martes, 18 de octubre de 2022

CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS. INVENTARIO

Inventario
Carlos Roberto Gómez Beras
Isla Negra Editores
Colección Filo de Juego
San Juan, Santo Domingo, 2022


 

SIGNOS DE VIDA

 

 
   Creo necesario recordar, para comprender mejor el largo camino literario de Carlos Roberto Gómez Beras, su nomadismo biográfico. Desde los primeros años de la infancia se introduce en la extrañeza y la perplejidad de dos espacios geográficos del Caribe: República Dominicana, país donde nació en 1959, y Puerto Rico, patria de acogida donde se instaló la residencia familiar desde 1964. Allí completa estudios, se vincula a la universidad como catedrático y docente y realiza una intensa tarea cultural, con la fundación e impulso de la Editorial Isla Negra, que refuerza y nunca impide el ejercicio de su viaje central: la poesía. El trayecto poético ha sido reconocido hasta en cinco ocasiones con el Premio Nacional de Poesía y ha fortalecido su traducción a otros idiomas y la ineludible presencia en excelentes muestrarios y compilaciones antológicas latinoamericanas.
   No pasa inadvertido el subtítuto de Inventario en el que el poeta aglutina el contenido orgánico del poemario bajo la consideración de Libro póstumo; la escritura hace balance del después, como si la estela vivencial hubiera concluido y fuera necesario alzar en el pensamiento una estructura cerrada de la devastación, la intensidad de todo lo vivido. La identidad del yo se somete a una reclusión introspectiva y se empeña en descubrir todos los sedimentos de lo perdido. La senda interior comparte la intensidad final de aquellos versos de César Vallejo: “En suma no poseo para expresar mi vida sino mi muerte”.
  El escritor comienza su mirada interior argumentando sus relaciones con la realidad diaria, ese diálogo imprevisible, de contención y evocación serena, en el que se pone en juego intuición, inteligencia y voluntad. Desde esa observación se establece un pequeño inventario de logros y carencias; se mira a un cielo “hecho de intentos, vuelos y caídas”, un sujeto que trata de encontrarse con las esperanzas y decepciones.
 Lo vivido aparece en el transitar del tiempo como una escueta sucesión de migajas, dispuesta a ser materia prima del olvido. Solo queda la conciencia de que el yo camina por un recorrido insondable, casi diluido entre la niebla. Se nombra lo contingente en sus múltiples manifestaciones, desde las voces en el tiempo de la historia colectiva, hasta la memoria del cuerpo y esa textura que marca en lo sentimental el aprendizaje de la vida al paso.
  El peso que adquieren en los días las paradojas de lo cotidiano sirve de contrapunto al afán del quehacer laboral. La vida laborable del poeta inspira muchas composiciones que acercan la realidad y el sedentario declinar que anula el escapismo de los sueños. El sentir conforma una intensa experiencia cognitiva, y el tiempo deposita asperezas sobre la piel mudable de lo cotidiano. La labor del editor deja en su desempeño decepción y extravíos, esa queja de quien percibe que muchos consideran ese trabajo una tarea secundaria, que no alcanza ningún reconocimiento generoso.  En la aridez de esa tarea oscura, queda la compensación de quien une en el espejo su condición de poeta, una voluntad de indagación y búsqueda que busca respuestas en la amanecida.  
   La poesía se convierte en pretexto central y núcleo germinativo de abundantes composiciones, como si la labor de la escritura fuera yuxtaponiendo en el tiempo evocaciones y vivencias dormidas en la estela biográfica. Quien escribe toma el pulso al poeta, al poeta joven, a la palabra crepuscular y a la armonía de las palabras que da sentido, con su densidad de estratos, a las sacudidas del pensamiento. Lo pasado se viste con un cálido simbolismo y las viejas secuencias vitales se empeñan en una lenta navegación por los sentimientos hasta completar en el presente un cálido viaje circular. En él se refugia la introspección de quien rememora la complicidad de la escritura: LA POESÍA: “La poesía es un cuerpo resucitado / que habla en silencios y metáforas. / La poesía es un gesto ebrio / en medio de la noche más clara. / La poesía es un camino no tomado / porque en el deseo está la ruta y su alba. /La poesía es un caerse entre las cosas / para luego, sin las alas, levantarse. / La poesía no existe, como existe el poema que nace, estalla, alumbra y muere para darle vida a otras palabras. / La poesía no muere, porque es la fe / de una herida que inaugura la mirada.”
   Los poemas buscan la herida abierta de la amanecida, nombran las cosas y llenan las manos de signos, deudas y reflejos, tercos materiales que ponen lentitud en lo vivido y transforman el abrazo entre onirismo y realidad en un único poema, ese texto que encierra el destino de cada identidad “como un castillo que se deshace sin que logremos habitarlo”.
  En el último tramo de Inventario, de Carlos Roberto Gómez Beras, conviven textos reflexivos y estados de ánimo que abordan exploraciones sobre la tristeza, el sueño, la fe o los sentimientos con la evocación de presencias referenciales como la hija, la amante, la madre o esas identidades transitorias y efímeras que ponen voz a la soledad y al encuentro. Así concluye esta exploración poética de lo vivido, en la que el tiempo cobra una dimensión que enlaza vida y muerte, el círculo de arena que da sentido a nuestros pasos.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 
 

  

     

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