martes, 8 de febrero de 2022

RODOLFO SERRANO. EL FRÍO DE LOS DÍAS

El frío de los días
Viejos tangos encontrados en una maleta
Rodolfo Serrano
Prólogo de José María Sanz, Loquillo
Ediciones Hoy es siempre
Madrid, 2021  
 

EL FULGOR DEL TIEMPO


   Se me permitirá que retarde un instante la mirada crítica sobre el quehacer poético de Rodolfo Serrano (Villamanta, Madrid, 1947) con un mínimo anecdotario personal. A pesar de los muchos amigos comunes, de mi admiración por su trabajo periodístico en El País, en la etapa más sobresaliente del medio de comunicación, y de la presencia de sus letras en la voz de cantautores que escucho con frecuencia, conocí al poeta en persona hace muy pocos meses. Coincidimos en Madrid, en un encuentro gastronómico organizado por Juan Antonio Mora Ruano que resultó, como suponía, un relato enunciativo, pleno de afecto y complicidad. En él normalizamos, con la incansable generosidad de Juan Antonio, las muchas afinidades que enlazan nuestras maneras de entender las cosas.
  Poco a poco, he ido hilvanando el perfil poético de Rodolfo Serrano. Sumo lecturas hasta llegar a su última ventana al sol, El frío de los días, subtitulado con un explícito aserto de orientación “Viejos tangos encontrados en una maleta”, que arranca con un texto introductorio de José María Sanz (Loquillo).
   El músico firma “El incendio en Lisboa”, un texto introspectivo que tiene el aire de un relato de serie B, esos que integran las ideas con un deje de perdonavidas, con el son canalla de quien habita la esquina del escepticismo, tras haber regresado de todos los viajes, y que siente una nostalgia crepuscular de lo no vivido. Loquillo habla del amigo, de su estar afectivo, de su devoción por una poesía habitable que comparte recuerdos y melancolías y que hace de la rutina una dulce derrota.
   El recorrido poético, con ese trasfondo musical del tango que tanta cadencia melancólica deposita sobre las aceras del presente, comienza con una composición con ecos de Blas de Otero, titulada “Testimonio vital”. Sus versos están ligados a una estética realista, comunicativa y experiencial que amalgama intimidad y reflejos colectivos. La escritura moldea el personaje verbal como una presencia hecha de sueños frustrados, pero capaz siempre de hacer del corazón el último refugio inexpugnable. La evocación del discurrir pretérito por la infancia configura abundantes composiciones que dan al poemario un subrayado autobiográfico. La sobria reflexión sobre el tempus fugit va modulando los pasos en la edad de la inocencia y el despertar de los sentidos, cuando todo era comienzo y senda abierta, junto a nítidas vigas sentimentales: el padre, el abuelo “con su olor a vejez y retama” y esa gente del barrio con la que compartir la callada solidaridad de la pobreza.
  En la generación del poeta tiene una manifiesta connotación histórica la posguerra; ese ambiente sombrío del régimen vencedor y su estela de derrotados. Una sensación de fragilidad y penumbra alienta poemas como “Los comunistas” o “Miedos antiguos”. Persiste en las palabras la gratitud, a los que lucharon para mantener viva la llama de esperanza, o ese terror antiguo a la autoridad oficial, siempre ejercida sobre los más desvalidos. Las composiciones van naciendo en los ángulos muertos de la vida cotidiana que, de pronto, dejan la estela luminosa de persistente evocación en la que regresan el pueblo, los veranos, o los viajes entrañables como el que se cobija, con la figura de Antonio Machado en la retina, en el poema “Soria fría, Soria pura”. No es el único itinerario que recorren los pasos de la escritura, cuya cartografía aloja nombres propios como Lisboa, Ushuaia, Moscú, o ese Madrid con lluvia que deja en primer plano el afecto literario a la poesía de Karmelo C. Iribarren (una de las afinidades expuestas en el inicio de esta crónica lectora).
   El extraño ámbito creado por la pandemia es otro territorio semántico de El frío de los días en el que el poeta profundiza para reflexionar en las conexiones de sus significados con la conciencia. “Ante la fotografía de portada de El mundo“ denuncia con meridiana solvencia el amarillismo y la manipulación política de los efectos del coronavirus. El contexto de ensimismamiento y soledad no se ha borra en otras composiciones, como tampoco se borran los efectos erosivos en el propio cuerpo de la enfermedad y sus grietas. De esa llegada a otro tiempo que obliga a mantener en guardia viejos hábitos y a tomar la senda diaria con más sosiego.
 En El frío de los días, Rodolfo Serrano convierte el poema en territorio de posibilidad y reconocimiento del paisaje sentimental. Retornan instantes del álbum de la memoria, hechos de añoranza y luz dorada, cuyo color guarda de lo vivido un dibujo lejano, y con un vago gesto de extrañeza. Los pasos del yo que se mira a sí mismo, con la piel desnuda de la introspección, en la calle abierta del tiempo.
 
JOSÉ LUIS MORANTE


 
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.