sábado, 3 de agosto de 2019

RARO

El yo fragmentario
Fotografía
de
Internet

RARO

El hombre ama la compañía,
 aunque sea la de una vela encendida

G. C. LICHTENBERG

   Cuando niño, mis días solían agarrarme a las ramas del ensimismamiento. Era un ser silencioso y ausente, como quien levita en el espejo. El maestro insistía en llamar mi atención con aspavientos teatrales, hasta que reconocía lo inútil de su empeño y proclamaba en voz alta su decepción: yo era un raro, una extraña  cabeza pensante, empeñada en plantar rosales árticos.
   Indeciso y sin brújulas, siempre con la perenne compañía de mi escueta sombra, yo regresaba a casa. Solo mi madre mostraba desacuerdos con el juicio afanoso del maestro. Me abrazaba fuerte y alborotaba alegre mi flequillo. Después se perdía en el mediodía incierto de lo diario o pasaba las horas en el patio buscando pétalos, esos trozos callados de mi yo fragmentario que buscaban una identidad.

(De Cuentos diminutos)






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