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Lavado de cerebro Miguel Ángel Gómez BajAmar Editores Gijón Asturias, 2023 |
POSIBILIDADES DEL YO
Hablar de la escritura de Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980) es
adentrarse en un territorio creativo plural, que aglutina itinerarios en
diversas estrategias expresivas, desde la prosa ficcional al aforismo, desde la
poesía y la autobiografía al comentario crítico. Son teselas singularizadas que
conforman un recinto estético unitario, donde resulta evidente el compromiso
con las posibilidades del lenguaje y su empeño en buscar el espacio abierto de
la iluminación, desde una dicción subjetiva y personal, donde lo gregario queda
fuera y la caligrafía biográfica se hace inaudible.
El empeño poético de Miguel Ángel Gómez acumula hasta la fecha las
entregas Monelle, los pájaros (2016),
La polilla oblicua (2017), Lesbia, etc (2017), Las lentes de Bolaño (2020), o Lavado de cerebro (223), entrega
publicada en la inagotable casa abierta de BajAmar ediciones, que impulsa el inagotable optimismo del editor César García Santiago. Sin duda, un legado de fertilidad abrumadora, que
muestra una clara vocación inconformista y el deseo de recorrer un camino
expresivo a trasmano, ajeno a cualquier consigna de grupo generacional.
En Lavado de cerebro la cita inicial elegida es de Georges Perec
y crea de inmediato una perspectiva, un enfoque revelador sobre la mirada del poeta. La enumeración realista se diluye para que afloren, entre la geografía de lo figurativo, la invención y el
onirismo. Son ventanas especulativas de una claridad interior que permiten salir al pensamiento del
sujeto y el fluir de la conciencia, como si fueran inquilinos que ocuparan la pieza de al lado. Cada
poema pide calma en la lectura; no hay una línea continua en el suelo
argumental; las imágenes van y vienen, conforman un sedimento heterogéneo que
aglutina exploraciones verbales, aparentemente inconexas: “Muévete por mi
visión, / apóyate en mi luz roja, / utiliza mi suspiro catapultado, / presta
atención a mi sombrero entusiasta, / porta mi pato abstraído”.
El significado comunicativo crea sustratos magmáticos; dibuja un entorno cerrado,
donde las ideas conforman vislumbres, pero nunca todos orgánicos. Los poemas se
sostienen desde la perplejidad del azar, tantean, parecen divagaciones de un
estado mental caótico, que recuerda con frecuencia la escritura de autores
singulares como Roberto Bolaño, Allen
Ginsberg, Georges Perec, Ricardo Piglia, John Cheever, E. Hardwick, Bob Dylan,
F. Kafka y Borges. Son magisterios con los que Miguel Ángel Gómez mantiene una
indeclinable proximidad afectiva, una auroral sensación de cercanía.
El quehacer mental recuerda un estado de ánimo caótico, pero la efusión
sentimental actúa como anclaje existencial: “La ciudad es una vibración de
sentimientos que se entrecruzan”. Abundan en el libro los poemas de hondura
emocional, con metáforas definitorias de la identidad del otro: “tú eres mi
roca”. En estas composiciones la claridad expresiva retorna y convoca a
protagonistas más cercanos, deambulando entre las contingencias y recuerdos que
se dispersan en las manos del tiempo para encadenar pasos perdidos en cualquier
dirección.
El poeta elige como molde poético el poema corto y el verso libre; pero
salpica el formato con otros acentos estróficos como el haiku, aunque alejado
de su filosofía tradicional y su condición estacional, como se percibe en estos
ejemplos: “Como un caballo / que va a respingar / el tren parado”, “Miro las
nubes; / encantadora casa / sin pintar, blanca.”
Se alzan, además, en el marco de
representación algunos escenarios del habitual laberinto urbano. Son
entornos también con textura ilusoria, descritos como apuntes enunciativos de
un relato. Así se percibe en poemas como “Alma en vigor”, donde se crea un
clima que renueva el despertar sensorial de la amanecida. La realidad está ahí,
esperando que el pensamiento ensanche el campo de experiencias, mientras el
lenguaje deshilvana ovillos semánticos. En el ideario de Miguel Ángel Gómez se define
una sensibilidad de búsqueda y espera: “Mi pesadilla es notar una vaga ansiedad “, una inquietud en crecida que convierte el
cerebro en cataclismo interior, en un misterio que amalgama sombras y
hendiduras, una hondura inasible que tiene la apariencia frágil de un cristal.
JOSÉ LUIS MORANTE