Un lugar difícil Karmelo C. Iribarren XL Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla Visor Libros Madrid, 2019 |
AL ATARDECER
Miramos en silencio las formas simples de lo
cotidiano. Si cerramos los ojos, expanden sensaciones de inercia y quietud.
Están ahí, casi inadvertidas, moldeando un tejido aleatorio de mutaciones,
desgastes y monotonía. Es en ese estar donde el asombro de lo insignificante
se hace nota discorde en los pentagramas de la percepción. Delante del
observador, una anestesiada realidad dispuesta a la mirada aprensiva mientras
nace la luz, como si alguien pulsara el interruptor y abriese una brecha de
claridad. La realidad entonces se trasforma en paisaje interior.
Así
nacen muchos de los argumentos de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959),
cuya obra completa –salvo el madrugador cuaderno Bares y noches (1993)- se integra ya en el imprescindible catálogo
de Visor; Poesía completa (1993-2018) corrobora
que el corpus lírico es un recorrido repleto de aciertos dentro del panorama
poético contemporáneo, que sigue creciendo fuerte.
Con sus poemas más recientes, compilados
bajo el epígrafe Un lugar difícil, el
escritor consiguió el XL Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla. En ellos deambula un personaje de
mediana edad, sosegado y reflexivo, que justifica esta cita de Antonio Machado:
“…El sol murió… ¿Qué buscas, poeta, en el ocaso?” La madurez vital deposita en los textos otro
yo biográfico, un hombre tranquilo que acomoda el deambular a la temporalidad.
La pericia existencial exige un impulso de aceptación que obliga a sentir lo
cotidiano como presente continuo. El alter
ego ha aprendido a habitar la soledad: “Hace tiempo que decidí quedarme al
margen / de un tráfago de gentes y de ideas / que no me dicen nada, / en las
que no me reconozco. “. (P. 14). El
periplo singular avanza hacia la última costa y eso convierte el hecho de vivir
en un refugio cercano, en el que a veces, sobrevive una plenitud desconocida.
Al alcance de la mano duerme un entorno desapercibido, hecho de singularidad y
momentos únicos que se idealizarán después entre los pliegues de la memoria. En
los recuerdos vuelven los escenarios del Barrio Viejo con tus rostros
familiares, sus rincones umbríos y su anecdotario de la contingencia, esos destellos
de vuelos ligeros que pasan rozando el aire.
La inercia de cada amanecer parece un
reiterado ejercicio de hipnosis para profundizar en el fracaso. El sujeto
esperanzado deja sitio a “un tipo descuidado, huraño y pesimista” adentrándose
en el otoño. Pero no se ha perdido el deseo de abrir puertas al asombro. Quien reflexiona confía en descubrir el misterio de la existencia, ese lugar donde el
sueño alza espejismos que ocultan el camino de vuelta.
Algunas anécdotas subjetivas dejan el campo
abierto al encuentro con las indagaciones críticas más transitadas en la
práctica poética de Karmelo C. Iribarren: el carácter autobiográfico y la
indiscutible base realista del espacio lírico. Se recupera la figura del padre,
muy pronto ausente en el proceso vital del escritor, que ahora inspira una
“Carta al padre”, como si todavía fuese posible responder a la inocencia del
niño perdido en el tiempo. Y persisten la lluvia, los domingos, las mujeres y
esas dudas de costumbre, como perennes acompañantes de la soledad
diaria: “Me pregunto / cuántos volverán a casa / sólo / porque no tienen / otro
lugar a donde ir”.
Se ha resaltado siempre el propósito formal
del poeta y su querencia por el texto breve, que resuelve su nudo semántico con mínimos elementos y con un final hondo y sugerente, que suena casi con la
fuerza conclusiva del aforismo. El poeta rompe en la última composición esa
norma escritural para cerrar el libro con un poema de inusual extensión que,
por sí solo, es un apartado. bajo el epígrafe “Ya lo veo acercarse”. La
personificación del tiempo otoñal, como un hombre común que tiene llena de
fantasías la cabeza y regresa a los sitios de siempre, es un techado contra la intemperie hecho de emotividad
y fuerza sentimental.
La poesía de karmelo C. Iribarren es una
refutación del aburrimiento. Invita a conocer la realidad con la mirada de un
observador que descubre un proceso fenomenológico de causas y efectos y un
íntimo abrazo entre vida y escritura. Singular
y reflexiva, en los poemas de Un lugar
difícil el valor perdurable de una filosofía que expande su luz sobre el barro salobre del discurrir. Poesía machadiana que suena como un borbollón de agua clara.
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