La sonrisa de Nefertiti Los aforistas y la felicidad Ricardo Virtanen (Ed.) Apeadero de Aforistas, Cypress Cultura Sevilla, 2020 |
MONEDAS DE ORO
La idea de la felicidad, como estado de plenitud del ser humano, tiene un largo recorrido en la historia del pensamiento. Aristóteles y Epícteto abrieron las manos al brillo áureo de su posesión y alentaron de su presencia en el jardín de los placeres; mientras, Sócrates dejaba su estar en una penumbra densa, creada por las exigencias de la vida comunitaria, donde enmudecían las aspiraciones del yo individual. Voltaire, Kant o Shopenhauer multiplicaron los tramos reflexivos hasta hacer del solemne sustantivo veta indagatoria atemporal. Como sucediera con los moralistas franceses, o con el sentimentalismo exaltado de la tradición romántica, la cuestión se retoma de nuevo por Ricardo Virtanen (Madrid, 1964), poeta, ensayista, escritor de diarios y aforista, para componer la antología La sonrisa de Nefertiti, un monográfico sobre la felicidad en el que participan treinta y cuatro aforistas, casi todos con una compacta travesía creadora que conexiona diferentes géneros. Sin ánimo de alentar el cansancio erudito, el título recuerda a un personaje histórico, Nefertiti, quien entre las faraonas y sacerdotisas del antiguo matriarcado egipcio protagoniza una significativa revolución cultural, un intenso quehacer político y religioso y político como corregente del faraón Akenatón. La epifanía de su sonrisa sería el símbolo del destino cumplido, que rompe el cerco de la situación secundaria del yo femenino en las antiguas civilizaciones. Abre camino al mapa de los seleccionados un breve prólogo de José Luis Trullo, editor y aforista. Analiza con excelente norte el conflicto definitorio de la dicha, que en sí misma habría de ser la meta natural de la existencia. Trullo recuerda que desde el despertar de las tradición occidental se ha diversificado el enfoque y la sensibilidad para asumir los rasgos centrales que definen el estado áureo del existir. Y esa pluralidad definitoria persiste en la amplia selección realizada por Ricardo Virtanen. No podría ser de otra manera. Si el aforismo exige un decir contenido y sereno que hace del intimismo y de la temporalidad núcleos argumentales básicos, el pensar subjetivo siempre recubre los tanteos reflexivos con el claroscuro de la incertidumbre y el cuestionamiento. La norma del orden alfabético marca la apertura de Enrique Baltanás, Javier Bozalongo, Carmen Canet, José Ángel Cilleruelo, o Jesús Cotta, Ellos perfilan los primeros contornos de un nombre de compleja construcción semántica: “La felicidad tiene algo de misterioso. Camina siempre a nuestro lado, pero nunca la vemos” (Baltanás); “La liebre y la tortuga: la felicidad y la vida” (Bozalongo); “La felicidad tiende a oscurecerse pero para eso está el interruptor de la luz” (Canet). El estar colectivo invita al sujeto a caminar en una doble dirección: por los tramos aleatorios del laberinto interior o por las aceras compartidas del territorio social. Ambas direcciones generan un enjambre emotivo y sentimental que haya sitio en el lacónico minimalismo de la escritura: “Las culturas solo pueden vivir restituyendo dos grandes mitos: Dios y felicidad” (F. Ferrero); “El ser humano puede encontrar la felicidad al encontrarse a sí mismo” (Dionisia García); “Fingimos la felicidad para no ser abandonados por la tribu” (Sergio García), “Sólo los desdichados saben apreciar, en plenitud, la dicha” (Mario Pérez Antolín); “A la auténtica felicidad le faltan los motivos, pero le sobran las razones” (F. Trull). La semántica mudable de los textos no excluye la contradicción o la paradoja: “La felicidad no es un horizonte sino una sima” (J. M. Uría); “Al menos, ser conscientes de que la felicidad es un aprendizaje” (Ricardo Virtanen). En este entrelazado de poesía y conocimiento que mide el pulso del buen aforismo se añaden algunos aforismos ya publicados de Miguel Catalán, Ramón Eder, Gabriel Insausti, Karmelo C. Iribarren, Victoria León, Carlos Marzal, Andrés Neuman y Benjamín Prado. Queda así, el mensaje coral de un estado anímico del ser cuya luz encendida es siempre transitoria y fugaz. Una forma de aprender que la tarea de sembrar esperanza basta a menudo para sentir en el propio pecho las cálidas arritmias de quien aspira, en contra de la lógica, a ser feliz.
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