José Luis Morante Rivas Vaciamadrid, febrero de 2024 Fotografía de Javier Cabañero Valencia |
UNA CONVERSACIÓN CON JOSÉ
LUIS MORANTE
Javier
Gallego Dueñas
Febrero de 2024
José Luis Morante es poeta, crítico y
ensayista. Su obra lírica integra una decena de libros, desde Rotonda con estatuas (1990) hasta Nadar en seco (2022), con
reconocimientos como el Premio Luis
Cernuda, el Internacional de Poesía San Juan de la Cruz, o el Premio Hermanos
Argensola. Una amplia selección poética se recoge en las antologías Mapa de ruta (2011), Pulsaciones (2017) y Ahora que es
tarde (2020).
Javier
Gallego.- Conseguir
una voz poética singular es una labor constante y, decididamente, la has
definiste pronto y se detecta desde tus primeros poemas publicados en “Rotonda
con estatuas”. ¿Cómo definirías tu estilo poético y qué elementos consideras
distintivos en tu obra?
José
Luis Morante.- El escritor por naturaleza está
obligado a ser solista siempre para superar los ecos y el gregarismo; pero esa
voz no es fija y se va moldeando en el tiempo. Las contingencias personales
mudan y la experiencia de la edad promueve otras formas de acercarse al poema. Creo que mi forma de escribir está cerca del realismo figurativo; me
gusta que los poemas sean comunicativos, confidenciales y alejados de cualquier maraña
hermética y que ajusten su discurrir a un final resolutivo, fuerte, con la
precisión del aforismo.
JG.-
El tiempo, sin duda, es uno de ellos, ¿es
distinto ahora que gozas de un momento vital alejado de tus obligaciones
docentes? El tono elegíaco es una constante en tu poesía, como también lo es el
carpe diem, el aprovechar el momento.
¿Cómo se conjuga la balanza?
JLM.-
Estamos atados al tiempo; él refrenda de continuo nuestra condición perecedera
y el estar existencial transitorio. Asumir los rasgos que nos definen desde el
pensamiento y la razón, desde el fluir de la conciencia y los sentimientos, es
la tarea que enmarca las relaciones entre sujeto y entorno. Y en estas
relaciones la elegía, el cántico celebratorio o la visión crepuscular son
estados del ánimo que condicionan la temperatura del poema.
JG.-
El poeta hace tiempo que dejó de estar en
su torre de marfil y tu labor ha sido siempre de conectar con la sociedad, bien
desde la crítica, organizando aulas de poesía, encuentros con autores,
acercándolos a un público más amplio con las ediciones comentadas, pero ¿cómo
abordas la relación entre la poesía y la sociedad en tus escritos? En tu
opinión, ¿cuál es el papel de la poesía en el mundo actual y cómo crees que
puede impactar en la sociedad?
JLM.-No
soy Robinson en una isla desierta; nadie puede abstraerse de su condición de
ciudadano. El nosotros conforma un relato próximo y plural que extiende
obligaciones y compromisos. La sociedad contemporánea está llena de grietas. Su
reparación es tarea de todos. Nunca he creído en la poesía como mero juego
verbal, sin vínculos con la realidad. Las máculas más evidentes obligan a
asomarse a las ventanas de una poesía crítica, que ponga las manos en la
solidaridad y la esperanza. Desde esa creencia de buscar puntos de luz nace la
voluntad del poema, su empeño en hacer más habitables las palabras.
JG.-
Estamos en un momento
en el que han irrumpido nuevas maneras de difundir las creaciones, internet,
las redes sociales. Hay sin duda nuevos canales de distribución de la poesía,
pequeñas editoriales independientes, encuentros, slam poetry… ¿en qué afectan?
JLM.-
Son
sobre todo formas de difusión del material poético; las redes facilitan mucho
el espacio común y son también enciclopedias incansables de ámbitos expresivos.
Con ellas se rompen las jerarquías elitistas y se establece un magma más
igualitario. Pero faltan filtros de calidad, no se respetan los derechos de
autor y las epigonías son incontinentes. También se daña de forma estrepitosa
al mercado, a las librerías en papel a los autores. En la senda de la poesía
las pequeñas editoriales son actores de reparto; sin ellas las publicaciones de
riesgo apenas existirían porque las grandes firmas son muy estrictas en la
figura profesional del autor.
JG.-
Hay muchos autores que
se quejan de una discriminación que afecta a quienes no cultivan las redes
sociales o no tienen muchos seguidores, ¿podríamos hablar de una tiranía de las
redes en obedecer a criterios meramente mercantiles?
JLM.-Sin
duda, las tiradas habituales de libros de poesía están entre trescientos y
quinientos ejemplares; y las redes permiten una promoción más continua y
efectiva, como sucede también con las revistas y suplementos digitales. La
presencia binaria es casi obligatoria. Pero la lectura es un asunto privado y
singular; entre el papel y la pantalla hay diferencias notables. Lo virtual no
pasa de ser un espejismo, no sé si mercantil o no, porque la queja de la falta
de lectores es continua en los dos ámbitos.
JG.-¿Cómo ves el mundo editorial? Hay
quienes, y no son pocos, opinan que hay demasiada oferta editorial y que se
hace imprescindible un cribado. En tu blog y en diferentes publicaciones
aparecen reseñas en las que no solo valoras el trabajo de autores consagrados,
también das visibilidad a nuevas voces. Hay otros muchos críticos que van
cribando esa ingente marea de libros de poesía. ¿Son tan decisivas las listas
de lo mejor del año?
JLM.-
La
producción de libros está en alza; se publica más que nunca y son muy
asequibles las posibilidades de autoedición. Esto hace que la oferta sea inabarcable y que solo se conozca una mínima porción editorial. Así que es
esencial el criterio, el gusto propio, el conocimiento de la labor crítica. En
el blog conviven el apoyo a las nuevas voces, uno de los signos definitorios de
mi quehacer crítico en el tiempo, y la mirada a los hitos del ahora poético. No
se pueden desconocer los pasos que marcan los caminos creativos más fértiles. El
balance final de cada año literario tiene una insólita repercusión, una
algarabía de final de liga, pero no pasa de ser una conjunción pactada de
intereses y enfoques subjetivos. En poesía no hay dogmas y los títulos podrían
ser otros con la misma fuerza.
JG.-
Me da la impresión de
que en gran medida son el mínimo común gusto de los críticos de cada
publicación y eso favorece que ciertas editoriales acaben copando los puestos
relevantes de las listas. No todos, por ejemplo, han tenido acceso a cierta producción
de editoriales pequeñas, por lo que, al final no se convierten en gustos
compartidos. ¿Debemos sospechar, sin embargo, de cierto dominio del mercado que
influye en la calificación de “calidad” para entrar en las listas? Porque vamos
a desechar el amiguismo, pensemos que esas listas son honestas.
JLM.-
Las
editoriales grandes copan premios, canales de distribución y presencia en
librerías, así que resulta inevitable que haya muchos títulos que son
comentados, se venden o se presentan en los mejores escenarios. Los buenos
críticos deben buscar el equilibrio y la presencia de espacios editoriales más
frágiles; a mí me gusta muchísimo el tanteo de proyectos editoriales a
trasmano. Disfruto mucho buscando perlas en las valvas abiertas de la página
escrita. Y los compromisos amicales están ahí y son muy complejos e
ineludibles. Además si se unen amistad y calidad literaria el gozo es doble.
JG.- Se
generó no hace mucho una polémica tras un reportaje de una nueva generación del
27 integrada por mujeres. Daba la impresión, por los comentarios de que es
posible que fueran todas las que aparecían, y la queja estaba más en las
ausencias
JLM.-
La
frase de José Ortega y Gasset que definía la identidad del sujeto se olvida con
estrepitosa frecuencia: el yo y su circunstancia. El voto femenino en España no
se consiguió hasta la II República, y en las Cortes había cuatro diputadas y ni
siquiera ellas estaban de acuerdo sobre el voto. El siglo XX ha sido el de la
normalización de la igualdad de derechos y todavía persiste la reivindicación y
la lucha por la igualdad. El silenciamiento afectó a todas las parcelas de la
vida: el arte, la música, el pensamiento, la literatura. Reivindicar y
reescribir la historia de la mujer es tarea de todos.
JG.-
En todo caso, ¿crees
que existe una poesía femenina? ¿En qué sentido, en el de tratar temas, tener
una visión diferente, un estilo literario distinto? ¿O se trata más bien de que
no se dan a conocer de la misma manera, el famoso silenciamiento?
JLM.-
No estoy capacitado para solventar de un plumazo una cuestión en la que han
terciado inteligencias muy brillantes sin apagar las interrogaciones. Desde esa
carencia auroral, creo que la poesía no tiene género, que cualquier voz puede
tratar un tema u otro y mostrar una sensibilidad u otra. Estrategias como el
monólogo dramático hacen posible que nazca un yo femenino pleno de verdad
literaria. Pensar es un esfuerzo de una identidad concreta; escribir poesía,
también. Por fortuna, la eclosión de poetas contemporáneas es maravillosa y sus
reconocimientos literarios también.
JG.-
Como poeta de dilatada
trayectoria, ¿cuál dirías es la inspiración principal detrás de tus poemas y
cómo ha evolucionado a lo largo de tu carrera? ¿Consideras que difiere mucho de
tus contemporáneos?
JLM.-Los
manantiales poéticos son dos: existencia y lectura; conviven juntos desde que
comenzara a escribir hace más de tres décadas. No se puede obviar el yo que
somos, sentimos y pone fisiología en las palabras. Y la biblioteca es el
espacio mágico que atesora las voces del tiempo: los poetas de ayer, de hoy y
de mañana, esa gente que viene a cenar, que habla al oído o golpea el corazón
con la fuerza cómplice de sentir en común. Sospecho que ambos manantiales están
en todas las biografías poéticas y que sólo difieren las proporciones.
JG.-
¿Cómo conecta un poeta
con las nuevas hornadas, por la labor de crítico y antólogo? ¿Es imprescindible
hablar de generaciones? ¿Tiene sentido hoy hablar de generaciones? Los nuevos
poetas ¿están conscientes de la tradición o tienen una postura adánica?
JLM.- Los años en el aula marcaron mi cercanía y complicidad con las voces más jóvenes;
siempre idealicé su intuición, su generosidad y su fuerza para buscar el ideal.
Así que al poeta y el crítico se unió el epitelio del profesor que tuvo una
relación muy amplia con los alumnos que querían escribir, que buscaban libros,
consejos o terapia contra la decepción. Sigo buscando el sonido de las voces
más jóvenes. La semana pasada Lidia López Miguel, de Lastura, me regaló el
libro Última poesía crítica, una
selección y edición de Alberto García-Teresa y David Trashumante, así que procuro estar al día. Y tengo buenos afectos con poetas de amanecida por ser jurado de
algunos premios literarios, por los libros que recibo (que son muchos) y por
los contactos editoriales. El tiempo deja la sensación de que en los soportales
de la plaza mayor de la poesía cabemos todos. Los conceptos críticos son formas
de acercamiento al mapa global de los géneros literarios. Aunque no se acepte el
término generación, se usa por su carácter práctico, por la perfección de la
foto de grupo. Yo soy un fervoroso partidario del término, acaso por el
continuo estudio de las generaciones del 27, el 50, los novísimos o los propios
trabajos de “Ultima poesía española” (1997) o Re-generación (2016). Aceptando siempre que es un concepto de
límites difusos y que cada yo se siente adánico, único habitante del
paraíso.
JG.-
Es como el uso de las
vanguardias, o mejor, la tradición en tu poesía y en las nuevas generaciones,
¿qué opinas del panorama? No quería dejar de tratar la cuestión del edadismo.
No sé si para bien o para mal ser joven poeta es una categoría y autor
consagrado es otra liga. ¿Cómo ves la trasferencia de influencias mutuas?
JLM.-
Un árbol no puede vivir sin raíces, un poeta está seco sin tradición. Hay un
cauce continuo en el poema que recorre el tiempo y crea un aliento
atemporal. Quien no lo sabe sufre el trampantojo de la originalidad, y se
empeña en dibujar fuera del marco. La discriminación por edad no existe en la
literatura porque al prestigio de la voz auroral se contrapone el atardecer de
la sabiduría del poeta maduro. Muy atinado que Dionisia García haya ganado el
Premio de la Crítica de 2023 con 94 años, y los últimos poetas que han sido
reconocidos con el Premio Cervantes tenían una senectud creadora maravillosa. Y
siempre es un acontecimiento el poeta joven que abre la ventana de la poesía por
primera vez. Así que se acabó, y ojalá para siempre, “matar al padre”. En la
casa de la poesía hay sitio para todos.
Francisco Javier
Gallego Dueñas (Rota, Cádiz, 1968). Licenciado en
Historia Medieval (UGR) y Sociología (UNED). Doctor en Sociología con una tesis
sobre sociología del secreto. Actualmente es profesor de secundaria en su
tierra natal. Editor y fundador de la revista Voladas. Ha publicado
en diversas revistas académicas y literarias y está incluido en varias
antologías. Mantiene un blog de opinión y crítica literaria (https://profundamensuperficial.blogspot.com).
Autor del poemario Las gramáticas del tiempo (Takara
Editorial, 2017) y Somos grieta (2021).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.