viernes, 23 de febrero de 2024

JAVIER RECAS. UN VIENTO PROPICIO

Un viento propicio
Javier Recas
Fotografías de Davido Prieto
Prólogo de José Luis Morante
Edición de Apeadero de Aforistas
Sevilla, 2023



 APUNTES MÍNIMOS
 

   Pocos investigadores literarios superan a Javier Recas (Madrid, 1961), doctor en filosofía, docente universitario, filósofo, ensayista y pintor, en el conocimiento de los principios esenciales del aforismo. Trabajos como Relámpagos de lucidez. El arte del aforismo (2014), Una aguda y grácil miniatura (2020) y El arte de la levedad. Filosofía del aforismo (2021), junto a sus ediciones de autores clásicos, analizan con profundo rigor la singular arquitectura de un género que durante demasiado tiempo ha tenido en los escaparates de novedades una presencia distante y secundaria.
   Tras esta persistente reivindicación como analista del decir mínimo, Javier Recas compila en Un viento propicio su cosecha lacónica personal. La hermosa edición de Apeadero de Aforistas añade un prólogo de José Luis Morante y un conjunto de fotografías en blanco y negro de Davido Prieto que reportan a cada uno de los bloques un cálido trasfondo visual.
  El material conciso se organiza en ocho cuadros escénicos con títulos de expresividad manifiesta. De este modo, cada intervalo constata las modulaciones reflexivas de un anclaje semántico. En el tramo de salida “Los dientes del tiempo” hay una percepción espontánea y honda del discurrir. El aforista escribe: “Con ojos de asombro y paso incierto, caminamos por un bosque de señales, incógnitos designios del tránsito mundano, sereno a veces, turbulento las más”. Somos ensimismados caminantes que esperan el viento favorable de lo cotidiano, el necesario polen que pone aire y cobijo al pensamiento. Los breves refrescan con las cristalinas acuarelas de emociones y sentimientos, siempre dibujadas, como refrenda el autor, “a mano alzada”.
  En cada conjunto de apuntes mínimos toma cuerpo una grieta conceptual, un asunto que va desplazando recorridos que nunca agotan su energía interior, ese hilo argumental que mantiene el latido de la reflexión. En Un viento propicio la experiencia verbal gira en torno al transitar del tiempo, la amistad como juego de complicidades, la ineludible presencia de lo contingente, el viaje interior del sujeto frente a sí mismo, los estados de ánimo que genera el manso cauce de lo laborable y esos huidizos reflejos que deja en la conciencia el manto oscuro de lo conceptual. Desde esos temas básicos va creciendo un latir conciso para hacer de cada aforismo un relámpago de lucidez, una aguda y grácil miniatura. Javier Recas transforma el merodeo mental en destello súbito. Así, en la amanecida “Los dientes del tiempo” encontramos este fecundo semillero verbal: “No sé si el futuro nos aguarda o nos persigue”, “Incrustado en este momento, soy eterno”, “Los recuerdos son los posos del fluir del tiempo”, “Vivimos en la infatigable clausura de un presente continuo” o “Cada vez contrasta más la velocidad de los días con la serenidad de la edad”.
  Los enunciados de cada sección iluminan los indicios aurorales que brotan del minimalismo lacónico; de igual modo, las fotografías de Davido Prieto complementan, con sus instantes capturados, el silencio de la desolación. Sus arquitecturas, desde la enramada de grises, absorben la mirada para constatar los pasos del trayecto y su crecido patrimonio de erosiones y carencias: la fachada de vanos clausurados, los transeúntes que caminan de espaldas hacia una senda ensombrecida, las anónimas presencias que se mueven en las grandes superficies o las puertas abiertas ante oscuros pasillos son pequeños esquejes visuales, cuadros que hablan con la pujanza de otros apuntes por escribir.
   El título Un viento propicio deja a resguardo las fisuras de la memoria. La mirada sensible afirma su voluntad de búsqueda. El pensamiento en vela emite señales, hace recuento del mensaje tenaz de los sentidos. Sobre el estatismo del lugar se mantiene un tacto de aurora para preservar en las profundidades del lenguaje la voluntad de permanencia,  la huida de los confines de la nada. Quien camina  o se asoma al umbral de la ventana, no está solo, sabe que la amistad es un gratísimo juego de complicidades, un impulso favorable que pone al tránsito mundano sol y aire limpio y alza puentes de luz hacia "el corazón de las cosas". Sabe también mirar hacia dentro e iluminar la hondura de un espejo cuyas sombras nos interpelan siempre.

JOSÉ LUIS MORANTE




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ORANTE  

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