sábado, 16 de septiembre de 2017

JOSÉ LUIS PIQUERO. TIENES QUE IRTE

Tienes que irte
José Luis Piquero
Siltolá, Poesía
Sevilla, 2017

NUBE TÓXICA


   El asturiano José Luis Piquero (Mieres, 1967) protagoniza un quehacer de paso mesurado. Toda su obra poética se reúne en el volumen Autopsia (Poesía reunida, 1989-2004), reconocido con el Premio Ojo Crítico de RNE. Solo un poemario ha publicado después, El fin de semana perdido (2009), así que Tienes que irte, tras adelantar algunas composiciones en la antología personal Cincuenta poemas, es una amanecida esperada.
   Estoy seguro de que esta sensación de hospitalidad abierta frente a la obra literaria de José Luis Piquero no es un mero asunto personal, sino un estado de ánimo colectivo; me sumo a la percepción común sobre el valor de un aporte generacional que hace de la poesía una indagación en el conflicto y una hendidura en la piel frágil de los desamparos.
   Nada complaciente con el conformismo establecido en el mapa gris de lo real, la poesía de José Luis Piquero opta por la convulsión verbal. En Tienes que irte, Piquero recurre con frecuencia al monólogo dramático para buscar un desdoblamiento que trace distancias con el patetismo intimista. Así sucede en el poema inicial de “Merma”, donde el personaje recreado usa la máscara de Lázaro; pero esta reencarnación del sujeto histórico cobra un nuevo enfoque que sorprende al lector: el ausente se encuentra bien en la quietud sin tiempo de la ceniza; es un estado perfecto para liberarse por fin de las demoliciones cotidianas; así pues, el personaje no quiere reiniciar una travesía existencial que es más un paradigma de decepciones que una certidumbre de luz.
   Casi todo el primer apartado, “Merma” hace de la muerte –y del campo semántico que aporta como finitud, extrañeza o apagamiento-  un sustrato común que aflora en la ironía narrativa de “Insectos”, o en las contingencias de autopista que hilvanan los versos de “Dummy”, en cuyo desarrollo se intuye una fuerte densidad biográfica; o en la caligrafía verbal de “Elvis, reconocido”.
 Como si cada sección explorase matices cercanos de la realidad, Piquero distribuye las composiciones en núcleos complementarios. De este modo, el segundo tramo opta en su apertura por el formato epistolar estableciendo una propuesta dialogal entre interlocutores conectados en el tiempo. Oímos el mensaje de náufrago que El Cíclope remite a Ulises; y también es un soliloquio que busca destinatario el rumor convivencial de un marido que repasa los gestos gastados de los días laborables, o el amante virtual… Son identidades a mano alzada que buscan en el pozo del ensimismamiento las posibles respuestas a su extraño papel en la existencia diaria sobre la que parece sobrevolar una nube tóxica.
   La sección “Quemaduras” comienza con  el recuerdo del poeta Rafael Suárez, amigo personal de José Luis Piquero, cuya temprana muerte da pie a una reflexión sobre el estar y la escritura; más que la elegía por el amigo ausente se hace notoria la caligrafía de la coherencia, esa necesidad de empezar de nuevo desde otra identidad. la biografía interior somete al yo a continuas mutaciones y es necesario un despojamiento inadvertido, una fuerza que vaya dejando esas partes del yo en un no lugar donde no existe el regreso.
  El tiempo de escritura difumina el monolitismo argumental y va dejando en cada sección un muestrario crecido de sondeos. Así sucede en los poemas finales que hacen del extrañamiento, la incertidumbre y el insomnio nuevos recorridos poemáticos Nunca sobreviven los matices de cualquier futuro, como si fuese un mal sueño que se despeja tras la amanecida.
  El poeta ha optado por una nota epilogal que aclara la contingencia de algunas composiciones y distribuye afectos y dedicatorias. Pero siguen latiendo las pulsaciones de un poeta  que sabe que la vida es un sueño roto; solo conserva en su discurrir suturas y cicatrices.


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