La periferia del deseo Daniel Zazo Editorial Páramo Valladolid, 2019 |
LA HOGUERA Y LA CENIZA
La poesía abulense más joven, llamada a renovar el poso generacional de
escritores imprescindibles como José Jiménez Lozano, Jacinto Herrero Esteban o
Gaspar Moisés Gómez, se concreta en unos
cuantos nombres entre los que sobresale Daniel Zazo (Ávila, 1985), cuya entrega
de presentación Que ardan los fuegos amaneció
en 2017.
Poeta, miembro del Consejo de redacción de la revista El Cobaya y profesor en ejercicio, Zazo compilaba
en esa carta de presentación textos de casi una década de escritura que tenían
como núcleo temático el fuego. El elemento matérico aglutina germinación y encuentro, formas
abiertas y sensaciones de intensidad o carencia en un libro de amanecida, donde
resaltaba el carácter orgánico y unitario.
Su segunda entrega, La periferia
del deseo recuerda en su título, y lo refrenda la nota de contraportada, al
poeta sevillano Luis Cernuda, quien hizo del concepto un espacio de espera
confrontado con la realidad. La sombría existencia anula la dicha y hace del
ideal una imagen desangelada de contornos borrosos. La cita de entrada clarifica
la condición del sustantivo con unos versos del poeta y cantautor Luis Eduardo
Aute: “Deseo es el surco que deja una estrella, / deseo es espejo, deseo es
enigma, / deseo es el beso de signos contrarios”.
Daniel
Zazo, ante un paso argumental tan proclive al enfoque emotivo, ubica su
discurrir poético en la media distancia y añade a la experiencia personal un
amplio sustrato culturalista para trazar las coordenadas situacionales: “Es en
los límites donde el deseo se origina, / donde se encuentra su unívoca razón de
ser. / Atrás dejó páramos y jaulas de nieve, / la enigmática frialdad de las
estatuas / que habitan las desiertas plazas de De Chirico / y las miradas
ausentes, casi huidizas / de los desnudos sonámbulos de Delvaux…” Pero muda de
perspectivas para abordar un enfoque apelativo frente al yo desdoblado que
muestre la razón de la escritura: el poema es un espacio atemporal; abre su
territorio a una extensa reflexión sobre imágenes y conceptos, sobre esos hilos
de azar que convierten cada estar en la acera diaria en un carro de heno, una
carga de vivencias que deja contemplar
al paso cómo el deseo muda con el tiempo, se hace desolación y ruinas.
También la pintura, tras los pinceles de Bernini, corrobora la condición
temporal de la carne y su rastro de nieve. Eso no anula la atracción de la
belleza y su fuerza para despertar el tacto del delirio corporal convocado por
el fogoso resplandor de la hoguera. Poco a poco el poemario va gestando una
erótica cuajada de imágenes, desde ese afán implosivo y germinal de quien
siente la llama hasta la atmósfera onírica de la representación pictórica, los
poemas van estableciendo equivalencias. Así se fortalece un cuerpo verbal
–terremoto, temblor, delirio… - de resplandor y estrépito que halla en la
caligrafía del poema su razón de ser.
En ese fluir de sensaciones, las palabras se convierten en refugio donde
habita la claridad del amor. Cada lugar o cada paisaje escenifica una ´´intima
representación de los cuerpos”. De igual forma que esas miradas plásticas que
interpelan desde el muro de los museos, porque contienen una expresión del
tiempo detenido, el cauce lírico propicia un nuevo principio en el que se
definen las señales inequívocas del amor para colonizar con su fuego un extenso
perímetro en el que se define la suprema identidad del deseo: “Eres todo
aquello que arde y jamás se consume”. Daniel Zazo, como esas ondas que ponen relieves expandidos sobre la
quietud del agua, hilvana un libro cuajado de estrategias discursivas, que
aglutina un amplio campo de definiciones en las que también se evoca la cálida
experiencia personal en torno a la consunción del deseo. Con él relaciona
palabra y respuestas reflexivas a ese punto ciego que anula la razón, pero
también a esa pulsión que aspira a poner calor en la frialdad de las estatuas,
a caminar por el vértigo para que la rutina encuentre la luz que sobrevuela en
la fugacidad de las cosas, que hace del ideal una razón de vida.
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