jueves, 30 de enero de 2025

ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY. EL PRINCIPITO

Sombreros y elefantes
Fotografía
de
Adela Sánchez Santana

 
 ANTOINE DE SAINT- EXUPÉRY



Para mis hijas, Irene y Ana,
que ocupan en las páginas de El Principito
el lugar exacto donde estuve.

Para Aarón, Asier y Luna,
en cuyas manos caben los libros grandes
de mi biblioteca.  
 
   Pasé mi infancia y adolescencia sin la rosa de los vientos de El Principito. Un asunto trágico que, seguramente, sea causa directa de tanta patología y de mi incapacidad manifiesta para distinguir sombreros y elefantes, onirismo y realidad porque, es sabido, que lo esencial es invisible a los ojos. No fue curiosidad intelectual ni elección clandestina. En las aulas juveniles del internado fue titulo recomendado por el profesor de francés; también puso como ejercicio complementario Antígona, por si queríamos conocer cuanto antes el planeta contrahecho de la tragedia, ese lugar donde no hay rosas ni girasoles porque es de noche.
  En aquel asunto de jerarquía colegial, yo me acurruqué en el líquido amniótico de Antoine de Saint-Exupéry y desde entonces, hace más de cincuenta años, me quedé a vivir en las palabras y sus ilustraciones.
   No pienso respirar el frescor desapacible de la calle. Alguien me ha susurrado que “los adultos son gente muy extraña”
 

(De Cuentos diminutos)




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