"Antes de arrojarse al mar, la señora Brown fue a misa" Yolanda Delgado Ediciones Baile del Sol, Colección Sitio de Fuego Tegeste, Tenerife, 2018 |
INCIDENCIAS
La escritura de Yolanda Delgado (las Palmas de Gran Canaria, 1957)
fortalece un fuerte perfil literario que elige como estrategia más recurrente
el relato. Con Estudios en Publicidad, Relaciones Públicas, y un quehacer
laboral relacionado con la televisión y la gestión editorial, firmó en 2016 la
compilación de relatos Puro cuento.
Aquel volumen difundía un ideario ficcional basado en el realismo, pero siempre
atento a sorprender el lado onírico de lo real, esos espacios de líneas difusas
que amplían las apariencias sensoriales con líneas de sombras.
Abre su nueva entrega,
también integrada en el catálogo de Baile del Sol, el relato que da título al
libro “Antes de arrojarse al mar, la señora Brown fue a misa”. El aserto
enunciativo corresponde a un verdadero titular de prensa que siembra su
significado entre la sugestión y el absurdo. Con él arranca su cuaderno de
viaje por esta travesía argumental que deja entre las manos el sabor agrio de
la convivencia. El itinerario de pareja tiende a la marejada y a una fuerte
erosión de identidades que van minando el afán de seguir y convierten a los dos en ramas solitarias y desgajadas, quemadas por la intemperie.
Si en el relato inicial, la autora emplea el tono objetivo del narrador
en tercera persona, la cercanía ficcional se acentúa cuando emplea el lenguaje
directo del testigo. La estrategia permite percibir en el relato afinidades con
lo biográfico, como sucede en “Cuando una tortuga y Primo Levi
me salvaron”. El cuento adquiere la apariencia de un diario autobiográfico que
introspecciona los baches diarios. Las secuencias textuales “son
brochazos dispersos, pienso. Un cuadro de impresiones, la estela que dejan los
días tras de sí, la vida en un collage,
sin trama ni final, como los cuentos de Chéjov”.
El engarce narrativo contrasta asuntos argumentales y registros formales
dispares para que se preserve de manera intacta el interés del lector; así se
yuxtaponen cuentos líricos, como el de “¡Penélope no corras!”, donde la carga
sentimental trasciende el relato de iniciación al desamparo; o la prosa casi
ensayística de “El Efecto mariposa en la psique humana” que parece extraída de
un informe científico. Junto a ellos el relato breve que hace de la ironía el
chispazo final, que alza vuelo en el cierre, o ese monólogo interior de “Solos”
que me parece uno de los mejores del conjunto. En él, un yo indagatorio repite
las acciones aleatorias de lo rutinario mientras hace por dentro un repaso,
casi balance, de su relación sentimental en el tiempo. Queda en su
desembocadura un estado de extrañeza que solo concluye cuando la
química de alguna pastilla convoca al sueño.
Junto al entrelazado de la pareja, otro venero fuerte del libro es la
voz del recuerdo. Regresa como un bumerán aquella sensibilidad desplegada de la
niñez, cuando todavía era posible la claridad del sol de mediodía. Un
paréntesis existencial capaz de alojar la transición diaria entre los renglones
de la cartilla Palau, o corregir torpezas con goma de borrar. Ejemplos de
estos fragmentos cristalizados de lo autobiográfico son cuentos como “El bello
durmiente”, “La cartilla de leer” o “Exploradores del aire”.
La diversidad alecciona. Hay humor, ironía, recuperación de la memoria
histórica y del anecdotario cultural, leves microrrelatos y una entrevista
apócrifa a James Joyce, que puede leerse como una entrevista al taller creativo
en el que la escritora nos deja una buena pincelada de aseveraciones del máximo
interés: “Lo corriente de la literatura nos conduce a la vida corriente. todo
es vida y lenguaje… Lo que importa es cómo se cuenta la historia. las emociones
que eres capaz de trasmitir”.
Yolanda Delgado añade al relato una visión rica y plural. Convierte al
cuento en un espejo humedecido que muestra los difusos contornos de la
existencia. En su superficie proliferan, como elementos de un escaparate, las
asimetrías. Hay sitio para el trampantojo de algunos sueños y esa
búsqueda del mañana en la que cada identidad quiere participar. Todos somos aleatorios
transeúntes en el afán inútil de una vida perdida.
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