sábado, 11 de mayo de 2019

MARÍA ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ. DIECISIETE ALFILES

Diecisiete alfiles
María Ángeles Pérez López
Abada Editores
Madrid, 2019


PUNTOS DE FUGA


   En el proceso creador de María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967) la poesía tiene amplio cultivo y está representada en varias antologías, como las recientes Algebra de los días y Jardin€s excedidos. El libro Diecisiete alfiles (2019) es su primera entrega monográfica dedicada al haiku. Así lo constata el liminar “La vida muy urgente” que escribe Erika Martínez. La poeta, aforista y profesora aborda el acercamiento a la senda cultural japonesa desde la superación de actitudes excluyentes de purismo y cautela. Hay un contacto directo con el minimalismo del trébol verbal en el que la palabra toma cuerpo para mostrar carácter matérico y el perfil peculiar de su endogamia. Esa energía interior no anula el subjetivismo sino que lo transforma en pulsión que deja sitio a la paradoja y al magma conceptual.
  Como si los enunciados poéticos obedecieran a indicios aurorales, Diecisiete alfiles alumbra un amanecer transformado en espacio germinativo. Así se percibe en la serie de inicio en cuyos puntos de fuga resalta también el recurso de la rima asonante que deja en los textos otro signo personal, ajeno al legado clásico: “Luz que levanta / su proa, su rompiente / su espuma blanca”. También la subjetividad se vislumbra en el rigor orgánico; la escritora yuxtapone treinta y dos series que reiteran la misma cantidad de textos y los itinerarios circulares en torno a un concepto.
  Frente al despliegue sensorial, la realidad postula un terreno cuajado de elementos visuales, texturas y formas. Su estatismo aparente emite señales que la conciencia en vela transforma en cadencias de ánimo e hilvanes emotivos. Leemos en “Haikus de la soga”: “Esparto ronco / que agita entre sus hebras / la flor del odio”; “Corcel torcido / del que caen las palabras / y los mendigos”. Pero, no se trata de describir ni de hacer del entorno un mirador al alcance de un testigo anónimo, sino de conexionar emociones y pensamientos para dar voz al lenguaje. Se subraya, de este modo, el afán metaliterario que formula una cumplida poética: “Ser verso suelto / lumbre que desordena / cada destello”.
  Esa apelación a los objetos como presencias que certifican la condición perecedera del yo, convive con uno de los núcleos básicos de la tradición del haiku: el viaje. El discurrir biográfico es tránsito, desplazamiento, senda que convulsiona el interior del hablante lírico. Es un modo de redescubrir el espacio e iluminar sus matices, como en las piezas de “Haikus de los apeaderos”: “Meseta sola. / El tren que nunca pasa. / Raíl de sombras”.
  Como si asistiera al gotear del tiempo, el haiku se hace cadencia; caligrafía al mismo tiempo la contemplación y la entrega, con la conciencia del paseante implicado:”Jornal menguado. / Expoliación, centella, / miedo y resguardo”; “Sol extramuros. / Esquinada certeza  / contra lo oscuro”. La flexible estrofa no olvida tampoco el eco bibliográfico, esa voz que resuena en el mar de la lectura: Emily Dickinson, Robert Frost, Rosario Ferré, Gloria Fuertes; o la poetización de lo cotidiano, como se muestra en el haiku que llena de belleza el gimnasio y que busca el asombro de las palabras en una bicicleta estática: “Niña del aire / que quedó condenada / a ser anclaje”; “En su estructura / de viento y de aluminio / duermen las dunas”.
   La escritora justifica algunas claves de esta incursión en el arte de la modestia con un epílogo final, donde comenta que la incansable belleza tripartita invita al tanteo y a la disidencia, amover pieza en el tablero de la experimentación. Y tiene razón: es otro tiempo y otro espacio. El exotismo se ha remansado y es ahora un elemento más, capaz de dialogar con la soleá y otras formas poéticas breves. Los haikus de María Ángeles Pérez López nacen de un afán expresivo austero y esencial, pero nunca exento de inquietud cognitiva y epidermis sentimental. Su estela mínima muestra un despliegue argumental en el que se integran destellos vivenciales y el discurrir estacional del tiempo, la interrogación metapoética y el enfoque solidario de la convivencia social. En los contados pasos de Diecisiete alfiles se hace fuerte una íntima indagación, una inmersión en los rincones de la identidad que siempre deja en los espejos del poema el vuelo existencial. La conciencia y los signos de una biografía interior que busca expresarse con palabras mudas. 


  



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