domingo, 30 de diciembre de 2018

JACOB IGLESIAS. OVEJAS NEGRAS

Ovejas negras
Jacob Iglesias
Editorial Páramo
Valladolid, 2018


EL GRANO Y LA PAJA


   La poesía de Jacob Iglesias (Carrión de los Condes, Palencia, 1980) constituye un quehacer que aglutina los títulos Las piedras del río, Horas de lobo, y No todas hieren. Son entregas que se han ido sucediendo en el tiempo durante más de una década y que concedían a su autor un definido perfil lírico. Pero toda escritura persiste en habitar bifurcaciones, en llamar a la disidencia frente al conformismo y así han ido creciendo los aforismos de Ovejas negras que en su contracubierta acoge esta advertencia: “El lector que abra esta obra encontrará, pues, una mezcolanza de ocurrencias, cavilaciones y retales poéticos que Jacob Iglesias ha ido acumulando en el tiempo sin más propósito que el de asombrar, desconcertar, tal vez molestar”.
  Esta inmersión en el decir fragmentario de Jacob Iglesias cumple, por tanto, las convenciones de un género que se adapta bien a las incertidumbres del ahora. El tiempo digital  ha llenado de cicatrices el paramento ideológico tradicional y ha fomentado la mirada nihilista y el escepticismo, esas actitudes vitales propias del sujeto que se acerca en su senda a un horizonte que se va alejando a cada paso, como si fuese un espejismo de difícil encuentro.
   Las voces de la realidad constituyen una yuxtaposición de estratos irregulares; apuestan por la diversidad y obligan al sujeto a protagonizar una permanente actitud de escucha. De esa percepción testimonial nace el aforismo, se va formando un aleatorio rebaño, cuyo vitalismo aglutina una propuesta de conexión con la conciencia cognitiva: “El encanto de un libro de aforismos reside en que contenga grano y paja, hallazgo y ocurrencia. Que sea el lector quien los separe”. Más allá del ejercicio literario, el apunte verbal “Desconfía de las palabras que son solo palabras” incardina una manera de afrontar el espacio transitorio del devenir existencial.
  Frente al aforismo trascendente que formula la idea con la solemnidad de un invitado al hermetismo, las voces de Jacob Iglesias tienen el sonido manso de una conversación habitable. Sus ideas están ahí, enuncian el peso de una confidencia de sobremesa, soportan la humedad del aguacero laborable o se distienden como un ejercicio muscular que obliga a confirmar los horarios de cierre. Observan, dibujan sin dramatismos el paisaje de lo fugaz: “Aletean las hojas en las ramas sin saber que su único vuelo será el de su caída”, “Tanta gente paseando y ni un alma por la calle”, “La nostalgia, el ojo de cerradura por el cual curioseamos lo que encierran puertas que ya nunca podremos abrir”, “Intentamos inmortalizar instantes que jamás vivimos”.
   El yo subjetivo no acumula retazos ambientales, busca en ellos el inciso que muestra su textura, esa calidad táctil del interior, ya sea en la escritura –“Yo solo leo a mis contemporáneos, algunos nacieron hace cincuenta años, otros hace veinte siglos”- o la vida social con el ajetreo de titulares que acoge el sistema de gobierno, los entresijos de la sociedad o las peculiares creencias que definen cada época, tan jaleadas siempre desde la opinión monolítica del dogma: “El intelectual, ese sacerdote laico que  nos ata a la columna del periódico para sermonearnos sin interrupción”, “Los interrogantes de las preguntas retóricas alumbran obviedades”. En ese contexto nace también el mirador de quien escribe, las transparencias de los complejos itinerarios de la contradicción: “En los libros de aforismos buscamos fragmentos para un autorretrato”
   Jacob Iglesias acepta conforme el papel de cronista y testigo que se niega a cerrar los ojos; sabe que el aforismo es un caminante que no pasa de largo sino que se detiene para formular su veredicto sobre lo real. Busca esclarecer el callado sentido de los actos humanos en una mínima conversación, entrecortada y austera, contradictoria como las palabras desparejas del oxímoron.



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