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miércoles, 2 de noviembre de 2022

IOANA GRUIA. TOCAR LA PIEL DEL TIEMPO

Tocar la piel del tiempo
La poesía de Luis García Montero
Ioana Gruia
Editorial Renacimiento
Colección Iluminaciones
Sevilla, 2022

 

POÉTICA DE LA PIEL

  

    Asumiendo un fuerte vitalismo creador, Ioana Gruia (Bucarest, 1978), profesora titular de la Universidad de Granada, ciudad donde vive desde 1997, impulsa una escritura plural, que traza itinerarios por la novela, el relato breve, la crítica, la poesía y el ensayo. Retorna a esta última estrategia con el libro Tocar la piel del tiempo, una cala crítica en torno a la escritura de Luis García Montero, autor de contacto sobre el que la escritora ha reflexionado con frecuencia.
   Las coordenadas poéticas de Luis García Montero le conceden en la poesía contemporánea en lengua española una ubicación sólida e incontestable. Sus entregas han propiciado abundantes antologías y compilaciones completas y se han traducido a más de una decena de idiomas. Muchos poemas se han musicalizado y son letras celebradas de conocidos músicos o cantautores, y su obra es generadora de una incontenible bibliografía, como recuerda Ioana Gruia en la selección final que sirve de coda al libro.
   De inmediato se siente la sensación de cercanía con el autor; como intuyera Joan Margarit, la poesía de Luis García Montero es una casa de cimientos profundos, un espacio abierto, hospitalario e instalado en la lucidez. Las palabras de Ioana Gruia conceden a la poesía del granadino una propuesta de claridad y diálogo, de confidencialidad con el transitar del tiempo. Sin duda, el poeta es el mejor referente generacional y entrelaza señas identitarias de varias promociones en activo, desde los maestros del medio siglo hasta la poesía pandémica y digital.
   La escritora explica el título con una sugerente intuición que asocia la existencia como una cronología sensorial que invita a “tocar la piel del tiempo” desde las relaciones personales y el mundo afectivo, pero también desde la práctica literaria y el arte como forma de buscar lo permanente en lo transitorio. Y establece un ritmo pausado en el discurrir de su ensayo que se articula con los siguientes núcleos abiertos: una perspectiva general en la introducción, análisis de la poética y tres enclaves temáticos: “Los párpados del tiempo”, “Bestiario íntimo" y, por último, “El ritmo del mar y los barcos de papel”.
   El apartado “Una poética de la piel” recorre los pliegues del ideario personal a través del sustantivo piel, empleado con frecuencia en diferentes momentos del itinerario lírico, hasta ser resaltado por estudiosos como Marcela Romano y Laura Scarano. La cualidad matérica de la superficie  invita a un largo viaje interpretativo que permite emerger, tras los pliegues de la epidermis, el sentido íntimo de la escritura. Al cabo, como escribiera Luis García Montero en Confesiones poéticas, al hablar del libro Diario Cómplice, “la poesía es una operación interpretativa de las superficies, un texto con conciencia exacerbada”. De este modo, la piel, según Ioana Gruia, se convierte en núcleo de significado y de irradiación fundamental que se ramifica en claves como el erotismo, el deseo, la meditación sobre la intrahistoria colectiva, el papel de los sentimientos y el temporalismo del discurrir existencial. El análisis concluye que, en la poesía de Luis García Montero, la piel aglutina la intimidad del pensamiento y su relación con el entorno, junto al diálogo continuo y confidencial entre razón y sentimientos.
   El capítulo “Los párpados del tiempo” percibe el verbo confidencial de la temporalidad. En él se hace corpóreo el tiempo, como si fuera un protagonista vivo del texto, donde aloja y desaloja una larga sucesión de vivencias y recuerdos, prodigada por los momentos existenciales. La memoria es lumbre encendida; inventa calidez y belleza y consigue articular el enlace entre el pasado imaginario y el presente que postula la evocación. Esta superposición temporal materializa la fuerza interna de la intimidad para fijar el deseo, el resplandor callado de la evocación o la voz común de lo colectivo; pero también la herida de existir.
   La compilación final “El ritmo del mar y los barcos de papel” explora los poemas marítimos. Son textos que mantienen vías abiertas con las obras de Rafael Alberti y Federico García Lorca. En las composiciones que tienen el mar como eje argumental hay una luminosa sensorialidad, y ubicaciones semánticas que emanan de términos como faro, deriva, naufragio, bruma acantilado o litoral; palabras que mantienen puentes tendidos entre lo cotidiano y lo fantástico y originan sorprendentes metáforas. En ellas se forja el devenir existencial, los faros mudables de un tiempo que ilumina el lenguaje.
   La estela lúcida de Ioana Gruia en las páginas de Tocar el tiempo explora con vocación de luz los enclaves más definitorios del discurrir poético; la cuidada simetría entre apuesta ética y razón estética. Queda, de este modo, el legado lírico de Luis García Montero en el centro del ahora, con una obra plena que es testimonio de incertidumbre y asombro. Lluvia, que difunde transparencia y fecunda el surco abierto del tiempo.
 
JOSÉ LUIS MORANTE




sábado, 8 de octubre de 2022

PRIMAVERA EN OTOÑO (NOTAS DEL DIARIO)

Palacio Real de Madrid
Octubre, 2022

 

 PRIMAVERA EN OTOÑO

  

    Durante meses, honda cala en la poesía de amanecida por el nombramiento como jurado del Premio Nacional de Poesía Joven “Miguel Hernández“. Lo fallamos el viernes, 7 de octubre en la Sala Velázquez del Ministerio de Cultura y Deportes. Y el ganador es un poeta gallego, Ismael Ramos, con el libro Lixeiro/ Ligero. Son aspectos de su perfil creador la sensibilidad reflexiva, el despojamiento formal y una percepción de las cosas que esencializa lo cercano. Como afirma la cita de Peter Handke  que sirve de apertura al libro: “Al final diré algo”. 

 El día en la capital sirve también como andén de encuentros con algunos amigos con los que intercambio mis propias opiniones sobre algunos temas muy grabados en mi forma de entender la escritura. Por ejemplo: nunca he entendido la reivindicación de una lengua a costa de anular otra. Los sistemas lingüísticos son complementarios y vecinos, no confrontaciones identitarias. Pero casi nunca es así: los que escriben en una lengua minoritaria ven la presencia de otra lengua como un drama que anula su personalidad y encoge sus confines expresivos. Con esa creencia, lo que sucede en otro idioma no existe o es contingencia secundaria. 

 Por la tarde, quien toma la palabra es la amistad. Almuerzo con Ioana Gruia que me regala libros y afectos. El largo paseo por Madrid concluye en una lectura en la librería Alberti, con dos excelentes presentadores, Luis García Montero y Amalia Bautista. Allí coincidimos con muchos amigos y con ese fluir sin brújula del cansancio. Cuando vuelvo a casa es tarde, van sedimentando en la memoria secuencias del día. Rastros de una primavera otoñal que tiene el trazo cartesiano de los días de abril. 

Después del sueño retorna ese orden saludable de la rutina que establecen los asuntos pendientes. El yo confesional reivindica la soledad con la contundencia del aforismo. Las palabras adquieren así una respiración contenida, capaz de bucear bajo las aguas de cualquier asunto. 

La impertinencia aparece en la mañana del sábado, obtusa y cejijunta. Siempre exige más. Todo es poco. Quiere también la nada y el vacío. Y es una actitud inaguantable y dolorosa, como esas bibliografías aleatorias que nunca citan. En cambio, la sensatez y el sosiego son abrazo, por eso disfruto tanto con la amistad de Isabel Miguel. Hablamos poco, pero con ella nunca se pierde ninguna palabra. Suena en cada sílaba el corazón. 

 

JOSÉ LUIS MORANTE



lunes, 13 de diciembre de 2021

IOANA GRUIA. LA LUZ QUE ENCIENDE EL CUERPO

La luz que enciende el cuerpo
Ioana Gruia
Premio de Poesía Hermanos Argensola 2021
Editorial Visor
Madrid, 2021


PIEL Y LATIDOS

 

    Antes de iniciar la lectura de La luz que enciende el cuerpo la memoria recupera, de inmediato, un recuerdo personal. El dibujo de cubierta “Sol de la mañana” del pintor estadounidense Edward Hopper, también se reproducía en La vendedora de tiempo, novela publicada en 2013 que la autora presentó en Madrid. Fue en uno de los colegios mayores de la Ciudad Universitaria, con excelente respuesta de público. Tal contingencia de repetir la ilustración de portada conforma la sensación de que en los poemarios de Ioana Gruia, El sol en la fruta (2011) y Carrusel (2016) y La luz que enciende el cuerpo (2021) habita la misma sensibilidad que en sus propuestas narrativas. Ambas estrategias expresivas persiguen la confidencial claridad de la amanecida; arropan esa conciencia íntima del discurrir que busca en la memoria el rumor misterioso de la existencia, disperso entre las cosas del entorno.
    La escritora, nacida en Bucarest en 1978, pero residente desde hace muchos años en Granada, donde ejerce como profesora universitaria, abre su libro con el apartado “Las mujeres de Hopper”; los textos proponen un diálogo directo con los cuadros. Las composiciones, plenas de enunciados descriptivos desde una perspectiva realista, respiran el aire cálido de las imágenes, una densa floración de sensaciones donde se aglutina soledad, deseo, esperanza y el pálpito vital que emana desde la desnuda belleza de los cuerpos en la ebriedad de los sentidos.
   El apartado homónimo “La luz que enciende el cuerpo”  invita a un largo viaje entre los pliegues del yo más íntimo. Así se percibe en el verbo confidencial de “Salvavidas” que hace del erotismo y su celebración una lumbre, como se revela en la calidez de sus versos: “Soy una llama acuática, ventana / abierta al cuerpo nuevo, luminoso, / alumbrado del sexo con la lengua, / con los dedos que se hunden en la noche”. El recuerdo asedia el pensamiento y se convierte en fuerza interna para fijar el imaginario deslumbrante del deseo, su resplandor callado cuando acecha la noche en soledad.  Se hace canción y vida reclamando la voz común de lo femenino. La afirmación de su quehacer tiene en la escritura un cuarto propio y un aliento común que reivindica la pulpa impetuosa de la vida, su libertad pactada, su vuelo ante los otros.
   La compilación central lleva por título “La música secreta” y en ella se ejercita la contemplación. Un yo desdoblado se observa en cada gesto diario para conocer mejor la sintaxis enredada de su identidad. Desde ese desdoblamiento nacen las secuencias de un largo trayecto que aglutina instantáneas y conocimiento. Ellas conforman el patrimonio confidencial de la casa encendida, los desasosegados gestos de vivir y el sustrato de sombras que subrayan “la sensación de haberse equivocado en algo decisivo”, como advirtiera Luis Rosales en los versos memorables de “Autobiografía”. La voluntad de ser ha sumado los pasos de un caminar torcido; el discurrir tapona salidas y crea desconcierto; advierte en sus meandros sobre el aprendizaje de la decepción. Queda el amor y el cauce sentimental como esperanza de salvación y regreso, como manos que alzan muros firmes de fuerza y alegría, que llenan de energía  piel y latidos.
   El poema “La música secreta” hilvana su argumento como centro exacto de un tiempo que arrastra y se distancia hacia una vida nueva. Es casi una balada que tiene el orden claro del acorde; la música feliz de un pentagrama de notas cotidianas, previsibles, inquietas, que buscan su sentido y su armonía en el estar diario.
   El yo también se hace protagonista de “Parque interior” en composiciones como “Genealogía”, un cálido recuerdo familiar a los progenitores, y en otros textos evocativos, donde retorna ese tiempo auroral que inventa los recuerdos y su verdad precaria. Los contornos de “Canciones” alumbran una expresión poética definida por la melancolía de la ausencia, o con los miedos que habitan paisajes interiores donde la luz no llega. Otras composiciones tienden sus versos para mostrar las grietas de lo perdido o los movimientos de la soledad que solo en la música encuentra un poco de compañía.
   Integrados en “La casa de mi piel” y “Epílogo”, los últimos poemas dejan una estela de nombres propios, cargada de significado emocional y del vitalismo de la lucidez: Luis García Montero, Joan Margarit, Cesare Pavese; son poetas que comparten la indagación reflexiva de la arquitectura poética, la sensación de alinearse en el tacto hospitalario de una lírica sentimental, cuajada de emoción y sustrato autobiográfico: “Quedémonos aquí, en este banco, / me dijiste, y volvió mi adolescencia / con esa luna encima del barranco / y aquella sensación de pertenencia / al latido del mundo en una piel”.
   Ioana Gruia abre un profundo surco de afinidad y reconocimiento con la idea del poema como casa habitable y viaje introspectivo. Con ese acorde, las breves reflexiones de Luis García Montero en la contraportada miran el ideario de La luz que enciende el cuerpo con la cadencia de un cántico liberador, que expone la dimensión espiritual del cuerpo. Queda en los versos el sustrato humano de un pensamiento poético que en cada instante proclama desasirse de lo contingente y anhela una respiración de claridad, el despertar de un día propicio al asombro de ser,  “cuya verdad forma parte de nuestra verdad”.

JOSÉ LUIS MORANTE


viernes, 17 de mayo de 2013

IOANA GRUIA. LA VENDEDORA DE TIEMPO.

La vendedora de tiempo
Ioana Gruia
Ediciones Espuela de Plata, Sevilla, 2013 

DESDE LA NIEBLA.

   Con su primera novela, La vendedora de tiempo, bajo el brazo, Ioana Gruia (Bucarest, 1978) ejerce la docencia y prosigue un proyecto de investigación filológica en la Universidad de Granada, ciudad donde reside y en la que inició senda en 2002 con el poemario Otoño sin cuerpo; su segunda apuesta lírica El sol en la fruta consiguió en 2010  el Premio de Poesía Andalucía Joven. El perfil bibliográfico se completa con el relato Nighthawks y el ensayo Eliot y la escritura del tiempo en la poesía española contemporánea (Visor, 2009).
  Introduce La vendedora de tiempo  un liminar de Luis García Montero. El poeta y ensayista firma una pautada reflexión sobre la muerte en la que cabe hacer recuento del existir y sus facturas; de la necesidad de ahuyentar el barco fantasma de la desolación dando razones diarias a la existencia. La enfermedad convierte al cuerpo en una casa fría y solitaria y es necesario hallar consuelo con la misteriosa claridad de los afectos.
  Desde su amanecer la propuesta narrativa de Ioana Gruia se plantea en una doble perspectiva: el modo directo, autobiográfico y confesional de la primera persona y el tono más sosegado y distante del narrador omnisciente. Pero las dos formas de contar la historia se hilvanan con una dicción limpia, sugerente, que hace de la emoción piedra de toque y que respira un ritmo argumental “que acaricia las palabras como si fueran pequeños animales dormidos”.
  La figura principal es Silvia, una identidad crepuscular de rasgos hermosos. Un cáncer de pecho habita su cuerpo y convierte el estar cotidiano en una ensimismada inquietud. Mudan los hábitos y la percepción del entorno, como si se vislumbraran las formas fijas de una estación final. Ya jubilada, se traslada a Mar del Plata al morir su pareja en un accidente, como si ese refugio lejano sumara alguna esperanza nueva y ofreciera otro sitio para empezar.
  Con un discurrir aleatorio, repartido entre horas de escritura, paseos o encuentros, la existencia adquiere una precaria condición de naufragio, de brazadas estériles ante la última costa. Silvia se embarca en un largo viaje introspectivo en el que las escenas del pasado se liberan del tiempo y aparecen como espejismos permanentes, estáticas imágenes como esoscuadros de Hopper, un pintor por el que Ioana Gruia siempre ha mostrado una especial inclinación.
   Cercano y cómplice el presente despliegue sus estímulos: el vitalismo de un cuerpo joven, la razón del deseo, la proximidad del otro, la visión idealizada de la realidad de un niño. Son circunstancias que evitan el repliegue, que ponen en el temblor de la mano un vaso de agua fresca y llenan la ventana con sus puntos de luz como tratamientos paliativos.
  De la infancia Silvia recupera un recuerdo especial: jugaba cuando niña a vender tiempo, en un precario tenderete hecho con un par de sillas y un trapo pintado. Ahora necesitaría comprar un tiempo nuevo para recomponer la geografía personal y allanar los desajustes de una convivencia familiar frustrada o con zonas de sombras. Pero no queda tiempo, sino un largo túnel que quiere recorrer con los que ama y dando voz a uno de sus personajes favoritos de La isla del tesoro: el capitán  Smollett.
   La muerte cierra el diario de navegación de Silvia. Pero el personaje permanece vivo en el ánimo encogido del lector. Igual que permanecen los destellos de una sensibilidad que recurrió en su lucha contra el destino a las idealizaciones infantiles, a ese mundo de sinestesias sensoriales y a esa idea del sexo como resistencia frente a la decrepitud. En la piel de Silvia, el cuerpo no fue nunca un barco entre la niebla, un lugar desahuciado.