Dios en la ría Estefanía González Prólogo de Jordi Doce Bartleby Editores Madrid, 2022 |
BARRO HELADO
La entrega Dios en la ría, de
Estefanía González (Grado, Asturias, 1970), prolonga la estela poética formada
por Hierba de noche (2012) y Raíz encendida (2014). Afianza un
recorrido que tiene presencia en la antología La noche y sus etcéteras. 25 voces alrededor de San Juan de la Cruz y
que suma también el libro de relatos En
sueños de otros (2021).
El poeta, traductor y crítico Jordi Doce se acerca a la lírica de la
asturiana con el prólogo “El sueño de la transparencia”, un lúcido sondeo donde
recalca como aspectos reseñables de los materiales poemáticos el epitelio
onírico y la correspondencia entre intuición del espíritu y profundización de
lo real, desde la experiencia del conocer. Resalta también la trabazón interna del
poemario en torno a la transparencia para crear una atmósfera envolvente en
torno a las coordenadas del tránsito vivencial, un camino donde concurren sensaciones
e imágenes, las hendiduras grises de los días que las palabras reconstruyen, en
una suerte de registro verbal que busca orden y sentido.
El comienzo, “Cuerpo desnudo del invierno” se abre con la composición
que proporciona el título del poemario “Dios en la ría”. El campo semántico del
poema se ajusta con destreza al asombro verbal de la metáfora: “la ría es una
cópula de sal”, “dios: ingles de mármol de sangre lenta”. El hablante lírico
expande una dicción confidencial y al
mismo tiempo dibuja un escenario que parece irreal y nos hace explorar el
significado del poema que concluye con un final de oscura incertidumbre: “El
dios niño blandido / como un hacha. El sol / amenaza el cosmos. / Se hincha la
ría, paisaje duro”. El entorno marino se convierte en marco de representación
de la memoria; conjuga evocaciones y búsquedas, los callados pasos de un niño
que se perdió en las grietas del tiempo.
Otro conjunto de poemas, entre los que se integran “”Cuerpo desnudo del
invierno, barro helado” o “Una aguja empezando por el hueso” incorporan al
cauce argumental las manifestaciones activas del dolor y el extravío en los
sueños. Estar expone al sujeto al desbordamiento de una intemperie interior:
“Dolor, / onda lila / 1ue penetra la materia / y rompe dentro / donde no hay
espacio…”
Los días de infancia hacen de la evocación un itinerario de retorno; un yo
pretérito está ahí, asomado a otro tiempo poco propicio a la idealización y a
los sentimientos diáfanos. Busca dentro, inventa su propio itinerario de claridad
y luz. Camina hacia atrás para observarse y percibir el manso fluir de la
conciencia. Queda así un escueto patrimonio de evocaciones, con mínimos hilos
de pertenencia: “Esto mío ¿qué es / Es ahora, las gotas en el cristal, / el
suelo mojado en la calle, / una luz anaranjada también dentro / y, en todo
caso, este silencio”, una confluencia de soledad y espera.
La sección final, “Cuerpo de padre” reflexiona sobre el cruce de
paisajes de la identidad que es al mismo tiempo presencia cercana, sentimiento
y extrañeza: “Este cuerpo de mi padre / es un campo de batalla”; la enfermedad
se percibe como un pálpito doloroso y matérico, capaz de acallar esperanzas y
mostrar su capacidad destructiva. La poeta emplea referentes bélicos que
convierten la enfermedad en una batalla, un combate entre contendientes que
postula un ominoso resultado final: “Una noche de negro aire / se vierte ahora
/ sobre este campo de mi padre. / Es dulce la morfina. / Regurgitan las tripas
/ del hospital”. Lo premonitorio se hace continua presencia; se apagan indicios
vivificadores; todo parece asumir un silencio definitivo, un cifrado campo
yerto.
En los poemas de Dios en la ría el
mensaje evocativo adquiere una importancia explícita; las palabras trasmiten la
militancia activa del recuerdo; recuperaran un horizonte temporal que asocia la niñez al entorno, ya lejano
sueño, marcado por las contingencias del presente. Este singular encuadre del
ayer se contrapone a un estar en el ahora que casi absorbe la enfermedad del padre y las
vibraciones de una conciencia abierta al secreto tangible de la muerte. En los
hilos de sol de la certeza se hace nido
la sensación de finitud y regreso, el lento deshacerse de la identidad.
JOSÉ LUIS MORANTE
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