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jueves, 13 de abril de 2017

ANTONIO DEL CAMINO. PASO A PASO, LA VIDA

Paso a paso, la vida
Antonio del Camino
LF Ediciones
Béjar, Salamanca, 2017

 MAPA BIOGRÁFICO

    La existencia es el campo de pruebas de lo contingente. Sus recorridos se definen al paso y trazan un discurso sobre una línea provisional y cautelosa que obliga al sujeto a una sostenida introspección. Nace así la poesía meditativa como firme voluntad de exploración De esta senda de la conciencia individual se nutre Paso a paso la vida, décimo segundo poemario de Antonio del Camino (Talavera de la Reina, Toledo, 1955).
   En su atinada nota de solapa el poeta y aforista Elías Moro verbaliza algunas cualidades del habla poética de Antonio del Camino. Identifica como rasgos de su quehacer el sabio manejo de la disciplina formal, su conocimiento del andamiaje clásico y la equidistancia entre emoción y pensamiento al sondear la intemperie discursiva de la temporalidad.
 El poeta tiene claro su lugar en el territorio del lenguaje. No duda en abrir su libro con una poética aseverativa. Lejos de la lírica encriptada y de la construcción babélica esgrime una voz humanista y racional desde el singular de la primera persona: “ Escribir con la sobria belleza del olivo, / con esa claridad que nos regala / el sol cuando amanece, / con la granada fuerza de la espiga, / lejos de pirotecnias y artificios “.
  Con esa sencillez natural de casa sosegada se va definiendo en el río argumental los trazos personales de un sujeto moral y las turbaciones de su discurrir existencial.con la estela de apuntes que contienen  “huellas, voces y memoria / de aquel que conmigo va”. Son parcos detalles que iluminan las oquedades del presente y actualizan los escenarios de la memoria. El poeta es una identidad en diálogo con las sucesivas mutaciones del ser y con los ecos de un lenguaje que reconstruye su permanencia en el tiempo.
   En ese  afán de lo diario están los lugares que han puesto a resguardo las secuencias biográficas que aportaron los paréntesis vitales. Los días de infancia están enlazados con itinerarios por las calles de la ciudad de siempre que encuentran en los versos de “Mi ciudad” un emotivo homenaje. Frente al marco solemne de una arquitectura única y desplegada en la historia o frente al cosmopolitismo de las macrociudades donde convergen mercados y turismo, está la ciudad propia, habitable y humilde, hecha a la medida del hombre que hace de sus callejas un reducto sentimental. En ese lugar del afecto cobran relieve esas presencias que copan la totalidad ética del sujeto: el amor, la figura paterna o el horizonte discursivo de la propia identidad conforman un patrimonio persuasivo que da sentido al ser.   En Paso a paso, la vida el lenguaje deviene experiencia interior; las palabras conforman el frágil argumento de sueños y trabajos que adquieren en el tiempo un itinerario cumplido, que crean con su voz la incitación persuasiva del futuro lector.  
 
    

 

 

domingo, 19 de febrero de 2017

LUIS FELIPE COMENDADOR. POESÍA REUNIDA

Vuelta a la nada. Poesía reunida. (1995-2002)
Luis Felipe Comendador
Lf Ediciones, El Árbol espiral
Prólogo de José Luis Morante
Béjar, Salamanca, 2002

CON LAS MANOS ABIERTAS

   Todo quehacer poético es un compendio de obsesiones y remite a un claro empeño de búsqueda de una identidad; crea un mundo propio, sean cual sean los recursos formales y los contenidos. Vuelta a la nada permite conocer el tramo lírico escrito entre 1995 y 2002 por Luis Felipe Comendador (Béjar, 1957), poeta, narrador, aforista. escritor de diarios, editor e incansable activista solidario. Es un arco temporal muy corto, pero caracterizado por una notable fecundidad, ya que se hilvanan títulos con regularidad casi anual, bajo el empuje de certámenes nacionales y de premios que han convertido al bejarano en una presencia habitual  en los foros de debate y en  los predios literarios contemporáneos.
  El volumen Vuelta a la nada reúne textos de nueve poemarios, organizados con un criterio cronológico estricto y solo roto por la composición inicial que aparece como una intencionada poética, como un aviso para navegantes lectores. Queda fuera el primer libro y el más reciente, El amante discreto de Lauren Bacall, aparecido en la editorial Visor, tras ser finalista en la correspondiente convocatoria del Premio internacional de Poesía Rafael Alberti. Pero la muestra es amplia y en esta palabra heredada en el tiempo se perciban con nitidez las cualidades de un autor empeñado en lo cotidiano. Porque el techo gris de lo diario es el gran venero temático de esta escritura. Lejos queda el alquiler a plazos de aquella torre de marfil de lo trascendente y el revestimiento acorazado de lo sublime.  Para Luis Felipe Comendador, el poeta es, sobre cualquier consideración, un ciudadano de a pie que pasea fisiología e intelecto; deambula por los callejones de la amanecida para escribir respuestas en ese abrumador formulario de lo existencial que acaba asegurando que vivir no es mucho, pero  es todo lo que tenemos. La vida se comprime en un azaroso paréntesis  proclive al tedio.
   Se canta un tiempo de derrota, despojado de reductos salvadores: las voces de la calle, la herrumbre de la pareja, el entorno grupal, los retazos de un compromiso ideológico, la identidad brumosa del individuo, el onanismo de explorar el espejo para descubrir que no somos narcisos. Las palabras conforman instantes que se van desgranando para asegurarnos que, a pesar de tanta insuficiencia, merece la pena ser testigo de cargo de este viaje por lo transitorio, por el laberinto del ahora.
  Cada entrega de Comendador se organiza bajo un estado de ánimo y a  partir de  un clima poético común. Lo unitario preside la organización poemática por encima de la recopilación. Comendador es un poeta de conjuntos, aunque algunas piezas sueltas hayan alcanzado el status de textos de antología por el frecuente uso en lecturas públicas o por su publicación en suplementos y revistas. Es el caso de “Consejos para un poeta joven”, donde el ánimo jocoso de los versos deja aflorar un sarcasmo y un humor socarrón que desemboca en una sabia ironía que emana de autores del 50.
   Realista e irónica, lúcida y macerada por el discurrir vital, la poesía de Luis Felipe Comendador solo en apariencia se formula con un vocabulario testimonial y accesible. La difícil sencillez y la claridad expresiva son logros de un pulir continuo. Hay rigor autocrítico y regodeo en una tradición que renueva brotes en la mente de todos. Hay vínculos, por ejemplo, con los divertimentos eróticos de Catulo y el nihilismo clásico de Fonollosa, con Carver o con representantes cualificados de la primera promoción de posguerra. En la geografía de Vuelta a la nada se recrea un sujeto poético sentimental y escéptico que a media tarde, ante el velo bermejo del crepúsculo, alza la copa y se concede un rato de descanso, mientras saca billete hacia la sombra.







lunes, 1 de febrero de 2016

PEDRO OJEDA ESCUDERO. PIEL

Piel
Pedro Ojeda Escudero
Lf  Ediciones
Béjar, Salamanca, 2015


ENTRE DOS CUERPOS

   Frente a quienes prefieren el pulso juvenil como momento aconsejable para la práctica versal, la voz de Pedro Ojeda Escudero (Valladolid, 1963), poeta, ensayista y profesor universitario, fecha su amanecida en 2013 con el poemario Esguevas. Era un libro sensorial, con poemas que hacen del diálogo cordial con el entorno natural razón de escritura; cada paisaje es siempre geografía humana, ánimo que enuncia estar otoñecido y primavera. El escritor prosigue viaje con Echo al fuego los restos del naufragio, un volumen más intimista, y con el libro que ahora comento, Piel, dos ediciones del incansable poeta bejarano Luis Felipe Comendador.
   No viene mal para adentrarse en la espesura lírica de Pedro Ojeda Escudero visitar el blog “La acequia”, una iniciativa digital miscelánea que aglutina textos, reseñas e incidencias reflexivas sobre la rutina diaria y que sirve de guía lectora de El Quijote. Con todo, Piel es un mural que invita a la contemplación sin intermediarios, porque tiene el tono de voz de la confidencia y la cadencia cercana del intimismo compartido. Así nace una lírica despojada que expone el río secuencial de lo vivido. En ese estar diario a la intemperie, los sentimientos se convierten en raíz sustentadora, en soporte que aguanta la condición transitoria de la identidad. El yo se hace otro cuando tiende sus puentes y escribe una estela en el agua que no se borra, sea cual sea la fisonomía del cambiante escenario en el que sembremos nuestros pasos.
  El ámbito interior se va enriqueciendo con las percepciones acumuladas en el trayecto temporal que siempre nos advierten de la fragilidad de la belleza. Casi paradójica resulta en el poema “Abrazarte con fuerza” la estampa veneciana. El laberinto urbano multiplica un irrepetible patrimonio arquitectónico que registra la sobria belleza de la piedra; pero la marea sube y la inundación de los canales advierte al paseante que la erosión prosigue y que el desgaste pone entre las piedras un tacto crepuscular; también el arte tiene fecha de caducidad. Esa tenacidad del tiempo y su persistente vocación de derrumbe es asunto argumental que se reitera en distintos textos de Piel. La memoria del ahora conexiona, mediante la evocación, con el pasado y el regreso de lo vivido ahora difunde un rostro fragmentario, cubierto a veces por la silueta gris de la incertidumbre. Eso concede al amor, a la piel cálida y habitable de la compañía una condición de refugio y una textura de esperanza, un conocimiento de que la muerte solo se hará presencia cuando los hilos de luz olviden los sueños, o cuando la rutina sea incapaz de descifrar los caminos que marcan las huellas de la piel que son indicios claros de viva realidad: “Extensión del misterio:  / campo de dientes, labios / y torpeza de dedos, / tímida exploración de los secretos. / Cotidiana dulzura de la piel / recorrida, mordida y arañada: / comunión de sentidos. / Abrazarte, fragancias, besos, vida “.
  Se hace tangible el afán celebratorio de quien busca desprenderse del traje de invierno bajo la luz de abril. En Piel los versos olvidan la retórica del hermetismo para salir al día con un lenguaje necesario, nítido, consistente. Con él, se expone a todos que, en medio de la lluvia, la vida entera cabe en un abrazo: “El agua te llegaba hasta el tobillo. / Habitabas las hoces / con la serenidad de quien se sabe / a salvo entre los chopos “. Eje de simetría que pone en la piel la distancia más corta entre dos cuerpos. 


      


miércoles, 11 de marzo de 2015

MADRID, ONCE de MARZO, AÑO 2004

11-M, antología poética
Prólogo de José Luis Morante
LF Ediciones, El Sornabique -7, Béjar 2004

MADRID, ONCE DE MARZO, AÑO 2004

                                            In memoriam

Hace algunos años tiempo escribí el poema “Francotirador”, en el libro Un país lejano. En su cierre incluía el siguiente verso: Las tragedias sin rostro no conmueven. Era un dardo contra esa rutinaria placidez de la sobremesa, en torno al vacío del televisor, un tiempo capaz de digerir cualquier suceso sin inmutarse, mientras se demora ante un café, como si el cristal de la pantalla garantizara la confortable seguridad de un mundo perfecto y guilleniano. Ironizaba sobre la disonancia de un simulacro de realidad en el que los comensales presencian con desgana una película de argumento verosímil, cuya acción discurre en un punto lejano. Pero esta vez, el once de marzo del año 2004, la desgracia esparció sus fragmentos entre manos vecinas, a escasos metros de nuestras puertas, desmantelando el orden rutinario; las víctimas tenían perfiles concretos, nombres, apellidos y parentescos cercanos, y se afanaban en lugares de trabajo ubicados en calles transitadas con frecuencia que podríamos describir al detalle. El timbre telefónico sonó varias veces a lo largo de la jornada, mientras los medios de comunicación precisaban las dimensiones de la infamia. Al otro lado del auricular voces amigas preguntaban con inquietud contenida cómo estábamos, recordaban instantes compartidos, dejaban unas palabras de ánimo; y aquel gesto de empuñar el teléfono causaba gratitud y al mismo tiempo perplejidad porque otros intuían que podríamos haber sido figurantes activos en ese escenario de la sangre. Acaso nos salvó una circunstancia menor: una huelga estudiantil, un cambio de trayecto para evitar el atasco, unas décimas de fiebre de un hijo pequeño, una opción cómoda de preferencia por el coche o un despertador que no sonó a tiempo. Signos cotidianos, caligrafía de la banalidad. Y todos nos sentimos sobrecogidos tratando de racionalizar lo irracional. Porque el dolor y la muerte, la barbarie y el asesinato, no responden a ninguna lógica, no transitan por itinerarios intelectivos. Carecen de justificación por más que se empeñen en aferrarse a postulados políticos o religiosos. Obedecen sin más a un animalismo primario y a la negación.
Así estamos todavía, buscando sitio en la amanecida para continuar a pie y recuperar el voluntarismo de la normalidad. En esa búsqueda nos acompañan unos instantes de reflexión que exploran la condición humana y sus desgarros. Seguimos el trayecto que el dolor nos impone en una memoria colectiva de piel tumefacta, sometida a una cura de urgencia llena de apósitos y vendas.
Al día siguiente de aquel 11 de marzo llovió sobre Madrid, sinécdoque de todas las ciudades, como si la meteorología se empeñara en diluir las manchas bermejas del asfalto y en sumergir escombros en los sucios regueros de las alcantarillas y hubo masivas concentraciones bajo el luto de los paraguas, haciendo pública la repulsa y el rechazo frontal al terrorismo. Quedó un silencio espeso al final de la marcha que denotaba cansancio y el recogimiento de una sensibilidad maltrecha; un barro de tristeza salpicó paredes y escaparates. La penumbra invadió las barras sin clientes de los bares. La lluvia en los rostros se hizo  lágrima y yo no sé si la lágrima fue lluvia, como en aquella composición de César Vallejo que hablaba de París y de la muerte. Pocas horas después, palabra sobre palabra, empezaron a escribirse estos poemas. Es el homenaje plural y la reivindicación en sílabas contadas de Los Cuadernos del Sornabique para que el olvido no sea última estación del tren de cercanías en el que todos somos pasajeros.

                           

martes, 11 de marzo de 2014

MADRID, 11 DE MARZO.



MADRID, ONCE DE MARZO, AÑO 2004
 
                       Con las víctimas, contra la barbarie

    Hace algún tiempo escribe el poema “Francotirador”. En su parte final incluía el siguiente verso: Las tragedias sin rostro no conmueven. Era un dardo contra esa rutinaria placidez de la sobremesa, en torno al vacío del televisor, capaz de digerir cualquier suceso sin inmutarse, mientras demora un café, como si el cristal de la pantalla garantizara la confortable seguridad de un mundo perfecto y guilleniano. Ironizaba sobre la disonancia de un simulacro de realidad en el que los comensales presencian con desgana una película de argumento verosímil, cuya acción discurre en un punto lejano. Pero esta vez la desgracia esparció sus fragmentos entre manos vecinas, a escasos metros de nuestras puertas, desmantelando el orden rutinario; las víctimas tenían perfiles concretos, nombres, apellidos y parentescos cercanos, y se afanaban en lugares de trabajo ubicados en calles transitadas con frecuencia que podríamos describir al detalle. El timbre telefónico sonó varias veces a lo largo de la jornada, mientras los medios de comunicación precisaban las dimensiones de la infamia. Al otro lado del auricular voces amigas preguntaban con inquietud contenida cómo estábamos, recordaban instantes compartidos, dejaban unas palabras de ánimo; y aquel gesto de empuñar el teléfono causaba gratitud y al mismo tiempo perplejidad porque otros intuían que podríamos haber sido figurantes activos en ese escenario de la sangre. Acaso nos salvó una circunstancia menor: una huelga estudiantil, un cambio de trayecto para evitar el atasco, unas décimas de fiebre de un hijo pequeño, una opción cómoda de preferencia por el coche o un despertador que no sonó a tiempo. Signos cotidianos, caligrafía de la banalidad. Y todos nos sentimos sobrecogidos tratando de racionalizar lo irracional. Porque el dolor y la muerte, la barbarie y el asesinato, no responden a ninguna lógica, no transitan por itinerarios intelectivos. Carecen de justificación por más que se empeñen en aferrarse a postulados políticos o religiosos. Obedecen sin más a un animalismo primario y a la negación. Así estamos todavía, buscando sitio en la amanecida para continuar a pie y recuperar el voluntarismo de la normalidad. En esa búsqueda nos acompañan unos instantes de reflexión que exploran la condición humana y sus desgarros. Seguimos el trayecto que el dolor nos impone en una memoria colectiva de piel tumefacta, sometida a una cura de urgencia llena de apósitos y vendas.
   Al día siguiente llovió sobre Madrid, sinécdoque de todas las ciudades, como si la meteorología se empeñara en diluir las manchas bermejas del asfalto y en sumergir escombros en los sucios regueros de las alcantarillas y hubo masivas concentraciones bajo el luto de los paraguas, haciendo pública la repulsa y el rechazo frontal al terrorismo. Quedó un silencio espeso al final de la marcha que denotaba cansancio y el recogimiento de una sensibilidad maltrecha; un barro de tristeza salpicó paredes y escaparates. La penumbra invadió las barras sin clientes de los bares. La lluvia en los rostros se hizo y yo no sé si la lágrima fue lluvia, como en aquella composición de César Vallejo que hablaba de París y de la muerte. Pocas horas después, palabra sobre palabra, empezaron a escribirse estos poemas. Es el homenaje plural y la reivindicación en sílabas contadas de Los Cuadernos del Sornabique para que el olvido no sea la última estación de ese tren de cercanías en el que todos somos pasajeros 

 
11-M  (Antología)
Edición y prólogo de Jose Luis Morante
Idea original y financiación del proyecto
LUIS FELIPE COMENDADOR SÁNCHEZ
Cedidos los derechos de edición a las
Asociaciones de Víctimas del 11-M

EL SORNABIQUE -7
LF Ediciones, Béjar, 2004

 

                                                                     

lunes, 9 de julio de 2012

MILHOJAS DE SANDÍA (VIAJE A BÉJAR)


(Béjar. Foto de Luis Felipe Comendador)

Salgo a primera hora. Temperatura fresca y cielo azul, en el que se demora una luna llena desvaída. Elijo la carretera que asciende desde Hoyos del Espino hasta Barco de Ávila; la ruta es un enorme balcón que mira el granito de Gredos. En el coche, la música de Silvio  Rodríguez; cada viaje a Béjar es un revival en el que cada detalle cuenta. Luis Felipe y yo compartimos veinte años de amistad y el pasado es un hueco abismal y jocoso que puebla un inacabable anecdotario. Pero esta vez son muchos los asuntos pendientes. Hemos quedado en la plaza mayor, junto al castillo, donde Luis pone su puesto de libros solidarios y allí nos encontramos, bajo la sombrilla. Enorme alegría que hace la mañana lenta y calurosa. Después me invita a comer en una terraza con brisa,  milhojas de sandía, con queso fresco; completa el menú el cochinillo frito y el helado. Después café con hielo.
La historia editorial de LF ediciones es continua y en ella estará mi próximo libro de aforismos, casi concluído, que debe completar un prólogo y una nota biográfica.
Las palabras fluyen con la misma densidad que el trabajo plástico de Luis; tiene completa su futura exposición, una mirada de técnica novedosa, que aglutina crítica y color. Como siempre, son muchos los libros que me regala y no me deja sino pagar el helado a Mari Ángeles - flor de verano llena de belleza- y a Guillermo, un espigado adolescente con el aire limpio de la sensatez.
Otro día hablaré de los temas que hemos abordado. Tengo tanta confianza en ellos que parecería un escritor primerizo que tiene la palabra llena de tinta impresa.  Ahora sólo quería brindar para ahuyentar dudas y pesimismo: salud  y trabajo; y el compromiso nunca provisional de seguir juntos: queda mucho por hacer.