Estado líquido Antonio Rodríguez Jiménez Ediciones de la Isla de Siltolá, Colección Tierra Sevilla, 2017 |
VIVIR AL PASO
Con un notable trayecto creador, que aglutina entregas reconocidas con
diferentes premios nacionales, Antonio Rodríguez Jiménez (Albacete, 1978) ha
hecho de la poesía una exploración del sujeto existencial. Sin altisonancias ni moralinas, el
poeta escribe un verso reflexivo que hace de lo cotidiano marco natural
para las palabras.
La voz poética formula su discurso con la veracidad de tono de lo
confesional. Quien habla lo hace desde la dicción transparente de un idioma comunicativo, dispuesto a la
confidencia. Es un interlocutor que ocupa la distancia corta del diálogo, que se acerca al ahora para percibir el ritmo de su respiración. Somos espectadores del
recuerdo. En los pliegues de la memoria, el transitar es un abanico de gestos
que entrelazan la intrahistoria subjetiva del personaje y un contexto social
expandido como un telón de fondo dispuesto a la representación, donde el tiempo
asigna papeles protagonistas y secundarios.
Vuelve el pretérito, para mostrar las décadas finales de la dictadura y
la inmersión en un nuevo tiempo en el que las formas de vida rurales se diluyen
en una sociedad que busca en el progreso un futuro habitable. Y los viejos
habitantes de aquellos años van adquiriendo en la memoria una imagen
idealizada, un sentido épico. Así es muy emotivo adivinar la pericia del abuelo
descubriendo una víbora oculta entre los matorrales del campo abierto, o ver
los elementos de un paisaje natural que cumple ciclos y adquiere en la retina
el carácter de una secuencia lejana, o ver también cómo se van repitiendo en
los hijos aquellas actitudes que preservaban los hilos del asombro y la
esperanza.
El presente pierde su tacto áspero cuando introduce en sus pasos los
sustratos sentimentales de la evocación. En ese entramado de horas se van
marcando huellas nítidas, como la voz solemne de la abuela rememorando los días
del hambre y la soledad de aquella clausura entre fogones y sordera, que
cerraba la puerta a cualquier mutación de la esperanza. O se muestra el
contorno de la pobreza y la mirada hacia otro sitio de una sociedad
contradictoria que casi nunca se da por aludida y que sigue feliz en su
representación de lo diario, con unas coordenadas hechas de egoísmo
individualista, como si lo demás fuese lejano y no afectara, o la
felicidad hubiese construido una burbuja que aislara para siempre de cualquier
infortunio.
El conjunto central de Estado
líquido agrupa composiciones que hacen de la experiencia vital y del
lenguaje páginas cognitivas. Como en esas fábulas cuyo hilo argumental camina
hacia la moraleja de cierre, tras las secuencias proyectadas por la memoria se
percibe un poso de claridad que sirve como luz diaria para el yo transitorio y
temporal. De igual modo, las palabras adquieren, sin mitificaciones ni
planteamientos utópicos, el peso firme de lo necesario. Son estrategias de
permanencia: “No venero el lenguaje como si fuera un dios. / No me hipnotiza. /
Me sirve como el filo del cuchillo
doméstico / o el cordón de un zapato. / Lo utilizo / para extender palabras sobre este hilo de
agua / que nos borra de pronto y que nos lleva, / sin saber nada más, / hasta
el silencio “.
Mas allá de esos escenarios desmontables que muestra la realidad a diario, hay también
pliegues de belleza que invitan a la celebración de las palabras. Son esos
pertrechos que convierten al presente en una cartografía habitable como la
amistad, tan presente en A., poema dedicado al escritor y amigo Andrés García
Cerdán con abundantes referencias a su taller literario; la presencia del hijo
que suscita imágenes de ternura, o los miedos e incertidumbres que un día se
aposentan en nuestra casa y se convierten en moradores perpetuos.
La dedicación poética de Antonio
Rodríguez Jiménez presenta una alzada clásica (soy consciente de que esta
afirmación no encaja en algunas perspectivas críticas sobre el autor), tanto en
la fachada formal de las composiciones como en el sustrato temático; sus poemas
ensayan una dicción comunicativa, sin adherencias estridentes, hablan a media
voz con el ritmo controlado de quien aspira a dar a sus argumentos un vuelo
reflexivo y una indagación humanista. El poeta sabe que la identidad de casi
todo es una leve estela en el tiempo, caligrafía líquida que busca perdurar en el poema.
Pleno, José Luis, no he leído aún Estado líquido, pero hay un sustrato clásico en la voz a media voz de Antonio, y una mirada que se dirige a lo humano. Es poeta de la contemplación vivida. Sin estridencias. Y con el enorme respeto por el lenguaje, al que no exprime, pero que respeta y mima. Me gusta su actitud, algo alejada de escaparatismo. Gracias por traerlo, por recordármelo. Buen año, amigo.
ResponderEliminarCuánto sabes de poesía contemporánea, querido Paco; defines la trayectoria de Antonio Rodríguez Jiménez con el verbo claro de la transparencia. Es un machadiano; sí, un poeta que no necesita alzar la voz ni ponerse en el primer plano, que se mueve en lo horizontal, como si los poemas fuesen autónomos y capaces de moverse solos, buscando emoción y complicidad, así que el libro te encantará. Un abrazo de nuevo.
EliminarUn apunte, no sé si necesario para esta reseña: he preferido obviar el referente cultural que remite a la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, tan prestigiado en la sociología actual y en sus teorías sobre el desplazamiento del poder de licuefacción del sistema a la sociedad. Creo que los poemas de "Estado líquido" no necesitan el tejido adiposo de la teoría sino la ventana abierta de la reflexión emotiva, siempre más cálida y cercana.
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