martes, 24 de enero de 2023

ANTONIO CRESPO MASSIEU. EL DOLOR QUE AMAMOS

El dolor que amamos
Antonio Crespo Massieu
Bartleby Editores
Madrid, 2022


 HERIDA


 
  Con la poesía como norte de sus sendas creativas, Antonio Crespo Massieu (Madrid, 1951), licenciado en Filosofía y Letras y diplomado en Estudios portugueses, ha impulsado un trayecto plural, con estrategias expresivas como la ficción narrativa, la investigación literaria y la crítica. Así ha construido un cuerpo verbal que plantea campos estéticos marcados por la reflexión, el compromiso y la introspección biográfica.
  El libro El dolor que amamos difunde en su título una sensación paradójica: la necesidad de la herida para que no se pierda la implicación emocional; el dolor como garante dispuesto a despertar sensaciones, derrumbes y encuentros. También este ambiente de indagación interior se difunde en el paratexto que abre el poemario, donde encontramos citas de Albert Camus, Rubén Darío y Sarah Martín.
  El poema “El ángel de la piedad  y la luz” sirve de apertura para que deje marca en los versos la necesidad de una presencia ingrávida: “Este ángel sostiene el dolor del mundo, / es balanza de la historia, equilibrio del mal”. Con fuerte enunciado descriptivo, el poema visualiza un sugerente lenguaje plástico que acentúa los aportes sensitivos del cuadro pintado por Antonello da Messina.
   Antonio Crespo Massieu codifica los poemas en dos únicos apartados. El primero, bajo el aserto “El acróbata de la noche”, simplifica las formas del cuerpo asociando su textura a la nada. La presencia del ángel unifica escenarios aparentemente inconexos, donde persisten “hilos, hebras y filamentos del tiempo / perdidos en el sumidero de la historia”; así se integra lo vivido en el estremecedor silencio del transitar. Conviven en el poema dos historias que dan pie a un desarrollo coral. “Hiroshima-Nevers” apunta la demolición completa de Hiroshima como desenlace de la barbarie atómica y la historia mínima, personal, subjetiva, de una locura femenina, la muchacha de Nevers vejada por su embarazo y humillada hasta perder la razón.
   Los hilos argumentales conforman secuencias y escenarios donde la existencia se precipita hacia el acantilado del dolor y al terrible desgaste erosivo de la enfermedad, a pesar de ese ángel invisible y etéreo que sostiene el mundo. La muerte, las ruinas y la desolación están por todas partes; en “El hilo del tiempo” el ámbito del poema se traslada a un centro hospitalario y sus pasillos de agonía, donde conviven las presencias nítidas de la enfermedad y el dolor.
   Resalta en este apartado la concepción del poema como espacio abierto a las afinidades culturales. Resaltan referentes nítidos como Marcel Proust y Claudio Rodríguez que hacen posible en ese ambiente umbrío la celebración del verbo. Son permanencia frente a la fragilidad de lo diario porque crean la sensación de percibir alrededor un entorno de brotes renovados, un poco de claridad y tiempo recobrado. Y con ese edificio de la evocación, los gestos cálidos del recuerdo en la mujer amada o en las identidades que construyen su mundo en ese equilibrio inestable en el que conviven la realidad y el sueño. Así se palpa en el poema “Puourquoy Font bruit” que hace con las teselas de la historia un friso colorista, que enlaza secuencias del pretérito “como si tuviera la historia un hilo de luz / espacio común, un sueño pequeño, / un cumplimiento, una humana redención”. Se dibuja un discurso vivo que recuerda el desamparo de los que no están, pero cuyas cicatrices permanecen abiertas para que vuelvan el latido tenaz de lo sucedido y el oprobio, el temblor que merece memoria y redención.
  Un fragmento de Milo de Angelis define la segunda parte, titulada “Y quedan interrogados e imperfectos”. Sigue el empeño en hablar a las ocultas semblanzas de los ausentes para ratificar que nada sucede en vano y que en el hilo frágil de una lejana memoria, persiste el dolor, como una barca varada en la marisma.
  Cada despedida convulsiona la quietud interior de la conciencia. Llega al poema el recuerdo del padre, tras la muerte, o el intacto homenaje a Guadalupe Grande, como una restitución de su memoria que regresa, como retornasn, como repetidos gestos las palabras que nombran lo sucedido en el prisma oblicuo del tiempo.
  Otra composición recuerda el ángel de Federico y reconstruye su presencia en el aire detenido del piano, la música, el flamenco y la imagen viva de Granada.
   En la mínima nota de contracubierta escribe Manuel Rico que la poesía mantiene una función catártica y que su lenguaje preciso y envolvente “nos ayuda a entender las zonas más dolorosas de la conciencia y la experiencia, y a vislumbrar un mundo de luz contra la sombra”. Ese es el logro de El dolor que amamos, la conciencia de estar con los ausentes, la certeza de oír entre los pasos del silencio que la voz del dolor queda muy cerca.  

JOSÉ LUIS MORANTE



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