sábado, 4 de junio de 2022

RAFAEL SOLER. LAS CARTAS QUE DEBÍA

Las cartas que debía
Rafael Soler
Prólogo de Ramón Hernández
El Ángel Editor, Colección Pluma
Quito, Ecuador, 2022
(Primera edición, Vitrubio, Madrid, 2011) 


EPISTOLARIO

 
  
   En abril de 2022, el Festival Internacional de Poesía (IM)Prescindibles, celebrado en la localidad madrileña de Moralzarzal con coordinación del poeta, editor y gestor cultural Álvaro Hernando, elegía a Rafael Soler (Valencia, 1947) como personalidad central del ahora poético, junto a Efi Cubero y Miguel Veyrat, por su excelso trayecto literario y por el expandido magisterio entre las hornadas más jóvenes. Este cálido reconocimiento se suma al balance vivo y renacido que aglutina la publicación de su poesía completa, reunida en el volumen Vivir es un asunto personal (2021), y el amanecer como libro exento de su último poemario Las razones del hombre delgado (2021). 
   El rescate de Las cartas que debía en el proyecto que dirige y coordina Xavier Oquendo Troncoso integra el fluir lírico de Rafael Soler en el ámbito latinoamericano y recuerda una etapa clave, un segmento temporal que aglutina los poemarios Los sitios interiores (Sonata urgente) Maneras de volver. Son las salidas iniciales y pertenecen a un momento de formación y búsqueda; son el refrendo de un ideario que mantiene una clara raíz vanguardista y un nítido desarraigo del convencionalismo de época. La etapa auroral despliega un mundo propio; mezcla en su quehacer expresivo la afectividad sentimental, el verbo irónico, asuntos argumentales que trazan exploraciones humanistas y en su aspecto formal fomenta el uso de metáforas e imágenes que plasman una dicción original y distinta, no exenta de hermetismo.
   Ramón Hernández firma la introducción “Caupolicán Soler”, un título sugerente que enlaza el vigor literario del valenciano con el valeroso caudillo araucano que resistió la conquista española del sur de Chile, en el siglo XVI. Desde la requerida admiración que despierta la individualidad de Soler y con un convincente aderezo cultural, el prólogo argumenta que la esencia de Las cartas que debía habita en un “revivir privado, descrito en clave, utilizando un lenguaje sobrio, medido, exacto, pleno de reivindicaciones tan secretas que, muy probablemente, nacen y mueren en el alter ego del poeta, que vive en él, como exclusivo confidente de sí mismo.”
  Se me permitirá añadir a la convincente argumentación de Ramón Hernández una mirada a la tradición; el título remite al género epistolar, una escritura que tuvo su plenitud en los siglos XVI y XVII y que se ha mantenido en el tiempo, ligada con frecuencia a la voz femenina, más proclive al intimismo y la enunciación a dos vertientes. En cualquier caso, la modalidad expresiva siempre requiere un destinatario explícito, un necesario receptor del discurso lírico que convierte la veladura subjetiva en caligrafía común.
   Rafael Soler organiza esta heterodoxa correspondencia poética en catorce secciones, en las que no faltan desdoblamientos del sujeto poético, mensajes colectivos o lejanías conceptuales que no tienen un destinatario concreto sino un enunciado reflexivo en el que depositar el magma intimista de la confidencia. Así, el primer envío “A un notario con el tiempo justo” hace del tú apelativo un yo desdoblado que dialoga consigo mismo sobre el tránsito temporal. Quien habla hacia dentro espera hallar en la mirada experiencia vital y lúcido desencanto, porque la realidad trastoca ilusiones e idealismos y aloja en la voluntad sendas de cansancio y distancia, de enfermedad e intemperie.
   El poema muestra la sensibilidad comunicativa del yo autobiográfico. Comparte soledad y ese estar perenne en el desconcierto, cerca de la locura, cerca también de los que no tienen a nadie y de los que como único patrimonio de bolsillo se reparten apagamientos y muertes diarias. Desde entornos complejos – el manicomio, un asilo, una cama de hospital… - van llegando mensajes que contienen el desgarro encendido de la decepción. Los hilos argumentales conforman estados anímicos en los que prevalece una ambientación nocturnal, una costa de sombras.
  Con fuerza admonitoria y vallejiana, el lenguaje muestra angosturas de frontera entre lo cotidiano y el discurrir onírico, mientras los pasos del discurso toman posesión de la incertidumbre. En su pluralidad temática, los poemas se hacen preguntas, clarifican siluetas del yo perdidas en el tiempo; emprenden sendas hacia callejones sin salida de los que nadie regresa, siguen el norte del corazón sabiendo que la vida es un péndulo que enlaza amanecida y ceniza.
   Conviene hacer del transitar un gesto de coherencia, un indicio del ser que guarda la memoria.  El insomnio se hace coordenada reflexiva. Desde esa percepción, cada amanecida contiene sus estratos de azar, ese golpe de dados que comparte deseos y hace del amor un destino tangible. Esa presencia viva que comparte el cincuenta por ciento de la almohada –Lucía- es la destinataria de muchas confidencias, como las que conforman el apartado siete. La reflexión existencial se acentúa en Las cartas que debía cuando el sujeto verbal dirige su mirada hacia el espacio interior, a esa zona íntima, impregnada por una intensa penumbra crepuscular: “Vivir es decidir / y todo error es tu grandeza / pues solo cuando llegas / das por cumplido lo vivido “.
   Las composiciones acumulan vivencias donde el entorno ratifica su estar; entrelaza sus manos en los transportes públicos donde aguardan los atascos, los encuentros fortuitos y esos asientos compartidos que acogen la presencia del otro. La percepción se esmera en rescatar evocaciones y preservar en la memoria los recuerdos del solitario bebedor. La ironía y el brazo en el hombro de la última copa dejan un perfecto trazado de soledad. Las cartas que debía cobija un largo soliloquio fragmentado. Sus poemas, con rotunda riqueza expresiva, roturan la tierra abierta del susurro para sembrar semillas paradójicas que contienen un intenso mirar introspectivo. El yo nunca cierra los ojos. Mientras busca un lugar donde quedarse, descubre que ha llegado a ese tiempo de finitud cumplida, lejos de cualquier impostura trascendente: “Saluda escucha templa el ceño / desenfunda cuidadoso los abrazos / has llegado / donde quiera que sea has llegado”
   
 JOSÉ LUIS MORANTE


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