Para tener casa hay que ganar la guerra Joan Margarti Traducción al castellano de Josep M. Rodríguez Austral, Editorial Planeta Barcelona, 2018 |
EL SUEÑO DE VIVIR
Después de tantos poemarios escritos, es innegable resaltar la
vinculación que existe entre la biografía personal de Joan Margarit (Sanaüja,
1938) y el espacio ficcional de su trayecto poético. El catedrático de Cálculo
de Estructuras y arquitecto es un poeta mayor, una hipotenusa esencial que une
vértices y expanden magisterios entre las generaciones más jóvenes; un poeta de
puentes porque su escritura bilingüe constituye un patrimonio cultural
perdurable; Joan Margarit escribe en catalán, su lengua de origen, el idioma de
la memoria y de las emociones; y en muchas entregas él mismo ha versionado los
poemas al castellano, con el cuidado de trascender lo literal para construir
un poema nuevo. Aquí es responsable de la traslación al castellano el poeta y
ensayista Josep M. Rodríguez, profundo conocedor del legado lírico de Margarit;
por lo que la lectura tiene un fraseo rítmico muy natural; se preserva el matiz en el que, de cuando en cuando, llega el rumor sugerido del
poema.
El broche narrativo Para tener casa hay que ganar la guerra no es la primera inmersión en prosa del
escritor; en casi todos sus conjuntos versales una nota de autor, como prólogo o
epílogo, trazaba coordenadas esenciales, ese hilo argumental que nace dentro
del contexto histórico que enmarca en su justo significado el poema. Los textos
del autor son incisiones necesarias que invitan a una lectura más profunda del
yo poético. Además Joan Margarit escribió en 2009, un año después de que
obtuviera el Premio Nacional de Poesía, Nuevas
cartas a un joven poeta, ensayo epistolar que toma como modelo el conocido
libro de Rainer María Rilke en torno a la realidad estética de la escritura y
su asunto argumental.
La cronología vivencial del libro integra tres etapas vitales: infancia,
adolescencia y primera juventud. Pero el escritor, antes de focalizar su
amanecida el día 11 de mayo de 1938, en plena contienda fratricida, reconstruye
la genealogía de sus progenitores. Rehace la secuencia temporal de los abuelos
a partir de un dietario de su madre y de algunas fotografías. Esta pobreza de
recursos concede extrema importancia al material de la memoria y a su capacidad
de comprensión de por qué este legado evocador se ha mantenido ileso en el
devenir. De los orígenes surgen los lugares de procedencia de los abuelos
maternos, La Cala, en el Delta del Ebro, y las geografías perdurables de Sanaüja y
El Vallés, sitios originarios de la abuela y el abuelo paterno.
Se describe con una voz lejana. El poeta recuerda que la indiferencia es
una estrategia de ocultamiento para disimular el rechazo de nudos sentimentales
que no sabe deshacer. El testimonio objetivo es ejercicio de supervivencia, una
pared que resguarda y deja la impresión de gente adusta, de supervivientes de
un espacio temporal de extrema dureza que marcó el temperamento familiar. A
veces se manifiesta en un pronto fuerte y violento, en una encendida alteración
de ánimo y rudeza seria. Joan Margarit se pregunta si esa carencia para
expresar los sentimientos afecta a su poesía. Cree que es una fuerza oscura que
define la pérdida, el verdadero punto de partida de sus poemas.
Si La Cala, en el Delta del Ebro, ahora denominada Ametlla de Mar como
relevante núcleo turístico catalán, es un enclave extraño y alejado, Sanaüja,
en la Segarra, es la casa del padre, el hogar que refugia desde que el niño
tuviese cuatro o cinco años y en el que permanece todavía, en el mirador
sosegado de la madurez, ordenando recuerdos. La evocación adquiere sólida
densidad al convertirse en el relato de un diario de guerra, cuyos personajes
no son desconocidos en la obra poética: tío Lluís, el padre oculto y desertor,
habitando una cabaña de Sanaüja, el ruido tenebroso de los bombardeos en el
cercano frente de Aragón y el nacimiento del poeta en 1938, en ese clima atroz,
como si la gravedad de la situación testificara, lóbrega, que la vida iba en
serio. Las circunstancias extremas constituyen un patrimonio de fuerte anclaje:
la madre aguanta sola, el padre huye a Francia y retorna por San Sebastián,
donde cae prisionero y es encerrado en el penal de Santoña; todo el sosiego se disgrega para afrontar una posguerra de penalidades, donde la
derrota es respiración diaria.
Los cambios de domicilio familiar -Sanaüja, Rubí, Girona, Barcelona,
Tenerife…- acentúan la sensación de soledad y ensimismamiento. El yo se
convierte en un espacio interior y cerrado. La comunicación con los otros
muchachos es frágil, provisional, y no establece lazos de pertenencia al grupo,
más allá del tiempo escolar. La realidad no cambia mucho en el inicio del
bachillerato porque la ausencia de los padres es una constante, como lo es la
dependencia de los abuelos, o el incremento de la autonomía personal que
transforma lo diario en aprendizaje y descubrimiento; las sensaciones tejen un
orden personal interno en la conciencia individual. El desarraigo acentúa la
madurez.
La mudanza familiar a Canarias adquiere una fuerte valoración en la
memoria. Los recién llegados despliegan rechazo y desconfianza hacia el
entorno, como si percibiesen de continuo un contraste con el lugar de origen y
un sondeo incansable en la añoranza. Es un tiempo para estar de paso, que solo
encuentra justificación en lo laborable; pero los personajes son permeables al
ambiente y al regreso son otros, como se lee en abundantes composiciones del
poeta.
Para tener casa hay que ganar la
guerra configura la evocación del yo como un intento de comprenderse a sí
mismo. Los lugares por donde camina pertenecen a la memoria y están llenos de
personas y elementos reales ubicados en otro tiempo. Constatan la existencia
como un complejo trazado de itinerarios, con abrumadores vínculos sentimentales;
con referencias íntimas como la abuela en la infancia, y Joana –la hija- en la
vida adulta. De esos recuerdos emana una visión poética que busca en su enunciado narrativo un
equilibrio entre amor e inteligencia, la verdad que trasmite el destino
aceptado del poeta. Las palabras sin voz de quien no se planteó nunca que su
vida pudiera ser otra.
Margarit es un poeta poderoso cuya poesía abunda en la rehumanización necesaria. Yo estuve en la Alnberti, amigo y tengo su libro. Barato y valioso a la vez.
ResponderEliminarAsí es Paco, a mí me parece uno de los esenciales en este tiempo de tanto gregarismo y corrección. me alegra que tengas ese libro; ya te comenté que no pude ir ese día y que el poeta llamó al día siguiente para enviarme el libro a casa. Un detalle que dice mucho de su amistad. Fuerte abrazo.
EliminarReseña interesantísima, como siempre, la que haces del libro de Joan Margarit José Luis.Me encanta su Poesía. Me pregunto por qué no es el propio Margarit el que traduce al castellano su libro.También quería preguntarte si es una biografía o autobiografía al uso.
ResponderEliminarGracias por compartir y feliz semana amigo José Luis,
Abrazo!
Querida Sandra, ya sabes que para caminar en poesía es necesario el suelo limpio de otros magisterio. Como Joan Margarit. Fuerte abrazo agradecido.
ResponderEliminarRehumanización de la poesía.
ResponderEliminarSiempre me he identificado con los poetasque, en su obra, nos muestran ese lado de la poesia( tan diversa por otra parte) Recuerdo que Rafael Morales mientras me contaba una historia relacionada con su amistad con Miguel Hernández, me decía: "Había, en los cuarenta, que rehumanizar de nuevo la poesía"