Manuel Feria (San Cristóbal de la Laguna, 1949) |
Los aforismos de
Manuel Feria
Después
de largos periodos con perfil casi desvanecido, en el tiempo digital el
aforismo multiplica círculos de resonancia. Deja la imagen de un género
sedimentado que ocupa una geografía expandida y traza itinerarios impredecibles
de la mano de una pluralidad de voces. De esta crecida participa el taller
literario de Manuel Feria (San Cristóbal de La Laguna, 1949), Catedrático de
Farmacología con desempeño laboral de casi cuatro décadas en la Facultad de
Medicina de la Universidad de la Laguna. Autor de publicación tardía, Manuel
Feria comenzó a publicar tras su jubilación, “transitando los setenta” y fuera
de los habituales circuitos editoriales. Nutre sus libros con una literatura
breve escrita al margen de promociones y solo impulsada por su gravitación, lo
que tal vez ha ocasionado una leve marginación en antologías y propuestas
indagatorias que intentan poner lindes al espacio aforístico actual.
Su amanecida en el molde breve es Verlas venir, entrega editada en 2015, aunque no tarda en publicarse de nuevo dos años después. Con portada y viñetas interiores del pintor Antonio Mauro García González, más conocido por Fanega como nombre artístico, el volumen cuenta con una hermosa nota prologal del poeta, narrador y profesor de talleres literarios Bruno Mesa, quien alentó a Feria a perder su condición de escritor secreto. En ella se resaltan algunas claves esenciales del pensamiento microformal: el desorden compositivo, el impulso de omisión y despojamiento de la caligrafía concisa y el propósito unitario de hacer del trabajo reflexivo una terapia, una medicina capaz de fortalecer la resistencia del material humano entre certezas difusas.
Los invitados al proceso creativo de Manuel Feria percibirán un tono moralizante en torno al trayecto biográfico y un empeño, más o menos jocoso, por “caricaturizar la existencia, ya que “verlas venir no es suficiente, también hay que saber apartarse a tiempo”. El caminar por lo cotidiano de cualquier presencia se hace aula abierta, cercanía con interrogantes y claroscuros y convivencia con un yo social, diverso y contradictorio. En el suelo argumental de Verlas venir se ramifican las propuestas. El tiempo, la vida al paso, las relaciones con los otros, el tejido sentimental son interrogaciones verbales que van dibujando el latido tenaz del interior: “No hay peor vida que vivir en los suburbios de uno mismo”, “Profundiza y discreparás”, “Nadie lo sabe todo sobre sí mismo”.
Tantos registros mantienen una estela unitaria, que salvaguarda paradojas e ironías: “Sobre una misma verdad se puede mentir de mil maneras”, “Para esconderse de uno mismo no hay que ir muy lejos”, “¡Cuánto caos se necesita para conseguir el más perfecto orden!”, “Solo el silencio puede explicar el infinito”. Preguntas y respuestas giran alrededor y mantienen en guardia una mirada subjetiva, cuyos descubrimientos a veces no están exentos de caminar por las ramas de la incertidumbre.
Los textos de Verlas venir muestran sensibilidad ética. Quien percibe la práctica social sabe que la realidad requiere una configuración desde dentro, la retina tonal de un moralista. El pensamiento sabe que en sí mismo el lenguaje es estéril y necesita un despliegue filosófico, una mirada a la luz de la razón que tenga el equilibrio de la prudencia y la voluntad fuerte del ideal: “Si te exhibes muestras tus sombras, si te ocultas apagas tu luz”.
La Real Academia de la Lengua define la expresión “Estar en ascuas” como la acción de permanecer en un estado de inquietud e incertidumbre”; un estar implicado con un grado de atención extremo hasta conocer el desenlace final sobre acontecimientos que despiertan en el observador el máximo interés. El aserto sirve a Manuel Feria para titular los breves reunidos en su segunda entrega, publicada en 2017 con similares características formales de su libro de arranque. Otra vez las viñetas de Fanega aportan el saludable cromatismo visual y en esta ocasión la firma invitada para escribir el umbral es la de Javier Recas, filósofo, aforista y uno de los perfiles más clarificadores en la teórica sentenciosa. El investigador recuerda las frecuentes vicisitudes del género al consolidar un molde propio; reafirma los recodos esenciales de una tradición en la que el aforismo se va consolidando como luminosa reflexión sintética que da cuenta de percepciones subjetivas.
También el autor de Estar en ascuas se acerca con voz humilde a la esencia interior del decir conciso: “Escribir un libro de aforismos es desnudar el alma y exponerse a la curiosidad ajena. A fin de cuentas, mis aforismos describen cómo soy, en qué creo, qué me sorprende y cómo reacciono ante un mundo confuso y cambiante. Son, a un tiempo, filosofía vital y biografía personal”. Con tan ligero equipaje retórico, Manuel Feria se deja ir por el manso río del tiempo, sintiendo la cercanía de un entorno que genera fragmentación y diversidad, escenas cambiantes, vislumbrando los pasos del yo y su distante cercanía: “Al final del camino, las cosas se desnudan de sí mismas y apenas se percibe el aroma sutil de haberlas vivido”, “Vivir no es mucho más que buscar sentido a la vida”.
Observar es renacer, buscar en la aparente quietud los matices que despliega ese espacio ambiguo expandido entre la realidad y el sueño, entre lo previsible y el vuelo onírico que mira más allá de lo aparente: “A veces, la memoria parece encontrar un especial deleite en recordarnos aquello que no sucedió”, “El aforismo es una ficción que explica la realidad”.
La precisión verbal agiganta lo minúsculo; hace de la reflexión un desvelo. En la entrega En Ascuas Manuel Feria reconstruye un rompecabezas de ideas. La sedimentación de la experiencia vital y la llegada a la madurez propician que la aforística adquiera densidad filosófica; ya no se trata de escribir sino de entender, de buscar en nuestros exiguos conocimientos la necesaria sensibilidad que se convierta en espejo de nuestra conciencia.
En el preámbulo de Fe de vida, tercera salida de Manuel Feria en su recorrido por el aforismo, Benito Romero hace del discurso lapidario y de sus principios de armonía, exactitud y brevedad, un campo abierto a la ironía; a la solemnidad sentenciosa le viene bien la pérdida de cualquier púlpito para no tomarse en serio a sí misma. Desde ese enfoque la voz verbal de Fe de vida coloniza las palabras de un ironista liberal, un paseante del transitar vital, resignado y perplejo, que deja en sus enunciados una fe de vida.
Con innegable afán de continuidad, Manuel Feria prosigue su tentativa de definición del yo, ya que la existencia es la columna vertebral de esta nueva compilación textual: “Cultiva tu definición y podrás salir fuera”, “Contemplar un amanecer es la mejor fe de vida”, “El silencio no niega la evidencia, la reafirma”, “Abrir una puerta es tentar al destino; cerrarla es resignarse a vivir en él”
Quien escribe no se engaña sobre la naturaleza ilusoria del contexto social, sabe que la caducidad de dogmas y verdades acecha a cada paso del enfoque indagatorio y que hay que aprender de los errores propios y ajenos para diseminar la hojarasca: “La verborrea diluye el pensamiento”, “La soledad es el último refugio de la libertad”, “El caos subyace al orden natural, la confusión al orden social.”, “Las cuatro edades del hombre: ilusión, lucha, desengaño y resignación”, “Filosofar es remover las aguas del estanque de la perplejidad”.
El conjunto de brevedades de Manuel Feria hace de los sondeos en la cambiante superficie del yo el venero central de un largo proceso de autoconocimiento. El aforismo se abre camino para rejuvenecer a las palabras, más allá de la evanescencia temática. La vida es imprevisible pero siempre garantiza una cumplida paleta de colores para celebrar y dudar, para tantear el decurso existencial desde una metafísica introspectiva, discrepante y nunca exenta de contradicciones, acaso porque esa realidad aparente no es más que una ligera construcción mental, un ejemplo de arquitectura porosa.
Su amanecida en el molde breve es Verlas venir, entrega editada en 2015, aunque no tarda en publicarse de nuevo dos años después. Con portada y viñetas interiores del pintor Antonio Mauro García González, más conocido por Fanega como nombre artístico, el volumen cuenta con una hermosa nota prologal del poeta, narrador y profesor de talleres literarios Bruno Mesa, quien alentó a Feria a perder su condición de escritor secreto. En ella se resaltan algunas claves esenciales del pensamiento microformal: el desorden compositivo, el impulso de omisión y despojamiento de la caligrafía concisa y el propósito unitario de hacer del trabajo reflexivo una terapia, una medicina capaz de fortalecer la resistencia del material humano entre certezas difusas.
Los invitados al proceso creativo de Manuel Feria percibirán un tono moralizante en torno al trayecto biográfico y un empeño, más o menos jocoso, por “caricaturizar la existencia, ya que “verlas venir no es suficiente, también hay que saber apartarse a tiempo”. El caminar por lo cotidiano de cualquier presencia se hace aula abierta, cercanía con interrogantes y claroscuros y convivencia con un yo social, diverso y contradictorio. En el suelo argumental de Verlas venir se ramifican las propuestas. El tiempo, la vida al paso, las relaciones con los otros, el tejido sentimental son interrogaciones verbales que van dibujando el latido tenaz del interior: “No hay peor vida que vivir en los suburbios de uno mismo”, “Profundiza y discreparás”, “Nadie lo sabe todo sobre sí mismo”.
Tantos registros mantienen una estela unitaria, que salvaguarda paradojas e ironías: “Sobre una misma verdad se puede mentir de mil maneras”, “Para esconderse de uno mismo no hay que ir muy lejos”, “¡Cuánto caos se necesita para conseguir el más perfecto orden!”, “Solo el silencio puede explicar el infinito”. Preguntas y respuestas giran alrededor y mantienen en guardia una mirada subjetiva, cuyos descubrimientos a veces no están exentos de caminar por las ramas de la incertidumbre.
Los textos de Verlas venir muestran sensibilidad ética. Quien percibe la práctica social sabe que la realidad requiere una configuración desde dentro, la retina tonal de un moralista. El pensamiento sabe que en sí mismo el lenguaje es estéril y necesita un despliegue filosófico, una mirada a la luz de la razón que tenga el equilibrio de la prudencia y la voluntad fuerte del ideal: “Si te exhibes muestras tus sombras, si te ocultas apagas tu luz”.
La Real Academia de la Lengua define la expresión “Estar en ascuas” como la acción de permanecer en un estado de inquietud e incertidumbre”; un estar implicado con un grado de atención extremo hasta conocer el desenlace final sobre acontecimientos que despiertan en el observador el máximo interés. El aserto sirve a Manuel Feria para titular los breves reunidos en su segunda entrega, publicada en 2017 con similares características formales de su libro de arranque. Otra vez las viñetas de Fanega aportan el saludable cromatismo visual y en esta ocasión la firma invitada para escribir el umbral es la de Javier Recas, filósofo, aforista y uno de los perfiles más clarificadores en la teórica sentenciosa. El investigador recuerda las frecuentes vicisitudes del género al consolidar un molde propio; reafirma los recodos esenciales de una tradición en la que el aforismo se va consolidando como luminosa reflexión sintética que da cuenta de percepciones subjetivas.
También el autor de Estar en ascuas se acerca con voz humilde a la esencia interior del decir conciso: “Escribir un libro de aforismos es desnudar el alma y exponerse a la curiosidad ajena. A fin de cuentas, mis aforismos describen cómo soy, en qué creo, qué me sorprende y cómo reacciono ante un mundo confuso y cambiante. Son, a un tiempo, filosofía vital y biografía personal”. Con tan ligero equipaje retórico, Manuel Feria se deja ir por el manso río del tiempo, sintiendo la cercanía de un entorno que genera fragmentación y diversidad, escenas cambiantes, vislumbrando los pasos del yo y su distante cercanía: “Al final del camino, las cosas se desnudan de sí mismas y apenas se percibe el aroma sutil de haberlas vivido”, “Vivir no es mucho más que buscar sentido a la vida”.
Observar es renacer, buscar en la aparente quietud los matices que despliega ese espacio ambiguo expandido entre la realidad y el sueño, entre lo previsible y el vuelo onírico que mira más allá de lo aparente: “A veces, la memoria parece encontrar un especial deleite en recordarnos aquello que no sucedió”, “El aforismo es una ficción que explica la realidad”.
La precisión verbal agiganta lo minúsculo; hace de la reflexión un desvelo. En la entrega En Ascuas Manuel Feria reconstruye un rompecabezas de ideas. La sedimentación de la experiencia vital y la llegada a la madurez propician que la aforística adquiera densidad filosófica; ya no se trata de escribir sino de entender, de buscar en nuestros exiguos conocimientos la necesaria sensibilidad que se convierta en espejo de nuestra conciencia.
En el preámbulo de Fe de vida, tercera salida de Manuel Feria en su recorrido por el aforismo, Benito Romero hace del discurso lapidario y de sus principios de armonía, exactitud y brevedad, un campo abierto a la ironía; a la solemnidad sentenciosa le viene bien la pérdida de cualquier púlpito para no tomarse en serio a sí misma. Desde ese enfoque la voz verbal de Fe de vida coloniza las palabras de un ironista liberal, un paseante del transitar vital, resignado y perplejo, que deja en sus enunciados una fe de vida.
Con innegable afán de continuidad, Manuel Feria prosigue su tentativa de definición del yo, ya que la existencia es la columna vertebral de esta nueva compilación textual: “Cultiva tu definición y podrás salir fuera”, “Contemplar un amanecer es la mejor fe de vida”, “El silencio no niega la evidencia, la reafirma”, “Abrir una puerta es tentar al destino; cerrarla es resignarse a vivir en él”
Quien escribe no se engaña sobre la naturaleza ilusoria del contexto social, sabe que la caducidad de dogmas y verdades acecha a cada paso del enfoque indagatorio y que hay que aprender de los errores propios y ajenos para diseminar la hojarasca: “La verborrea diluye el pensamiento”, “La soledad es el último refugio de la libertad”, “El caos subyace al orden natural, la confusión al orden social.”, “Las cuatro edades del hombre: ilusión, lucha, desengaño y resignación”, “Filosofar es remover las aguas del estanque de la perplejidad”.
El conjunto de brevedades de Manuel Feria hace de los sondeos en la cambiante superficie del yo el venero central de un largo proceso de autoconocimiento. El aforismo se abre camino para rejuvenecer a las palabras, más allá de la evanescencia temática. La vida es imprevisible pero siempre garantiza una cumplida paleta de colores para celebrar y dudar, para tantear el decurso existencial desde una metafísica introspectiva, discrepante y nunca exenta de contradicciones, acaso porque esa realidad aparente no es más que una ligera construcción mental, un ejemplo de arquitectura porosa.
JOSÉ LUIS MORANTE
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