sábado, 29 de diciembre de 2018

JULIA BELLIDO. LAS VOCES DEL MIRLO

las voces del mirlo
Julia Bellido
Editorial Eenacimiento
Sevilla, 2018


SIN ALZAR LA VOZ


  Cuando leo poesía de interiores, esa perspectiva que busca dentro del sujeto verbal los posos de luz y deambula por los laberintos sentimentales del yo, pienso en unas líneas básicas del ideario estético formulado por José Manuel Caballero Bonald, tras recibir el Premio Cervantes: “El acto de escribir supone para mí un trabajo de aproximación crítica al conocimiento de la realidad y también una forma de resistencia frente al medio que me condiciona”. Es una afirmación que parece definir esa literatura centrada en el sujeto que pone sobre la mesa, con fecundidad imaginativa, Las voces del mirlo, segunda entrega de Julia Bellido (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1969). La poeta y antóloga dejó su carta de presentación Mujer bajo la lluvia en 2013, aunque sus poemas más tempranos aparecieron en el cuaderno La decisión de Penélope en 2009.
  Los vínculos del título con Luis Cernuda se aclaran de inmediato en la cita prologal, un párrafo extraído de Ocnos, aunque para quien esto escribe el título también guarda sitio al recuerdo intacto del gran poeta elegíaco contemporáneo Eloy Sánchez Rosillo, cuya poesía siempre muestra una profunda sensibilidad en la contemplación.    
   Esta compilación integra casi cuarenta poemas breves distribuidos en un discurrir orgánico dictado por el ciclo estacional. Está exenta de cualquier quiebro argumental en pos de un sentido pactado y unitario en el que la temporalidad funciona como escenario central y cambiante: “Poco a poco sucede: / yo regreso al comienzo, antes del mundo / y estalla la palabra / con que sorprendo al día”. El discurrir ontológico vislumbra la claridad estival como un espacio de plenitud y cosecha. El verso rescata el callado misterio del crecimiento, como si el orden íntimo del yo fuese un espacio donde cumple la posibilidad. Las palabras expresan ese testimonio sensorial que ahonda en la percepción de los elementos más cercanos; configuran un ámbito donde el ser individual se siente dentro de las cosas.  
   Sinónimo de ensimismamiento y refugio es el periodo otoñal, cuando la fronda renueva su plástica, “con un barniz dorado y transparente", en pos de ese prodigio de desnudez y escucha que exilia el canto de los pájaros. Las palabras callan: “Hoy quiero detenerme / en el silencio amable de las cosas, / escucharlas, sabiendo de antemano, / que tendrá que callar tanta belleza / para no despertarlas.    Para no despertarme”. Tras el lento dictado del otoño, el ciclo pasajero continúa su tránsito y acoge en su rutina el andar espacioso del invierno. Noche y frío. El cristal empañado, como si necesitase limitar la tibieza de estar dentro, observando a lo lejos la desplegada interrogación del horizonte. Solo la lluvia dócil teclea en los tejados, se hace compañera en el largo estar de la vigilia, es humilde cadencia que abrazara el silencio.
   Ninguna estación contiene en su voz el don celebratorio de la primavera. de su renacida belleza se surten los poemas finales donde la presencia de la luz se impone limpia y transparente frente a cualquier contraluz crepuscular: “Todo florece y fructifica / delante de mis ojos. / Todo es fecundidad. / Todo es preludio”.
  La autora cumple de continuo las convenciones métricas en los diversos registros: memoria personal, impresiones al paso, los claroscuros del tiempo, el acercamiento a la naturaleza y las preocupaciones por ese áspero cansancio de los días al paso… Una nutrida reflexión que constata madurez expresiva y hace de su voz un eco vivencial, un diálogo fresco y meditativo, un rumor de palabras acodado en la baranda del tiempo, con el estar tranquilo de quien hace del canto una caricia. El gesto celebratorio de quien no necesita alzar la voz. 


 

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