martes, 7 de enero de 2025

ELÍAS MORO. HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE

Hasta que la muerte nos separe
Elías Moro
Eolas Ediciones
Colección  Caldera del Dagda
León, 2021

 

ESCARMIENTOS

  
   Elías Moro (Madrid, 1959) mantiene desde hace años un incansable vitalismo creador que nos traslada, con solvencia ejemplar, de un género a otro; acumula entregas de poesía, relatos, dietarios, aforismos, antologías y páginas autobiográficas. Un material expresivo heterogéneo que comparte criterios estéticos y un planteamiento intelectual acorde con una memoria selectiva de evocaciones y recuerdos, de imaginación y realidad. En el taller de autor priman la limpieza expresiva, el epitelio emocional y el equilibrio justo entre los afanes del protagonista subjetivo y el paseante común de las aceras colectivas.
   Hasta que la muerte nos separe es un mosaico de minicrímenes que debe su existencia germinal a la admiración lectora hacia Max Aub y su libro Crímenes ejemplares, obra publicada en 1957. El notable aforista de posguerra y cuentista excepcional consideraba sus cuentos como un irónico tributo a la caridad y al amor fraterno. Tras un escepticismo vital pleno de ironía y bajo la consideración teórica de que “Matar, acabar con lo que molesta para que sea otra cosa, para que pase más rápido el tiempo. Servicio a prestar hasta que me maten, a lo que tienen perfecto derecho” el autor escribió durante un considerable intervalo temporal, ajeno a consideraciones éticas o dogmatismos doctrinales, enlazando textos con un estridente humor negro y una escritura irreverente, contrapuesta a los moldes establecidos. La variedad de argumentos enfoca en primer plano al criminal, no para que muestre su arrepentimiento por la irracionalidad del acto violento, llevado al extremo con la aniquilación del otro, sino como escarmiento; para que la víctima asuma su condición merecida de ceniza y escarcha.  Por tanto, hasta el absurdo tiene su razón de ser cuando el humor deconstruye y cierra los ojos a los prejuicios de confesionario; los argumentos dan cuenta de la razonable posición de quien esgrime un sentido personal de la justicia con el mimo silencioso de la paciencia, esperando el momento oportuno.
   En las microhistorias de Elías Moro perdura una atmósfera de oralidad que parece adecuarse al punto de vista verosímil; la voz que enuncia habla con la sensibilidad cercana del interlocutor que no tiene nada que ocultar porque lo que acontece en cada historia adquiere una cimentación imprescindible en la lógica del sujeto. El asesinato conmueve, ocupa su lugar necesario en lo cotidiano, y va dejando sitio a un largo inventario de situaciones y víctimas. Las vivencias trenzadas dibujan una variopinta crónica de época donde respiran el amor, las alergias, el robo, las malas condiciones de aparcamiento, el hartazgo vecinal o las subidas y bajadas de un ascensor de vecinos que reiteran las abstrusas conversaciones de quienes no tienen nada que decirse. Sea en los diferentes puntos urbanos de la ciudad o en el gozoso contacto con la naturaleza, todos son cálidos escenarios de aprendizaje para apagar el interruptor del corazón.
    El sujeto verbal pertenezco a la misma estela generacional que los narradores clásicos: Lo que guía cada palabra es la fuerza de la historia, sin digresiones ni filosofías, solo el fluir de un desenlace argumental rápido que deje dormir a la cariacontecida expresión de la víctima en los colchones de lana del humor y el asombro.  El humor es el primer mandamiento en estos microrrelatos de Elías Moro; un humorismo sombrío, que bebe de la inteligencia poética cejijunta de Francisco de Quevedo, de los juegos lúdicos de Ramón Gómez de la Serna o de la sabiduría popular del refranero: “quien la hace, la paga”. Cambian tablas de representación y actores implicados para que alcance vuelo una variedad de tramas que ratifica las líneas estéticas, trazadas con escuadra y cartabón. Las sintetiza en contraportada Pilar Galán: “Con un sentido del humor inteligente, con una ironía teñida de romanticismo y con un elegante dominio del ritmo y la brevedad, el autor nos presenta un catálogo de crímenes que se abandona con una sonrisa, cierta complicidad no exenta de remordimientos y una identificación que va más allá de la literatura.
   En Hasta que la muerte nos separe queda vivo el peso de la historia, el dibujo visual del hecho delictivo como un legado sobrio y cercano. Frente al lector se expande un páramo de acontecimientos cuyo tacto contagia al mismo tiempo la constante obsesión del ser humano por la violencia y sus enigmáticas razones para autojustificarse a la hora de exponer sus actos más oscuros, la sostenida vocación de verdugo. Que no vengan con cuentos;  a la hora de morir y matar, cómplice necesario, solo el humor nos salva.
 
 JOSÉ LUIS MORANTE
 
 
 
 
 
   
 

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