Sarajevo, Izet Sarajlic, Valparaíso, Granada, 2013 |
MEMORIA
VIVA
En
febrero de 2003, el poeta y editor lucentino Manuel Lara Cantizani incorporó a
la exquisita colección de poesía Cuatro Estaciones el libro Una calle para mi nombre, de Izec
Sarajlic (Deboj, 1930, Savarejo, 2002) con prólogo de Juan Vicente Piqueras,
también responsable de la traducción junto a Raffaella Marzano y Sinan
Gudzevic. Fue mi primera conversación con la escritura más universal de
Bosnia-Herzegovina, y me afectó profundamente; aquel encuentro supuso una
pequeña convulsión, como sucedió a tantos lectores – el libro se reeditó casi
al año siguiente, un asunto a reseñar en poesía - que hicieron propiedad privada el aporte confesional
de Una calle para mi nombre.
De
nuevo llega a las librerías el intimismo transparente de Izet Sarajlic, esta
vez en los estantes de la editorial Valparaíso, con selección y liminar de
Fernando Valverde. El joven poeta de Granada analiza al detalle la senda biográfica
porque ha condicionado, con dolorosa pulsión, su sensibilidad estética. Sus escritos de amanecida afloran tras los derrumbes de la Segunda Guerra mundial,
cuando uno de sus hermanos fue fusilado por los camisas negras del fascio
italiano. Aquella fase inicial de crónica y testimonio muda, poco después, y
se remansa en una lírica amorosa, despojada, precisa y emotiva, que vuelve a
convertirse en versos de desolación cuando estalla el conflicto fraticida de
los Balcanes. El estallido produce un cataclismo político en Europa Central y el
desmembramiento de Yugoeslavia. Entonces Sarajevo, ciudad donde vivía el poeta
desde 1945, se convierte en una azarosa
cita con la muerte. A esa circunstancia debe su nombre esta entrega, Sarajevo, como si aquel escenario
sombrío fuera la última estación de la existencia.
Cuando en 1992 se
resquebraja la convivencia por las ideologías nacionalistas, la avenida
principal de la ciudad se convierte en predilecto enclave de francotiradores. A
cada paso, hombres, mujeres y niños aguardan la fatal incertidumbre del disparo
en un asedio que dura más de tres años y que tendrá dramáticas consecuencias
para los pobladores.
Ese
es el material que da pie a los poemas de Izet Sarajlic. Palabras cuya
semántica certifica el dolor y la
barbarie. Poemas que se hacen caligrafía de la sangre y donde unas gotas de amor
sirven como cálida excusa para guardar algunos hilos de esperanza. Quien ama no
puede renunciar a seguir caminando, a forzar sendas nuevas de superviviente, a
sentar en la silla de la esperanza un presente lleno de soledad vulnerable.
Triste
como una ventana al cementerio, la poesía de Izec Sarajlic es un testimonio a
media voz pero lleno de intensidad. Trasmite esa incapacidad de comprender la
mutación de un entorno habitable en un infierno. Cercano y táctil cada poema
denuncia la falta de firmeza de lo real cuando todo se difumina o se ensucia
con interrogantes lacónicos y brutales. Izec
Sarajlic nos hace mirar esa pantalla viva de la memoria con el corazón encogido y los ojos llenos de lágrimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.