El oficio del hombre que respira Francisco Caro Eola Ediciones Premio Antonio González de Lama León, 2017 |
CALLADO OFICIO
Poeta de vocación intensa y publicación tardía, Francisco Caro (Piedrabuena, 1947) ha
impulsado en la última década un recorrido literario de más de diez títulos, de
los cuales Locus poetarum y El oficio del hombre que respira son sus
últimas estaciones.
Estamos ante una voz intimista que conserva en su formulación un acento
confesional y un estar subjetivo frente a las pequeñas cosas de lo diario; la
escritura se convierte en autobiografía ética y fe de vida, como si el latido
fugaz necesitase el refugio callado del poema. Son las
primeras sensaciones que habitan en los poemas ganadores del Premio Antonio
González de Lama, una convocatoria de amplia tradición castellano-leonesa.
Francisco Caro recobra en las citas iniciales algunas balizas que no son habituales en la amplia geografía lírica actual; Luis Feria y César
Simón, que aportan citas junto al verso aforístico de V. Martín, parecen
perdurar en un discreto espacio de la biblioteca, lejos de la algarada
celebratoria de la Generación del 50, que hoy constituye el obligado referente
especular para los más jóvenes.
La apertura integra en el verso el marco de la naturaleza. Lejos del
hombre disgregado de la sensibilidad urbana, Francisco Caro siente el contexto
del poema como un reflejo de la encendida existencia rural, un espacio
revitalizado por elementos aleatorios y expuestos a la mirada. Así nace un
verso reflexivo, cuajado de cicatrices temporales en el callado oficio de
vivir. Son paisajes pasajeros que habitan en las composiciones para subrayar
que el largo transito despliega a la vez intemperie y refugio; el sujeto está
vinculado a lo transitorio, es un rumor de pasos que se pierde en bifurcaciones
y hace de su senda un reto cognitivo. Y en ese itinerario, el poeta guarda
sitio para presencias tutelares que ayudan a dar solidez al trazo personal; los
nombres de Borges, Juarroz, Antonio Colinas o Aníbal Núñez constituyen
sustratos lectores que hacen de la escritura no una mera crónica de una
realidad evidente y transitoria sino una mirada al secreto que guarda lo
inefable. Así se va gestando la respuesta del afán que mueve la propia voz, la
persistencia de un callado oficio hecho de tedio, tiempo e incertidumbre:
“Entonces escribir, / tan solo entonces / desbrozar la espesura, lo amagado, /
conocer el adentro; / saber si vivo”.
Desde una contemplación implicada, el poema recrea el desconcertante
diálogo entre lo fugaz y lo inmóvil. En su decurso se define la voluntad del sujeto por
descubrir en el paisaje la íntima belleza de lo diario, pero también la
inadvertida erosión que conlleva un estar pasajero, que va dejando en su
discurrir un rastro de señales ambiguas, propicio a la interrogación: “Miro el
fuego, confundo / el acto de quemar y el hecho de vivir, / el ruido de la
lumbre y la memoria “.
La gratitud. Qué menos a quien pone mirada cierta y serena sabiduría en el afecto de su lectura.
ResponderEliminarEl afecto, qué menos, de quien se siente feliz de tener entre las manos tu sabiduría poética, tu amistad. Un gran abrazo y seguimos, querido poeta, "que el arte es largo..."
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