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domingo, 19 de enero de 2020

LÍNEAS DE SOMBRA

Formas al vuelo
Fotografía
de
Javier Cabañero Valencia


LÍNEA DE SOMBRA

Vaciar un corazón hasta que solo quede el molde...

ERIKA MARTÍNEZ



A diario mantengo el cívico disfraz de la esperanza.


Esas fotografías donde permanecen las formas que no ví.


Si ves un resplandor descarta el amanecer. Una vela no es una estrella.


Signos de agotamiento frente al ordenador. Vencido y desarmado por la neurótica saturación de asuntos pendientes. Un cansancio en tres dimensiones.


Ojos de sombra: la vista es un reguero de ceniza.

(Aforismos en la línea de sombra)






sábado, 11 de mayo de 2019

MARÍA ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ. DIECISIETE ALFILES

Diecisiete alfiles
María Ángeles Pérez López
Abada Editores
Madrid, 2019


PUNTOS DE FUGA


   En el proceso creador de María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967) la poesía tiene amplio cultivo y está representada en varias antologías, como las recientes Algebra de los días y Jardin€s excedidos. El libro Diecisiete alfiles (2019) es su primera entrega monográfica dedicada al haiku. Así lo constata el liminar “La vida muy urgente” que escribe Erika Martínez. La poeta, aforista y profesora aborda el acercamiento a la senda cultural japonesa desde la superación de actitudes excluyentes de purismo y cautela. Hay un contacto directo con el minimalismo del trébol verbal en el que la palabra toma cuerpo para mostrar carácter matérico y el perfil peculiar de su endogamia. Esa energía interior no anula el subjetivismo sino que lo transforma en pulsión que deja sitio a la paradoja y al magma conceptual.
  Como si los enunciados poéticos obedecieran a indicios aurorales, Diecisiete alfiles alumbra un amanecer transformado en espacio germinativo. Así se percibe en la serie de inicio en cuyos puntos de fuga resalta también el recurso de la rima asonante que deja en los textos otro signo personal, ajeno al legado clásico: “Luz que levanta / su proa, su rompiente / su espuma blanca”. También la subjetividad se vislumbra en el rigor orgánico; la escritora yuxtapone treinta y dos series que reiteran la misma cantidad de textos y los itinerarios circulares en torno a un concepto.
  Frente al despliegue sensorial, la realidad postula un terreno cuajado de elementos visuales, texturas y formas. Su estatismo aparente emite señales que la conciencia en vela transforma en cadencias de ánimo e hilvanes emotivos. Leemos en “Haikus de la soga”: “Esparto ronco / que agita entre sus hebras / la flor del odio”; “Corcel torcido / del que caen las palabras / y los mendigos”. Pero, no se trata de describir ni de hacer del entorno un mirador al alcance de un testigo anónimo, sino de conexionar emociones y pensamientos para dar voz al lenguaje. Se subraya, de este modo, el afán metaliterario que formula una cumplida poética: “Ser verso suelto / lumbre que desordena / cada destello”.
  Esa apelación a los objetos como presencias que certifican la condición perecedera del yo, convive con uno de los núcleos básicos de la tradición del haiku: el viaje. El discurrir biográfico es tránsito, desplazamiento, senda que convulsiona el interior del hablante lírico. Es un modo de redescubrir el espacio e iluminar sus matices, como en las piezas de “Haikus de los apeaderos”: “Meseta sola. / El tren que nunca pasa. / Raíl de sombras”.
  Como si asistiera al gotear del tiempo, el haiku se hace cadencia; caligrafía al mismo tiempo la contemplación y la entrega, con la conciencia del paseante implicado:”Jornal menguado. / Expoliación, centella, / miedo y resguardo”; “Sol extramuros. / Esquinada certeza  / contra lo oscuro”. La flexible estrofa no olvida tampoco el eco bibliográfico, esa voz que resuena en el mar de la lectura: Emily Dickinson, Robert Frost, Rosario Ferré, Gloria Fuertes; o la poetización de lo cotidiano, como se muestra en el haiku que llena de belleza el gimnasio y que busca el asombro de las palabras en una bicicleta estática: “Niña del aire / que quedó condenada / a ser anclaje”; “En su estructura / de viento y de aluminio / duermen las dunas”.
   La escritora justifica algunas claves de esta incursión en el arte de la modestia con un epílogo final, donde comenta que la incansable belleza tripartita invita al tanteo y a la disidencia, amover pieza en el tablero de la experimentación. Y tiene razón: es otro tiempo y otro espacio. El exotismo se ha remansado y es ahora un elemento más, capaz de dialogar con la soleá y otras formas poéticas breves. Los haikus de María Ángeles Pérez López nacen de un afán expresivo austero y esencial, pero nunca exento de inquietud cognitiva y epidermis sentimental. Su estela mínima muestra un despliegue argumental en el que se integran destellos vivenciales y el discurrir estacional del tiempo, la interrogación metapoética y el enfoque solidario de la convivencia social. En los contados pasos de Diecisiete alfiles se hace fuerte una íntima indagación, una inmersión en los rincones de la identidad que siempre deja en los espejos del poema el vuelo existencial. La conciencia y los signos de una biografía interior que busca expresarse con palabras mudas. 


  



lunes, 24 de abril de 2017

ERIKA MARTÍNEZ. CHOCAR CON ALGO

Chocar con algo
Erika Martínez
Pre-Textos, Colección la Cruz del Sur
Valencia, 2017

CHOCAR CON ALGO



    Entre la publicación de El falso techo, segundo poemario de Erika Martínez, y su nueva entrega Chocar con algo han transcurrido cuatro años, un paréntesis temporal que habla de sosiego, maceración y búsqueda. Son aspectos poco frecuentados por los protagonistas de la poesía joven que suele buscar una construcción urgente del perfil creador.
   Chocar con algo abre una bifurcación, a mi entender, en la trayectoria de Erika Martínez, hacia una voz  más reflexiva y fragmentaria. El poema aborda un trayecto donde suman pasos los viajes interiores del yo, pero toma distancia, como si quien mira fuese un narrador capaz de objetivar su percepción y señalara los relieves expuestos, las marcas de una presencia ajena.
  Quien toma la palabra es un explorador de la intimidad, pero su estar se implica en el acontecer. Necesita mostrar las asperezas, el vacío o el fluir sin brújula de la conciencia. Sus enunciados acumulan situaciones e hilos existenciales que van sedimentando en la memoria.
   Desaparece el trazo cartesiano del poema; ese orden saludable de planteamiento, nudo y desenlace que suele mostrar el verso narrativo. El yo confesional se convierte en las composiciones de Chocar con algo en un relato lírico, expuesto en párrafos autónomos que a veces tienen la contundencia del aforismo: “cortarte las uñas te modifica existencialmente". Las palabras adquieren así una respiración contenida, capaz de bucear bajo las aguas de cualquier asunto. Repleto de originalidad e ironía está esa mirada a la Real Academia y a su magra población femenina. Frente a la estridencia de la queja, Erika Martínez opta por dar voz al fantasma de Carmen Conde y descree de ese rigor solemne  e institucional que contamina méritos y menudea favores de secta. También insiste en romper los estereotipos tradicionales de la feminidad con humorismo irónico en  “El guardapelo de las poetisas”. Las tachaduras del tiempo han convertido en ceniza y naderías los equívocos del romanticismo sobre la mujer y su frágil voz de poetisa en prácticas. El aporte de tantas poetas ha sufrido siempre un exceso de cal y sedimentos que obtura las tuberías de la historia. El tiempo histórico y su ideología patriarcal ha transformado la categoría biológica de ser mujer en una noción ideológica.
   Es necesario recalcar algunos textos de derivaciones metaliterarias. Con el formato de poéticas dosificadas que esquivan la declaración programática o el rígido manifiesto intencional, los versos enfocan con plena luz el diálogo del lenguaje con su propio sentido. Lo vemos en “Pruebas circulares” en cuyo cierre escribe: “Si insistes muchas veces en un solo movimiento se produce un exceso que rompe el círculo o genera un aura de polvo: aquello que rebasa concierne a la lírica”.      
  Chocar con algo es un poemario contundente. Golpea con sus manotazos. Por su lenguaje incisivo que toma estrategias narrativas del aforismo para hacer más permeables las fronteras entre emoción y pensamiento, y por su singular tentativa de dar más libertad a la escritura para que aborde elementos aparentemente desconectados entre sí. Ahí están las propuestas visuales disueltas en el azaroso discurrir del tedio urbano, pero también el aleatorio trazado de la biografía sentimental entre los afectos familiares, el amor y el eros, la mirada del sujeto ensimismado en el recuerdo, o la luz escorada de las obligaciones laborales que siempre  ponen hilo a la inquietud o el desconcierto.
  Recuerdo una cerilla de Lenguaraz: “El norte está en constante movimiento”; es una premisa válida también para la poesía: “escribir concierne al tránsito / enfermedad, paseo, duermevela.” El verso es movimiento continuo entre la plenitud y el vacío. La voz poética de Erika Martínez sigue senda por la lucidez y un hondo intimismo; se interna firme por las aceras de lo necesario.


viernes, 24 de enero de 2014

ERIKA MARTÍNEZ. INTEMPERIE.

El falso techo
Erika Martínez
Pre-Textos, Valencia, 2013

UN RUMOR DE INTEMPERIE
 
   En Color carne, salida inicial de Erika Martínez (Jaén, 1979), se abre paso una voz intimista. Aporta un tono coloquial remozado en el que la ironía distiende la epidermis de algunos argumentos y deja un soplo fresco. Ese vitalismo de quien percibe cerca el color de la realidad se enmarca en un cuadro general realista que apuesta por el poema breve y el cierre conclusivo, próximo a la eficacia comunicativa de los aforismos.
  Son rasgos definitorios de un modo propio de entender el hecho literario que encuentra continuidad en su segundo peldaño, El falso techo, cuya incorporación más notable es el registro de la pérdida. Los contenidos enuncian el parte de lesiones de una generación que sumó voluntad y esperanza, mientras el itinerario se bifurca aleatorio sin que aparezca la estación final. Color carne tenía como apertura el poema “Genealogía”, donde el yo poemático sentía en su entorno una solidaridad cálida y comunal; El falso techo cuestiona ese engarce generacional que yuxtapone causas y efectos; a la cadena solidaria le falta un eslabón; se ha producido una ruptura, un estar aislado que implica pesimismo y desvalimiento. Esa es la sensación que desprende “La casa encima”. El discurso poético dibuja un estado social que no oculta una fuerte conciencia de naufragio. Si abres el armario descubres arrumbada la derrota, un estar que promueve sensaciones de culpa: la mancha de algo está ahí, densa, singular, reconocible, aunque no se entienda cómo llegó al tejido.
  El apartado “Segundo techo” concentra algunos poemas-relato (uso la denominación que algunos críticos aplicaron a la poesía más temprana de  Cesare Pavese), textos en prosa poética que reflejan fogonazos de lo cotidiano; son imágenes que niegan la indiferencia ante situaciones frecuentes del ahora que, de cuando en cuando, proyectan sus estrías de pobreza y miseria en los medios de comunicación. Son estampas protagonizadas por secundarios que los poemas acogen al abordar ese perpetuo conflicto entre lo social y lo personal en los distintos planos de un largo desplazamiento, un vuelo que va mudando su caligrafía para alternar situaciones de los demás e inflexiones del sujeto verbal. La transición parece tener una lectura alegórica: el pasajero de vuelo toma asiento, pero cuestiona el pilotaje; el pesimismo es la certeza de quien desconfía.
  En el tramo final la propia escritura se hace materia de introspección, las palabras no esconden esa necesidad de sondeo que quiere hallar sentido a su propia función: “Escribir es hacerle cosquillas / a las raíces de las cosas”.
   Los poemas de Erika Martínez golpean la mesa del ahora con la mano abierta. No hacen elegía de la pérdida, formulan desasosiegos e incertidumbres, se alejan del conformismo. La esperanza dejó sensaciones de cobijo y resguardo. Bajo techo, cualquier vida se siente firme, halla hospitalidad y permanencia. Pero la cubierta se hizo con materiales defectuosos y se resquebraja. Las sombras colonizan cada espacio, convierten lo habitable en intemperie.  Queda entonces – y El falso techo es claro ejemplo-  el consuelo tenaz de la mejor poesía, como la que firma Erika Martínez.    

martes, 5 de noviembre de 2013

AFORISMOS A DEDO


AFORISMOS A DEDO
    
                       Para Erika Martínez, en la amanecida

Despiertas y estás ahí, o no.

Cualquier entorno demuestra que ser normal es un atrevimiento.

Lo sórdido desde la poesía se convierte en una etiqueta: realismo sucio.

Soy un escritor realista. Sueño mucho.

Entre realismo y realidad, el lenguaje; un dedo que señala direcciones imprevisibles.

No hay frontera más infranqueable que la estupidez.

    También en el afecto mantiene su vocación de austeridad.

domingo, 3 de noviembre de 2013

RAMÓN EDER. DESLUMBRES.

Relámpagos
Ramón Eder
Cuadernos del Vigía
Colección Aforismos
Granada, 2013
 
DESLUMBRES

    El arraigo en la zona centro de la literatura que tiene el aforismo en el presente es mérito de un catálogo reducido de nombres propios. Son practicantes del género que han remozado fachadas e interiores, enriqueciendo su profundidad significativa con novedosas propuestas. En esta recuperación del aforismo sobresale el navarro Ramón Eder (Lumbier, 1952); tiene un larga práctica con varios títulos representados en La vida ondulante, muestra editada por Renacimiento.
    La colección Cuadernos del Vigía, dirigida por Erika Martínez y Miguel Ángel Arcas, integra en su catálogo Relámpagos, cuarta salida de aforismos de Ramón Eder que, desde el título, preserva el toque personal y las particulares exigencias del autor frente a sí mismo. Si la vida al paso nos crea la sensación de su carácter transitorio y efímero, es bueno recordar que sus huellas perduran y se hacen material de evocación, del mismo modo que el brillo del relámpago hiere la retina con su rasgadura.
   En las breverías de Ramón Eder el tacto húmedo y musgoso de lo trascendente se agosta para dejarnos la transitada superficie de un sendero rampante por donde camina un hombre de la calle. El sujeto textual busca en el paisaje diáfano que los sentidos le ofrecen esas secuencias que nutren el ánimo y dan sentido al latido diario. Los ojos despiertos saben que el asombro habita en cualquier rincón, que las variaciones y reincidencias estrenan cada amanecer formas y matices desconocidos.  
   En Ramón Eder, el andar renqueante de lo cotidiano busca en el humor un local abierto, una barra libre donde la ironía puede pernoctar. Desde esa complicidad del espacio habitable, los aforismos tienen el aire natural de una tertulia de sobremesa que nos reconcilia con el desaliño de lo laborable.
   Todo libro de aforismos es también un ejercicio de tapeo temático; se mira el mostrador y se picotea de un sitio a otro hasta ir mitigando el apetito indagatorio. Así se van completando los subtemas que el aforismo siempre comparte con otros géneros como la poesía: el papel de la literatura como registro perdurable contra la erosión del tiempo, el guiño autobiográfico, la soledad, el viaje circular por ese entorno difuso que llamamos vida, los espacios que entrelazan el sueño y lo real, o la ciudad en un tiempo que solapa pasado y presente con incidencias que rompen la rutina… Temas universales que caben en un poema y en el pasillo estrecho de un buen aforismo.
  Relámpagos descubre que en la superficie opaca de cada existencia habita alguna línea perdurable, una escritura inconformista  que ilumina alguna parte del camino, aunque sea bajo el cono amarillo y reducido de una linterna.