KARMELO C. IRIBARREN
Soy de los que consumen lo cotidiano en un estado de ánimo difuso, si miro la agenda de asuntos pendientes y el rimero de libros que guiará el paso del reloj en días venideros. En la bandeja de entrada de mis obigaciones la lectura, con notas, de una novela inédita, la selección de finalistas para un concurso literario, un prólogo en fase avanzada y laberíntica y algunas reseñas prioritarias (de Antonio Moreno y Luis Bagué Quílez, entre otros) que complementaré con la relectura. Tanto jaleo me tiene cabizbajo y rumoroso, a pesar de las alegrías diarias que me está deparando Hilo de oro, la edición sobre Eloy Sánchez Rosillo y los contactos directos con abrazos próximos y lejanos.
Y en mitad del naufragio me llama Karmelo C. Iribarren para pedirme unos folios sobre La ciudad que debo entregar en un plazo razonable: mañana. Tras la escueta conversación, digo sí, naturalmente; no conozco una estrategia más atinada para vestir de domingo a mi cacharrería emocional. Así que despejo mesa, aparto, recoloco, desordeno, cojo algún poemario reciclado y emprendo la tarea. Antes, un mínimo rito obligatorio: "Gracias por la confianza, Karmelo; tu poesía es un bar abierto a cualquier hora. Con tapas de alta cocina".
Y somos muchos los lectores de Karmelo, a cualquier hora, que estamos de acuerdo contigo José Luis.
ResponderEliminarA veces, querido Javier, se confunde la poesía con la alta costura; se hace del poema una pasarela. Karmelo prefiere el traje de calle y por eso crea tanta complicidad con la gente. Yo soy un lector agradecido, creo en la poesía de Karmelo, y es un privilegio firmar el prólogo de la nueva edición de LA CIUDAD.
EliminarUn abrazo de bienvenida y gracias por estar cerca.