Hijos de la bonanza Rocío Acebal Doval XXXV Premio de Poesía Hiperión Ediciones Hiperión Madrid, 2020 |
ENCUADRES DE
CLASE MEDIA
En su primera entrega Memorias del
mar, editada por Valparaíso en 2016, Rocío Acebal Doval (Oviedo, 1997)
dejaba sencillez, eficacia expresiva y un pálpito natural en su manera de asomarse a una realidad
existencial mudable, enraizada en los contextos plurales de lo cotidiano. Su nueva
propuesta amanece con el refrendo del XXXV Premio Hiperión de Poesía. En el umbral del poemario, un hermoso verso de la olvidada poeta Ángela Figuera Aymerich: “No podemos
seguir con las almas al aire”, al que acompaña el impulso textual de otros dos
nombres propios, José Emilio Pacheco y el joven poeta Mario Vega, editor de
Maremagnum y promotor de algunas publicaciones colectivas a las que el arranque
literario de Rocío Acebal Doval ha estado unido.
Como un fogonazo iluminador, comienza Hijos de la bonanza con
una cálida estampa generacional, de raíz machadiana, cuyas raíces despliegan una
geografía referencial que aglutina
esperanza, futuro y decepción; ese tiempo que bajo la fronda conceptual de
internet cobija una generación que sale a un mundo complejo, donde las nuevas
tecnologías y las posibilidades educativas, en absoluto garantizan un futuro
habitable.
La textura poética de Hijos de la
bonanza opta por la narratividad del poema breve y por un verso reflexivo
que constata, sin exhibiciones sentimentales, algunas de las carencias del
ahora: los persistentes tics patriarcales, el discurso asumido del conformismo,
los vínculos con el entorno, o la incertidumbre del sujeto discursivo ante la
polifonía de la realidad.
La renuncia a cualquier verbalismo grandilocuente establece un aporte
evocativo que convierte al hablante lírico en un personaje cercano. Las
confidencias del yo femenino combinan en sus mínimos
fragmentos reflexiones, intenciones más o menos subversivas –siempre desde ese
umbral pequeño burgués de una clase media que se mueve entre la aceptación y la
crítica- y las incertidumbres fluctuantes del estado de ánimo de quien carece
de algunas respuestas: “La conclusión es fácil: / no vamos a vivir / mejor que
nuestros padres pero al menos / sabemos que podremos resistir “. Desde el
aparente conformismo de quien acomoda su discurrir existencial a los parámetros
que dicta el ahora, germina una conciencia de rebeldía pendiente que va copando
todo el espacio personal.
La presencia de muchos detalles de la vida cotidiana recuerda a la
poesía de Philip Larkin, uno de los magisterios esenciales del intimismo
figurativo, junto a otras raíces fuertes como Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Luis Alberto de Cuenca, Víctor Botas o Luis García Montero. Los gestos de lo doméstico son un sustrato germinal de muchos
poemas, como si fuesen una manera de conocimiento personal. Generan una
introspección en la que sentimientos y reflexiones dialogan en la paradoja y la ironía, unas estrategias expresivas que sirven a la vez para mitigar la queja personal y dejar un matiz de ternura en la estupidez colectiva, tanto en la que sobrevuela las relaciones sociales y sentimentales como la que se cobija en la egolatría sin tregua de la vida literaria.
Los encuadres poéticos de Rocío Acebal Doval ofrecen una focalización
limpia del estar transitorio. Sin distorsiones, tienen en la claridad de su lenguaje
los signos escritos de una realidad sugerente por su profundidad de campo. En
ellos habita un sentimiento de extrañeza en el que se dirimen disoluciones y
expectativas, esos ámbitos cambiantes de lo diario que cuestionan la condición
de ser hijos de la bonanza y el progreso. Un hermoso libro en el que se confunden literatura y vida, en que se afronta la certeza, como escribiera Luis García Montero, de que también los sueños se corrompen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.