Mostrando entradas con la etiqueta Joan Margarit. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Joan Margarit. Mostrar todas las entradas

domingo, 8 de junio de 2025

CONSTANTINO CAVAFIS. LA VIDA DENTRO

Constantinos Cavafis
(Alejandría, Egipto, 1863-1933)

 

MURALLAS Y ERIZOS

 

                   Con C. Cavafis y Joan Margarit

 

   En estos días de soledad forzada, retorno con frecuencia a la poesía de C. Cavafis. Leo en voz alta composiciones que sobrepasan su condición de textos literarios para convertirse en principios  vivenciales, listos para aplicarse a la travesía del mañana que empieza. Así me sucede con “Murallas”, un poema breve breve que suelo emparentar con otro imprescindible en mis hábitos lectores, “El erizo”, un acierto de Joan Margarit. En los dos escritos se habla de un yo encerrado fuera del mundo, seguro, inaccesible, protegido en Cavafis por sólidas murallas y en Joan Margarit por la punzante piel de los erizos. Ambos poemas dan voz a un yo solitario, a resguardo, que con horror descubre que el mundo está fuera, y allí empieza la vida.

 José Luis Morante




 

 

martes, 17 de diciembre de 2024

CERRAR AGENDA

Jornadas de traducción al árabe
(Desierto de Wadi Rum, Campamento Noches Árabes, Jordania)
Fotografía
de
Yolanda Soler Onís

 

ANOTACIONES  PARA CERRAR AGENDA
 
 
Nada más obtuso que la displicencia de un poeta joven convirtiendo canon, jerarquía y lecturas en escombreras.
 
Con la alegría de quien regresa a casa, vuelvo a la obra de Jaime Gil de Biedma, desde la edición crítica preparada por Félix Pardo y Carme Riera, la mejor investigadora en torno a la generación del cincuenta. El poeta aportó, además de sus poemas, abundantes reflexiones teóricas de calado; pensaba, por ejemplo, que el poema nace y se escribe en un tiempo histórico y, por tanto, si se corrige en otro momento corre el riesgo de que su significado se desvirtúe. Yo también pienso lo mismo. Se puede mejorar algún aspecto formal concreto, pero hasta ahí.
 
Nos saludamos en las calles de la localidad con la cordialidad de los colegas que comparten el mismo quehacer; pero de inmediato percibo que su legado lector está bajo mínimos. Así que todo lo demás es simple cortesía y futuro silencio.
 
Hay quien hace del analfabetismo una toma de postura.
 
En mí tampoco los efectos resultan congruentes con las causas, pero el balance es generoso y ando feliz con los dos libros publicados este año, los cuatro o cinco prólogos que acompañan libros de los amigos y las abundantes colaboraciones críticas en revistas y en el blog. De las lecturas y eventos, el viaje a Jordania ha sido tan enriquecedor que pone en la sombra todo lo demás. No es un minucioso cotejo de empeños en tejer y destejer, es solo una sonrisa de alegría porque la voluntad resiste.

viernes, 13 de diciembre de 2024

NADAR EN SECO

Aprendizajes
Feria del Libro de Madrid, 2008
Firma del libro Arquitecturas de la memoria
Joan Margarit

 

NADAR EN SECO
 
El tiempo que no tuve nada en seco.
En él cada brazada recolecta
los secretos acordes de la profundidad..
De cuando en cuando
rasgan la superficie huecos húmedos
de cuyo fondo emergen
estelas de luciérnagas;
Mas un sudor salobre
desdice la quietud,
 impulsa cercanía
hacia el contorno exacto del trascielo.
 
No dejo que el cansancio me carcoma.
Sacudo el agua ausente.
En los brazos maltrechos
hay jirones de mí.
 
     (Del libro Nadar en seco, 2022)
 
                               José Luis Morante

sábado, 27 de abril de 2024

MURALLAS Y ERIZOS

Con Joan Margarit
Instituto Cervantes de Madrid, 2020
Fotografía
de
Isabel Fernández Bernaldo de Quirós

 

MURALLAS Y ERIZOS

                   Con C. Cavafis y Joan Margarit

 

   Retorno con frecuencia la poesía de C. Cavafis. Leo en voz alta versos que sobrepasan su condición de textos literarios para convertirse en principios  vivenciales, listos para aplicarse a la travesía diaria del mañana que empieza. Así me sucede con “Murallas”, una composición breve que suelo emparentar con otro poema imprescindible de mis hábitos lectores, “El erizo”, un acierto de Joan Margarit. En los dos textos se habla de un yo encerrado fuera del mundo, seguro, inaccesible, protegido en Cavafis por sólidas murallas y en Joan Margarit por la punzante piel de los erizos. Ambos poemas dan voz a un yo solitario, a resguardo, que abraza el desconcierto porque el mundo está fuera, y allí empieza la vida.

(Anotaciones bajo la lluvia)





 

 

sábado, 16 de marzo de 2024

JOAN MARGARIT. UN ASOMBROSO INVIERNO

Joan Margarit
(1938-2021)
Librería Alberti, Madrid, 2018
Fotografía
de
Javier Cabañero Valencia

 

 
A DOS VOCES
 
(Joan Margarit y Luis García Montero)
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 
El arte no es distinto de la vida
 
JOAN MARGARTI
 
Se trata de sentirse conmovido,
de vivir fatigado
 
LUIS GARCÍA MONTERO
 
 
  Once de enero de 2018. Mientras el atardecer madrileño diluye su cronología entre hilachas de sombra, la librería Rafael Alberti persiste en su calendario cultural. Convoca a la presentación conjunta de dos novedades de poesía: Un asombroso invierno, de Joan Margarit, y A puerta cerrada, de Luis García Montero. Ambos escritores son puntuales. Cuando llego al evento ya están en el cordial refugio habitable, abierto por Lola Larumbe hace más de cuatro décadas en la calle Tutor. Percibo que son muchos los oyentes que antes de ocupar sitio en el semisótano, espacio habitual para quehaceres lectores, se acercan a los protagonistas; intercambian impresiones, desenredan monólogos afectivos o consiguen una dedicatoria personal. Los caracteres manuscritos en la hoja de cortesía del libro añaden un valor sentimental, un soplo de cercanía. Lo intuyo; hago lo mismo desde hace años. Guardo turno hasta que Joan Margarit descubre mi presencia. Me saluda efusivo y busca de inmediato un rincón tranquilo para evocar secuencias comunes, ahora reverdecidas por la nostalgia. Percibo intacto en sus palabras el aprecio generado por mi edición crítica Arquitecturas de la memoria (Letras Hispánicas, 2006). Rememora con calidez algunos viajes juntos a Rivas-Vaciamadrid, el cercano municipio de la periferia donde resido y ejercí la docencia. Allí visitamos varios centros educativos y promovió una entrañable acogida estudiantil en la biblioteca, tras su descarnada lectura de Joana. Recuerdo que algunos bachilleres lloraron por la fuerte seducción  argumental; Margarit descubrió una costa descarnada y terrible para evocar los últimos días de la enfermedad terminal de su hija que convirtió la muerte en un cuarto sin nadie.
  Cuando resuelve sus compromisos, también se acerca Luis García Montero, quien deja entre mis manos un ejemplar dedicado de A puerta cerrada. Me agradece cómplice la salida de Ropa de calle, cuya tercera edición amplía la muestra de poemas y analiza el tramo escritural desde 2008 hasta 2017, etapa fecunda que añade al perfil lírico una sólida voz narrativa con tres ficciones, Mañana no será lo que dios quiera, No me cuentes tu vida y Alguien dice tu nombre.
  Así que mi predisposición ante el encuentro en Moncloa está lejos de la objetividad. La memoria íntima germina marcada por la cercanía reflexiva hacia itinerarios cuyas bifurcaciones preservan un interés enaltecido. El arte no es distinto que la vida; sale al paso como una senda transitable. Los poemas que escucho son mis poemas. Forman parte de un tejido sentimental y de una vocación crítica implicada que convierte a los textos en calladas aseveraciones de una espera metódica. Ambos escritores saben que el discurso poético se dirige a la esencia misma del sujeto como ser pensante; animan una actividad creadora que agita la conciencia e incide de forma directa en la sensibilidad posicionada frente a lo real. Los dos personifican –y empleo un acierto crítico de Juan Carlos Abril, extraído de Lecturas de oro- el empleo del lenguaje como “dispositivo vivo de representación, expresión y conocimiento que posee su propia autonomía, se crea y se destruye, se destruye y se crea para renovarse a sí mismo “.  
   La velada concita una alta motivación. Luis García Montero resalta el devenir biográfico del poeta catalán, inicios escriturales, dedicación a la docencia durante más de treinta años como catedrático de Cálculo de estructuras en la Escuela Superior de Barcelona, su profesión de arquitecto y esos vasos comunicantes que conceden al ideario estético una apariencia de orden y claridad. Después, el autor de Un asombroso invierno recita composiciones salteadas, siempre precedidas por una pincelada contextual, clarificadora del sustrato temático y de la circunstancia personal de cada una. La voz, rotunda, declamatoria, escueta, ensancha el silencio y abre los ojos; evoca en mí otros ámbitos compartidos que ahora se renuevan con lindes intactas.    
   Se percibe máxima sintonía cuando leen en castellano y en catalán versos de Joan Margarit, ya convertidos en himno de un estado de ánimo colectivo. Es el poema “La llibertat / La libertad”. Se integra en Aguafuertes, libro publicado en 1998 en Sevilla por la editorial Renacimiento. El poema indaga el significado semántico de un concepto esencial de la conciencia. Apaga brasas de incertidumbre y pesimismo. Compone una proclama de alcance, una obligación que presenta facturas al conformismo de los indiferentes. Sin atenuantes ni falsa compasión, las palabras se hacen palimpsesto de un estado básico del estar:
 
 
La llibertat
 
La llibertat és la raó de viure,
dèiem, somniadors, d’estudiants.
És la raó dels vells, matisem ara,
la seva única esperança escèptica.
     La llibertat és un estrany viatge.
Són les places de toros amb cadires
damunt la sorra en temps d’eleccions.
És el perill, de matinada, al metro,
són els diaris al final del dia.
     La llibertat és fer l’amor als parcs.
La llibertat és quan comença l’alba
en un dia de vaga general.
És morir lliure. Són les guerres mèdiques.
Les paraules República i Civil.
Un rei sortint en tren cap a l’exili.
La llibertat és una llibreria.
Anar indocumentat. Són les cançons
de la guerra civil.
Una forma d’amor, la llibertat.
 
   A dos voces escuchamos una formulación de convicciones y coraje ético. Por eso las palabras no envejecen, aunque hayan transcurrido veinte años desde la amanecida de Aguafuertes. Aquel libro contaba con una breve nota introductoria de Luis García Montero. Entrega una reflexión convertida en asentado diálogo con la dermis del poeta. Entiende el prologuista que peripecia biográfica y caligrafía lírica son escenarios cercanos e interconectados, geografías de conocimiento sobre las que germina con raíces profundas un magma inicial y embrionario; “la conciencia de una mirada propia con capacidad de interpretación” que adquiere el trazo descarnado e incisivo de un aguafuerte.
 
   Tras su lectura, Joan Margarit resalta la diferencia de edad, un asunto menor, casi anecdótico porque el desnivel cronológico no deja fuera el continuo aprendizaje y una voluntad profunda de amistad como recurso de equilibrio interior. Pertenecen a distintas generaciones. Joan Margarit nació en Sanaüja (La Segarra, Lleida) en 1938. Es, recuerdo la pincelada vital del presentador, Catedrático jubilado de Cálculo de Estructuras de la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona. Y ha protagonizado una implosiva estela profesional, tanto en la investigación como en la hechura de proyectos arquitectónicos y estructurales, de los cuales se hace una emotiva síntesis en el cuaderno Las luces de las obras. La publicación académica contiene su discurso de ingreso en la Real Academia de Ingeniería, leído el 25 de septiembre de 2003, y la contestación del otro miembro electo, D. Gabriel Ferraté, quien afirma: “Quisiera, junto a estas observaciones sobre lo poético en su arquitectura, constatar también el rastro de la arquitectura en la obra poética de Joan Margarit, éste aún más patente, y que revierte en beneficio, para mí evidente, de su calidad poética”, señalando así la interdependencia entre ambas actividades.
   Personifica una de las presencias nucleares de la poesía catalana. Su legado ha merecido los más prestigiosos premios del catalán; también en castellano ha obtenido reconocimientos como el Nacional de la Crítica, el Premio Nacional de Poesía o el Rosalía de Castro. Su voz ha trascendido la geografía peninsular; en 2013 recibió el Premio Poetas del Mundo Latino, un valor que enlaza con referentes culturales de su fondo verbal como Rubén Darío, César Vallejo o Pablo Neruda.
   En el volumen de artículos críticos Amor y tiempo (Córdoba, 2005), propuesta colectiva coordinada por el poeta y profesor universitario Antonio Jiménez Millán, se perfila con plena vigencia la tradición autóctona a la que se incorpora con pleno derecho. Es un enclave en la mejor  literatura europea que aglutina a Joan Salvat-Papasseit, Josep Carner, Carles Riba, Salvador Espriu, Joan Vinyoli o Gabriel Ferraté… El trazado fortalece la opción estética de Joan Margarit y le concede una configuración unitaria, perceptible con intensidad en cada entrega.
  La etapa de madurez consolida las líneas fundamentales. Dicho tramo arranca con el poemario Joana. La salida constituye, por su  objetivación del dolor, un hito central que es un eje de simetría para la sensibilidad lírica. Así lo reconoció en 2008 el Premio Nacional de Poesía que propagó el magisterio activo de Joan Margarit, con amplios efectos en las últimas hornadas.
  El ideario realista del escritor está marcado en el presente por la reflexión moral. Tras No era lluny ni difícil / (No estaba lejos, no era difícil) se presenta en 2015 Amar es dónde, cuyas claves se apuntan en el epílogo. La voz asume la visión crepuscular; vuelve los ojos hacia el páramo de los días idos.
  El discernir sobre el ser transitorio de la conciencia y la terquedad del tiempo no desgranan sensaciones frustrantes. El buen poema considera la queja una cuestión inútil porque viste el epitelio vital de gravedad y desasosiego. La experiencia depara aprendizaje cognitivo; que fortalece y redacta un didáctico manual de supervivencia, un ideario escrito con la tinta clara del resistente. En su arquitectura de la memoria, cada estar aprende a construir forjados, busca una protección segura que entibie frente al cielo raso: “Pero la vida son también andamios, / humildes esqueletos hacia arriba”.
   El acontecer define la razón de ser de la palabra poética: “la inspiración proviene de la propia vida”. Los trabajos y días del sujeto y sus caminos interiores son el fértil sustrato. La observación directa de lo contingente concede un significado testimonial, un aire limpio de certeza y verdad. Comprender es entender.
   Este perfil de la escritura da pie a una cuestión crítica sobre la que se vuelve con frecuencia: la identidad real del hablante lírico. Quien habita en los poemas tiene claras afinidades con el yo biográfico. En el seno del protagonista verbal respira un yo desdoblado. Es un certero reflejo especular. De ahí la fuerza expresiva y emocional que transmite, esa cadencia cómplice que origina un estado de recepción, libre de intemperie. Pasó el tiempo de las ilusiones para tomar asiento en las certidumbres, donde la soledad es un estado natural que apacigua carencias: “Ahora que sé que es seca y áspera, / la vida me resulta más amable. / La burla fue romántica: creer / que todo lo podía soportar / el entusiasmo de una convicción. / En lo alto de una roca queda un cielo poético / que mira de reojo. Nunca me ha protegido. / He sido un iluso, pero no soy un cobarde. / Soñar me ha obligado a aprender / a leer y escribir en las tinieblas. “
   Amar es dónde aglutina poemas escritos con el lenguaje notarial de la primera persona. El aserto que da nombre a esta entrega proviene de la composición de apertura. En este poema homónimo, el amor se hace geografía atemporal que unifica el ayer y el ahora. Así lo definen incisivos los versos de cierre: “Amar es un lugar. / Perdura en lo más hondo: es de dónde venimos. / Y también el lugar donde queda la vida. “
   El pasado aparece como calendario habitual de la puesta en escena. Desde el ahora se vislumbra una lejanía repleta de señales cuyo reflejo perdura y llena de luz el cuarto oscuro de la memoria. Aunque se desvanece, es una estela escrita en el agua empeñada en dar voz a una etapa de plenitud arcádica: a distancia nunca se distinguen grietas y desconchones; solo el patrimonio afectivo del ser concreto y del yo como parte de un legado comunitario que a todos exige defensa y compromiso.
   Para el poeta la lengua propia, la que hablaron los padres y los abuelos, es el símbolo máximo de una identidad colectiva. Eso propicia un tono crítico y defensivo frente a los que quisieron apagarla, como si ese gesto de mutilación cultural fuese un saqueo inadmisible que incluía la humillación de un país devastado.
   Esta recuperación de sensaciones e imágenes hace evidente la pérdida, ese rastro de ausencias que integra a los que no están y acoge en sus manos cambios y  mutaciones. El poema “Barcelona” deja una imagen del corazón urbano hecha banalidad y apariencia, como si el tejido histórico fuera un simple despojo que no merece la pena consignar. En el mapa de la memoria los espacios vividos ya no están en su sitio; han sufrido un doloroso desplazamiento tangencial: “Pero, en Montjuic, tengo dos hijas, / y ahora me ofende un gentío extraño / que se ciega en la fiesta innecesaria / de gélidos hoteles, de superfluos / escaparates. Suele, en los refugios, / hacer más frío que en ninguna parte, / desolada ciudad que haces de puta”.
   Joan Margarit ha tallado un  sujeto esclarecedor y sugerente, íntimo y confidencial que tiene confianza en la respiración pausada de las palabras y nos muestra las páginas escritas de una libreta abierta. Su aporte es directo y no precisa ninguna retórica ampulosa para ofrecernos visiones introspectivas de la temporalidad del ser y de la continua opacidad de lo cotidiano. Nada es aleatorio; no hay más que un largo viaje que lleva desde el niño a la vejez y este principio lógico sirve para amar el dudoso acontecer que nos arropa, esa verdad dura y sencilla.
   En la edificación verbal de Amar es dónde resuena perdurable la voz clara de un poeta central. Entre la sombra indescifrable que forja la realidad, vemos la luz de una ventana encendida.
   Son caracteres fijos, luces de situación que se mantienen en los poemas leídos de Un asombroso invierno (Visor, 2017). De nuevo suena fuerte el blanco y negro de la memoria sentimental, reconstruido con la misma austeridad plástica. Así define Luis García Montero la sobria perspectiva: “Cuando se vive el invierno de la vida, la mirada  del poeta contempla no sólo el paso del tiempo, sino también el paso de la historia. Los mundos desaparecidos nos obligan a buscar la identidad de la memoria, pero también a tomar conciencia del significado del presente. Un asombroso invierno nos habla de esa tensión lírica entre el ayer y el hoy cuando el futuro deja de tener peso en las preguntas más personales sobre el tiempo y la historia”.
 
   El diálogo literario entre ambos poetas trasmite una honda identificación. Cuando inicia su turno de lectura Luis García Montero en el silencio claustral de la librería Alberti no se percibe ninguna mutación. Todo prosigue bajo el flexo con el pautado desarrollo de una pieza musical. Los poemas de A puerta cerrada establecen una continuidad pactada por la amistad y por las coordenadas literarias compartidas. Los textos  se apropian de aquella reflexión que hiciera Joan Margarit en el prólogo de la compilación El primer frío: “Cantamos al propio misterio. Queda por decidir desde donde cantar, y esa es la búsqueda que cada poeta realiza a su manera”.   
 
 En sus registros, luminoso resulta el camino creador de Luis García Montero (Granada, 1958). Doctor y Catedrático de Filología Hispánica en la Universidad de Granada, dentro de su personalidad confluyen facetas complementarias y activas como la poesía -cuyos títulos más recientes son Balada en la muerte de la poesía y el ya citado A puerta cerrada-, la novela, el ensayo, el periodismo y la escritura de textos dramáticos. Definen su rigurosa vigilancia de la calidad literaria el Premio Adonais, El Premio Nacional de Poesía, El Premio de la Crítica o el reciente Premio Internacional de Poesía 2017 Ramón López Velarde, por ser, en palabras del Rector de la Universidad Central de Zacatecas, “poseedor de una obra de innegable calidad e influencia dentro de la moderna tradición poética”.
  Es innegable que ocupa un espacio central en la geografía literaria actual. Sobre la relevancia de su aporte lírico y su aclimatación en lo permanente como núcleo de tendencias y estéticas del discurrir lírico desde los años ochenta hasta 2015, se han reunido enfoques bien trabados en el volumen Palabra heredada en el tiempo (Madrid, 2016), coordinado por la profesora universitaria y ensayista Remedios Sánchez García.
  Los planteamientos agrupados allí apuestan por la pluralidad discursiva. Recuerdo algunos. Con pertinente originalidad, Juan Carlos Rodríguez, siempre recordado por su humanismo y su pensamiento comprometido, objetiva los aportes iniciales de La Otra Sentimentalidad y hace una inmersión en la memoria histórica y en la tradición ideológica. Así lo constataba Luis García Montero en un texto imprescindible, publicado en El País el 8 de enero de 1983, y luego recogido con aportaciones personales de Javier Egea y Álvaro Salvador en Los Pliegos de Barataria: “Cuando la poesía olvida el fantasma de los sentimientos propios se convierte en un instrumento objetivo para analizarlos (quiero decir, para empezar a conocerlos). Entonces es posible romper con los afectos, volver sobre los lugares sagrados como si fueran simples escenarios, utilizar sus símbolos hasta convertirlos en metáforas de nuestra historia. Pero no simplemente eso. Romper la identificación con la sensibilidad que hemos heredado significa también participar en el intento de construir una sentimentalidad distinta, libre de prejuicios, exterior a la disciplina burguesa de la vida”.
  También Pablo Aparicio Durán, en su andadura teórica, insiste en el que pronuncia el grupo poético de Granada como defensor del principio conceptual de que la literatura es producto del sujeto, quien a su vez hace del discurrir de su libertad subjetiva otro producto de la Historia.
   Otros análisis integrados en el volumen recalcan la determinante presencia en la pluralidad estética intersecular. Así, José Andújar Almansa indaga en la naturaleza del sujeto poético en el libro Vista cansada desde la distancia que establecen dos vértices, la ficción escritural y el autobiografismo. Remedios Sánchez García recorre el trazado que une el espacio periférico de la Otra Sentimentalidad a la poesía de la experiencia, línea dominante en los años noventa que desembocará en singular polifonía abierta a discursos divergentes. Otros especialistas abordan la convivencia de estéticas correlativas en una república literaria llena de asimetrías y con un perfil heterogéneo.
 Mi rincón crítico en el volumen muestra la vigencia del escritor de Granada en la poesía de los años noventa y en la primera década del siglo XXI, más allá de la mera coyuntura creando un paisaje de fondo en el que se dan cita propuestas emergentes – Carlos Pardo, Josep María Rodríguez, Raquel Lanseros, Fernando Valverde, Ioana Gruia, Víctor Peña Dacosta, Rosario Troncoso, Paula Bozalongo, Elvira Sastre…- que extraen de su magisterio temas y procedimientos con significativas variantes.  
 
  Luis García Montero inicia su lectura con el verbo cálido del profesor que entra en el aula para impartir la clase de costumbre. Sus gestos y sus gafas de cerca constatan ese magisterio laboral. La primera clave que desvela el sentido del nuevo poemario es el título: A puerta cerrada. Es una expresión enunciativa y programática. Parafrasea una actitud defensiva del sujeto frente al decurso de lo cotidiano; trasmite la opción de cerrar pasos hacia la intimidad, como si así se preservara mejor la fragilidad del yo. Según manifiesta el poeta, el título es un préstamo literario. Proviene de la obra dramática A puerta cerrada del escritor y filósofo Jean Paul Sartre. Aquel drama, Huis clos, estrenado en 1944, era una reflexión sobre las relaciones personales como creadoras de divergencias y conflictos. Promueve una visión negativa del otro que condiciona sustancialmente la convivencia social, fatalmente abocada al derrumbe.
   A puerta cerrada compila composiciones trabajadas entre 2011 y 2017. Importa constatar, para entender el carácter orgánico y unitario del avance lírico, que durante este periodo amanecieron los poemas en prosa de Balada en la muerte de la poesía (2016), editados asimismo en Visor con dibujos de Juan Vida. En ellos, el poeta hace del cauce versal un resguardo a través de actitudes éticas y estéticas. La idea del libro aparece durante unas jornadas poéticas celebradas en la isla italiana de Lampedusa, donde se cuestionaba el papel de la poesía en el ahora. El contexto social ha desplegado un clima de intemperie en el que apenas tiene lugar propio el incansable empeño de verdad y belleza que expande el verbo poético. Vivimos en la cuerda floja de la incertidumbre. Así lo atestigua el robusto pensamiento de Zygmunt Bauman al acuñar el concepto de modernidad líquida en base a una idea germinal: todo, incluso el individuo es flexible, susceptible de adoptar el molde político o social que lo contiene; valores y dogmas han perdido su solidez. Por tanto, nada es permanente. Todo se ha ido desvaneciendo empujado por el pragmatismo imparable del progreso que solo busca satisfacciones inmediatas. La realidad es solo realidad y ha perdido la esperanza de encontrar utopías.  
   Los poemas de A puerta cerrada constituyen una significativa reformulación del intimismo. Los versos se hacen vías de expresión de aquellos repliegues cobijados en la naturaleza del personaje escrito, por encima de las limitaciones que alberga la percepción sensorial y la mudable experiencia de lo contingente.
   Otra vez se dan la mano en el poema sensibilidad y pensamiento en una conjunción que hace balance de las horas tardías. Así abren la lectura los versos de “Entretiempo” con la memoria de haber sido, con el menguado patrimonio de ilusiones cumplidas y esa lluvia caída entre los años que es ahora dolencia evocadora.
   En la lectura selecta del libro, hay un poema, “Aparición del lobo” que recupera eslabones con Rubén Darío y, otra vez juntos, con Joan Margarit. Sus versos muestran la médula de una tradición activa y continuista. El nicaragüense, impulsor del modernismo, se apropia de un elemento natural, el lobo, arquetipo integrado en el folklore narrativo, para convertirlo en paradigma de crueldad. El tenebroso deambular lleva el temor a las aldeas y convierte el paisaje boscoso en una senda intransitable. Cuando Francisco de Asís pregunta las razones de su comportamiento, la bestia argumenta un amplio catálogo de cicatrices abiertas: el clima desapacible, la carencia de recursos vitales, el estar sin nadie, la violencia diaria del hombre diezmando la vida natural… Es necesario un pacto de paz que el discurrir del tiempo erosiona poco a poco.
  En los poemas de Joan Margarit acogidos en Los motivos del lobo es consustancial la objetivación de lo privado para mostrar una identidad personal rebelada contra la hipocresía moral; el hablante lírico se siente un lobo que desprecia las aristas de lo real con tono desafiante para mostrar, sin velos, su intemperie. De un enfoque semejante parte el poema de Luis García Montero. La mirada del lobo personifica la pulsión agresiva que tantas veces germina después en el sentimiento de culpa; quien percibe está al acecho en la construcción de sí mismo y del otro. Al definirse “huele a soledad y bosque interminable”, vigila entre las sombras, reconoce su guarida en mitad de la noche.
   Esa identidad oscura obliga al sujeto a recorrer caminos de ida y vuelta; itinerarios que hagan posible superar las preguntas de la angustia y el regreso a los sueños que devuelven la claridad.
  En varios poemas de A puerta cerrada se plasma una compleja singladura por el pesimismo. Pienso en “Desempleo” y en “Una tristeza sentada”. Los versos han germinado en un entorno histórico de crisis y degradación. Vivimos en la época de la posverdad, sufriendo los efectos de hechos objetivos que conmocionan al tejido social y afectan a la capacidad emocional del sujeto y a su entramado de valores y convicciones, lastrados por la trampa cenagosa del temporalismo.
   Llegan con fuerza los versos de “Vigilar un examen” un poema que se interpreta de inmediato desde el presupuesto autobiográfico. El avance combina elementos habituales de la práctica docente en las aulas universitarias de Granada. El cauce evocativo de la memoria retorna a un tiempo “de yugos y flechas”, como si la escritura dejase de ser una propuesta ficcional para conceder al sujeto existencial real: “Nada me cansa más / que corregir exámenes. Ver cómo pasa el tiempo, / envejecer, sentirse tachadura / sobre papeles amarillos, / víctima y responsable / de un amargo suspenso general “. Otra vez la palabra tiene la posibilidad de mirarse en los espejos del tiempo y reconocer los rasgos propios. 
   La madurez empuja a buscar acuerdos interiores con la identidad para poner sobre los rincones oscuros de la realidad su sostenida rebeldía intelectual. Así se reformulan nuevas preguntas, como las contenidas en “Poética”, donde la escritura se aplica en responder qué significa el tiempo y el compromiso del poema, una duda insistente que respira en las calles del poeta casi desde su amanecida, en los años ochenta. Así define Luis García Montero la paciencia vigilante de la escritura en Dedicación a la poesía: “El poeta medita sobre el mundo, sobre los resultados de la propia experiencia, sobre lo que ve y lo que oye, y elige una dirección llena de ecos, porque todo retiro está habitado por una multitud”. Por tanto, escribir es un ámbito donde las palabras adquieren una responsabilidad pactada. 
   El poemario es extenso y son muchos los contenidos integrados. Pero persiste en el libro un surco definidor: la extrañeza. En “Ante la selva fría”, reseña publicada en la revista Clarín, describe su textura Antonio Jiménez Millán: “Lo que domina en A puerta cerrada es la sensación de extrañeza: quien habla en los poemas se ve como un desconocido que se somete a un interrogatorio, como alguien que se aleja al mismo tiempo “de la obediencia y de la rebeldía” (“Oficio”), o como quien está ausente (“Camino de sombras”). Son los efectos de un aguacero negro que descarga su tormenta en el interior del sujeto.
   Luis García Montero cierra su lectura con dos poemas escritos desde la perspectiva emocional. El primero, titulado “Mónica Virtanen”, elige como marco escénico el panorama urbano de Buenos Aires para evocar el rumor transparente de una relación sentimental. Concluye con “Ensayo de mi propia despedida”, un título inspirado en Francisco Brines. El poema asume la confesión a verso descubierto. No se oculta el efecto abrasivo de los años. En ese balance existencial de ganancias y pérdidas, la voz enunciativa es consciente de consumir un viaje sin retorno, abocado a la grisura final de la nada. Todo, poco a poco, alcanza su finitud y se hace ajeno. Las palabras convalecen; solo queda formular el conciso epitafio de la despedida.    
       
  Las claves individuales nos sirven para interpretar espacios de confluencia e indicios compartidos. Frente al sentir crítico que explica la obra del escritor por sí misma y sin necesidad de conocer la experiencia biográfica, como si la  escritura fuese la única biografía, Joan Margarit y Luis García Montero comparten el impulso testimonial que hace del poema una experiencia vital trascendida. En sus obras se fusionan elementos históricos, culturales y activos personales. Constituyen movimientos de flujo y reflujo que buscan la objetividad de la palabra para dar permanencia a lo transitorio. El lenguaje es vehículo que evita la deshumanización al cristalizar en su seno la subjetividad del hablante.
  Los une también una ponderada serenidad expresiva. Ambos huyen del malabarismo retórico para impulsar un quehacer exigente y comprometido que da cabida a un despliegue de sensaciones y a una abierta perspectiva emocional. Ponen en práctica un discurso lírico enunciativo y clásico, evocativo, formulado en la voz de un sujeto poético que tiene entre sus manos unas pocas cartas marcadas, un pacto imposible entre ideales, sueños y realidad. Más allá del silencio deja su transparencia la poesía.
 
   Concluye el recital, casi en la hora de cierre. Joan Margarit y Luis García Montero permanecen callados mientras brotan contundentes los aplausos. Se miran y sonríen, como si hubiesen recorrido hombro con hombro un trayecto de fidelidad mutua. Reciben esa expresión natural de gratitud que concede otra nueva victoria al itinerario creador. Es tarde. Vuelvo a casa con la serenidad nivelada que pone orden en el pensamiento y deja entre verdades provisionales nuevas fuerzas para otra amanecida: la poesía. Es invierno y al paso de las estaciones florece una lámpara encendida, un camino receptivo que hace suya la exactitud concisa de Juan Ramón Jiménez, sin margen de dudas: “No se debe escribir en el idioma de las palabras sino en el de los sentimientos”.
 
JOSÉ LUIS MORANTE


 
 
 
 

martes, 4 de abril de 2023

NOTAS DEL DIARIO

TERTULIA 
(MADRID, 2008)

 NOTAS DEL DIARIO


La tarde junto al álbum. Cuando percibo intereses oscuros en la cercanía afectiva, el ánimo baja a las profundidades del gris. Para salir a superficie conviene recordar el envés de la sombra. Un tiempo de maravillosa complicidad afectiva y literaria con gente tan inolvidable como Félix Grande o Joan Margarit. 

Me pidió una opinión crítica sobre su primer poemario y yo, que conozco el riesgo que genera siempre el ego desaforado, claudiqué a mis prevenciones, leí el poemario dos veces y elaboré un amplio informe, siempre dentro del máximo respeto. El poeta joven se hizo invisible, nunca más; ay, nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el Nobel.

Insufrible la bulimia editorial de algunos amigos; cada libro es una grieta más en la decepción.

Las jornadas literarias de Rivas han sido un éxito de público y, sin embargo, han asistido muy pocos escritores de la localidad. Una paradoja que pone bajo sospecha la generosidad hacia la literatura del otro.

(Notas del diario)


 

 

domingo, 16 de octubre de 2022

LUIS GARCÍA MONTERO. UN AÑO Y TRES MESES

Un año y tres meses
Luis García Montero
Tusquets Editores
Nuevos Textos Sagrados
Barcelona, 2022

 

ELLA, CONMIGO

 

   Corresponde a Luis García Montero (Granada, 1959) ser nombre referencial de la poesía española contemporánea, tras impulsar, con plena energía, una incansable senda creadora en prosa y en verso, ya que ambas estrategias expresivas comparten en el autor un mismo ideario humanista e introspectivo. Reafirman su apuesta por una escritura de calado humano, que investiga la sensibilidad profunda del hablante verbal y sus relaciones con el tiempo histórico que sirve de cobijo al yo biográfico.
   En el ámbito escritural del profesor y ensayista lo vivido conforma de manera consciente el suelo firme del poema. Por eso, el nombre propio de Almudena Grandes, amor perenne y compañera sentimental del poeta durante décadas está muy presente en los libros más emblemáticos del poeta, desde Completamente viernes (1998)  hasta la recopilación de temática amorosa Almudena (2015).
   La pérdida de la  escritora madrileña, fallecida a los 61 años, impulsa ahora con fuerza y constancia el homenaje que hilvana los poemas de Un año y tres meses y hace de la escritura una declaración de amor que trasciende lo literario. El título del libro, para quien esto escribe, conecta directamente con la literatura de Joan Margarit, cuya poesía está plagada de afinidades con la de Luis García Montero, a pesar de pertenecer a generaciones distintas. En el libro del Premio Cervantes catalán Joana se incluye el poema “Profesor Bonaventura Bassegoda” en el que se guardan estos versos: “Hoy hace tantos años, tantos meses / y tantos días que murió mi hija…” que conectan con el vaivén de precisión temporal que define la enfermedad y ausencia de Almudena Grandes, ese abrumador proceso de deterioro con tanta grieta en la memoria del poema.
   El sujeto poético sabe que ninguna épica, por más que el amor y la voluntad monten sus andamios, será capaz de cambiar la trama del último viaje. Solo queda afrontar la presencia continua de la sombra y poner en los gestos la máxima ternura, como recuerda la cita prologar de la propia Almudena: “mientras él pudiera lavarla, peinarla, acariciarla…”. El amor es un punto de encuentro pactado entre dos y en él conviven “El misterio y el secreto”, esas expresiones de la máxima desnudez sentimental; reformulan oscuras preguntas de los que no saben qué decir. Suenan a lluvia fuerte que emociona y zarandea por dentro a quienes comparten la misma habitación y han prolongado esa estela de hábitos que caligrafían la convivencia y la rutina: “El amor es también una luz negociada. / Me das tus sueños al vivir los míos. / Te doy mis sueños al guardar los tuyos. / Historias que se enlazan como cuerpos.”. Son vidas que parecen imaginarias, pero que imponen la verdad de su ficción, como si buscaran en esa certeza de realidad la propia razón del arte: la poesía es el empeño por vivir otros territorios existenciales y dar cauce a sendas sentimentales que dejen al sol el amor a la vida y los cuidados. El empeño amoroso es disposición total al servicio de la amada y plena voluntad para estar con ella, como sucedía en el soneto de Luis de Góngora, que inspira el verso final.
   La desnudez se impone en el pulso narrativo del libro, sin que nada enmascare el estado de ánimo de quien escribe, herido por el desenlace de la enfermedad y por los sucesivos diagnósticos. Mientras el discurrir temporal prosigue, ausente, con fría indiferencia, como si el hacer daño fuera una costumbre que impone su orden quieto al desorden de siempre. La nueva realidad cambia la sensibilidad de cada día, como si el tiempo se contagiara con una aspereza impertinente que exige estar alerta y aceptar la dolorosa condición del náufrago que bracea cansado sobre una superficie de desasosiego. Ahora suena estridente esa voz del después que “De forma descarnada, sin mentiras / ni argumentos inútiles / nos habla de la vida que hay después de la muerte”.
   Uno de los rasgos de carácter de la narrativa de Almudena Grandes es la predilección por los derrotados, por esos personajes que someten sus actos a la fuerza del destino y que hacen de cada día una trinchera. Lo recuerda Luis García Montero en el poema “Resistencia” para dar sentido a la hermosa palabra en este intervalo de derrumbe físico. Los que vuelven a casa, tras el paso por el hospital, regresan casi vencidos por los hechos y el cansancio y sienten su indefensión y la falta de ayuda en esta retirada hacia la casa, hecha cuartel de invierno.
   La evocación, en este tiempo de ausencia y despedida, hace del recuerdo una exploración interna desde la conciencia ensimismada del yo. Supone, por tanto, volver a la amanecida del amor, rescatar su anecdotario, una suma confusa que entremezcla el ahora y el mañana. Desde el lenguaje se gesta un itinerario de ausencia donde habrá de cobijarse el amor de siempre:  “Supongo que este modo de sentirse / definitivamente hundido / es una forma mía de estar enamorado / para empezar de nuevo / una vida distinta / con el amor de siempre “:
   La soledad condena a una situación paradójica que desliga la identidad de lo referencial: en la casa no hay nadie y tampoco la ciudad es la misma. El yo se convierte en una réplica de sí mismo, un animal doméstico que se debate entre el nunca y el siempre, acorde con la cadencia arrítmica de una temporalidad imprecisa y de una convivencia sin nadie.  La muerte es un viaje de largo recorrido, sin regreso, y la escritura es una despedida que no puede rebasar la realidad del dolor y la ausencia. Duele esa áspera confrontación del enamorado con el parco lenguaje de la muerte, cuya estridencia nunca permite cerrar el círculo del desasosiego. Se gesta así un espacio abierto a la reclusión introspectiva por el que sobrevuelan viajes comunes, secuencias existenciales y la sensación de que ahora nada tiene sentido y que cuando llega la amanecida el día solo tiene una luz sucia.
   En Un año y tres meses el amor es el centro del círculo, pero en el libro se cobijan otras indagaciones como esa función catártica de la escritura; escribir es poner piel y caricia en las palabras para que razonen sobre la enfermedad y los demoledores efectos secundarios que cambiaron hábitos, esperanzas y sueños; que sembraron una terca sensación de impotencia y soledad entre los transeúntes. También bucea en la presencia de la muerte, como un largo ocaso de un año y tres meses, que será en cada instante una declaración de amor, la hermosa narración de una despedida que quiere ser abrazo para siempre.
 
 

JOSÉ LUIS MORANTE    



martes, 21 de diciembre de 2021

ROLANDO KATTAN. LOS CISNES NEGROS

Los cisnes negros
Rolando Kattan
XX Premio Casa de América de Poesía Americana
Editorial Visor, Colección Visor de Poesía
Madrid, 2021 

 

PERTÍCULAS DEL YO


  Los senderos creadores de Rolando Kattan (Tegucigalpa, Honduras, 1979) diversifican una voluntad fuerte que aglutina itinerarios contiguos por la bibliofilia, la gestión cultural y la edición. Pero el bagaje más valioso es la labor poética, que compendia los títulos Animal no identificado (2013), El árbol de la piña (2016), Acto textual (2016), Luciérnaga de otoño (2018) y Un país en la fronda (2018), con versiones a una decena de idiomas.
  El poeta es reconocido ahora con el XX Premio Casa de América de Poesía Americana por su entrega Los cisnes negros. Con sensibilidad contenida, el libro se analiza muy brevemente en el liminar del poeta Joan Margarit, Premio Cervantes 2019, cuyo magisterio a pesar de la ausencia persiste intacto. Tras las solemnes citas de Juvenal, Rubén Darío y Jorge Luis Borges, así define Joan Margarit el tacto escritural del hondureño: “Rolando venía desde ese misterio mucho más profundo que es el ser poético, que lo que explora incansablemente no solo es el mundo físico y sus ciudades, sino la vastedad de la propia vida, por la que él transitaba apasionadamente acompañado por todas sus lecturas, de Virgilio a Neruda”.
   Al buscar la carne metafísica del título, tan próximo al verso de Juvenal, que asocia el animal con una rara avis, es inevitable recordar, de ahí la pertinencia de la cita, la silueta del cisne y su eclosión de belleza con la etapa modernista de Rubén Darío; en su estética, la majestuosa figura se convierte en plenitud e idea del arte nuevo; es renacimiento y vitalismo existencial, cruce de luz y armonía. En los versos de Borges el pensamiento asocia el cisne negro con lo imposible, según la creencia clásica, pero añade, con deje lúdico, “en Australia no había otra cosa que cisnes negros”, un proceso consciente de construcción de lo posible, de normalidad  y esperanza. Con estos elementos, Rolando Kattan elabora una entidad propia al ave en el poema “Animal no identificado”; los cisnes negros no tuvieron sitio en el arca de Noé, cuando el diluvio, y mudaron en evanescencia “porque no fueron creados por Dios sino por un poeta”. Una hermosa teoría que convierte a Los cisnes negros en seres extraños y paradójicos que concentran un punto de belleza singular, distinta,  insoslayable.
   Rolando Kattan abre itinerario con el poema “Ovejas versus cisnes” y hace de la ironía una estrategia de acercamiento a la sensibilidad del otro. El poema concentra sugerentes imágenes en las que el cisne negro es “un manso ángel que no interroga ni responde: en silencio y junto a ellos, somos nosotros la pregunta…”. El poeta no duda en convertir el avance del libro en genealogía y experiencia interior; en puente hacia la evocación y el devenir del tiempo.
   Las partículas del yo se diseminan entre la fuerte caligrafía introspectiva. Se recupera el pasado con una voz profunda, empapada de lirismo. Retornan con emoción esas instantáneas que ya son animales imaginarios, ausencias que el fluir temporal va diluyendo en la memoria. Su retorno se convierte en razón de escritura, en esa inútil búsqueda de respuestas. Lo ratifica el poema “Dress code”: “Esconderse en las páginas de un libro, / detrás de la palabra, y memorizar el ojo / que se acomoda, se entrecierra y guiña. / Pedir prestado un sombrero de copa / y así burlar la muerte prematura. / Vestir la cola de un pavo real / y no mirar la bala que te sigue…”
  En la identidad verbal de Rolando Kattan dibujada en Los cisnes negros la experiencia vital es una constante. Inicia líneas de pensamiento en las que la memoria adquiere una contundente configuración. Quien habla desde sí mismo ofrece poderosas imágenes; en la textura del sujeto interior está la contradicción, los cantos de despedida y esperanza, y están las huellas de un largo periplo personal, con un mudable contexto afectivo y con el desvelo de una incisión indagatoria, empeñada en la urgente búsqueda de lo imposible.
 
JOSÉ LUIS MORANTE

 

 

 

 

 

lunes, 13 de diciembre de 2021

IOANA GRUIA. LA LUZ QUE ENCIENDE EL CUERPO

La luz que enciende el cuerpo
Ioana Gruia
Premio de Poesía Hermanos Argensola 2021
Editorial Visor
Madrid, 2021


PIEL Y LATIDOS

 

    Antes de iniciar la lectura de La luz que enciende el cuerpo la memoria recupera, de inmediato, un recuerdo personal. El dibujo de cubierta “Sol de la mañana” del pintor estadounidense Edward Hopper, también se reproducía en La vendedora de tiempo, novela publicada en 2013 que la autora presentó en Madrid. Fue en uno de los colegios mayores de la Ciudad Universitaria, con excelente respuesta de público. Tal contingencia de repetir la ilustración de portada conforma la sensación de que en los poemarios de Ioana Gruia, El sol en la fruta (2011) y Carrusel (2016) y La luz que enciende el cuerpo (2021) habita la misma sensibilidad que en sus propuestas narrativas. Ambas estrategias expresivas persiguen la confidencial claridad de la amanecida; arropan esa conciencia íntima del discurrir que busca en la memoria el rumor misterioso de la existencia, disperso entre las cosas del entorno.
    La escritora, nacida en Bucarest en 1978, pero residente desde hace muchos años en Granada, donde ejerce como profesora universitaria, abre su libro con el apartado “Las mujeres de Hopper”; los textos proponen un diálogo directo con los cuadros. Las composiciones, plenas de enunciados descriptivos desde una perspectiva realista, respiran el aire cálido de las imágenes, una densa floración de sensaciones donde se aglutina soledad, deseo, esperanza y el pálpito vital que emana desde la desnuda belleza de los cuerpos en la ebriedad de los sentidos.
   El apartado homónimo “La luz que enciende el cuerpo”  invita a un largo viaje entre los pliegues del yo más íntimo. Así se percibe en el verbo confidencial de “Salvavidas” que hace del erotismo y su celebración una lumbre, como se revela en la calidez de sus versos: “Soy una llama acuática, ventana / abierta al cuerpo nuevo, luminoso, / alumbrado del sexo con la lengua, / con los dedos que se hunden en la noche”. El recuerdo asedia el pensamiento y se convierte en fuerza interna para fijar el imaginario deslumbrante del deseo, su resplandor callado cuando acecha la noche en soledad.  Se hace canción y vida reclamando la voz común de lo femenino. La afirmación de su quehacer tiene en la escritura un cuarto propio y un aliento común que reivindica la pulpa impetuosa de la vida, su libertad pactada, su vuelo ante los otros.
   La compilación central lleva por título “La música secreta” y en ella se ejercita la contemplación. Un yo desdoblado se observa en cada gesto diario para conocer mejor la sintaxis enredada de su identidad. Desde ese desdoblamiento nacen las secuencias de un largo trayecto que aglutina instantáneas y conocimiento. Ellas conforman el patrimonio confidencial de la casa encendida, los desasosegados gestos de vivir y el sustrato de sombras que subrayan “la sensación de haberse equivocado en algo decisivo”, como advirtiera Luis Rosales en los versos memorables de “Autobiografía”. La voluntad de ser ha sumado los pasos de un caminar torcido; el discurrir tapona salidas y crea desconcierto; advierte en sus meandros sobre el aprendizaje de la decepción. Queda el amor y el cauce sentimental como esperanza de salvación y regreso, como manos que alzan muros firmes de fuerza y alegría, que llenan de energía  piel y latidos.
   El poema “La música secreta” hilvana su argumento como centro exacto de un tiempo que arrastra y se distancia hacia una vida nueva. Es casi una balada que tiene el orden claro del acorde; la música feliz de un pentagrama de notas cotidianas, previsibles, inquietas, que buscan su sentido y su armonía en el estar diario.
   El yo también se hace protagonista de “Parque interior” en composiciones como “Genealogía”, un cálido recuerdo familiar a los progenitores, y en otros textos evocativos, donde retorna ese tiempo auroral que inventa los recuerdos y su verdad precaria. Los contornos de “Canciones” alumbran una expresión poética definida por la melancolía de la ausencia, o con los miedos que habitan paisajes interiores donde la luz no llega. Otras composiciones tienden sus versos para mostrar las grietas de lo perdido o los movimientos de la soledad que solo en la música encuentra un poco de compañía.
   Integrados en “La casa de mi piel” y “Epílogo”, los últimos poemas dejan una estela de nombres propios, cargada de significado emocional y del vitalismo de la lucidez: Luis García Montero, Joan Margarit, Cesare Pavese; son poetas que comparten la indagación reflexiva de la arquitectura poética, la sensación de alinearse en el tacto hospitalario de una lírica sentimental, cuajada de emoción y sustrato autobiográfico: “Quedémonos aquí, en este banco, / me dijiste, y volvió mi adolescencia / con esa luna encima del barranco / y aquella sensación de pertenencia / al latido del mundo en una piel”.
   Ioana Gruia abre un profundo surco de afinidad y reconocimiento con la idea del poema como casa habitable y viaje introspectivo. Con ese acorde, las breves reflexiones de Luis García Montero en la contraportada miran el ideario de La luz que enciende el cuerpo con la cadencia de un cántico liberador, que expone la dimensión espiritual del cuerpo. Queda en los versos el sustrato humano de un pensamiento poético que en cada instante proclama desasirse de lo contingente y anhela una respiración de claridad, el despertar de un día propicio al asombro de ser,  “cuya verdad forma parte de nuestra verdad”.

JOSÉ LUIS MORANTE


viernes, 24 de septiembre de 2021

GOTAS DE LLUVIA PARA UN HOMENAJE

Homenaje a Joan Margarit
Poéticas de la Modernidad
(Filología, Universidad Complutense de Madrid)
Feria del Libro de Madrid, 22 de septiembre, 2021 

 

GOTAS DE LLUVIA PARA UN HOMENAJE 

 

   Madrugo para el viaje a Madrid. Se celebra en el Retiro un homenaje a Joan Margarit, organizado por “Poéticas de la Modernidad” de la Universidad Complutense de Madrid  y coordinado por la poeta y profesora Marta López Vilar. Prefiero la calma para afrontar los transportes públicos y coger la línea adecuada y la parada exacta. Casi nunca lo consigo y la estación de llegada suele ser algún lugar insólito de la periferia. 

   Ya cerca del Retiro, en una cafería de la calle Ibiza, me encuentro con el poeta y periodista Javier Lostalé. Sigue activo, aunque está a punto de cumplir ochenta años. Pertenece a la generación novísima, pero es un humanista capaz de reseñar ahora novelas y de seguir manteniendo un ritmo envidiable de creación. Su amistad a lo largo sigue generosa e intacta.   

   En la entrada del Pabellón de Caixabank nos esperan alumnos, profesores y los responsables de la organización. El acto comienza a las once, llueve copiosamente y siento cerca el fugaz parpadeo de la decepción. El aforo está muy despoblado, por más que nos acompañen amigos como Paco Huelva o Fernando Daniel Granado. Pese a todo, el acto es ameno y camina con solvente eficacia, tras las intervenciones iniciales de Marta López Vilar y del profesor titular de Filología catalana Juan Miguel Ribera Llopis. Don de lenguas de Alba Diz Villanueva, Gergo Toth y Joanna Vollmeyer que leen la poesía de Joan Margarit en rumano, húngaro y alemán, y un grupo de alumnos que han seleccionado varios poemas en su doble versión, recitados con prisa emotiva. Toca cerrar el acto desde la complicidad poética con José Cereijo, Javier Lostalé y mi recuerdo de encuentros, complicidades y de mi edición crítica Arquitecturas de la memoria.

  La nota final de la lluvia muestra una feria semivacía, así que hoy no me animo a recorrer las casetas, sino a pasear por Atocha con la compañía de Cereijo, que me regala su último libro publicado en Pre-textos, y Fernando Daniel Granado con el que me espera una animada tertulia.

  Refrendando a Cavafis, Ítaca es siempre el camino y casi nunca la estación final. El despliegue de vivencias apacigua cualquier pincelada de sombra. También retorna la pincelada meditativa y los últimos encuentros con el poeta. Otra vez en la memoria la mano abierta de la poesía. Recordar es asumir la invitación del silencio.

 

Apuntes del diario



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 26 de agosto de 2021

CRITERIO PROPIO

Joan Margarit
ARQUITECTURAS DE LA MEMORIA
Edición, selección y prólogo
de
José Luis Morante
Letras Hispánicas, Cátedra
Madrid, 2020, tercera edición 

CRITERIO PROPIO
 
Hay itinerarios poéticos que parecen dunas de luz. Como el de Joan Margarit, al que regreso de nuevo al abordar un ensayo para la revista Turia. En la edición crítica Arquitecturas de la memoria (Cátedra, tercera edición 2020) empleamos como cubierta una fotografía del poeta arquitecto junto a las obras de la Sagrada familia de Barcelona. A algún editor no le gusta la fotografía; a mí me parece maravillosa porque define todo el ideario estético: buscar la máxima expresión con los mínimos materiales de uso. Hay gente que hace de la cubierta de sus libros elementos florales, añadidos estéticos, bonituras perfectamente prescindibles. Yo sigo con mi criterio, la cubierta del libro es tejido esencial; compás y cartabón para sentar el trazo de la propia convicción. Sin más.
 
No hay que ser imprudentes con la prudencia. Firme propósito de no intervenir nunca más en una polémica digital. Los efectos secundarios son desproporcionados: cualquier analfabeto funcional mira por encima del hombro y nos nombra de golpe “ministros del ramo”  Más solo. La gente entiende siempre lo que no quiero decir.
 
La pandemia ha reivindicado a Poncio Pilatos en la forma de impartir justicia. Ahora lavarse las manos es una estrategia judicial que prioriza los derechos individuales a la borrachera y la meada en la calle antes que la seguridad colectiva y las medidas contra la propagación del virus. No me extraña que la justicia siga con la venda en los ojos, para no ver la ineptitud de quien la imparte.
 
Los hábitos y la educación son hijos legítimos de la perseverancia. Las atrocidades físicas que presenciamos estos días no nacen solas. Para ese grado de salvajismo hace falta una ausencia completa de valores morales; una educación a contrapié donde el respeto, la tolerancia, el pacifismo o la total ausencia de odios son carencias familiares, materiales que ya son parte de una fosa común.
 
Ayer cumplí 65. Durante algunos años fui joven. Después envejecí. Ahora paseo poco a poco una voluntad juvenil, una amanecida de asombros que me acerca al niño. La edad es un escenario cambiante, un marco de representación donde sobrevuela algo de magia.
 
                                                                                             
                                                                                Apuntes de verano, agosto, 2021