jueves, 7 de febrero de 2019

AURORA SAURA. AVIVAR EL FUEGO

Avivar el fuego
(Poemas 1980-2017)
Aurora Saura
Prólogo de Dionisia García
Editorial Renacimiento, Calle del Aire
Sevilla, 2018



RESCOLDOS


   Aurora Saura (Cartagena, 1949) comienza su trayecto lírico en 1986 con Las Horas, en un lapso temporal diverso en el que la etiqueta “Poesía de la experiencia”, impulsada sobre todo por un grupo de creadores de Granada, se hacía santo y seña de la poesía realista. Pero la escritora murciana estaba decidida a construir un sendero singular y alejado de alojamientos críticos gregarios. Ese es el material que forma la textura de Avivar el fuego, una amplia selección de textos que pertenece a todos los libros editados hasta la fecha y que se completa con algunos inéditos. Están representadas más de tres décadas de escritura que Dionisia García resume en un sereno liminar. No pasa inadvertido para la poeta y aforista el ritmo sosegado de publicación; los poemarios salen espaciados, como si la urgencia editorial se soslayara ante la enriquecedora visión de la naturaleza, los retratos de interior o la profundización en las obsesiones más íntimas, que rozan la existencia diaria. Dionisia García defiende que la poesía es una moral, en la que las palabras llegan hechas contenido y verdad; y desde esas coordenadas se enfoca con humildad el quehacer de Aurora Saura.
  El aserto Avivar el fuego incide en poner luz a lo diario a través de las palabras; los versos adquieren una cristalización luminosa, capaz de desplegar tonalidades nuevas en los grises y apaciguar las sombras. De esa necesidad de nombrar también se nutre el poema inicial de Las horas: “Siempre necesitando las palabras./Como si no bastaran / los pensamientos, los gestos, / la mirada /mis manos / el silencio”. Es una composición que hace del decir despojado una coordenada expresiva; los poemas no describen si se aliñan con aderezos retóricos, son leves pinceladas de las realidades y sus mutaciones, como estados de ánimo, que también contagian al entorno próximo; el mundo parecía bien hecho, como si fuese un sueño que no hubiese amanecido todavía.
  El tiempo se hace indeclinable material del canto. Solo el transitar hace al sujeto una geografía sentimental que da cabida a las grandes palabras que nos pronuncian y van rompiendo en frágiles fragmentos las sombras de la noche.
  De 1991 es el poemario De qué árbol cuya sensibilidad contagia una cercanía emotiva hacia la naturaleza. Su abrazo aloja y llena los sentidos, es fuente de emoción y de conocimiento. Pero la identidad responde también a otros núcleos argumentales: la amistad, el referente cultural –ya presente en el primer libro, en la evocación a Holderlin-, la música, la nostalgia, o esos elementos que van mudando ante los ojos en los ciclos estacionales.  El poema tantea el declinar existencial hasta descubrir, y qué nítido se oye el magisterio de Jaime Gil de Biedma, que la vida iba en serio. Así llegan los trazos de Retratos de interior  (1998) que entrelazan recuerdos y sentido elegíaco. Se recupera el paso rumoroso de los días de infancia y la intrahistoria del niño amaneciendo a la grisura en un entorno de silencio y soledad, dispersando su ilusión todavía sin mácula entre los escasos juguetes. Los recuerdos perduran como frutos caídos en el árbol del tiempo.
   En ese devenir de la materia, que alteran mutaciones y olvidos, solo el propósito de ser una brasa encendida, unas palabras de desolado amor que impregnan las palabras de fuerza emocional: “Arded, corazón, arded, / que yo no os pueda valer”. Como si la conciencia embebida en el tránsito diario supiese que todo es silencio, salvo el amor que justifica y se mantiene ileso, como una luz que expande su belleza.
  La antología deja en su avance una sensación de continuidad, de camino pautado en el que los argumentos salen al paso como si desplegaran los previsibles centros de interés, las ventanas de una casa poética intimista y cercana, cuyos vanos comparten el paisaje abierto de la confidencia. En los primeros poemas de Tocamos tierra la voz se hace más reflexiva, como si buscase sentido al vuelo de las palabras. En los títulos se percibe la carga conceptual: destino, la eternidad, presagio… como si el estar fuese solo la ausencia de los gestos de quien camina por dentro, con los trazados pasos del pensamiento.
  Con voz de mujer, la palabra reviste una reivindicación de ese papel femenino en el devenir. Su grito suena fuerte en “Entre mujeres” para que el largo itinerario, asumido en la historia, necesitase consolidar un deseo de voluntad, fuerza y espera. En los versos, el afán de ser libre, superando la desolación del fracaso.
   La leve brisa del haiku y su capacidad para acoger matices temporales conforma el apartado Mediterráneo en versos orientales, una entrega fechada en 2014. El marco geográfico es sobre todo un entorno cultural cuyo aliento ha permanecido indeclinable sobre la destrucción y el afán transitorio. La estrofa es mano tendida al sosiego natural y a sus elementos armónicos, que abren las manos a una percepción sinestética.
   La voz de Aurora Saura mantiene un tono activo que permite oír el paso de nuevas entregas, de las que se anticipan algunos textos en Poemas últimos. En ellos la determinación de seguir continúa con una mirada cercana, que hace del poema espacio dialogal y epitelio emotivo. Quien escribe pone en el tiempo un gesto de tender la mano al frío. Aviva el fuego para que suenen leves en la atardecida unas pocas palabras verdaderas. 


  

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