Espuelas para qué os quiero Miguel Sánchez-Ostiz Pamiela Editorial, Poesía Navarra, 2022 |
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Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950) publicó su novela auroral Los papeles del ilusionista en 1982 y
aquella ópera prima tuvo decidida continuidad con otras ficciones, El pasaje de la luna, Tánger Bar, La quinta del americano, y La
gran ilusión, que consiguió el Premio Herralde de Novela. Los títulos mencionados
convirtieron al escritor navarro en vértice referencial de nuestra narrativa,
con reconocimientos como el Premio Nacional de la Crítica en 1998 por la obra
No existe tal lugar. Pero el taller
literario de Miguel Sánchez-Ostiz alienta un quehacer de búsqueda; su escritura
sondea estrategias expresivas como la biografía –sin duda, es nuestro mejor especialista
en el periplo biográfico y la obra de Pío Baroja- los diarios, las páginas autobiográficas,
la crónica de viajes, el ensayo, con hitos como No hay tiempo que perder, con el que obtuvo en 2010 el Premio
Euskadi de Literatura, la reseña en suplementos culturales y revistas, o la
escritura breve de difícil etiquetado crítico como Emboscaduras y resistencias, un libro dispuesto al nomadismo
temático que deja fluir al pensamiento a su libre albedrío para discernir las
incisiones y trazos que definen el paso del presente.
También el poeta tiene un rostro diáfano en los espejos de Miguel
Sánchez-Ostiz, desde Pórtico de la fuga, entrega publicada por Ámbito en 1979,
cuando ya declinaba la sensibilidad novísima que había sido casi ideario de dirección
única en los años setenta. El extenso caudal lírico está recogido en los volúmenes
La marca del cuadrante (Poesía,
1979-1999) (Pamiela, 2000) y Fingimientos
y desarraigos (2001-2017), edición de 2017 también en la misma editorial.
Prosigue al paso con el libro Espuelas para qué os quiero. El escritor
refuerza la voz propia con el ancho río de la tradición, recordando versos de
Luis de Góngora, César Vallejo, Cristóbal de Morales y Francisco de Quevedo,
solemnes magisterios que anudan el verso a un territorio de fuerza moldeando
una articulación existencial y reflexiva. La voz poética se interpela a sí misma
y busca razones para seguir el viaje. La poesía dialoga con el tiempo, sabe que
tampoco el olvido es inocente y mira entre las grietas de la memoria las deudas
pendientes. Al cristal diario se asoman los rostros cejijuntos de la inquietud,
esas rendijas que zarandean la calma o empujan a buscar justificaciones y vías
de escape en la expresión escrita, como si fuera posible diluir la guadaña del transitar.
El discurso lírico recurre a figuras de carga simbólica como Lázaro para
explicar “el olor a cenizas y penumbra de la propia identidad”; los días han
ido remansando su quietud entre quehaceres, confinando al ser en un largo
encierro hecho de “ruinas, frustraciones, vergüenzas, falsa sumisión, empeños
inútiles…” que exigen pedir revancha e intentarlo de nuevo, aunque ese vuelo a
cara o cruz repita resultado y nada quede después.
El protagonista versal amanece con la voluntad de ser sujeto activo de
una épica a trasmano; reclama sitio y destino. Vuelve la mirada a los trazos de
una existencia precaria; recuerda un tránsito donde solo va quedando la certeza
de haber vivido, como un superviviente en la superficie de la marea,
arrastrando también las decepciones de lo no vivido. Aparece así en el poema un
personaje de Washington Irving, el jinete sin cabeza, también llevado al cine
por Tim Burton, una presencia paradigmática para que niños y adolescentes se
enfrenten a sus miedos y temores. De igual modo, es un símbolo claro en el
poema como grafía de todo lo que no pudo ser e impone una atrabiliaria
persecución a la voluntad, quebrando la armonía de una existencia plena.
Las incontinencias de la vida social han sido un semillero de
insatisfacciones. Prima más el estar que ser; la voluntad del domador de
ratones que la construcción bien elaborada del artesano. Pocas veces la ciudad
de siempre ha tendido en sus calles un ámbito luminoso y respirable. El
laberinto urbano remarca, como un epitafio en vida, que el yo se esconde tras
la máscara cejijunta de la decepción.
Cuerpo central de la escritura de Miguel Sánchez-Ostiz es la mirada
crítica ante una moralidad a la intemperie. El poema “Empacho de uvas verdes”
es una sátira feroz a pícaros, delincuentes y comisionistas que alquilan patios
de Monipodio para medrar a su antojo y hacer de la hacienda pública un estridente
saqueo. Esa crítica también vuelve los ojos al espejo del yo para descubrir las
sombras que velan la identidad. Así sucede en el excelente poema “Miliario
negro”, que merece la pena reproducir al completo: “Cada día más lejos / del
que fuiste / del que no conseguiste ser / Cada día más lejos de ti mismo / Mudo
ciego desconocido / detrás de tu propia sombra / siempre en fuga”. El
pensamiento entrelaza desvelos entre una niebla espesa y crepuscular; sospecha
que su tiempo es otro pero que la queja es inútil, por lo que esencializa el
presente. No hay sueños ni utopías, sus difusos rastros fueron lejanas aves migratorias, rostros
indefinidos que se desvanecen en una lenta procesión de aparecidos.
En el contexto
gris y ensimismado de la pandemia, entre 2019 y 2021, fueron naciendo los
poemas de Espuelas para qué os quiero,
que merecen en la nota final de Miguel Sánchez-Ostiz una larga explicación de
referencias concretas, viajes, lugares e intenciones. Son ventanas para un
intenso balance reflexivo en torno al recinto murado del trayecto biográfico
personal y su variada meteorología de nubes y claros. Pero también del yo
social, del nosotros, que borra la sensación de ser tan solo islas humanas en la
fisiología renqueante de la historia. Un tiempo colectivo que muchas veces
merece sarcasmo y burla; una mirada crítica fortalecida por una larga tradición
de nombres propios, desde el barroco a la palabra remansada en música de Léo
Ferré o Carlos Gardel…
No quisiera terminar esta nota crítica sin subrayar el extremo cuidado
del poeta en la dicción. Emplea un vocabulario culto y clásico, de expresividad
germinal, capaz de añadir al poema una atmósfera de sensaciones, la
constatación de un tiempo en crisis donde es necesario apretar el paso y picar
espuelas. Hay que huir de tantos jinetes sin cabeza.
JOSÉ LUIS MORANTE
Gracias por tu extensa lectura.
ResponderEliminarSolo tengo de Sánchez Ostiz La Marca del cuadrante, pero buscaré este.
La obra de Miguel Sánchez-Ostiza es tan poderosa que no resulta extraño que solo sea conocida al completo por especialistas; su fecundidad no se apaga y es un privilegio ver cómo yuxtapone nuevas entregas sin bajar el nivel de exigencia. Muy recomendable esta nueva entrega de poesía y reitero gratitud por tu confianza lectora y tu afecto. Feliz día.
EliminarNo sé porqué salió anónimo mi comentario. Gracias José Luis.
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