. La inclusión en cursiva de los párrafos del manual de caza recuerda la voz del narrador omnisciente que va marcando los tiempos del dolor, el goteo de indicios que apunta lo que va a suceder.
   Pero el pasado también regresa y con él las suturas de la maternidad y el alumbramiento del hijo. Aquel trecho de luz define un tiempo de incertidumbre y sueño en el que se suman las nervaduras de una travesía argumental donde la violencia y el perdón conviven en un extraño abrazo. Hay que seguir, más allá de la herida, buscar de nuevo una casa encendida y habitable, vacía de recuerdos, dispuesta a buscar otra luz y otro equilibrio para que retorne “Un amor sin certeza ni linaje”.
  La coda final “18 ciervas” marca en los versos los pasos del retorno. El pasado refrenda un espacio angosto y encogido donde todo se ha cubierto de extrañeza y olvido, en un largo desfile de ausencias que pone muros a una casa vacía. Queda la cierva como símbolo del temblor vivido, como holograma pálido de rostros y voces que se apagan en el cauce del estar.
   En 18 ciervas el amor y el desamor se convierten en piedras angulares que emergen por las grietas del tiempo. En un intenso ejercicio introspectivo, la mirada poética busca señales y símbolos con emoción y desasosiego y compone un profundo sentimiento amoroso cuyas vibraciones afectan a los tejidos más profundos del yo. La memoria tiende al sol harapos del pasado y recupera desvanecidas instantáneas que marcaron la piel de los días. Y desde su lejanía camina hacia el ahora para escuchar intacto su silencio, su voz estremecida, su vacío.

JOSÉ LUIS MORANTE





 

viernes, 24 de junio de 2022

NOCIONES GEOGRÁFICAS

Tierras de Nippur
Cartografía Antigua


 

NOCIONES DE GEOGRAFÍA
 
Mientras la noche se abre en las esquinas
 
FRANCISCA AGUIRRE
 
 
   Los más reputados cartógrafos de A ubicaron el paraíso en B. Mientras, afamados estudiosos de B precisaban en A la ubicación exacta del paraíso. En C nunca hubo nociones geográficas unánimes: unos se inclinaban por singularizar un sitio propio en A, no faltaban los que insistían en señalar las coordenadas en B y ganaba adeptos un tercer grupo que prefería no decantarse porque alimentaba la sospecha de que el paraíso no estaba en ninguna parte.
 
                                                                                                                     (De Cuentos diminutos)  



 

 

martes, 14 de diciembre de 2021

NOCIONES DE GEOGRAFÍA

Itinerarios
Imagen del archivo
Istockphoto

 

NOCIONES DE GEOGRAFÍA
 
Mientras la noche se abre en las esquinas
 
FRANCISCA AGUIRRE
 
 
Los más reputados cartógrafos de A ubicaron el paraíso en B. Mientras, afamados estudiosos de B precisaban en A la ubicación exacta del paraíso. En C nunca hubo nociones geográficas unánimes: unos se inclinaban por ubicarlo en A, no faltaban los que insistían en señalar las coordenadas en B y ganaba adeptos un tercer grupo que prefería no decantarse porque alimentaban la sospecha de que el paraíso no estaba en ninguna parte.
 
(De Cuentos diminutos)
 

 

sábado, 23 de enero de 2021

FRANCISCA AGUIRRE. ÍTACA INTERIOR

Francisca Aguirre (1930-2019)

 ÍTACA INTERIOR

(PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS 2018)

  

   Los compartimentos generacionales suelen ser poco permeables con la obra de autores que publican tarde, cuando la nómina ya está cerrada. La nueva voz queda entonces en un territorio neutral que no se corresponde con el asignado por su fecha de nacimiento y es difícil integrarse en las promociones siguientes, con las que coincide en años de publicación. Francisca Aguirre nació en Alicante en 1930; por tal circunstancia habitaría la celebrada generación del medio siglo; sin embargo su opera prima, Ítaca -galardonada con el Premio Leopoldo Panero- apareció en 1972, cuando el venecianismo, de la mano de Pere Gimferrer y Guillermo Carnero se había convertido en estética dominante y marcaba el rumbo de la década.
   Aquel libro nos dejaba elementos perdurables en la poesía de Francisca Aguirre -intimismo, autobiografía, indagación existencial, sentimientos y relaciones entre el otro y el yo- y sobre todo marcaba las coordenadas de un perfil creativo que en arranque del siglo XXI podemos abarcar en toda su dimensión, cuando se publica Ensayo General, una compilación de trayecto que acoge la poesía escrita entre 1966 y 2000. La sobria edición de Calambur se abre con un extenso trabajo de Emilio Miró titulado “Mester de vida” que analiza este largo tránsito creativo.
    Ítaca está impregnado de simbolismo. La patria de Ulises es isla refugio y espacio de regreso, pero también encierro y soledad para una Penélope condenada a una larga espera. Comprimida por un anillo de agua, Ítaca es desolación que conserva los ecos y ha perdido las voces, un gran mirador para otear el horizonte o mirar la estela de los náufragos. En esa latitud del abandono, Penélope, alter ego de la autora, nos traza su panorama existencial desde la memoria y desde las paredes de ese vacío cotidiano que nos deja la ausencia de verdades. Cierra este libro umbral una colección de aforismos que condensan toda la meditación existencial abordada en las composiciones. Al ser reeditado en 2017, Ítaca incorpora un prólogo firmado por Marta Agudo en el que se resalta el tono angustiado del hablante poético y la actitud de espera. Quien aguarda es el sujeto paciente, encerrado en sí mismo en una Ítaca interior, que borra cualquier decepción para dar sentido al regreso.
  Si la reescritura de un verso de Rubén Darío -”Francisca Aguirre, acompáñate”-era el colofón de Ítaca, su segunda salida, Los trescientos escalones, comienza con un homenaje poético a César Vallejo y se prolonga con otro a Antonio Machado. No son las únicas gratitudes presentes en el libro. Además se canta la escritura de Juan Carlos Onetti, en un largo poema narrativo desgajado de El astillero. Prevalece en estos poemas la actitud meditativa; los trescientos escalones son un camino de vida y distancia, de sensaciones y vivencias.
   También florecen en el libro la mirada social-una perspectiva condicionada por la ausencia del padre y la durísima posguerra- y la preocupación metapoética. Oficio de tinieblas denomina Francisca Aguirre al recado de escribir y se nos expone otra convicción: es imposible escribir una poética que no sea  aquella que nos ayude a calcular la zona de vacío que discurre entre la vida y la muerte.
  La música, recibida como una lluvia germinadora, es el motivo central de la tercera colección, escrita entre 1970 y 1974, titulada La otra música. Ritmo y vida se emparejan a través de imágenes y metáforas que reconstruyen el clandestino pentagrama  del azar cotidiano: la soledad, el miedo, los reencuentros y las despedidas.
   En Ensayo general -premiado con el Esquío de poesía- asistimos a los pormenores de una representación teatral en la que primero se nos presentan en clarificadores monólogos dramáticos los personajes que pueblan el escenario -sombras clásicas como Casandra, Cronos o el coro...- y en la segunda parte, en boca de la troyana, se recorre un argumento nucleado sobre la relación de pareja.
  El libro que ha servido a la autora para denominar a su obra completa presenta destacables novedades formales: los poemas de la primera parte están escritos en prosa poética, mientras que en la segunda es el soneto la estrofa utilizada, hasta el epílogo.
   Pavana para el desasosiego rastrea la historia que hay detrás del tiempo. En él la escritura se convierte en un inventario de apariciones porque la palabra es restitución. Detrás de los espejos, al borde de la música, las cosas que se han ido todavía nos hablan en un suceder previsible en el que sólo el amor nos desasosiega y nos somete al ritmo lento y pautado de una pavana.
   La poesía completa agrupa también una colección de inéditos que se presentan por primera vez como libro bajo el título de Los maestros cantores. Son más de treinta poemas que enaltecen una tradición lectora, en la que duermen los grandes nombres de la poesía de siempre, con algunos creadores en prosa como Kafka. Son notas de biblioteca, invocaciones y apuntes a pie de página de quien halló en los estantes valiosos interlocutores que ensanchan la conciencia.
   Toda recopilación es un balance de resultados. Por tanto su lectura tiene el sesgo crepuscular del trayecto cumplido. Ante la obra de Francisca Aguirre el lector tiene la idea de que el ayer es herencia viva, un río cotidiano cuyas aguas nos mojan a cada instante. El otro gran legado de su poesía es la  mansedumbre de la  música, fondo sonoro que aviva la inquietud de la  memoria.
   Prosigue senda en 2006 con La herida absurda, cuya semántica nocturnal es evidente. Existir es un continuo ejercicio de respirar dolor, un gesto asmático que tiene el regusto de la sangre. No hay corazón indemne; todos habitamos la ausencia. Son pocos los poemas exentos de esta impresión tenebrista: “Al parecer sólo se alcanza el paraíso / tras haber habitado una gran temporada en el infierno “. La existencia niega y duele, es un extraño sitio donde las ilusiones nunca se cumplieron. Paul Celan abría un resquicio a la esperanza recordando que queda algo de lenguaje y algo de destino; de ese modo “Transparencias”, tramo final del poemario, argumenta en torno a la evocación, la reivindicación de la inocencia en los ojos de un niño o la ciega esperanza del sosiego: “Definitivamente amo / el escándalo deslumbrante de la vida: / muy pocos paraísos comparables / al asombro que nos regala la existencia…”    
   Con Nanas para dormir desperdicios consiguió en 2008 el Premio Valencia de Poesía. En este poemario se hace evidente un cierto tono irónico. Concede a los textos un tono evocativo y distanciado que permite la objetivación frente a la contemplación de lo real. Si la temporalidad es tránsito y terco caminar hacia la nada, la existencia apenas deja entre los dedos una estela gastada de desechos, una incisión leve que solo es posible recuperar mediante la palabra. de este modo, el poema se hace cántico para que la música redima y dé amparo a tanto escombro. Al cabo, el desperdicio mayor es la pérdida, ese incontinente diluirse en la nada como si lo vivido fuera un sueño cuyo tacto apenas nos rozó.
   La poeta abre un nuevo estrato argumental en Conversaciones con mi animal de compañía (2013), donde la vertebradura autobiográfica se mitiga para mantener un diálogo socrático con el gato. Apacible y manso, ejemplo de sosiego y ternura, el gato despierta un largo viaje a las reflexiones del devenir. Pero el empeño no es tan sombrío como en otros textos, la caricia y la piel tan cálidas y cercanas en el estar diario dan paso al humor y a un mediodía en el ánimo más dispuesto a la confidencia y al disfrute de las pequeñas cosas del entorno.
   El mismo año ve la luz la antología Detrás de los espejos (1973-2010), un recuento parcial, y algunos de sus poemarios se traducen a ámbitos cercanos como el francés o el italiano, lo que difunde un viaje singular a la palabra que siempre acerca a la condición humana.     
   El cauce poético de Francisca Aguirre, compilado en enero de 2018 por la editorial Calambur en el volumen Ensayo general. Poesía reunida 1966-2017 avanza con un empeño indagatorio. El yo mira tras los cristales del destino; percibe en los trazos del entorno los signos de un discurrir maltratado por la decepción y el desamparo. El poema entonces se hace vigilia, regresa a la memoria, tantea en los rincones de la incertidumbre hasta mostrar su carne mortal, el nido frágil de una urgente esperanza.

JOSÉ LUIS MORANTE

viernes, 7 de junio de 2019

CARTOGRAFÍA DEL PARAÍSO

Map of the province of Sounth Carolina
James Cook, 1775
(Archivo cartográfico de La Biblioteca Nacional, España)


NOCIONES DE GEOGRAFÍA

Mientras la noche se abre en las esquinas

FRANCISCA AGUIRRE


   Los cartógrafos  más reputados de A ubicaron el paraíso en B. Mientras, afamados estudiosos de B precisaban que en el centro de A se aposentaba la ubicación exacta del paraíso. En C nunca hubo nociones geográficas unánimes: unos se inclinaban por A, otros insistían en señalar las coordenadas en B y era numeroso un tercer grupo que prefería no decantarse. Esta opción alimentaba la sospecha de que el paraíso no está en ninguna parte.

(De Cuentos diminutos)



domingo, 14 de abril de 2019

FRANCISCA AGUIRRE. HOMENAJE

Francisca Aguirre (1930-2019)
(Madrid, imagen de
La Razón
in memoriam
    FRANCISCA AGUIRRE. HOMENAJE



   Los compartimentos generacionales suelen ser poco permeables con la obra de autores que publican tarde, cuando la nómina ya está cerrada. La nueva voz queda entonces en un territorio neutral que no se corresponde con el asignado por su fecha de nacimiento y es difícil integrarse en las promociones siguientes, con las que coincide en años de publicación. Francisca Aguirre nació en Alicante en 1930; por tal circunstancia habitaría la celebrada generación del medio siglo; sin embargo su opera prima, Ítaca -galardonada con el Premio Leopoldo Panero- apareció en 1972, cuando el venecianismo, de la mano de Pere Gimferrer y Guillermo Carnero se había convertido en estética dominante y marcaba el rumbo de la década.
   Aquel libro nos dejaba elementos perdurables en la poesía de Francisca Aguirre -intimismo, autobiografía, indagación existencial, sentimientos y relaciones entre el otro y el yo- y sobre todo marcaba las coordenadas de un perfil creativo que en arranque del siglo XXI podemos abarcar en toda su dimensión, cuando se publica Ensayo General, una compilación de trayecto que acoge la poesía escrita entre 1966 y 2000. La sobria edición de Calambur se abre con un extenso trabajo de Emilio Miró titulado “Mester de vida” que analiza este largo tránsito creativo.
    Ítaca está impregnado de simbolismo. La patria de Ulises es isla refugio y espacio de regreso, pero también encierro y soledad para una Penélope condenada a una larga espera. Comprimida por un anillo de agua, Ítaca es desolación que conserva los ecos y ha perdido las voces, un gran mirador para otear el horizonte o mirar la estela de los náufragos. En esa latitud del abandono, Penélope, alter ego de la autora, nos traza su panorama existencial desde la memoria y desde las paredes de ese vacío cotidiano que nos deja la ausencia de verdades. Cierra este libro umbral una colección de aforismos que condensan toda la meditación existencial abordada en las composiciones. Al ser reeditado en 2017, Ítaca incorpora un prólogo firmado por Marta Agudo en el que se resalta el tono angustiado del hablante poético y la actitud de espera. Quien aguarda es el sujeto paciente, encerrado en sí mismo en una Ítaca interior, que borra cualquier decepción para dar sentido al regreso.
  Si la reescritura de un verso de Rubén Darío -”Francisca Aguirre, acompáñate”-era el colofón de Ítaca, su segunda salida, Los trescientos escalones, comienza con un homenaje poético a César Vallejo y se prolonga con otro a Antonio Machado. No son las únicas gratitudes presentes en el libro. Además se canta la escritura de Juan Carlos Onetti, en un largo poema narrativo desgajado de El astillero. Prevalece en estos poemas la actitud meditativa; los trescientos escalones son un camino de vida y distancia, de sensaciones y vivencias.
   También florecen en el libro la mirada social-una perspectiva condicionada por la ausencia del padre y la durísima posguerra- y la preocupación metapoética. Oficio de tinieblas denomina Francisca Aguirre al recado de escribir y se nos expone otra convicción: es imposible escribir una poética que no sea  aquella que nos ayude a calcular la zona de vacío que discurre entre la vida y la muerte.
  La música, recibida como una lluvia germinadora, es el motivo central de la tercera colección, escrita entre 1970 y 1974, titulada La otra música. Ritmo y vida se emparejan a través de imágenes y metáforas que reconstruyen el clandestino pentagrama  del azar cotidiano: la soledad, el miedo, los reencuentros y las despedidas.
   En Ensayo general -premiado con el Esquío de poesía- asistimos a los pormenores de una representación teatral en la que primero se nos presentan en clarificadores monólogos dramáticos los personajes que pueblan el escenario -sombras clásicas como Casandra, Cronos o el coro...- y en la segunda parte, en boca de la troyana, se recorre un argumento nucleado sobre la relación de pareja.
  El libro que ha servido a la autora para denominar a su obra completa presenta destacables novedades formales: los poemas de la primera parte están escritos en prosa poética, mientras que en la segunda es el soneto la estrofa utilizada, hasta el epílogo.
   Pavana para el desasosiego rastrea la historia que hay detrás del tiempo. En él la escritura se convierte en un inventario de apariciones porque la palabra es restitución. Detrás de los espejos, al borde de la música, las cosas que se han ido todavía nos hablan en un suceder previsible en el que sólo el amor nos desasosiega y nos somete al ritmo lento y pautado de una pavana.
   La poesía completa agrupa también una colección de inéditos que se presentan por primera vez como libro bajo el título de Los maestros cantores. Son más de treinta poemas que enaltecen una tradición lectora, en la que duermen los grandes nombres de la poesía de siempre, con algunos creadores en prosa como Kafka. Son notas de biblioteca, invocaciones y apuntes a pie de página de quien halló en los estantes valiosos interlocutores que ensanchan la conciencia.
   Toda recopilación es un balance de resultados. Por tanto su lectura tiene el sesgo crepuscular del trayecto cumplido. Ante la obra de Francisca Aguirre el lector tiene la idea de que el ayer es herencia viva, un río cotidiano cuyas aguas nos mojan a cada instante. El otro gran legado de su poesía es la  mansedumbre de la  música, fondo sonoro que aviva la inquietud de la  memoria.
   Prosigue senda en 2006 con La herida absurda, cuya semántica nocturnal es evidente. Existir es un continuo ejercicio de respirar dolor, un gesto asmático que tiene el regusto de la sangre. No hay corazón indemne; todos habitamos la ausencia. Son pocos los poemas exentos de esta impresión tenebrista: “Al parecer sólo se alcanza el paraíso / tras haber habitado una gran temporada en el infierno “. La existencia niega y duele, es un extraño sitio donde las ilusiones nunca se cumplieron. Paul Celan abría un resquicio a la esperanza recordando que queda algo de lenguaje y algo de destino; de ese modo “Transparencias”, tramo final del poemario, argumenta en torno a la evocación, la reivindicación de la inocencia en los ojos de un niño o la ciega esperanza del sosiego: “Definitivamente amo / el escándalo deslumbrante de la vida: / muy pocos paraísos comparables / al asombro que nos regala la existencia…”    
   Con Nanas para dormir desperdicios consiguió en 2008 el Premio Valencia de Poesía. En este poemario se hace evidente un cierto tono irónico. Concede a los textos un tono evocativo y distanciado que permite la objetivación frente a la contemplación de lo real. Si la temporalidad es tránsito y terco caminar hacia la nada, la existencia apenas deja entre los dedos una estela gastada de desechos, una incisión leve que solo es posible recuperar mediante la palabra. de este modo, el poema se hace cántico para que la música redima y dé amparo a tanto escombro. Al cabo, el desperdicio mayor es la pérdida, ese incontinente diluirse en la nada como si lo vivido fuera un sueño cuyo tacto apenas nos rozó.
   La poeta abre un nuevo estrato argumental en Conversaciones con mi animal de compañía (2013), donde la vertebradura autobiográfica se mitiga para mantener un diálogo socrático con el gato. Apacible y manso, ejemplo de sosiego y ternura, el gato despierta un largo viaje a las reflexiones del devenir. Pero el empeño no es tan sombrío como en otros textos, la caricia y la piel tan cálidas y cercanas en el estar diario dan paso al humor y a un mediodía en el ánimo más dispuesto a la confidencia y al disfrute de las pequeñas cosas del entorno.
   El mismo año ve la luz la antología Detrás de los espejos (1973-2010), un recuento parcial, y algunos de sus poemarios se traducen a ámbitos cercanos como el francés o el italiano, lo que difunde un viaje singular a la palabra que siempre acerca a la condición humana.     
   El cauce poético de Francisca Aguirre, compilado en enero de 2018 por la editorial Calambur en el volumen Ensayo general. Poesía reunida 1966-2017 avanza con un empeño indagatorio. El yo mira tras los cristales del destino; percibe en los trazos del entorno los signos de un discurrir maltratado por la decepción y el desamparo. El poema entonces se hace vigilia, regresa a la memoria, tantea en los rincones de la incertidumbre hasta mostrar su carne mortal, el nido frágil de una urgente esperanza.
   Ayer fallecía la poeta en su domicilio madrileño. Nos queda su poesía, un legado poético maduro, hecho siempre con el fervor indeclinable del compromiso, con ese abrazo fuerte de tiempo, pensamiento y recuerdo. Descanse en paz, Francisca Aguirre.


                                                                                  JOSÉ LUIS MORANTE

miércoles, 2 de enero de 2019

GEOGRAFÍA AÉREA

Equidistancias
Fotografía de
Javier Cabañero Valencia

GEOGRAFÍA AÉREA

Mientras la noche se abre en las esquinas

FRANCISCA AGUIRRE


Los más reputados cartógrafos de A ubicaron el paraíso en B. Mientras, afamados estudiosos de B precisaban en A el exacto lugar del paraíso. En C se imponía la equidistancia; nunca hubo nociones geográficas unánimes: unos se inclinaban por describir sus formas en A, no faltaban los que insistían en señalar las coordenadas en B, y ganaba adeptos un tercer grupo que prefería no decantarse, porque alimentaban la sospecha de que el paraíso no está en ninguna parte.

(De Cuentos diminutos)





miércoles, 21 de noviembre de 2018

FRANCISCA AGUIRRE: PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS 2018

Francisca Aguirre (Alicante, 1930)



                                   FRANCISCA AGUIRRE: LA ÍTACA INTERIOR

                                    (PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS 2018)


   Los compartimentos generacionales suelen ser poco permeables con la obra de autores que publican tarde, cuando la nómina ya está cerrada. La nueva voz queda entonces en un territorio neutral que no se corresponde con el asignado por su fecha de nacimiento y es difícil integrarse en las promociones siguientes, con las que coincide en años de publicación. Francisca Aguirre nació en Alicante en 1930; por tal circunstancia habitaría la celebrada generación del medio siglo; sin embargo su opera prima, Ítaca -galardonada con el Premio Leopoldo Panero- apareció en 1972, cuando el venecianismo, de la mano de Pere Gimferrer y Guillermo Carnero se había convertido en estética dominante y marcaba el rumbo de la década.
   Aquel libro nos dejaba elementos perdurables en la poesía de Francisca Aguirre -intimismo, autobiografía, indagación existencial, sentimientos y relaciones entre el otro y el yo- y sobre todo marcaba las coordenadas de un perfil creativo que en arranque del siglo XXI podemos abarcar en toda su dimensión, cuando se publica Ensayo General, una compilación de trayecto que acoge la poesía escrita entre 1966 y 2000. La sobria edición de Calambur se abre con un extenso trabajo de Emilio Miró titulado “Mester de vida” que analiza este largo tránsito creativo.
    Ítaca está impregnado de simbolismo. La patria de Ulises es isla refugio y espacio de regreso, pero también encierro y soledad para una Penélope condenada a una larga espera. Comprimida por un anillo de agua, Ítaca es desolación que conserva los ecos y ha perdido las voces, un gran mirador para otear el horizonte o mirar la estela de los náufragos. En esa latitud del abandono, Penélope, alter ego de la autora, nos traza su panorama existencial desde la memoria y desde las paredes de ese vacío cotidiano que nos deja la ausencia de verdades. Cierra este libro umbral una colección de aforismos que condensan toda la meditación existencial abordada en las composiciones. Al ser reeditado en 2017, Ítaca incorpora un prólogo firmado por Marta Agudo en el que se resalta el tono angustiado del hablante poético y la actitud de espera. Quien aguarda es el sujeto paciente, encerrado en sí mismo en una Ítaca interior, que borra cualquier decepción para dar sentido al regreso.
  Si la reescritura de un verso de Rubén Darío -”Francisca Aguirre, acompáñate”-era el colofón de Ítaca, su segunda salida, Los trescientos escalones, comienza con un homenaje poético a César Vallejo y se prolonga con otro a Antonio Machado. No son las únicas gratitudes presentes en el libro. Además se canta la escritura de Juan Carlos Onetti, en un largo poema narrativo desgajado de El astillero. Prevalece en estos poemas la actitud meditativa; los trescientos escalones son un camino de vida y distancia, de sensaciones y vivencias.
   También florecen en el libro la mirada social-una perspectiva condicionada por la ausencia del padre y la durísima posguerra- y la preocupación metapoética. Oficio de tinieblas denomina Francisca Aguirre al recado de escribir y se nos expone otra convicción: es imposible escribir una poética que no sea  aquella que nos ayude a calcular la zona de vacío que discurre entre la vida y la muerte.
  La música, recibida como una lluvia germinadora, es el motivo central de la tercera colección, escrita entre 1970 y 1974, titulada La otra música. Ritmo y vida se emparejan a través de imágenes y metáforas que reconstruyen el clandestino pentagrama  del azar cotidiano: la soledad, el miedo, los reencuentros y las despedidas.
   En Ensayo general -premiado con el Esquío de poesía- asistimos a los pormenores de una representación teatral en la que primero se nos presentan en clarificadores monólogos dramáticos los personajes que pueblan el escenario -sombras clásicas como Casandra, Cronos o el coro...- y en la segunda parte, en boca de la troyana, se recorre un argumento nucleado sobre la relación de pareja.
  El libro que ha servido a la autora para denominar a su obra completa presenta destacables novedades formales: los poemas de la primera parte están escritos en prosa poética, mientras que en la segunda es el soneto la estrofa utilizada, hasta el epílogo.
   Pavana para el desasosiego rastrea la historia que hay detrás del tiempo. En él la escritura se convierte en un inventario de apariciones porque la palabra es restitución. Detrás de los espejos, al borde de la música, las cosas que se han ido todavía nos hablan en un suceder previsible en el que sólo el amor nos desasosiega y nos somete al ritmo lento y pautado de una pavana.
   La poesía completa agrupa también una colección de inéditos que se presentan por primera vez como libro bajo el título de Los maestros cantores. Son más de treinta poemas que enaltecen una tradición lectora, en la que duermen los grandes nombres de la poesía de siempre, con algunos creadores en prosa como Kafka. Son notas de biblioteca, invocaciones y apuntes a pie de página de quien halló en los estantes valiosos interlocutores que ensanchan la conciencia.
   Toda recopilación es un balance de resultados. Por tanto su lectura tiene el sesgo crepuscular del trayecto cumplido. Ante la obra de Francisca Aguirre el lector tiene la idea de que el ayer es herencia viva, un río cotidiano cuyas aguas nos mojan a cada instante. El otro gran legado de su poesía es la  mansedumbre de la  música, fondo sonoro que aviva la inquietud de la  memoria.
   Prosigue senda en 2006 con La herida absurda, cuya semántica nocturnal es evidente. Existir es un continuo ejercicio de respirar dolor, un gesto asmático que tiene el regusto de la sangre. No hay corazón indemne; todos habitamos la ausencia. Son pocos los poemas exentos de esta impresión tenebrista: “Al parecer sólo se alcanza el paraíso / tras haber habitado una gran temporada en el infierno “. La existencia niega y duele, es un extraño sitio donde las ilusiones nunca se cumplieron. Paul Celan abría un resquicio a la esperanza recordando que queda algo de lenguaje y algo de destino; de ese modo “Transparencias”, tramo final del poemario, argumenta en torno a la evocación, la reivindicación de la inocencia en los ojos de un niño o la ciega esperanza del sosiego: “Definitivamente amo / el escándalo deslumbrante de la vida: / muy pocos paraísos comparables / al asombro que nos regala la existencia…”    
   Con Nanas para dormir desperdicios consiguió en 2008 el Premio Valencia de Poesía. En este poemario se hace evidente un cierto tono irónico. Concede a los textos un tono evocativo y distanciado que permite la objetivación frente a la contemplación de lo real. Si la temporalidad es tránsito y terco caminar hacia la nada, la existencia apenas deja entre los dedos una estela gastada de desechos, una incisión leve que solo es posible recuperar mediante la palabra. de este modo, el poema se hace cántico para que la música redima y dé amparo a tanto escombro. Al cabo, el desperdicio mayor es la pérdida, ese incontinente diluirse en la nada como si lo vivido fuera un sueño cuyo tacto apenas nos rozó.
   La poeta abre un nuevo estrato argumental en Conversaciones con mi animal de compañía (2013), donde la vertebradura autobiográfica se mitiga para mantener un diálogo socrático con el gato. Apacible y manso, ejemplo de sosiego y ternura, el gato despierta un largo viaje a las reflexiones del devenir. Pero el empeño no es tan sombrío como en otros textos, la caricia y la piel tan cálidas y cercanas en el estar diario dan paso al humor y a un mediodía en el ánimo más dispuesto a la confidencia y al disfrute de las pequeñas cosas del entorno.
   El mismo año ve la luz la antología Detrás de los espejos (1973-2010), un recuento parcial, y algunos de sus poemarios se traducen a ámbitos cercanos como el francés o el italiano, lo que difunde un viaje singular a la palabra que siempre acerca a la condición humana.     
   El cauce poético de Francisca Aguirre, compilado en enero de 2018 por la editorial Calambur en el volumen Ensayo general. Poesía reunida 1966-2017 avanza con un empeño indagatorio. El yo mira tras los cristales del destino; percibe en los trazos del entorno los signos de un discurrir maltratado por la decepción y el desamparo. El poema entonces se hace vigilia, regresa a la memoria, tantea en los rincones de la incertidumbre hasta mostrar su carne mortal, el nido frágil de una urgente esperanza.


                                                                                  JOSÉ LUIS MORANTE